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Fernando el Católico y el príncipe Juan (Daroca)La mayoría de los gobiernos de todo tipo y condición ha usado y sigue usando la historia como arma ideológica; por ello, no se duda en tergiversar conceptos históricos, forzar interpretaciones del pasado, manipular y alterar incluso los hechos si sirve para sus propósitos.

El uso y abuso público de la Historia queda patente en algunos museos y centros de interpretación histórica, casi siempre alentados, sufragados y promovidos por esos mismos gobiernos.

El caso de España y de sus actuales Comunidades Autónomas es paradigmático. Los gobiernos “españolistas” han potenciado y magnificado todo aquello que suene a España como unidad desde, al menos, los Reyes Católicos, si no incluso con los visigodos y aún antes, con un país imaginario resultado de la unión de iberos y celtíberos.

Las Comunidades Autónomas no le han ido a la zaga. En algunas instituciones de las autodenominadas “Comunidades históricas” (País Vasco, Galicia, Cataluña…) ni siquiera se han molestado en que la manipulación del pasado sea sutil. Se miente de manera burda. Así, es algunos museos de Cataluña es habitual encontrarse con carteles, folletos o audiovisuales que usan términos como “Confederación catalano-aragonesa” o “Corona catalano-aragonesa” para referirse a lo que fue la Corona de Aragón, u otros como “Condes-reyes de Cataluña”, “Reyes de Cataluña” y otros errores similares, a veces malintencionados, para referirse a los soberanos que reunían en su persona los títulos de “rey de Aragón, rey de Valencia y conde de Barcelona”.

Desde luego uno de los momentos más falsificados de nuestra historia ha sido la época de los Reyes Católicos. La historiografía españolista, que recoge una rancia tradición alimentada en el siglo XIX por las corrientes del romanticismo, presentó el matrimonio de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla como el instante “fundacional” de España.

Claro que, para solventar “el problema de la anomalía” de los 781 años de presencia política de gobernantes hispanos pero de religión musulmana en algún lugar de la península Ibérica, el territorio llamado Al-Andalus, los historiadores más conservadores han retrasado los orígenes de España a la mismísima legendaria batalla de Covadonga, e incluso ante, a la presencia de los monarcas visigodos en la Península allá por finales del siglo V y comienzos del VI. La “España visigoda” era la España cristiana, que se “perdió” por la conquista musulmana y que los reyes medievales lograron “recuperar” tras casi ocho siglos de “Reconquista”.

Así, de la unidad de la España visigoda a la España de los Reyes Católicos se habría producido una larga guerra por al recuperación nacional y la reintegración territorial. En este análisis, tan simplista como erróneo, se obvia a Portugal, como si una sexta parte del territorio de la península Ibérica fuera poco menos que una anécdota.

En este panorama, el matrimonio de los Reyes Católicos en 1469 se ha presentado como el aldabonazo definitivo a la unidad de España, perseguida desde comienzos del siglo VIII, en los pretendidos orígenes de la Reconquista.

 

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Fernando II de Aragón y V de Castilla y León e Isabel I de Castilla y León, los Reyes Católicos, se casaron en Valladolid el día 19 de octubre de 1469. Ambos eran miembros del linaje de los Trastámaras, y parientes en grado de primos segundos, pero hasta el momento de la boda no se conocían.

Isabel la Católica, retrato de Juan de FlandesLa boda fue urdida por el rey Juan II de Aragón, padre de Fernando el Católico que hasta su llegada al trono aragonés había sido uno de los más ricos hombres de Castilla además rey de Navarra por su matrimonio con la reina Blanca.

La idea de Juan II era conseguir que toda la península Ibérica quedara unificada bajo el dominio de la familia de Trastámara, reinante en la Corona de Castilla desde 1369 y en la Corona de Aragón desde 1412. Este linaje de origen bastardo, su fundador fue Enrique II, hijo del rey Alfonso XI y de su amante Leonor de Guzmán, se hizo con el poder en Castilla tras la muerte de Pedro I el Cruel en los campos de Montiel, y en Aragón tras la elección de Fernando I en el Compromiso de Caspe.

El matrimonio de Isabel, princesa heredera del trono de Castilla tras forzar a su hermano Enrique IV a que desheredara a su hija Juana la Beltraneja, y de Fernando, príncipe heredero de Aragón y ya rey de Sicilia, era la primera piedra para la unificación dinástica de todos los territorios peninsulares. Los Trastámaras planeaban además culminar su dominio sobre toda la Península con la incorporación de los reinos cristianos de Portugal y Navarra y del musulmán de Granada, mediante conquista si fuera necesario.

Los planes se fueron cumpliendo. Fernando e Isabel se convirtieron en reyes de Castilla y de León a la muerte de Enrique IV, aunque para ello tuvieron que vencer en una guerra civil a los partidarios de Juana la Beltraneja, cuya compromiso matrimonial con el rey Alfonso V de Portugal propició que un ejército portugués penetrara en tierras de Castilla y León en defensa de los derechos al trono de Juana. La derrota, aunque no tan contundente como se presentó, de los portugueses en la batalla de Toro dejó vía libre al reinado de los Reyes Católicos.

En 1479 murió el anciano Juan II de Aragón y su hijo Fernando se convirtió en el nuevo soberano de la Corona de Aragón. Las legislaciones castellana y aragonesas eran distintas en cuanto al acceso al poder real por parte de las mujeres, de modo que Fernando fue rey ejerciente en Castilla y León pero Isabel sólo fue reina consorte en Aragón. Una asimetría muy importante que la historiografía tradicional no ha considerado porque no le interesaba.

 

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El matrimonio de Fernando e Isabel –en ese orden se acordó que fueran nominados en las intitulaciones aunque el orden de las Coronas sería el contario, primero las de Castilla y León y luego la de Aragón- supuso la unión dinástica de las dos Coronas, pero sólo eso.

De hecho, ambas partes mantuvieron sus instituciones privativas (Cortes, altos funcionarios, cancillerías, leyes, tribunales de justicia, etc.), sus monedas y sus fronteras, tanto en el aspecto político y territorial como en el económico. Y su ordenamiento legal para llegar al trono, pues seguían vigentes la leyes sucesorias diferentes, de modo que un hijo varón de los Reyes Católicos los sería de Castilla y Aragón, pero una hija sólo sería reina efectiva de Castilla, aunque sí podría transmitir la potestad real en Aragón.

Por lo que respecta a Aragón, este reino, originado en las montañas de Jaca a finales del primer tercio del siglo XI, conservó todas las instituciones propias de un Estado (las Cortes, la Diputación del General y el Justicia Mayor, configuradas entre los siglos XIII y XV, pero con antecedentes legendarios, y mantuvo su identidad política y su personalidad jurídica.

estatuafernandp_992881626Pero su rey, Fernando II, también lo era de Castilla y de León, de modo que los cronistas comenzaron a urdir una serie de relatos en los cuales se presentaba al rey Católico como el verdadero hacedor de una nueva monarquía, y para ello se gestó toda una campaña de propaganda política. El máximo exponente de ella fue el cronista Gualberto Fabricio Vagad, que escribió su Crónica de Aragón, publicada en 1499, en la que introdujo toda una serie de mitos que se reprodujeron durante mucho tiempo, hasta que más de medio siglo después Jerónimo Zurita comenzara a desmontarlos.

Pero Vagad consiguió que la figura de Fernando el Católico fuera la del rey que convirtió a Aragón en el reino decisivo en la configuración de una nueva monarquía hispana. El motivo que impulsó a Vagad a escribir su crónica lo expone él mismo: “Conseguir el asombro ante las proezas y la sabiduría política de los aragoneses”.

La mitificación de Fernando el Católico se había puesto en marcha. El reino de Aragón, con Fernando II al frente, se presentaba como “tierra de libertad”, de “leyes antes que reyes”, de compromiso político, de lealtad y de unidad, de empuje y de valores cristianos.

La ya casi cinco veces centenaria monarquía aragonesa no necesitaba a fines del siglo XV de ninguna ratificación legitimista, pues la avalaban su historia, las leyes y fueros, el reconocimiento papal e internacional. Los monarcas de Aragón eran los herederos de Ramiro I y de Alfonso el Batallador, los descendientes del enlace matrimonial entre la reina Petronila de Aragón y el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, los soberanos que habían construido un verdadero imperio en el oriente peninsular y el Mediterráneo occidental. Así lo mostraba con orgullo el propio Vagad en su Crónica, donde presenta a los reyes de Aragón, y a Fernando el Católico como el último, y tal vez el mejor de todos ellos, como gobernantes inteligentes, sagaces, honestos y valerosos, miembros de un linaje que era capaz de engendrar los mejores monarcas de la cristiandad y ser el tronco de diversas casas reinantes: “Aragón dio reyes a Navarra, Valencia, Mallorca, Cataluña, Murcia, Menorca, Ibiza, Córcega, Sicilia, Nápoles y Castilla, y está en disposición de darlos a África, Constantinopla, Babilonia y Turquía”; nada menos.

Los reyes de Aragón, y Fernando el Católico como el más excelso entre todos, se presentaban como los soberanos más notables del mundo, a los que Vagad señalaba como “favorecidos por celestiales socorros”.

Tanto que sobre el Católico corrieron algunas profecías que lo identificaron con el “rey murciélago”, el monarca que liberaría a los Santos Lugares del domino islámico y los reintegraría a la cristiandad.

Comenzó así lo que en otro lugar he denominado “la construcción del mito historiográfico de Fernando El Católico”. Además de en las crónicas, esta campaña de propaganda quedó bien patente en los frescos que se atribuyen a la autoría de Giulio Romano, con marcadas influencias de Miguel Ángel, y que decoran la estancia llamada del Incendio del Borgo en los palacios Vaticanos en Roma. En esos frescos, el rey Fernando II de Aragón y V de Castilla aparece sentado majestuosamente en una hornacina, con corona real sobre su cabeza, mirando hacia su derecha; una coraza de soldado sin ningún elemento decorativo le protege el tronco, en tanto las caderas y las extremidades inferiores las cubre un manto imperial; en su mano derecha sostiene un estandarte similar al que precedía a los emperadores romanos en el que hay colgados una coraza de guerrero, una corona de laurel, dos granadas y un castillo; dos atlantes coronados de laurel lo enmarcan creando con sus brazos un arco de triunfo sobre la cabeza del soberano. Una cartela sobre las manos de los atlantes reza: FERDINANDVS REX CATHOLICVS CHRISTIANI IMPERII PROPAGATOR (“Fernando, rey católico, propagador del imperio Cristiano”), en alusión a la conquista del reino musulmán de Granada). El rey Fernando se sitúa entre los grandes monarcas de la cristiandad, escoltado por el emperador Carlomagno y por Godofredo de Bouillon, el conquistador de Jerusalén en 1099.

 

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La literatura de la época colaboró de manera muy eficaz a la mitificación del Católico. Ya en 1482 el poeta Pedro Marcuello pronosticó sobre él que “su nombre será más crecido que el de Aníbal”. Y el mismo Marcuelo contó que estando en la ciudad de Teruel con el rey Fernando en enero de ese año escuchó esta copla ofrecida el día de Reyes por el concejo turolense a su soberano:

 

“Fállase por profecía

de antiguos libros sacada

que Fernando se diría

aquel que conquistaría

Iherusalém y Granada.

El nombre vuestro tal es

y el camino; bien demuestra

que vos lo conquistarés:

carrera vays, no dudés,

sirviendo a Dios que os adiestra.”

Y el propio Marcuello ratifica que la profecía es cierta, pues escribe:

“Ya le dixe ay profecía

de antiguo libros sacada

que Fernando se diría

aquel que conquistaría

Jherusalén y Granada.”

 

Para ratificar todos estos augurios y darles contenido literario, Pedro Marcuello presenta en su cancionero a varios santos y apóstoles que, a modo de una especie de pequeño entremés teatral, van comunicando a una doncella el éxito de los Reyes Católicos en la futura conquista de Granada.

Fray Hernando el Pulgar, uno de los más conocidos cronistas de los Reyes Católicos, también recoge estas profecías en su Crónica: “Se decía que el ilustre y muy poderoso gran príncipe rey don Fernando, rey y señor de los reinos de Castilla, Aragón y Sicilia, había nacido en la más alta y copiosa conjunción de planetas jamás conocida, tanto que nada en este mundo se le podía resistir. Dios mismo lo había designado para recibir las mayores y glorias y victorias, y por ello era considerado como el murciélago, es decir, el soberano encubierto, el monarca que conquistaría todos los pueblos y destruiría a los moros en España, ganándola al fin para la cristiandad. Sería quien acabaría con los tornadizos y los herejes que se consideraban un escarnio para la Santa Fe católica. Fernando estaba predestinado a conquistar Granada, y aún más, a sojuzgar toda África y a todos los reinos de Marruecos y Túnez, e incluso más allá del mar. Era el rey designado para salvar a la cristiandad y para conquistar la ciudad santa de Jerusalén. Sería el propio rey en persona el elegido para clavar con sus propias manos el pendón de Aragón en lo más alto del monte Calvario. Por todo ello sería coronado emperador de Roma y no sólo del Imperio, sino de todo el mundo.”

Y en ello insistió otro panegirista, Rodrigo Ponce de León en su Crónica, editada en 1486: “… el ilustre y muy poderoso gran príncipe rey don Fernando, rey e señor de los reynos de Castilla, Aragón y Ceçilia, nasçió en la más copiosa y más alta planeta que rey ni emperador nunca nasció… y no será cosa es este mundo que se le pueda resistir… porque toda esta gloria y victoria tiene Dios prometida al bastón, conviene a saber, el morciélago, que éste es el encubierto, y éste retará todos los pueblos de mar a mar, e destruirá todos los moros de España, y todos los tornadizos será cruelmente del todo destruidos, por cuanto son escarnidores y menospreciadores de la Santa Fe Católica. Y no solamente su alteza ganará el regno de Granada muy presto, mas sojuzgará toda África e los reynos de Fez e de Túnez e de Marruecos e Benamarín … e ganará fasta la casa Santa de Jerusalén … e porná por sus manos el pendón de Aragón en el monte Calvario … e será Emperador, más monarca del mundo…”.

Desde fines del siglo XV, la figura del rey Católico siguió mitificándose en crónicas, historias, novelas , poemas y relatos. Y a este rey se le atribuía, junto a su esposa Isabel, el “feliz y triunfante” éxito de la culminación de la Reconquista y de la unidad de España.

 

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Y tras se ensalzado por autores como Nicolás de Castiglione, Nicolás de Maquiavelo, Jerónimo Zurita, Jerónimo de Blancas, Baltasar Gracián o Saavedra Fajardo, a comienzos del siglo XXI el mito se reaviva.

Pero lo hace desde el más rancio conservadurismo historiográfico. El gobierno de Aragón, presidido entonces por la señora Luisa Fernanda Rudi, puso en marcha a comienzos del año 2015 una exposición sobre Fernando el Católico que contenía un extraño subtítulo: “El rey que imaginó España y la abrió a Europa”.

La presidenta del gobierno de Aragón declaró entonces que lo que se pretendía era responder, desde el gobierno autonómico aragonés, a la manipulación de la historia que se estaba haciendo desde algunos ámbitos de Cataluña.

Y para ello no se le ocurrió mejor modo que recurrir a otro tipo de falsedades, usando como excusa a Fernando II y presentándolo como “el rey –aragonés, claro- que imaginó a España”. Pero el Católico no fue rey de España, que no existió como Estado unificado hasta los Decretos de Nueva Planta al final de la Guerra de Sucesión entre 1707 y 1714. Y no sólo eso. Fernando II de Aragón dejó de intitularse “rey de Castilla y León” el mismo día de la muerte de su esposa Isabel, el 25 de noviembre de 1504; nunca más tomó ese título. Desde luego, su idea política estaba lejos de “imaginar” una España unificada. Apenas habían pasado ocho meses de la muerte de Isabel cuando el Católico se volvió a casar, por poderes, con Germana de Foix, sobrina del rey de Francia, con la que intentó por todos los medios engendrar un hijo que heredara la Corona de Aragón (lo hizo, pero el niño murió a las pocas horas de nacer). Pretendía evitar que sus dominios cayeran a su muerte en manos de su hija Juana la Loca y de su yerno Felipe el Hermoso, y luego en las de su nieto Carlos. E incluso, cuando comprendió que ya no podría engendran un hijo con Germana, pensó saltarse las leyes sucesorias de Aragón y nombrar heredero a su otro nieto, Fernando, al que había criado desde su nacimiento.

Volvía de nuevo, en realidad nunca se ha ido, la rancia historiografía españolista que presentó a los Reyes Católicos como los reunificadores de una España eterna que se había “perdido” en el año 711, cuando la conquista islámica liquidó la monarquía visigoda, a cuyos reyes también los llaman “de España”.

Y así se sigue manipulando la historia, usándola de manera artera para intentar adoctrinar al personal con la idea de que España es “una unidad de destino en lo universal”. Los pannacionalistas de todo pelaje hacen un uso torticero de la historia, pero los panespañolistas, no les andan a la zaga.

Entre tanto, el manido Fernando el Católico sigue esperando una buena biografía.

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Doña Isabel la Católica dictando testamento. Eduardo Rosales (Museo del Prado)


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