por Javier Barreiro

 

Casa natal de Francisco CarrasquerLos españoles que llegaron a la edad de Carrasquer (Albalate de Cinca (Huesca), 30-VII-1915 / (Tárrega) Lérida, 7-VIII-2012) han tenido oportunidad de vivir tantas vidas que resulta ilusorio resumir su peripecia. Cuando Carrasquer nació, estaba en su apogeo la primera gran conflagración mundial y en España se vivía la Monarquía de la Restauración. Vinieron después la llamada “Dictablanda”, la República, la Guerra Civil, la Dictadura, la Transición y la nueva restauración de la Monarquía Constitucional con integración en Europa. Ateniéndonos a lo individual, Carrasquer nació en un pueblo español, donde la vida cotidiana se asemejaba a la de los campesinos medievales; sin embargo, desde varios años antes de su muerte, las complicadas comunicaciones de un pueblo del interior del país con el exterior se habían vuelto instantáneas. El escritor ya manejaba con soltura el ordenador, el teléfono celular y cualquiera de los muchos aparatos que en el transcurso de la peripecia del siglo habían cambiado la vida.


Entretanto, Francisco pasó por la niñez rural, el seminario, los trabajos de campesino y panadero en su pueblo, los mil empleos en Barcelona, las primeras experiencias sindicales y pedagógicas en la CNT y los ateneos libertarios, la guerra desde miliciano a jefe de estado mayor, el campo de concentración en Francia, el exilio, la prisión y el largo servicio militar a su vuelta a España, la lucha antifranquista, la tortura y, de nuevo, la cárcel, el exilio, los estudios universitarios de Psicología y Literatura, los años de docencia en Holanda, la profusa actividad intelectual y antifascista: fundación de revistas, publicación de dos decenas de libros y cientos de artículos, traducciones, colaboraciones constantes en El Ruedo Ibérico o el Pen Club, los premios, la jubilación y la vuelta a una España diferente, para bien y para mal.

Esta peripecia vital fue coronada con el Premio de las Letras Aragonesas en 2006, que reconoció una trayectoria ejemplar en lo civil, en lo intelectual y en lo ético. Quizá un poco inesperadamente, porque Carrasquer resulta todo lo contrario al prototipo de figurón de las letras al que a veces se otorga esta clase de galardones.

Efectivamente, la obra de Carrasquer es menos conocida de lo que debiera, achaque común a todos los exilados, que tuvieron unos breves años de fulgor en los años anteriores y posteriores a la muerte de Franco y después quedaron sumidos bajo los destellos de movidas, desencantos, banalizaciones y mercantilismos de la industria cultural. En el caso de nuestro hombre, a la condición de exiliado, hay que añadir la de aragonés –aunque obviaremos por cansancio el tópico, por demás certero, de la desafección de la tierra por sus contemporáneos ejemplares- y, sobre todo, la de libertario. Carrasquer, hombre de probada formación cultural y filosófica, como demuestran tanto su escritura como su denso curriculum académico, ha estado en el bando de la izquierda, más odiado y calumniado por unos y otros. Muy probablemente, su obra seguirá silenciada si los vértices del poder cultural -que en los últimos decenios han compartido la perversidad política, la estulticia académica, la desfachatez comercial y el analfabetismo de la prensa, todo bien adobado de corruptelas- no dan un vuelco, cosa en la que pocos creemos. De cualquier modo, Carrasquer siempre tomó con distanciamiento y humor todo esto, como se constata en su ilustrativo artículo titulado Cómo no triunfar en la vida.

El ejemplo civil de Francisco Carrasquer, su indagación intelectual y su significación histórica deberían ser una referencia inexcusable para todos los aragoneses con inquietudes sociales culturales o, al menos, con alguna sensibilidad histórica pero la injusticia, la indigencia y la indignidad de las escalas de valores, tan frecuentes en España, ha hecho olvidar muchas veces a quienes recordaban lo que pudo haber sido y no fue, esa “España de la rabia y de la idea”, de la heterodoxia, en la que tantos aragoneses, desde Miguel Servet a Sender, de los que tanto se ha ocupado nuestro hombre, tuvieron protagonismo.

La vida de Francisco Carrasquer es una continua entrega a la lucha por la libertad y la ilustración. Su padre, Félix, fue secretario del Ayuntamiento y del sindicato de riegos, con lo que su posición era relativamente holgada dentro de la pobreza general de la época. Su madre, Presentación Launed, murió ahogada en una acequia mientras lavaba, cuando Francisco contaba seis años. El padre volvió a casar con Mariana Alaiz, hermana del luego importante escritor anarquista Felipe Alaiz, al que Carrasquer dedicó un libro. A los diez años, Francisco ingresaba en el seminario de Lérida: “Mi inclinación por el seminario, creo que vino por no ir con los hijos de los ricos del pueblo, que iban a estudiar bachillerato a Barbastro y a Huesca. Me gustaba ir con los chavales pobres”. Cuatro años más tarde, perdida la fe, opta por colgar la sotana y “ganarse la vida sin deber a nadie su sustento”. Pronto marchará a Barcelona, donde queda vivamente impresionado por la euforia popular que desata la proclamación de la II República. Ya ha entrado en contacto con los ambientes anarquistas e, incluso, durante una corta estancia en su pueblo, vive la proclamación del comunismo libertario en la comarca del Cinca, que significó la cárcel para su padre y otros izquierdistas de la zona. A su vuelta a Barcelona, con ayuda de su hermano José, maestro, cursa el Bachillerato a la vez que él mismo da clases en la Escuela Racionalista Eliseo Reclús y en el Ateneo de las Corts, regentado por dicho hermano. Al estallar la sublevación militar, es de los primeros en rendir la resistencia de los cuarteles de Pedralbes y Caballería. En estas escaramuzas, fue testigo de la muerte de Francisco Ascaso. En su libro, Ascaso y Zaragoza. Dos pérdidas: la pérdida (2003), argumenta la decisiva importancia que tuvo esta muerte para el decurso de la guerra.. En el fragor revolucionario de tales sucesos, logró evitar el saqueo del convento de los Descalzos, arengando a la multitud, con lo que se salvaron tanto las vidas de los religiosos como las grandes riquezas artísticas allí guardadas. En seguida marchó al frente como miliciano pero pronto fue nombrado jefe de centuria e hizo toda la guerra en primera línea, al tiempo que enseñaba a leer y escribir a los combatientes no alfabetizados. Cuando, el 10 de febrero de 1939 cruzó la frontera francesa, era Jefe de Estado Mayor de la 119 Brigada.

Francisco Carrasque y José Martínez, en París- 1980

Tras siete meses en el campo de concentración de Vernet d’Ariege, la guerra mundial y el acoso de los nazis le fuerzan a volver clandestinamente a su país, donde pronto es detenido, encarcelado e incorporado forzosamente al tabor nº 5 de Regulares en Marruecos, donde ha de cumplir tres años. A fines de 1946, ya licenciado, es detenido por haber redactado un manifiesto de la Alianza Democrática, torturado y vuelto a ingresar en prisión durante seis meses. Con la libertad condicional consigue terminar el Bachillerato en 1948. Escribe entonces su primer libro, Manda el corazón, una novela rosa con cuyo producto pudo pagar su matrícula en la Universidad. A punto de salir su juicio, decide cruzar la frontera y salir de España en 1949.

Con sólo treinta y cuatro años, Carrasquer ha vivido varias vidas y ha sentido en sus carnes el trato que la España del siglo XX dio a muchos de sus hijos. A partir de aquí, el exilio, sí, pero que le deparará sus años más felices. Tras cursar Psicología en la Sorbona, recibe una propuesta para trabajar como colaborador cultural en una emisora internacional holandesa. Enseña Literatura Española durante diez años en la Universidad de Groninga y dieciocho en la de Leiden, donde presentó la primera tesis doctoral europea sobre Ramón J. Sender, autor del que es el especialista más fecundo. También fundó dos importantes revistas de hispanismo Norte (Leiden, 1957-1971) y Revista de Accidente (Leiden, 1975-1979) y fue director de Molinos (Amsterdam, 1982-1984). Además de sus obras de poesía y ensayo, tradujo decenas de libros. Entre los principales, una voluminosa Antología de la poesía holandesa moderna (1971) y la obra maestra de la literatura neerlandesa: Max Havelaar de Multatuli (1975). Entretanto le habían sido concedidos los Premios Nacionales de Traducción en Holanda (1960) y Bélgica (1963) y recibido el título de Comendador de la Orden de Oranje-Nassau (1980), por su labor de difusión de la cultura de los Países Bajos. En 1985 vuelve a España y recibe la Orden del Mérito Civil, por su labor de hispanista, instalándose en Tárrega, pueblo natal de su mujer, María Antonia, donde continuó, incansable, su labor intelectual.

Lúcido e ignoto, Carrasquer es uno de los intelectuales libertarios con una obra más sólida y variopinta, culminada en su libro de filosofía política El grito del sentido común (1994), que recoge su pensamiento social. Entre el resto de sus ensayos, son de destacar, Felipe Alaiz, estudio y antología del primer escritor anarquista español (1977), La literatura española y sus ostracismos (1980), Holanda al español (1995), voluminoso tratado sobre la cultura holandesa, y Ascaso y Zaragoza. Dos pérdidas: la pérdida (2003), su personal y aguda visión sobre la guerra civil  y que, como se dijo,  constituye también un apasionado y documentado alegato sobre la trascendencia de este casi olvidado personaje, adobado con argumentados excursos acerca del dilema “guerra o revolución”, la noción de “pueblo” y otras reflexiones sobre la reciente historia española. A su rigor documental y expositivo, une la soltura y la originalidad que delatan al escritor de fuste. Ni en sus escritos críticos se deja llevar del fárrago profesoral ni en los testimoniales proscribe la originalidad ni la prosa cuajada de imágenes y de inteligencia.


Carrasquer es, por otra parte, el estudioso que, sin asomo de dudas, más asiduamente se ha ocupado de Sender [1] desde la publicación de su tesis en 1968. Cinco libros monográficos, dos ediciones críticas y una antología poética de su obra. Son, pues, ocho en total los libros dedicados al autor de Chalamera, amén de otros muchos trabajos dispersos. La afinidad entre ambos la explica el propio Carrasquer por la proximidad de origen -sus lugares natales distan tan sólo diez kilómetros- de formación y de vivencias en torno a la guerra y al exilio. Se une a ello el que les separan tan sólo quince años en la fecha de nacimiento, es decir, una generación. Cronológicamente, Sender pertenecería a la del 27, mientras que Carrasquer -tres años más joven que Ridruejo, por ejemplo- se incluiría en la del 36. Otros rasgos comunes, salvando las naturales distancias en intención, actitud y género, podrían espigarse en la multidireccionalidad temática, el estilo desafectado y el variado sustrato cultural no acomodado a escuelas o esquemas.

Francisco Carrasque, en 2003

Tanto en los referidos a Sender como en el resto de sus ensayos, independencia, claridad, poco temor a incidir en lo “políticamente incorrecto” y un especial afán vindicativo constituyen rasgos propios de los enfoques de Carrasquer, cuya personalidad, por cierto, se acercaba más a la afabilidad, incluso a cierta timidez, que a la confrontación y a la beligerancia, aunque en su trayectoria personal siempre privó la insobornable defensa de sus convicciones en circunstancias tan adversas como las de la guerra, la resistencia interior y el exilio. Pese a sus galas universitarias, también observamos un cierto rechazo al academicismo, patente en los registros coloquiales de su prosa y en su mayor confianza en los argumentos de razón que en estériles plantillas perpetradas por tantos hacedores de curriculum cuyas producciones nos proporcionan habitualmente una sensación de irrelevancia.

Además del ninguneo de los centros de poder periodístico y editorial, tampoco Carrasquer ha sido muy afortunado en su recepción por parte del medio universitario. Exilio, ideas libertarias y carácter nada propenso al cultivo de falsas camaraderías ni arribismos no han debido de favorecerle en estos terrenos. Y, como se apunta, tampoco su estilo y modo de razonar anda muy cercano a los cánones académicos, que implican la asepsia, el pensamiento castrado, la huída de la originalidad y la toma de posición en vagonetas sólo arrastradas por la inercia, el meritoriaje y la mirada puesta en el escalafón. En todo caso, la naturalidad y ausencia de afectación son también rasgos que comparte con su admirado Sender, con el que intercambió un rico epistolario.

Tras el ensayo, la labor literaria de nuestro autor ha estado centrada fundamentalmente en la poesía  [2]: Cantos rodados (1956), Baladas del alba bala (1963), Vísperas (1969), Palabra bajo protesta (1999) y Pondera… que algo queda (2007), Poesía completa (2007) y Poemario aleatorio(2010), libros caracterizados por su variedad de registros (intelectual, épico existencial, social, amoroso…) y por una energía que podríamos considerar whitmaniana junto a ese conceptismo tan imbricado en el pensamiento y el estilo del poeta. La percepción de Carrasquer es siempre analítica pero continuamente se establece un juego de prioridades entre la razón y los sentidos. Desconfiando de una y otros, la salida es el juego lingüístico, el humor. Grave, si se quiere pero siempre asomando ese hocico burlón, cuando no es el tan ibérico expresionismo que en este pensador paniberista se encuentra por doquier, sobre todo en el libro que, según su propio criterio, es su obra poética más acertada y medular y corresponde a su momento poético más audaz y original, Baladas del alba bala.

Únanse a todo ello sus escritos, lastimosamente inéditos, entre los que figura una novela, Los centauros de Onir  [3], un ensayo sobre Miguel Servet, autor en el que fue  un gran especialista, como lo fue en Spinoza o en Rembrandt y el arte moderno  [4]. Su pasión por este último lo llevó a abrir una galería en Amsterdam. Por otro lado, en su fecunda labor como articulista, dejó constancia tanto de su profundidad y justeza en los análisis literarios como de su compromiso social y antifascista, que lo llevó a ser uno de los colaboradores más asiduos de los Cuadernos de El Ruedo Ibérico, dirigidos por su íntimo amigo José Martínez, uno de los hombres más lúcidos y olvidados de resistencia española.

Si uno de los argumentos más constantes en la obra de Carrasquer ha sido el de la defección de los intelectuales españoles ante la causa popular, su vida y obra demuestran que él ha sido ejemplo de todo lo contrario: un hombre del pueblo que, en las circunstancias más adversas, logró una rigurosa formación intelectual y la dedicó a la causa de  quienes nada heredaron.

 

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(1) Una antología de sus escritos sobre el novelista en Sender en su siglo (Edición de Javier Barreiro), Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2001.

 (2) Para un acercamiento a la misma, V. Javier Barreiro, “Palabra bajo protesta (Antología poética)” de Francisco  Carrasquer, Alazet. Revista de Filología nº 11, Huesca, 1999, pp. 343-345

(3)Un fragmento de esta obra se reproduce en El altruismo del superviviente (Edición de Javier Barreiro), Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2007, pp. 105-122, antología de la obra del autor publicada con motivo de la concesión del Premio de las Letras Aragonesas.

(4) Uno de sus últimos ensayos publicados, Miguel Servet, Spinoza y Sender. Miradas de eternidad, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2007, reunía trabajos sobre algunos de esos autores.


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