Sarilis Montoro
Escritora de relato

Huesca: Misterio archivado

La ciudad de Huesca, la adorable puerta de Los Pirineos, anda un tanto alborotada. Sus calles, sus jardines, sus museos, en cualquier rincón de la ciudad, ya sea de entretenimiento o cultural, no se habla más que del extraño suceso. El diario del Alto Aragón, también se ha hecho eco de la insólita noticia.

Al principio, el Ayuntamiento de Huesca se negaba rotundamente a que la noticia llegara a los medios de comunicación o al menos si llegaba, que fuera a cuentagotas, pero el sol no se puede tapar con un dedo. La Concejalía de Cultura se sentía impotente al carecer de una explicación convincente que satisficiera la curiosidad de los periodistas y por supuesto del pueblo oscense.

¿Cómo explicar la desaparición de varios objetos de gran valor histórico de distintos museos de la ciudad y luego cómo exponer con veracidad y lógica la aparición de los mismos en distintos puntos estratégicos del pulmón verde de Huesca, el parque Miguel Servet? ¡Algo había que hacer! Comenzaremos desde el principio…

El 25 de febrero del año 2000 de nuestra era, Huesca amanecía envuelta en un gélido cierzo. La ciudad poco a poco se despertaba entre bostezo y bostezo. La zona del Coso en el barrio de San Lorenzo recuperaba su habitual bullicio, desperezándose con los brazos abiertos para así extenderlos por bares y cafeterías y abrazar con entrañable afecto el sabor del delicioso chocolate y aromático café, acompañados de las delicias tradicionales como la trenza de Almudévar, los suspiros de monja o las castañas de mazapán. El fuerte viento no impedía que los vecinos se arremolinaran en los Porches de Galicia, punto de encuentro donde hombres y mujeres iniciaban sus conversaciones matutinas, para luego continuar con las vespertinas y acabar con las nocturnas bien frente a la puerta del teatro Olimpia o frente a la plaza de toros. Nada hacía predecir que ese día del 25 de febrero pasaría a la historia como un día impregnado de angustia y misterio.

El primer lugar donde saltó la alarma de que alguien había entrado a robar fue en el Museo provincial de Huesca, situado en la plaza de la Universidad, al norte de la ciudad. En las ocho salas que dispone el museo para exposición permanente los gritos y lamentos eran los protagonistas, aquella fría mañana. La colección de Arqueología y Bellas Artes había sido profanada. Los cuadros de Goya y las tablas del maestro de Sijena, entre otros cuadros, se encontraban por el suelo como objetos abandonados a su suerte. Piezas íberas y romanas se hallaban rodando como si fueran empujadas por una mano invisible que jugara en una bolera. Los funcionarios del museo estaban aterrorizados y confusos, pero este estado de casi histerismo colectivo dio paso al enojo más profundo cuando se descubrió la desaparición del fabuloso y prestigioso Tiraz de Colls, maravilloso tejido islámico tejido en seda e hilos de oro con la técnica del tafetán, una fantástica obra de arte que tan sólo lucían antiguos califas.

¿Quién o quienes podían haber robado tan valioso tejido y para qué?

Esto sucedió a las diez de la mañana.

El siguiente lugar objetivo de ataque fue el Museo Diocesano situado en pleno casco histórico, museo destinado a representar el arte sacro en distintas disciplinas. En sus cuatro salas existía el mismo revuelo y desesperación que en el anterior museo. El desorden y el caos reinaba en sus esquinas, vitrinas vaciadas, objetos desperdigados sobre las alfombras cual pedruscos en un campo de minas. Había que poner mucho cuidado en donde se colocaba el pie para no aplastar literalmente alguno de aquellos objetos, la mayoría de bronce y plata. La ira se desató entre los funcionarios ante la ausencia de unas antiquísimas vinajeras de plata.

¿Quién o quienes podían haber ultrajado de ese modo la sacralidad de aquel museo?

Esto sucedió a las once de la mañana.

La siguiente instalación objetivo de ataque fue el Centro Planetario situado en el Parque Tecnológico Walqa. En dicho centro no cundía el pánico, pero sí el desánimo y el pesimismo. Un espacio maravilloso creado para gozar del Universo, aterrizar en otros planetas, acercarse a sus galaxias, no se había salvado del vandalismo. De los cuatro telescopios que disponía el Planetario desapareció uno, fue literalmente arrancado de sus raíces estelares. Los alumnos del colegio público San Vicente, que esa mañana se disponían a disfrutar de los placeres galácticos, se sentían desilusionados e incluso traicionados por la dirección del colegio como si fueran los responsables de la espantosa situación.

¿Cómo podía haber sucedido semejante agresión a la cultura espacial precisamente el mismo día en que iba a ser visitado por unos jóvenes ávidos de cultura inquieta e innovadora?

Esto sucedió a las doce de la mañana.

El siguiente y último objetivo de violencia y atraco fue el Museo Pedagógico situado en la plaza Luis López Allué. Aquí, los objetos que fueron sustraídos eran varios tinteros y un globo terráqueo, pertenecientes todos ellos al mundo de la enseñanza de principios del siglo XX. En este museo, al menos, se respetó el orden pues todo se encontraba en su sitio.

Cuando los funcionarios del museo pusieron la investigación en manos de la Policía Nacional creyeron encontrar en el orden del último museo violentado indicio de agotamiento por parte del o de los delincuentes.

Esto sucedió a la una del mediodía.

A lo largo del resto del día no se produjeron más fechorías, tan sólo quedó impresa en el espíritu de Concejalías y Policía la sensación de incredulidad e ignorancia ante la impotencia acerca de cómo afrontar el curso de la investigación de los insólitos sucesos y las pesquisas a seguir. Aquellos robos parecían cometidos con una finalidad lúdica e incluso burlona. A pesar del desorden en el Museo Diocesano y en el Museo Provincial de Huesca, ninguna pieza u obra de arte había sufrido rotura alguna, por lo tanto, el objetivo del delincuente no era causar daño al Patrimonio histórico que custodiaba la ciudad de Huesca, sino más bien causar expectación e impresionar sobre el alcance de tales robos, lo cual, fue efectivamente conseguido con creces. Por otro lado, las actuaciones delictivas dejaban claro la gran diligencia en la ejecución de las mismas, puesto que los robos se produjeron en un espacio de tiempo muy corto teniendo en cuenta la distancia que existía entre un museo y otro.

¡Pero si resultaba imposible a no ser que llevara o llevaran alas en los pies!

El primer paso que se dio en la investigación ante la falta de pruebas, pues no se encontraron huellas ni pistas tangibles a investigar, fue solicitar la colaboración ciudadana. Se requería, se rogaba, se suplicaba que todo ciudadano o ciudadana que hubiera sido testigo de alguna situación extraña o anómala, por pequeña o indiferente que pareciera, fuera inmediatamente comunicada bien al Ayuntamiento o la Comisaría de Policía. Todas las declaraciones serían tenidas en cuenta y bien recompensadas. Un aluvión de ciudadanos se presentó en el Ayuntamiento dispuestos a colaborar, pues muchos de ellos, sí fueron testigos oculares de una situación cuanto menos curiosa. El Ilustrísimo Ayuntamiento de Huesca eligió un espacio concreto para recibir a los testigos y fue la sala que se encuentra presidida por el lienzo de Casado del Alisal: la campana de Huesca.

Las autoridades confiaron en el efecto disuasorio de tal obra para todos aquellos testigos que vinieran a prestar declaración teñida de fantasía, protagonismo o falsedad que enturbiara la complicada investigación. El hecho de observar las trece cabezas cortadas de nobles rebeldes de un pasado histórico, podía sugerir que las falsas declaraciones darían lugar a un caro castigo. Se jugaba mucho en la ciudad de Huesca para tratar con fruslerías y divertimentos a costa del Patrimonio histórico sustraído de modo tan abrupto. La sensación de fracaso y desolación iba en aumento entre las autoridades competentes. Todas las declaraciones coincidían en el mismo dato: un extraño ser humano de avanzada edad, fue visto la tarde del 25 de febrero en la terraza del Casino. Se encontraba bebiendo una taza de chocolate; su imagen llamaba mucho la atención, casi todo el mundo creyó que se trataba de algún actor ambulante que estaba haciendo tiempo antes de entrar a escena, probablemente en cualquier parque de la ciudad. Su indumentaria evocaba una época antigua que nadie supo identificar. El extraño vestía polainas color naranja con una sobrefalda color oro, una chaqueta negra que recordaba a las cazadoras negras de cuero de la actualidad, de la chaqueta negra sobresalía un cuello blanco de corte cuadrado partido por la mitad como a modo de babero. Una banda ancha tan naranja como sus polainas, cruzaba su tórax como si de una Miss Universo se tratara. El señor se mostraba pacífico y concentrado en alguna reflexión que rumiaba en su fuero interno y lo más extraño y misterioso es que un saco voluminoso y cerrado con una soga, era su única compañía. En ningún momento nadie declaró que el individuo en cuestión tomara entre sus manos la taza y bebiera de ella, en realidad se mantenía tan inmóvil, que parecía un ser de otro mundo. Sólo hubo un ciudadano que aportó un dato más y que resultaría de un gran valor para esclarecer donde se podían encontrar los objetos robados. Se trataba de un joven camarero de aspecto distraído que, como quien no quiere la cosa, cuando a punto estaba de abandonar la sala del Ayuntamiento dijo sin dar mayor importancia:

—Ah, sí, una cosa más, me preguntó dónde se encontraba el Parque Miguel Servet, me contó que hacía muchos años había vivido allí y necesitaba dejar unos bártulos que había comprado en la ciudad a lo largo de la mañana; su voz sonaba nostálgica y triste. Yo me giré para indicarle qué dirección debía tomar y cuando fui a preguntarle si había entendido bien mi explicación, pues se le veía ausente y mayor, había desaparecido, ya no estaba sentado en la silla frente a la mesa. ¡Diantre! —pensé —¿Dónde diablos se ha metido este hombre?

De inmediato, se organizaron varios dispositivos policiales en dirección hacia el pulmón verde de Huesca. Un equipo de agentes bien armados comenzó a rastrear el parque exhaustivamente y con gran sigilo, pues desconocían el perfil psicológico de aquel individuo que todo el mundo parecía haber visto tranquilamente sentado en la terraza del edificio del Círculo Oscense; el fabuloso casino de estilo modernista. Se desconocía si era pacífico o podía resultar un loco peligroso. ¡Cuál fue la sorpresa de los agentes cuando encontraron en el estanque del parque unas vestiduras que parecían poseer las mismas características con las que habían sido descritas por los vecinos oscenses!

Se encontraban cuidadosamente depositadas sobre los escalones de hierba que daban acceso al estanque, por donde se deslizaban bellos cisnes ajenos a aquel elemento que desentonaba con la armonía del espacio natural. La ropa fue recogida e introducida una a una en diferentes bolsas para su posterior análisis.

El siguiente objeto hallado fue el telescopio del Planetario. Se encontraba en el quiosco de la música situado enfrente de la entrada principal del parque, se hallaba justo en medio como si fuera a presidir una aventura galáctica en el centro de un bosque cuajado de árboles y plantas exóticas traídas de la China y Japón.

Los tinteros y el globo terráqueo sustraídos del Museo Pedagógico, se hallaron en la casita de Blancanieves. Los tinteros exactamente en el estanque de nenúfares y el globo terráqueo sobre el mural cerámico de la protagonista del cuento y sus siete enanitos. Los agentes de policía cada vez más convencidos, sentían que detrás del suceso se encontraba la mano de un individuo burlón que se estaba riendo de ellos; seguramente que se encontraría en esos instantes agazapado tras un árbol o en cualquier rincón del parque, vigilando a los policías que trataban de encontrarlo. Los agentes enrojecían por momentos de la rabia que sentían.

El lujoso tejido islámico se encontró junto a la estatua de los reyes pirenaicos, exquisitamente extendido sobre la estructura rocosa que representa al Pirineo.

Las vinajeras de plata se encontraros junto al monumento de Las Pajaritas de Ramón Acín, monumento dedicado a la papiroflexia.

Finalmente, el saco que supuestamente acompañaba al anciano, se encontró en la fuente de Las Musas, frente al Casino, flotando en las aguas como si fuera un pedazo de burda tela arrojada al agua tratando de ahogar de este modo el último vestigio de un suceso cuya autoría jamás sería descubierta o…

El análisis de las vestiduras en el Instituto de medicina legal y ciencia forense no aportó nada relevante, no se encontró ningún rastro de cabello, mancha de sudor, sangre, nada de nada, tan sólo restos de hierba impregnados en las polainas que situaban al extraño ladrón en el parque donde se encontraron los objetos. Tampoco se encontraron huellas en los objetos, era como si una mano invisible estuviera detrás de aquel descabellado robo, por no tener no tenían ni siquiera un móvil que justificara la absurda conducta delictiva.

Las autoridades llamaron a declarar de nuevo al joven camarero del Casino, pues era el único que había recordado con exactitud, la indumentaria del sospechoso. El joven ni añadió ni quitó nada de su antigua declaración, así que con la identificación que disponían, se hizo un retrato robot y ¡cuál fue la sorpresa a la que se enfrentaron los investigadores! Aquello superaba cualquier lógica, era totalmente irracional, se estaban enfrentando a una realidad que cruzaba el marco de una brillante inteligencia e iba mucho más allá.

Efectivamente, el individuo fue hallado, pero su detención resultaría imposible de llevar a cabo por una razón tan fantástica como inverosímil. El sospechoso pertenecía a otra época, concretamente al siglo XVII.

Todo encajaba.

Su descripción física y lo que en nuestros días se llama el móvil del crimen, pues los vecinos de Huesca consideraban que se había cometido un crimen contra la Historia custodiada en los museos y centros educativos de la ciudad. La falta de respeto con la que habían sido tratados los valiosos objetos resultó una grave ofensa para toda la comunidad de Aragón.

Acaso eso, ¿no se podía calificar como crimen?

El individuo se trataba de Vicencio Juan Lastanosa. Gentilhombre de la casa de Carlos II. Ahondando en el pasado se descubrió que se trataba de un gran erudito que había vivido en Huesca, en el Coso Alto. Se descubrió que la familia de los Lastanosa poseía un palacio y exóticos jardines precisamente en el punto donde en la actualidad se sitúa el parque Miguel Servet, por lo tanto, en este curioso dato encontraron el motivo por el cual el huidizo ladrón depositó los objetos. ¿Añoranza, melancolía?

La personalidad que, hasta hacía poco era totalmente desconocida, encajaba a la perfección en el perfil psicológico del autor, tenía que tratarse de alguien interesado en las artes, en el pasado, en la Historia y así se demostró pues el señor Lastanosa fue un gran coleccionista, hizo de su casa un museo donde albergó obras de arte, armas antiguas, monedas, incluso se hizo con un museo de ciencias naturales donde como si de un síndrome de Diógenes se tratase, recopiló todo tipo de fósiles del Pirineo y Moncayo, así como piedras preciosas de tierras lejanas.

El acervo cultural de semejante gentilhombre oscense era tan amplio como el infinito cielo o el ancho mar. Sin embargo, nada quedó de su legado cultural tras su muerte, pues el infortunio hizo que todo se perdiera, excepto algunos libros de su magnífica biblioteca que se pueden encontrar repartidos en bibliotecas de Estocolmo o Praga, entre otras capitales europeas.

La sensación de injusticia caló en los huesos de los investigadores como la fuerza del agua erosiona la dura roca. Se presentó un informe que no llegó a alcanzar el carácter de oficialidad, pues era absolutamente descabellado. No se podía detener a un espíritu, ni encarcelar a un ser venido de otro mundo que decidió dirigirse a Huesca, su ciudad natal, y recoger lo que consideraba que era suyo; sí, es cierto que los objetos no se los pudo llevar consigo pues pertenecen al mundo de la materia, pero sí se llevó su esencia, que es lo que en realidad importa.

El caso quedó archivado como un misterio sin resolver a la espera de ejecutar un día, la detención de un presunto delincuente de carne y hueso, tangible y real. Sin embargo, en la ciudad de Huesca saben que esta detención jamás se llevará a cabo.

Fin.

Sarilis Montoro


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