NOTA: Llevo dos años escribiendo un ensayo, “Goya, el lado humano”.
El artículo siguiente es un extracto del Prólogo.

 

Goya, el lado humano.

Felix Teira

Volvemos al Prado para ver dos cuadros de Goya, un pintor inquietante.  La lucha contra los mamelucos huele a sangre.  La olfatean los caballos, unos con picas hundidas en el vientre, otros moribundos con las patas delanteras vencidas.  Los ojos de los caballos expresan espanto, son los únicos inocentes.  Qué duro el aragonés. Cuánto desaliento arrastraba el viejo pintor, viejo porque lo pintó con 68 años.  Reflejó en el lienzo el fanatismo.  Pese a la fecha épica del 2 de mayo y a las justificaciones patrióticas, este cuadro muestra la ferocidad con que se matan los humanos.  El ciudadano que viste ropas pardas, el que empuña un cuchillo y apuñala con saña el cadáver del mameluco, un jinete boca abajo, ése podía ser cualquiera de nosotros.

En el cuadro contiguo un fanal ilumina el pánico de  Los fusilamientos.  Ahora el paisano fanático implora piedad al pelotón que lo va a fusilar.  Las peticiones de clemencia desgarran la noche.  El lienzo está pintado a golpes de pincel, a machetazos.  Se observa la larga pincelada en la camisa blanca del hombre arrodillado con los brazos en cruz.  Otra vez el olor de la sangre.  El pelotón no da la cara, le han ordenado disparar a quemarropa, obedece órdenes.  Esto no va de franceses contra españoles, trata de humanos que se matan.  Nos concierne, podríamos ser uno de los soldados anónimos del pelotón.  Cumplimos órdenes.  Por eso este pintor nos turba, porque trasciende la circunstancia y sobrevuela los patriotismos.  Cuando los seres humanos se asesinan con encono la humanidad se degrada.

Goya nos sobrecoge generalizando lo particular.  Siempre le interesó la circunstancia concreta, pero la utiliza como una palanca para lanzar un mensaje universal.  El sordo de Fuendetodos sufrió la Guerra de la Independencia con repugnancia  y desengaño ideológico.  De las heridas del conflicto surgieron tres obras maestras, los dos cuadros citados y los Desastres, el primer alegato antibelicista basado en imágenes.  Los grabados de los Desastres de la guerra por su visceralidad, el enfoque modernísimo y el concepto fotográfico cuando no se había inventado la fotografía, están a la vanguardia del arte moderno.  A la guerra la acompañaba una música épica de héroes míticos, banderas, honras fúnebres majestuosas y patriotas enaltecidos.  Goya baja la guerra al estercolero:  violaciones,  miembros amputados colgados en los árboles, cráneos destrozados con hachas y vómitos ante el hedor que despiden los cadáveres.  Sus grabados no son una defensa del patriotismo, dibujó las atrocidades de los franceses y los españoles.

ARTíCULO FÉLIX TEIRA

Aseguramos que la vivió con aborrecimiento porque amaba la vida.  La visión sombría de la guerra induce a pensar en el pesimismo de Goya.  Nada más lejos de la realidad.  En las cartas que le remitió a su amigo Martín Zapater se muestra vitalista:  disfrutaba en la mesa, le encantaba el chocolate y gozaba en las juergas con los amigos.  Le apasionaba la caza, antes de quedarse sordo escuchaba música e iba a la ópera y se divertía con el teatro y las seguidillas.  En cuanto consolidó su posición económica se recreó con carísimos carruajes ingleses y resumió su actitud vital en esta frase:  Para cuatro días que hemos de vivir en el mundo es menester vivir a gusto.

Los primeros cincuenta años de su trayectoria fueron productivos y se labró, gracias a su  inteligencia y ambición, una confortable posición económica aunque no apareció la genialidad.  Al joven Goya lo guió la ambición, sin ambición no hay artista.  Se marcó una meta, llegar a lo más alto.  Hijo de un modesto dorador, aprendió el oficio en el taller de Luzán, un pintor como tantos.  A partir de ahí fue un autodidacta que absorbió y tamizó influencias de todo lo que veía: viajó a Italia, observó a Mengs, aprendió de Tiepolo y sobre todo le impresionó Velázquez.  Sin apenas estudios se movió discretamente en la corte que, como siempre, era un nido de víboras.  Trató con cautela a los infantes, los futuros Carlos IV y María Luisa de Parma, que accedieron al trono poco antes de que estallara la Revolución Francesa.  En un tiempo turbulento los monarcas confiaron ciegamente en Godoy, atemorizados porque en Francia habían rodado cabezas reales.  Con reservas se acercó a los que detentaban el poder, retrató a Floridablanca y entabló relaciones con el infante don Luis, que le abrió la puerta de la aristocracia.  A los 34 años entró en la Real Academia de san Fernando, a los 39 era subdirector de pintura, a los 40 fue nombrado pintor del rey, tres años después pintor de cámara y a los 53 primer pintor del rey.  No existía meta ni salario más altos.

Su ideología y su pintura evolucionaron cuando entró en el círculo de Jovellanos, la mente más lúcida de su tiempo.  Durante dos décadas convivió con el grupo selecto de ilustrados, asistió a sus tertulias y se convenció de que se aproximaba el siglo de la Razón.  Fraguó amistad con Jovellanos, Leandro Fernández de Moratín, Meléndez Valdés, Cabarrús, Ceán Bermúdez, Urquijo…  De repente sus ideas cuajaron en los Caprichos, una colección de grabados tan original como arriesgada, porque contenía una ácida crítica.  El sueño de la razón produce monstruos.  ¿Qué mutación se estaba produciendo en la personalidad del pintor?  Había alcanzado la cima, contaba con unos ingresos envidiables pero la virulencia de los grabados ponía en peligro todo lo conseguido. Comprendió que su arte era un arma de transformación.  Los Caprichos solo estuvieron unos días a la venta, fueron prohibidos por la Inquisición. La mayor parte de los estudiosos de Goya  (Gassier, Bozal, Todorov, Lafuente Ferrari…) concluyen que si hubiera muerto a los cincuenta años se le consideraría un pintor digno, nada más.  En lenguaje actual, sería el fotógrafo de la realeza y la alta sociedad.  Los Caprichos (1799, al pintor le falta un mes para cumplir 53 años) critican a la Inquisición, consideran a la nobleza y el clero como unos asnos que cargan sobre los hombros del pueblo llano y, aunque de modo críptico, censuran a la monarquía y a Godoy.  Había desbrozado un nuevo sendero que lo conduciría a sus grandes creaciones que permanecieron ocultas al público.

Al estallar la Guerra de  la Independencia las contradicciones se acentuaron.  Napoleón, con la excusa de conquistar Portugal y la promesa de entregarle la parte meridional a Godoy, había asentado a su ejército en España.  Carlos IV y su hijo Fernando VII, en las vergonzosas abdicaciones de Bayona, vendieron la corona española a  Bonaparte, que nombró a su hermano mayor, José I, rey de España.  Excepto Jovellanos, casi todos los amigos ilustrados integraron el gobierno del rey francés.  Confiaban en modernizar España sin el coste sangriento de la Revolución Francesa.  Aunque el ejército español tenía orden de no intervenir, el pueblo de Madrid atacó a los franceses el 2 de mayo de 1808 cuando se llevaban al último infante Borbón.  La guerra se extendió como el fuego en un pajar.

Goya permaneció en su puesto de pintor del rey sin cobrar un real en los cinco años de contienda.  ¿Primer pintor de qué rey?  A veces los dilemas son afilados como una daga.  Qué difícil es disentir de los amigos. Se repite la disyuntiva clásica, el fin es loable y aborrecibles los medios.  Aunque racionalmente el aragonés pensara que sus amigos en el gobierno de José I podían acabar con el lastre del absolutismo y la sociedad estamental, detestaba los medios empleados para someter a los españoles.  A veces el caballo de la Historia pisotea creencias, ensucia ideales y acaba con un relincho cínico.  El ejército francés, representante de la libertad, igualdad y fraternidad, fusilaba al pueblo llano.  Mientras los españoles luchan encarnizadamente contra los invasores, en Cádiz los diputados alumbran la modernísima Constitución de 1812 siguiendo ideas gestadas en Francia. La primera decisión del rey Fernando VII,  llamado El Deseado, es anular la Constitución y perseguir a sus partidarios.  El Deseado se convierte en indeseable para los miles afrancesados o liberales que huyen a Francia o Inglaterra.  Goya se vio implicado tras el retorno del rey Borbón.  Fue sometido a un proceso de depuración por afrancesado y posteriormente acusado ante la Inquisición por pintar la exultante La maja desnuda.

Pasados los cincuenta años, totalmente sordo, se acostumbró a dialogar consigo mismo por medio de los cuadernos o álbumes. Estos dibujos no estaban pensados para el público, por lo que su sinceridad es absoluta.  Constituyen unos diarios íntimos que desvelan sus sentimientos y creencias, como sugerimos a continuación.

¿Estuvo enamorado de la duquesa de Alba?  Si ojeamos el Álbum de Sanlúcar y el comienzo del Álbum de Madrid resulta evidente que la de Alba lo turbó.  Los dibujos de mujeres  —vestidas, desnudas, bailando, en tertulia, en actitud pícara o durmiendo la siesta— pueblan las páginas de estos cuadernos dibujados en las estancias de la duquesa en Andalucía.  ¿Fue partidario de la Constitución de 1812?  El Álbum C, el más expresivo por doloroso y esperanzador, dibujado durante la guerra y después del retorno de Fernando VII, no solo manifiesta la repulsión por las torturas que practicaban los inquisidores, sino su alegría por la instauración de la Pepa.

Otra fuente para conocer a Goya son las cartas que dirigió a su amigo zaragozano Martín Zapater.  Para los admiradores de un artista es un deleite sumergirse en su intimidad, aunque no deja de ser un acto impúdico.  Jamás hubiera pensado Goya que se llegarían a publicar expresiones de pura amistad:  Querido Martín mío;  Adiós, gitano de mi corazón;  Siete veces lo menos me besarías en el culo; Vete a la mierda con tanto silencio, que yo no pienso etiquetas contigo… A través de ellas conocemos sus aficiones, la  ambición por coronar su carrera, los desgarros de la enfermedad, sobre todo si acecha a su séptimo hijo después de haber perdido a los seis anteriores, o su rebelión cuando su cuñado Francisco Bayeu cuestiona su calidad pictórica.  Algunas expresiones de amistad (Con tu retrato delante me parece que tengo la dulzura de estar contigo, ay mío de mi alma…) hacen pensar en que entre los amigos existía una relación homoerótica.  Pese a la sinceridad que emana de las cartas, echamos en falta reflexiones ideológicas que nos iluminen sobre el pensamiento del pintor.  Existe una dualidad en Goya, por un lado su obra oficial, al servicio de los reyes o de las clases altas que le encargaban retratos, y por otro su evolución ideológica.

¿Cómo era el ser humano?  El apego al dinero lo convierte en un individuo terrenal.  Su padre hipotecó la casa de Zaragoza cuando Goya iba a nacer para reformar la vivienda;  no pudo devolver el préstamo, perdió la casa y los Goya-Lucientes siempre vivieron de alquiler.  Cuando tenía veinte años el pan se convirtió en artículo de lujo.  En España estalló el Motín de Esquilache que en Zaragoza se llamó el de los Broqueleros.  El hambre levantaba al gentío que prendía fuego a las casas de los acaparadores de grano.  Goya comprendió el valor del pan y la importancia del dinero.  Pintó decenas de retratos de encargo y cuadros de asuntos religiosos y los cobró al precio del pintor más cotizado. Cuando fue nombrado primer pintor del rey cobraba 50.000 reales al año, mientras el sueldo diario de un albañil o jardinero era de siete u ocho reales diarios. Tenía sobrados motivos para sentirse orgulloso:  el hijo de un modesto dorador, un plebeyo en una sociedad estamental, llegó a la altura de la burguesía incipiente.  Compró la vivienda de varias plantas en la calle de Valverde, en el centro de Madrid.    Le escribiría a su amigo:  Yo ando, como, bebo bien y me divierto.

Una cualidad que ennoblece a Goya es la ayuda que prestó a la familia.  El oficio de dorador de su padre, que también siguió su hermano Tomás, apenas les permitía mantenerse.  Goya sufragó el alquiler y manutención de sus padres y de su hermana, colocó al hermano menor y le compró tierras al mayor.  Los mayores desvelos fueron para su séptimo hijo, el único que le sobrevivió.  A Javier le procuró una pensión real para que pudiera viajar, más la asignación que figuraba en el testamento de la duquesa de Alba.  Cuando se casó le asignó una pensión y una casa en la calle de los Reyes.  El mismo cariño le profesó a su único nieto, Mariano, al que le cedió la Quinta del Sordo.  En penumbra permanece la figura de la esposa, Josefa Bayeu, con la que estuvo casado casi cuarenta años.

Tras la Guerra de la Independencia declinó su estrella.  Las depuraciones por considerarlo afrancesado, las acusaciones ante la Inquisición y el retorno de un absolutismo vengativo retrajeron al pintor.  En el pequeño autorretrato de 1815, cuando tenía 69 años, muestra la mirada abatida.  En los autorretratos anteriores el maestro se mostraba gallardo o altanero, ahora es un hombre con las ilusiones mancilladas. Se retiró a la Quinta del Sordo, a las afueras de Madrid.  En la finca dejó las Pinturas Negras, una ruptura en la historia de la pintura que adelanta el expresionismo.  Fueron un grito que daba salida a la frustración por el aplastamiento de las libertades.

Durante la segunda de represión de Fernando VII  Goya temió por su persona y bienes, se ocultó tres meses en casa de un eclesiástico amigo, cedió la finca del Manzanares a su nieto y preparó el viaje a Francia.  Por la descripción que nos hace su amigo Moratín cuando llega a Burdeos sabemos que había recobrado la vitalidad y las ilusiones.  Goya nunca claudica. La capacidad de recuperación de un anciano de 78 años es inaudita.  Lo  vimos hundido a los 46 años, doblegado por la sordera, y tras la guerra.  En ambas ocasiones pintó lances o corridas de toros.  En los periodos sombríos aparecen los toros, una representación subconsciente de lo que ocurre en la corrida: el hombre se enfrenta a la muerte.

ARTíCULO FÉLIX TEIRA

Estamos convencidos que Fernando VII no quiso actuar contra Goya.  Esta afirmación empaña el aura heroica del exilio del pintor.  Goya, establecido en Burdeos, viajó dos veces a Madrid, una de ellas para solicitar una pensión de jubilación, que Fernando VII, que leyó y firmó la petición, le reconoció con el mismo sueldo de primer pintor.  En Burdeos vivía una colonia de exiliados que compartía sus ideas, además de media docena de amigos, especialmente Leandro Fernández de Moratín.  La causa del exilio podía estar en las ideas liberales de la compañera sentimental de Goya, citada como ama de llaves, Leocadia Zorrilla Galarza, también mencionada como Leocadia Weiss.  Desconocemos desde cuando Leocadia, 42 años más joven que el pintor, compartía la vida con Goya, pero cohabitaron en la  Quinta del Sordo y fue una compañera fiel hasta la muerte del pintor.  La hija menor de Leocadia, Rosario Weiss, precoz dibujante, supuso un bálsamo para el octogenario maestro.  Esta relación levantó suspicacias en su hijo Javier, temeroso de que Goya le legara parte de sus bienes.  Las miserias del dinero también alcanzan a los creadores.

Una apoplejía acabó en Burdeos con la vida del pintor a los 82 años, en 1828.  Estaba acompañado por dos fieles amigos además de Leocadia, su nieto y su nuera, mientras esperaba con ansia la llegada de su hijo.  La fama tardaría en llegar porque las colecciones más originales de grabados  — los Caprichos, los Desastres de la guerra y los Disparates—  se imprimirían treinta y cinco años después de su muerte.  Los cuadros de El 2 de mayo y Los fusilamientos estaban arrumbados en un pasillo del Museo del Prado.  Las Pinturas Negras estuvieron expuestas sin pena ni gloria en la Exposición de París de 1878 y los cartones para tapices, enrollados en los sótanos de la Real Fábrica, se trasladaron a los almacenes del Palacio Real donde fueron descubiertos en 1870.

Han pasado casi dos siglos desde la muerte del pintor y su obra sigue buceando en los misterios de la condición humana.  Visitó cárceles, manicomios, pintó la alegría de vivir y la vesania de la guerra, se acercó al misterio de la fe, reflejando los ritos ancestrales de las procesiones, las aberraciones de los flagelantes, la crueldad de la Inquisición en nombre de Dios y los éxtasis religiosos en La última comunión de San José de Calasanz. Tuvo la oportunidad de contemplar de cerca el poder y sufrió el desgarro de pintar a poderosos ineptos, que le pagaban generosamente, mientras que en sus diarios íntimos, como hay que ver sus cientos de dibujos, mostraba sus contradicciones y miserias. Fue un pensador profundo que vio morir a la Verdad en la guerra, pero ¿Si resucitará?  Su obra, un alegato antibelicista, ¿sirve para algo? Una pregunta desasosegante.  Ahora vivimos con estupor y espanto la invasión de Ucrania.  En Bucha se repitieron los desastres de la guerra que había grabado Goya doscientos años antes. ¿Es estéril el arte?  ¿Nos provoca emociones pasajeras que se olvidan con facilidad? El aragonés fue un revulsivo en la Historia de la Pintura y su legado sigue vigente.


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