Javier Fernández López
Presidente AAE

TANGO, ESCRITORES, DAROCA, ARAGÓN.

 

Javier FernándezDice un refrán que los niños vienen al mundo con un pan debajo del brazo. En realidad, se trata de una mala traducción pues donde dice pan debería decir papel. Todos tenemos al nacer una hoja en blanco, que vamos rellenando día a día. Cuando San Pedro, o quien sea, lee lo que hay escrito en el libro de la vida de quienes llaman a las puertas de la eternidad, decide el camino a seguir. Algunas personas tenemos el privilegio de conocer con antelación lo que queda en esas páginas, y yo soy una de ellas, por lo que sé que aquel papel de mi nacimiento, ya convertido en un libro, lleva por título: Escritor. Fundador de la Asociación Aragonesa de Escritores y presidente de la misma (2016-2024).

Este número de nuestra revista IMÁN está dedicado, aunque no exclusivamente, al nacimiento de la AAE, el 28 de junio de 2003, en Daroca (Zaragoza). El congreso en el que se presenta tiene como fecha de celebración el 24 de junio de 2023, igual que entonces, el último sábado de ese mes. Veinte años, que no son nada, según el tango, pero que son muchos en la vida de cada uno de nosotros. A lo largo de estas páginas se podrán leer reseñas de todo tipo hablando de aquel día y de lo que sucedió a continuación. En el momento en el que me pongo al ordenador para redactar estas líneas tengo algunas dudas sobre el fondo a elegir, de mera reseña o de ensoñación metaliteraria. Ya veremos, es posible que mezcle los dos.

Todos los que escribimos lo hacemos sobre nosotros mismos, a veces de forma explícita o, casi siempre, enmascarando en algún personaje o aspectos de nuestra vida. Además, la literatura nocilla, tan de moda en estos días, nos permite crear personajes con nuestro nombre y apellidos, pero viviendo aventuras que protagonizamos, o no, a gusto del lector. Y yo, aquí y ahora, quisiera ser capaz de trasladar a quienes lean estas líneas lo que han supuesto para mí estos veinte años, jugando con referencias a personajes de los libros que he escrito. Para la publicación de “Sabino Fernández Campo, un hombre de Estado”, en el 2000, tuve que entrevistar a muchas personas de edad avanzada que habían combatido en la guerra civil a sus órdenes, y uno de ellos, médico de profesión, me dijo algo así: joven, dese usted prisa ya que muchos de nosotros hemos superado los 80 y esa es la línea clave. A mis cuarenta y cinco años no presté mucha atención a aquellas palabras, pero hoy, que acabo de publicar “Mi abuelo”, en el 2022, acercándome a los setenta, y con dos nietas, observo los veinte años transcurridos en la vida de nuestra asociación, y en la mía, y les doy el valor que tienen a aquellas palabras. El tiempo, veinte años, no está mal.

En 2003 yo no era un escritor famoso, ni siquiera tenía conciencia de pertenecer a ese gremio. Acababa de publicar “Militares contra Franco, historia de la UMD” y en la feria del libro de Zaragoza de ese año COPELI decidió entregar unos reconocimientos a los autores que más hubiesen vendido en los primeros meses del año. Y en el apartado de no ficción, yo, con ese libro, era el primero. En los días de la feria se celebró una comida, llamada de gala, en el paraninfo, y allí se nos entregaron los premios. En mi mesa estaban Ramón Acín y José Luis Corral, por la organización y por ser premiado en el apartado de ficción. Allí se habló de organizar una asociación, y por eso yo asistí en Daroca a la asamblea fundacional, por azar, ya que de no estar en aquella comida nadie hubiera pensado en invitarme a subirme al autobús que nos llevó a la maravillosa ciudad que acogió nuestro nacimiento, siguiendo la estela y sabios consejos del que hoy es nuestro presidente de honor, Rosendo Tello. Sobre el desarrollo de aquella primera asamblea me consta que en estas páginas hay reseñas detalladas, por lo que no insistiré para no ser repetitivo.

Más de un lector pensará que lo que voy a escribir ahora es un formalismo, un bien quedar, pero no es así, estas palabras salen de mi corazón y están llenas de sinceridad. En estos veinte años he vivido muchas experiencias y algunas de cierta relevancia, pero nada es igual a lo que ha supuesto para mí estar en la asamblea fundacional, posteriormente en el equipo que firmó el acta origen de la AAE, en la junta provisional como vocal de organización y estatutos, años después vicepresidente y, finalmente, presidente. He tenido el honor de conocer a muchos escritores, famosos o no, y de todos he aprendido algo, y la fuerza que hoy tenemos, con más de 250 socios y rebasando los 300 si añadimos a los adheridos, se debe a todos, sin distinción.

En estos momentos recibo una visita. Se trata de Emerenciano, que viene desde el parnaso literario, Sección Aragón, y que trae un encargo para mí. Me dice que ayer tuvieron tertulia, todos, los de mi cuadra, claro, y que decidieron venir a verme al observar que estoy escribiendo un artículo en IMÁN, por los veinte años. Y comienza por decirme que ellos quieren salir, que no pueden desaprovechar una ocasión como esta. Su relato comienza explicándome que él no fue el primer designado para venir a hablar conmigo, pero que otros con más nombre se fueron descartando por diferentes razones. Gabriel García Márquez, que compartió protagonismo conmigo y con Mario Vargas Llosa, en una exitosa reunión magníficamente explicada por Manuel Vilas en su “Setecientos millones de rinocerontes”, estaba acalorado y afónico por las horas que lleva quejándose de la entrada en la Academia de las Letras Francesas de su archienemigo, y que en esas condiciones no se atrevía a emprender un vuelo tan arriesgado como es atravesar el éter hacia la realidad. El general Vicente Rojo Lluch, a quien todos respetan mucho, declinó el encargo por estar ahora centrado en el conflicto político de su segunda patria, Bolivia, lo que le tenía apesadumbrado y muy ocupado, ya que de paso tenía que tratar de poner orden en la vecina Perú. Se presentó voluntario el capitán José Luis Abad, del 23-F, que te quería agradecer, me dice Emerenciano, que siempre lo trates con cariño y rigor, distinguiéndolo de entre los golpistas. Fue descartado por ser alguien que aún se puede defender en su corporeidad y que, por tanto, crearía algún problema en un vuelo reservado a las ánimas literarias. Alguien que ya ha sido citado en estas líneas, el general Sabino, fue propuesto por varios asistentes, pero tuvo que declinar el encargo ya que para estas fechas tenia vuelo previsto a los Emiratos Árabes, en los que casi vive permanentemente, para desfacer el enésimo entuerto de Juan Carlos de Borbón, ahora con uno de sus nietos, un tal Froilán. Y así fue como, esto lo escribo yo, la versión de este portavoz es mucho más larga, eligieron a este emisario. En resumen, hay que ver las ganas de hablar que tiene, lo que me viene a decir es que en esa asamblea decidieron lo que yo tendría que escribir, si es que les hago caso. Quieren que cite a alguno de ellos, como a un tal Joaquín Carbonel, que se lo dice cantando y con mucha retranca turolense, o al gran Ildefonso Manuel Gil, darocense insigne, fallecido casi a la par del nacimiento de esta asociación, pero, finalmente, me da el nombre que han consensuado: Fernando Aínsa, alguien a quien todos respetan y quieren mucho. A mí la idea me agrada sobremanera y se me ocurre escribir lo que sigue.

La fama, en la literatura, es muy caprichosa. Escritores con suerte se sitúan en los primeros puestos de las listas elaboradas por sesudos críticos y verdaderos genios de las letras se quedan solo en el recuerdo de quienes hemos tenido el privilegio de leerlos. A veces los astros se alinean para que algunos, además, los hayamos conocido y tratado. Solo el detalle biográfico de haber sido unos veinte años director de publicaciones de la UNESCO le da dimensiones extraordinarias. Su vasta cultura se plasmó, a lo largo de toda su trayectoria, en poemarios y ensayos, de una calidad suprema. Cuando tuvo que elegir un lugar para vivir la última etapa de su vida, junto a su compañera decidieron instalarse en tierras aragonesas ya que él tenía una parte de sus raíces entre nosotros. En cuanto tuvo conocimiento de la existencia de la AAE se hizo socio y comenzó a colaborar, siendo vicepresidente de la junta y director de esta revista, IMÁN. Recibió diferentes distinciones, todas las posibles cuando nacen del afecto de quienes le leían y trataban, pero se marchó de este mundo sin una que le hacía especial ilusión. A pesar de las reiteradas propuestas de la junta de esta asociación, los diferentes jurados, nombrados por el Gobierno de Aragón, no le consideraron merecedor del galardón de Premio de las Letras Aragonesas. Quede aquí este sencillo homenaje en reconocimiento a quien tuvo, como mínimo, tantos méritos como los galardonados en estos años.

Emerenciano me da su visto bueno y emprende vuelo de regreso para informar a los contertulios del resultado de sus gestiones. En la despedida le veo buena cara. Sé que, en mi carpeta, que ellos manejan, este episodio quedará bien reflejado, pero antes de irse me dio un último mensaje. Dice que en la tertulia participó María Rosario de Parada para manifestar su adhesión a la encomienda y para dejar constancia de la existencia de mujeres escritoras en Aragón, cada vez más, y que sabe que hay muchas más lectoras que lectores por lo que el que haya más escritoras solo será cuestión de tiempo. Dicho queda y, por mi parte, saludo a todas.

Para ir concluyendo, quiero dejar constancia de que ahora sí, tras la publicación de unos cuantos libros desde los primeros que he citado y el más reciente, me siento escritor y orgulloso de ser en estos momentos de conmemoración el presidente de la AAE. Y quiero agradecer a todos los que han sido miembros a lo largo de estos años su voluntad de mantener viva esta organización de carácter cultural en una tierra que es generalmente considerada como difícil en estas lides.

Queridos socios: ¡mucho ánimo!, y a seguir escribiendo, nuestra pasión.

 Javier Fernández López
Presidente AAE


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