A lo largo de la historia se han destruido libros. Sí, han leído bien. Aunque seguramente ya conocen lo que ocurrió con la biblioteca de Alejandría (siglo III a.C.). Les aconsejo visionar la película Ágora (2009), de Amenábar.

Hubo otra biblioteca atacada antes que la egipcia, la de Asurbanipal, en Nínive (Mesopotamia) (612 a.C.). Los babilonios arrasaron la ciudad.

En 2013, en Mali, insurgentes islamistas incendiaron la biblioteca de Tombuctú, destruyendo 4.000 documentos antiguos. Uno de los bibliotecarios reaccionó con el tiempo suficiente para organizar el traslado de cientos de miles a un lugar seguro.

Ha habido destrucciones con otros objetivos. El emperador chino Shih Huang Ti (259-210 a.C.), el de los soldados de terracota, ordenó destruir todos los documentos del imperio y se quedó un ejemplar de cada título. Dos años antes de su muerte, con la idea de que la historia comenzaría con él, quemó las copias que atesoraba en su Biblioteca Real. Otro dato escalofriante a añadir: mandó enterrar vivos a 460 eruditos confucianos para controlar la escritura. Era muy consciente del poder de las palabras y del conocimiento.

Damos un salto en el tiempo. Estamos en el año 333. Constantino I ordenó quemar los escritos de Arrios y de sus partidarios.

El mismo Augusto (siglo I) mandó destruir más de 2.000 libros de profecías y destinos.

Cruzamos el Atlántico en 1562. Parte de códices mayas y aztecas son destruidos por ir en contra de la religión cristiana, por indicaciones de Fray Diego de Landa que había sido enviado para convertir a los indígenas al cristianismo.

Seguimos avanzando y nos vamos a Alemania. El 10 de mayo de 1933 comienza la quema de libros por parte de estudiantes, profesores y miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. El régimen incluye en la quema obras de John Dos Passos, Ernest Hemingway y Jack London, entre otros.

Introduzcámonos en la literatura. Cervantes, en El Quijote (1605), diseña la quema de los libros de caballerías que han vuelto loco a Alonso Quijano. El barbero y el cura se encargan de ello. Uno de los libros es perdonado: Tirant lo Blanc (1490).

Ray Bradbury construye una sociedad distópica, Farenheit 451 (1953), en la que los bomberos provocan el fuego en el papel escrito. El título indica los grados adecuados para quemar bien los libros; si no se usa ese valor el calor se queda en el centro y el resto no alcanza la temperatura de ignición.

¿Por qué se queman los libros ajenos? Hay varias respuestas: por el contexto político, por la censura, por la oposición cultural, religiosa o política… y por ego del ordenante o por el poder de ser el único poseedor, por supuesto, como hemos comprobado antes.

También prohíben libros concretos, como Harry Potter (1997), de J. K. Rowling, en bibliotecas públicas de Estados Unidos en 2019 por exhibir magia; o Yo soy Malala (2013), la niña que fue asesinada por los talibanes por defender la educación, en Pakistán en 2013, en las 40.000 bibliotecas de otras tantas escuelas infantiles; en la provincia de Hunan (China) en 1931, el gobernador prohíbe Alicia en el país de las maravillas (1865), de Lewis Carrol, porque los animales no podían estar al mismo nivel que los humanos; Hojas de hierba (1855), de Walt Whitman, tuvo un intento de prohibición en 1881 lo que provocó un aumento de las ventas y el autor pudo comprarse una casa; El origen de las especies (1859), de Charles Darwin, fue prohibida en el Trinity College de Cambridge.

Penguin Books fue a juicio en 1960, en Inglaterra, por publicar El amante de Lady Chatterley (1928).

También hubo una lista de libros prohibidos para los católicos: el Index Librorum Prohibitorum, iniciado por Pío IV en 1564 y que estuvo en vigor, más de 400 años, hasta 1966 cuando Pablo VI lo suprimió. En el listado se incluía a Hume, Zola, Diderot, Balzac, Zúñiga, Beauvoir…

Un pequeño apunte: bowdlerize (expurgar, en inglés) viene de Thomas Bowdler, que censuró el 10% de la obra de Shakespeare; aunque, en realidad, fue su mujer quien llevó a cabo dicha censura para que fuera accesible a mujeres y a niños…

Pero dejemos este recorrido por la hoguera, la censura y la prohibición, y vayamos ahora a la decisión de un autor/a sobre su propia obra. ¿Por qué Kafka quiso destruir su obra para que no se publicara? Nos introducimos en la psicología: la personalidad y el carácter pueden jugar malas pasadas.

Nos podemos encontrar con un nivel alto de autoexigencia (esa perfección que queremos alcanzar y a la que creemos no llegar), una mínima percepción de inseguridad (el síndrome del impostor actuando), esa insatisfacción que inunda cada minuto, el desencuentro con uno mismo, los pensamientos sobre posibles represalias (ya se han mencionado las razones políticas y religiosas que pueden provocar intolerancia), un temor irracional a lo que podría ocurrir con lo escrito, el propio carácter depresivo o el destructivo que surgen inesperadamente, el miedo al qué dirán, el terror al fracaso…

Tendremos que agradecer la desobediencia de Max Brod, el amigo de Kafka, que no cumplió los deseos del autor. En 2019, llevaron a Jerusalem el contenido de varias cajas fuertes de un banco de Suiza que guardaba viñetas, obras inacabadas, cartas…

La conversión en un insecto, algo oscuro y desagradable a la vista, fue novedoso, impactante. ¿Acaso Kafka se sintió así, como algo desechable? Nunca lo sabremos a ciencia cierta. Mientras tanto, los insectos existen, son numerosos en variedad y en cantidad, y mantienen una función en la Tierra. Su texto, creativo y humano, siempre perdurará.

A continuación, se indica una relación de libros que fueron salvados de la destrucción que habían solicitado sus autores/as. La siguiente lista no está completa.

  • La metamorfosis (1915), Franz Kafka.
  • La Eneida (19 a.C.), Virgilio. El autor creía no haber alcanzado la perfección.
  • El original de Laura (2009), Vladimir Nabokov. Estuvo 3 décadas en un banco suizo. Está inacabada.
  • Poemas (2005), Emily Dickinson. Su hermana no salvó la correspondencia y sí, poemas en cuadernos y hojas sueltas.
  • El maestro y Margarita (1967), Mijail Bulgákov. La reescribió 4 veces. La terminó su mujer en 1941.
  • Memorias (1989), Lord Byron. Se quemaron y fueron reconstruidas por el poeta Thomas Moore tras largas investigaciones.
  • Carrie (1974), Stephen King. Destruyó las primeras páginas.
  • Almas muertas-segunda parte (1842, la primera), Gógol, está inacabada.
  • Stephen, el héroe (1944), James Joyce. Su mujer salvó la novela.
  • En agosto, nos vemos (2024), Gabriel García Márquez.
  • Almas de violeta (1900) y Nínfeas (1900), Juan Ramón Jiménez. El autor estuvo robando ambos libros de todas las bibliotecas que pudo para destruir los ejemplares. Consideraba que no eran pensamientos puros sino “borradores silvestres”.
  • Fanshawe (1828), Nathaniel Harthone. Quemó las copias que no se vendieron.
  • El pobre y la dama (1867), Thomas Hardy.
  • Francisco Ayala destruyó sus primeros poemas.
  • Las nubes y el arquero (extraviado) y La otra orilla (1995), Julio Cortázar.
  • Sobre héroes y tumbas (1961), Ernesto Sábato. Lo salvó su mujer.
  • Adiós a las armas (1929), Ernest Hemingway. Escribió 47 finales alternativos que han sido recopilados por su nieto y publicados en 2012.
  • Salinger ya no volvió a publicar en vida después de El guardián entre el centeno (1951). Dijo antes de morir: “publicadlo todo, hasta las verrugas”. A ese periodo se le llamó “apagón Salinger”.
  • Poema de Gilgamesh (2.500-2.000 a.C.), civilización sumeria, considerada la obra narrativa más antigua de la humanidad, estaba en la biblioteca de Asurbanipal.

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