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John Maynard KeynesJohn Maynard Keynes, posiblemente el economista más influyente del siglo XX y consejero económico de la delegación británica en Versalles, tuvo laEnsayos de Persuasión - J.M. Keynes lucidez de prever las consecuencias económicas para el futuro de Europa si no se revisaba la cuantía de las reparaciones de guerra. Proponía suavizar las exigencias hacia los vencidos, resolver las deudas contraídas entre los aliados y establecer un sistema de empréstitos para que las economías de los países beligerantes se recompusieran lo antes posible. En caso contrario, el hundimiento económico y la crisis esperaban a la vuelta de la esquina. Como así sucedió.

 

 

 

Propuestas para la reconstrucción de Europa desde la crítica a los tratados de paz

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Al fijar los pagos por reparaciones, atendiendo a la capacidad de Alemania para pagar, reavivaremos la esperanza y el espíritu de empresa dentro de su territorio, evitaremos los rozamientos perpetuos y los motivos de presiones inconvenientes establecidos en las cláusulas del Tratado, imposibles de cumplir, y haremos innecesarios los poderes intolerables de la Comisión de reparaciones. Con la moderación de las cláusulas referentes, directa o indirectamente, al carbón, y con el cambio del mineral de hierro, permitiremos la continuación de la vida industrial de Alemania y contendremos el descenso de la productividad que resultaría del conflicto entre las fronteras políticas y la localización natural de la industria del hierro y del acero.

Mediante la Unión librecambista propuesta, podría recuperarse parte de la pérdida de organización y de eficacia económica que de otro modo se producirá por las innumerables fronteras políticas ahora creadas entre los estados nacionalistas, avaros, envidiosos, sin madurez y económicamente deficientes. Las fronteras económicas eran tolerables, mientras unos pocos grandes imperios abarcaban un territorio inmenso; pero no será tolerable una vez que los imperios de Alemania, Austria-Hungría, Rusia y Turquía se hayan repartido entre unas veinte soberanías independientes. Una Unión librecambista que comprenda toda la Europa central, oriental y sudoriental, Siberia, Turquía y, como yo lo espero, el Reino Unido, Egipto y la India, puede hacer tanto por la paz y la prosperidad del mundo como la misma Sociedad de Naciones. Es de esperar que Bélgica, Holanda, Escandinavia y Suiza se adhieran en breve a ella. Y es muy de desear, por sus amigos, que Francia e Italia encuentren también medio para adherirse.

Supongo yo que algunos críticos objetarán que tal arreglo puede conducir, en cierto modo, a la realización de los antiguos sueños alemanes de la Mitteleuropa. Si los demás países fueran tan necios como para quedarse fuera de la Unión y dejar a Alemania todas sus ventajas, podría haber en esto alguna verdad. Pero un sistema económico al que cada cual tiene ocasión de pertenecer y que no concede privilegio especial a nadie está absolutamente a salvo de las objeciones de un plan imperialista privilegiado y confesadamente de exclusión y preferencias. Nuestra actitud ante estas criticas debe determinarse por nuestra actitud moral y sentimental frente al porvenir de las relaciones internacionales y de la paz del mundo. Si lo que nos proponemos es que, por lo menos durante una generación, Alemania no pueda adquirir siquiera una mediana prosperidad; si creemos que todos nuestros recientes aliados son ángeles puros y todos nuestros recientes enemigos, alemanes, austriacos, húngaros y los demás, son hijos del demonio; si deseamos que, año tras año, Alemania sea empobrecida y sus hijos se mueran de hambre y enfermen, y que esté rodeada de enemigos, entonces rechacemos todas las proposiciones de este capítulo, y particularmente las que puedan ayudar a Alemania a recuperar una parte de su antigua prosperidad material y a encontrar medios de vida para la población industrial de sus ciudades. Pero si tal modo de estimar a las naciones y las relaciones de unas con otras fuera adoptado por las democracias de la Europa occidental y servido financieramente por los Estados Unidos, entonces, ¡que el Cielo nos salve a todos! Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará. No habrá nada, entonces, que pueda retrasar mucho tiempo esa guerra civil, última, entre las fuerzas de la reacción y las convulsiones desesperadas de la revolución, ante cuyos horrores serán insignificantes los de la última guerra alemana, y que destruirá, sea quienquiera el vencedor, la civilización y el progreso de nuestra generación. Aunque el resultado nos defraude, ¿no debemos basar nuestras acciones en esperanzas de algo mejor y creer que la prosperidad y la felicidad de un país engendran las de los otros, que la solidaridad del hombre no es una ficción y que aún pueden las naciones tratar a las otras naciones como semejantes?

[…]

La inclinación que, según se nos dice, tiene ahora más fuerza en el espíritu de los Estados Unidos: desentenderse del tumulto, de la complicación, de la violencia, del gasto, y, sobre todo, de la incomprensión de los problemas europeos, se comprende fácilmente. Nadie puede sentir tan intensamente como el autor cuán natural es responder a la locura y a la falta de sentido real de los hombres europeos con un: “Púdrete, pues, en tu propia maldad; nosotros continuamos nuestro camino”. Lejos de Europa, de sus esperanzas marchitas, de sus campos de carnicería y de su aire emponzoñado.

Pero si Norteamérica recapacita por un momento lo que Europa ha significado para ella y lo que todavía significa; lo que Europa, madre del arte y del conocimiento, a pesar de todo, es aún y seguirá siendo, ¿no rechazará estos consejos de indiferencia y de aislamiento, y se interesará en los que pueden ser problemas decisivos para el progreso y la civilización de toda la Humanidad?

Suponiendo, pues, aunque no sea más que para mantener nuestras esperanzas, que Norteamérica esté dispuesta a contribuir a la reconstrucción de las fuerzas sanas de Europa, y que no quiera, después de haber realizado la destrucción del enemigo, dejarnos entregados a nuestras desgracias, ¿qué forma adoptará su ayuda?

No me propongo entrar en detalles; pero las líneas generales de todos los proyectos de empréstito internacional son las mismas. Los países en situación de prestar asistencia, los neutrales, el Reino Unido, y para la mayor parte de la suma requerida, los Estados Unidos, deben proporcionar créditos de adquisición para el extranjero a todos los países beligerantes de la Europa continental, tanto aliados como enemigos. La suma total requerida puede que no sea tan grande como se supone. Puede hacerse mucho acaso, con un capital de 200 millones de libras, en el primer momento. Esta suma, aunque se haya establecido un precedente distinto para la cancelación de la deuda de guerra interaliada, puede prestarse y puede ser tomada a préstamo con la intención inequívoca de ser devuelta totalmente.

[…]

De esta manera, Europa podría ser provista de la suma mínima de recursos líquidos necesarios para revivir sus esperanzas, para renovar su organización económica y para poner su gran riqueza intrínseca en condiciones de funcionar en beneficio de sus trabajadores. No tiene objeto en este momento trazar estos planes con más detalle. Es necesario un gran cambio en la opinión pública antes de que las proposiciones de este capítulo puedan entrar en la región de la política práctica, y hemos de esperar el progreso de los acontecimientos con toda la paciencia posible.

Veo pocos indicios de acontecimientos dramáticos próximos en ninguna parte. Motines y revoluciones los puede haber; pero no tales, en el presente, que tengan una significación fundamental. Contra la tiranía política y la injusticia, la revolución es un arma. Pero ¿qué esperanzas puede ofrecer la revolución a los que sufren de privaciones económicas, que no son producidas por las injusticias de la distribución, sino que son generales? La única salvaguardia contra la revolución en la Europa central está positivamente en el hecho de que ni siquiera al espíritu de los hombres que están desesperados ofrece la revolución de ninguna forma perspectivas de mejora. Puede, pues, ofrecerse ante nosotros un proceso largo y silencioso de extenuación y de empobrecimiento continuado y lento de las condiciones de vida y de bienestar. Si dejamos que siga la bancarrota y la ruina de Europa, afectará a todos a la larga, pero quizá no de un modo violento ni inmediato.

Esto tiene una ventaja. Podemos tener todavía tiempo para meditar nuestros pasos y para mirar al mundo con nuevos ojos. Los acontecimientos se encargan del porvenir inmediato de Europa, y su destino próximo no está ya en manos de ningún hombre. Los sucesos del año entrante no serán trazados por los actos deliberados de los estadistas, sino por las corrientes desconocidas que continuamente influyen por debajo de la superficie de la historia política, de las que nadie suele predecir las consecuencias. Sólo de un modo podemos influir en estas corrientes: poniendo en movimiento aquellas fuerzas educadoras y espirituales que cambian la opinión. La afirmación de la verdad, el descubrimiento de la ilusión, la disipación del odio, el ensanchamiento y educación del corazón y del espíritu de los hombres deben ser los medios.

 

 

KEYNES, J. M., Ensayos de persuasión, De las consecuencias económicas de la paz, capítulo VII, «Los remedios». Barcelona, Crítica,1988, págs. 31-43.

 

Firma del Tratado de Versalles, 28 de junio de 1919. Salón de los Espejos.

Firma del Tratado de Versalles, 28 de junio de 1919. Salón de los Espejos.

 

 

 

 

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