Joaquín Sánchez  Vallés

Funerales

Con estupor asisto al funeral del día,
sobre el país morado de los cielos los estorninos bailan
celebrando el fracaso de la luz,
el sol grita en sus bocas la antífona estridente del desmoronamiento,
congestionado baja la escala de los grises proclamando su vasta rendición.
Acercaré mis ojos a la noche, limpiaré los cristales de mi mano
y aguardaré la estrella que pronuncia mi nombre en el oscuro azul.
Allí quedó lo que perdí,
la música del astro me susurra su olvido,
su vacío recuerda qué inútil fue esperar la permanencia, conjurar un destino, amar un
/ cuerpo;
hoy alcanza mis ojos esa luz extinguida hace milenios
para hacerme saber que nunca tuve nada
y la vida de un hombre es una piedra que gravita en torno de un relámpago.
Con desazón asisto al funeral del mundo,
un profeta sin pieles envenena los ríos y perfora el desierto corazón de la tierra,
suena su voz a hierro golpeado como el pisar de un buey sobre el frío barbecho del
/ otoño,
pues él sabe la angustia de los mapas y el persistente hedor de las alcantarillas.
¿Qué será de nosotros?
¿Qué diré a aquel anciano que cuenta los cadáveres en una carretera oxidada de
/ escarcha?
¿Quién es esa mujer apoyada en un muro sobre una maleta que ya nunca abrirá?
¿A dónde va ese niño que atraviesa fronteras completamente solo?
Si una vez hubo llanto,
que comparezca ahora
y anuncie a los que viven que ha llegado el momento de dejar de vivir.
En los jardines de la realidad canta la muerte su canción de barro,
con largo cañoneo ha dibujado la inmensa geografía de los huesos:
Ucrania, Siria, abandonado Yemen, o Sudán, o territorios más desconocidos,
países harapientos donde existió una iglesia en la llanura, un monte de mezquitas,
naciones junto al mar en cuyas playas se tendían descuidados amantes.
¿Qué será de nosotros?
Con ese estruendo se destruye el mundo,
con ese estruendo se desploma el día,
mañana llegará, amaneceremos
y alzaremos los ojos al silencio del cielo
en el paisaje blanco en que se vuelca la enrona de la vida, el escombro del aire.
Joaquín Sánchez  Vallés

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