Gonzalo Mallarino Dossier 6 revista Imán 22

Gonzalo Mallarino Flóez

Bogotá, 1958. Poeta y narrador. Estudió Administración de Empresas en la Universidad
Externado de Colombia y un Máster en Economía de la Universidad de
los Andes.
Hasta 1998 trabajó en el mundo empresarial, concretamente en el sector financiero,
en donde dirigió varias compañías.
Tiene seis libros de poemas publicados y como narrador se dio a conocer
principalmente por sus novelas que conforman la Trilogía de Bogotá: Según la
costumbre (Alfaguara, 2003), Delante de ellas (Alfaguara, 2005) y Los otros y
Adelaida (Alfaguara, 2006). También es autor de las novelas Santa Rita (Alfaguara,
2009) y La intriga del Lapislázuli (Norma, 2011). Es colaborador habitual
de diversas revistas y periódicos en Colombia y sus textos han sido incluidos en
múltiples antologías. Entre 1998 y 2012 fue el director cultural del Gimnasio
Moderno, en Bogotá.

 

 

Capítulo 11 de Canción de dos Mujeres (Alfaguara, 2016)

11.
… cómo quisiera alguna vez
acariciarte con mis brazos desnudos,
tú estarías en éxtasis si te permitiera
recostar tu cabeza sobre mis senos…

Qué bonito escribía la Condesa de Die.
Yo fui la primera mujer que tú besaste. Tú no habías estado con nadie antes.
Yo tampoco a pesar de ese muchacho con el que me acosté una vez. Yo no tenía
ninguna experiencia y ya casi tenía treinta años.
Tú eras preciosa. Eras un poquito más alta que yo y más delgada, creo que eso
ya lo dije. Tenías el pelo liso, muy negro, largo, pluvial como diría García Márquez.
Y tu cintura era pequeña, yo casi cubría todo tu estómago poniendo mis
manos extendidas. Tus caderas eran anchas, los huesos eran anchos, cuando estabas
boca abajo te extendías, te ampliabas, te veías más grande. Menos infantil.
Eso me gustó tanto. Que un cuerpo, que tu cuerpo tendido fuera otro, distinto al
cuerpo delgadito de cuando caminabas o estabas de pie, como cuando vigilabas
las salas del museo.
Como si las ganas, los besos, el calor, lo volvieran otro cuerpo. Mayor, anterior,
que ya no era solo tuyo sino de muchas mujeres que se sumaban y se eslabonaban
una a la otra, continuamente. Hasta llegar al tiempo presente de tu cuerpo
al lado del mío.
Yo, en cambio, era más fuerte que tú, los muslos más gruesos, las nalgas, el
busto más grande. Y era muy blanca, tenía algunas pecas, en la nariz, en los
pómulos, y muchas en la espalda. Seguro te acuerdas. Tenía el pelo un poco
castaño, no tan negro como el tuyo, y mucho, muy lleno, en verdad muy bonito,
pero no largo como el tuyo, no pluvial para usar otra vez la pala. Cómo te quise.
Cómo me gustabas.
—¿Te acuerdas de Horacio y la Maga?
Rayuela, tan bonita esa novela. Yo tratando como una loca de traducirte eso para
que sintieras, para que te acercaras a sentir en castellano cómo era mi dicha de
quererte y de besarte. Como en el capítulo siete de Rayuela.
No existe un capítulo siete de los besos de dos mujeres. Nadie ha escrito eso.
Siempre son besos de un hombre y una mujer. Y lo mismo en el cine. Y en la
pintura. En todo. Alguien debería cantar, rimar, pintar los besos de las mujeres.
Yo creo que todas las mujeres se besan de una manera nueva. De las dos mujeres
que están ahí. Tienen que inventar cada vez los besos. Son como inexistentes
para todos. Nadie sabe cómo son. Nadie quiere saber. No existen. No se ven. En
la cultura, en la familia, en la universidad, en la calle, no se ven. No valen. No
pueden ser ni siquiera imaginados.
Es muy raro, Ana. Los besos y los labios y la saliva de las mujeres son muy misteriosos.
Y son muy puros, no están degradados como los besos de los hombres.
Además, siempre con la cosa de la virilidad tan presente, tan preponderante,
tan aburrida. Esa cosa tan lamentable de la potencia sexual de los hombres que
parece haber moldeado todo. Todo el mundo, toda la historia. Pero dos mujeres,
dos mujeres solas, así tomadas de una en una como diría José Agustín Goytisolo.
O de pronto era Blas de Otero, quién sabe. No me acuerdo. Pero lo cantaba Paco
Ibáñez.
—¿Te acuerdas de Paco Ibáñez?
Yo logré que mi papá me mandara de Bogotá mis discos de él. Y te los puse en
una radiolita. Y trataba de traducirte. Qué tremendo músico. Ese deja cinco o
seis melodías de una belleza inmensa, inmortales. Nunca van a desaparecer, por
lo bellas y esenciales y simples que son. Qué tremendo músico. Sigo sin parar,
Ana, no puedo parar de hablar. Ya no sé nada. Me da angustia que se me olvide
todo. Estoy rendida, estoy como mareada.
—Casi no tengo hambre ya, ¿sabes?
Como muy poco. Mira cómo tengo las piernas, mira, espérame me descubro un
poco para que veas. Mira, me voy a levantar un poco este camisón para que veas
mis piernas que eran tan fuertes, los muslos, las pantorrillas. Mira ahora cómo
están, tan delgaditas, tan livianitas, casi nada, dos palitos, de piel blanca, delgaditas.
Y mira el estómago, y aquí donde empiezan las costillas y el esternón, ven,
pon tu mano aquí, en el estómago, siente cómo estoy de caliente porque siempre
estoy acostada, porque estoy siempre enferma. Ven, pon tu mano, siente el miedo
tan tremendo que tengo de morirme.
Ven, corazón, tócame un poco que sólo tú sabías, sólo tú entendías cómo era,
porque podías demorarte, ir despacito, poco a poco, hasta que me hacías temblar
y casi llorar de la dicha. Ven, tócame un poco, un instante, te lo ruego, ahora que
tengo un poco de ganas, yo no sé por qué, tantas ganas, después de tanto tiempo,
casi un año, aquí entre esta cama. Imagínate, quién va a tener ganas, y sobre
todo, a quién más podría yo decirle esto, pedirle esto, rogarle por un poco de
esto para volverme a acordar de lo delicioso que era, y de cuánto te quería y me
gustabas, ven, mi amor, te lo ruego, tócame un poco que me muero de cansancio
pronto y ya no voy a poder sentir, tócame, antes de que me muera de verdad y
ya sea muy tarde…
…. ya, ya, ya pasó, ya me desvanecí, ya me morí, tengo ganas de llorar, voy a
llorar de la dicha, ay, Ana, qué felicidad, no me dejes llorar ahora, ahora no,
abrázame, déjame cierro los ojos mejor, déjame vuelvo a respirar, quedé como
ida, hacía tanto de esto, ya déjame, se me vino todo el mundo encima, me morí,
Ana, ya no puedo ni abrir los ojos…


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