Selección a cargo de Mónica Cuerda.

TESTIGO DE UN NAUFRAGIO

Zaragoza, 20 noviembre 2018

Fernando Ainsa

Aquella tarde invernal de fines de los años sesenta, el temporal desencadenado en la costa de Montevideo fue tan violento que di por finalizada mi tarea en el periódico “La Mañana”.

En el momento que me ponía el impermeable, el jefe de redacción me dijo: “Fernando, un barco de pescadores ha encallado en las rocas frente a San José de Carrasco y están esperando auxilio de la prefectura marítima. Se está hundiendo y en contacto con la emisora CX 36. Quiero que vayas a la radio y sigas lo que sucede y hasta la hora del cierre de nuestra edición nos vayas informando de los acontecimientos”.

Instalado junto al locutor que dialogaba con los tripulantes en peligro me incorporé rápidamente al drama de los seis pescadores zarandeados por las olas clamando por el rescate que no llegaba. Escuchamos maldiciones y breves comentarios sobre como el nivel del agua subía en el interior del barco y éste se iba escorando hacia la derecha, mientras esperaban el auxilio. Recibían la excusa que el temporal era demasiado intenso para que salvamento marítimo pudiera aproximarse al arrecife. Un emocionado tono trágico se apoderó de nosotros ante el desenlace que parecía irremediable

Pasé información al periódico hasta la una de la madrugada, mientras la angustia crecía entre los tripulantes y la comunicación  por radio se interrumpía cada vez con mayor frecuencia. Frases entrecortadas nos anunciaban la subida inexorable del agua en el interior del barco.

Decidí quedarme después que se cerró la edición del periódico y así viví “en vivo y en directo” el drama, compartiendo la agonía de los pescadores clamando contra Dios y la Prefectura. Sus voces pedían angustiosamente que informáramos a sus familiares y nos transmitían el terror ante esa muerte inminente. Las interrupciones eran cada vez prolongadas y ruidosas hasta que la línea se cortó definitivamente.

Un silencio ominoso se instaló en el aire y entre nosotros.

Había dejado de llover.

Al salir a la calle al amanecer, las palabras, “la puta que los parió”, del último grito que les escuché, todavía me retumbaban en los oídos y hoy, casi sesenta años después, todavía reviven en mi memoria, como mi primera —y probablemente— más dramática experiencia en la radio.

 

 

 

AQUELLO FUE UN VIACRUCIS

Nº XI de la publicación Palabras Contadas

(Ed. La fragua del trovador, 2018)

 

Aquello fue un Víacrucis desde que descubrí que entre mi casa y la tuya nos separaban catorce semáforos. Me dije entoncesque este era mi personal Vía Crucis, recorrido que emprendo con pasión al ir a verte, para detenerme en cada semáforo en rojo. Allí me repongo, suspiro y rezocon voz acongojada por ese amor que nos separa en la distancia, sola devoción a la que estoy atado.

Plegaría en cada una de las estaciones de mi entrañable Vía Dolorosa, camino del calvario, Gólgota supremo al que asciendosabiendo que me niegas tu indulgencia plenariaaunque la luz de ámbar se torne en verde.

Condenado, cargando la cruz de este infortunio,—misticismo, a pesar mío, agnóstico declarado—sin encontrar a mi madre en el camino,

caigo una y otra vez esperando a Simón el Cirineo, mientras me despojo de mis vestidurasante peatones atónitos al borde del camino.

Nadie me ayuda a llevar la carga de haberte conocido, no hay Verónica que seque mi rostroal contar los segundos de la luz roja en esta esquinapor donde pasa un taxi amarillo.

Clavado en esta cruz de nuestro amor imposible, moriré tal vez,

para descubrir que el verdadero Calvario empezará entonces,en la soledad del deambular sin afecto conocido,mientras llueve sobre mi corazón agitado.

Empezará —sospecho—cuando resucite y te haya olvidado.

 

 

 

LA BELLA DURMIENTE DE LOS ANDES

Publicado en el libro: Relatos de 90 segundos

(Ed. La fragua del trovador, 2018)

 

En un ventoso recodo de la carretera en plena cordillera de los Andes nos bajamos a desayunar en un rústico comedero a las siete de la mañana, tras la noche viajando en autobús a través de la pampa argentina. Vamos de Montevideo a Santiago de Chile.

Pido por los “servicios” y me mandan a una casucha de tierra, saliendo al fondo y a la derecha.

Sobre el patio da una ventana entreabierta. Me asomo y veo el cuerpo de una muchacha que duerme desnuda, apenas cubierta su pierna en escorzo fetal por una sábana arrugada. El camastro está en el centro de una habitación de paredes despintadas. Una silla con un vestido cayendo desganado de su respaldo, como único mobiliario. Un viejo calendario por toda decoración. La muchacha tiene sus manos plegadas en un gesto de inconsciente ternura, como si rezara entre sueños.

La observo en silencio, recorrido por la emoción del inesperado encuentro. Debe pasar algo en esos instantes de mágica contemplación, porque de pronto abre sus ojos y me mira con dulzura y me sonríe, como si hubiera pasado la noche en mi compañía. Luego, lentamente, con pereza, estira la sábana, se cubre y se vuelve a quedar dormida.

 

A MÓNICA

Publicado en: Aprendizajes tardíos

(Ed. El otro el mismo, 2007)

 

Cuando la oigo hablar con los perros me conforto:

Sé que sigue ahí

—En la cocina, el porche o el jardín, en realidad no importa dónde—

su presencia me asegura de muchas cosas,

imponderables que mantienen la tela de la tela de araña donde

[me balanceo

sobre el vacío que me rodea

una tela que tejió con sutil sabiduría

en treinta y dos años de vida compartida.

 

Los llama,

dialoga con ellos,

porque de sus miradas obtiene la respuesta que yo,

avaro, por no decir egoísta,

eludo darle, cuando debería susurrarle:

“todavía te quiero”

 


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