Jorge Cortés
José Antonio Rey del Corral (1939-1995), Poeta.
Teatro Principal, Zaragoza, 30 de octubre del 2014, lleno absoluto. Homenaje a JOSÉ ANTONIO REY DEL CORRAL (1939-1995). Espléndido y conmovedor recital de sus versos, palabras recordándolo y canciones con ese propósito. Participaron, citados alfabéticamente, Carmen Arduña, Adolfo Barrena, Jorge Cortés, Alberto Cubero, Ángela Domingo, Eduardo González (quien además cuidó la dirección del acto), Javier Maestre, Montesolo, María José Moreno, Fernando Rivarés (que fue el presentador), Elena Rubio, y a la finalización subieron al escenario Viena Torrijos, la compañera de José Antonio, y sus hijos Emilio y Natalia. Esa sería la crónica escueta, pero las emociones, los recuerdos, el sentimiento colectivo de gratitud y reconocimiento hacia él se contagiaron fila a fila, palco a palco. Escojo parte de mi intervención, una carta dirigida al ausente y que sigue estando tan presente.
Escribir a la memoria de alguien como tú produce el vértigo de afinar la palabra desde el cariño y el reconocimiento, porque me apetece poner de relieve el arraigo poderoso de tu escritura, su vigencia, y tu talento cordial y crítico para la observación del mundo. A tu poesía suelo acudir y siempre encuentro acentos nuevos. Y vuelvo a reconocerte alejado de pompas, atento para no perderte lo que sucede, mirándolo todo con tus propios ojos y con una mirada generosa, la de alguien fascinado por el género humano, resaltando cuanto ve y no a sí mismo. Un anti-divo de estrofas elegantes y verbo sin alquilar. Y un poeta que no ronda las palabras: las dices.
Hoy, te lo cuento, la crispación y la marrullería mandan, se respira un clima social espeso, dominado por la confusión y la perplejidad, y sobrevivimos en un país donde las verdades están cansadas, pero siguen siendo verdades categóricas, rotundas, que requieren respuestas consistentes y organizadas.
Amigo José Antonio, aunque te fuiste, mi recuerdo personal y el de tantos, exige gratitud para ti, presencia, porque sigues con nosotros mientras te recordemos tan cargado de vivencias, compromisos, emociones, generosidades, humildades, de una humanidad pletórica de verdades, de verdades rimadas o expuestas al verso libre. Se trata, me parece a mí, de que una voz de la razón no caiga en el silencio porque el olvido mata dos veces. Y porque, así lo entiendo, homenajear a los nuestros, eso pretendo, no es una idea sentimental, es una exigencia de lealtad y en tu caso de justicia.
La tuya es la voz de un zaragozano, versión nómada, de un aragonés internacionalista. Crecido en Jaca, escolapio, adolescente de nuevo en aquella Zaragoza cuartelera, precavida y timorata. Fuiste jovencísimo poeta en el Niké, universitario por Letras, actor en el emblemático Teatro Español Universitario. Con la licenciatura, te vas dos cursos a enseñar en Escocia; me fui porque, dejaste escrito “quise lograr los sueños, las quimeras,/ un espacio feliz donde cantar”; luego al Teruel que todavía evocaba enconos bélicos; veranos impartiendo en la Menéndez Pelayo y a la otra orilla: Bogotá, conoces a Viena (“mi maravillosa Viena es para mí la tierra del amor la que tus ojos han mirado”), te casas y a la Universidad Nacional de Panamá y a la de El Salvador. Son siete años donde escribes, diriges revistas poéticas, te conviertes, me consta, en un profundo conocedor de aquellas culturas, alumbras iniciativas literarias y animas a jóvenes autores. Dejas atrás al joven airado que fuiste, te cautiva el espíritu de esas gentes expoliadas y comprendes el qué de aquellas sociedades. Y te implicas contra las desigualdades e injusticias sociales.
Tras el periplo americano, en verano regresas definitivamente a Zaragoza ya padre de Emilio y Natalia, cargado de añoranzas tropicales, con acento grave, sin corbata y con guayabera y con el dictador vivo, muy vivo. Es cuando coincidimos. La ciudad se mueve en otras circunstancias: una creciente oposición antifranquista, tolerada para unos y perseguida para otros (cuántas veces años después recapacitamos sobre esto); y el activismo obrero y estudiantil, junto al fenómeno Andalán, la canción popular aragonesa y las semanas culturales que recorren, cuando hay permiso del gobernador de turno, pueblos y barriadas, todo ello configuraba un ambiente contradictorio pero esperanzado y cargado de ilusiones. Trabajas como profesor en el Colegio Santo Tomás de Aquino, no te inhibes e ingresas en el Partido Comunista de España. Enseñante después en la Universidad y trabajador de la cultura, se decía, porque entonces tratábamos de remarcar en todo el carácter de clase. De entonces recuerdo sobre todo tu manera de expresarte, tu comportamiento templado, bastante diferente a los alardes e intemperancias sectarias que se voceaban entre nuestras melenas y descuidadas barbas.
Desde entonces no paraste. Escribes, recitas, das tu voz y trabajo a todo propósito liberador, acudes a quienes requieren, necesitan, tu poesía; te integras o fundas iniciativas colectivas, donde despliegas tu incansable activismo social; militas con toda consecuencia y por ello procedes con la determinación de quien está trabajado por la aventura de la vida. Tus versos son experiencias, eras dueño de tu voz y no mirabas a otra parte.
Tu poesía, estudiada por especialistas como Antonio Pérez Lasheras, Alfredo Saldaña, David Giménez o tu hermana Sagrario, fue incomunicada al principio, ricamente colectiva en Colombia, y en Zaragoza opusiste al tiempo el contratiempo, cantaste a los dos Mundos, dedicaste décimas a la Tercera Orilla y poemaste el Sentido, junto a un maduro Inventario y una Antología, y días después de aquella inesperada despedida tuya nos quedó Parlapalabra. El lector encontró y encuentra en tu escritura una poesía pletórica, crítica y saludable, un caudal poético muy vigente donde tratas con largueza y precisión la palabra.
Amigo José Antonio, regalabas sabiduría desde tu sobriedad, y nos dejaste una trayectoria de honestidad y la coherencia absolutamente irrepetible: tu mejor legado. Y tu escritura expresaba, expresa, belleza e inconformismo, una observación activa y sin tregua que encarrilan tus representaciones de la autenticidad, y la norma poética, en tu caso, más que imponer límites ofrece posibilidades.
Tras aquella multitudinaria y plural despedida en el cementerio y de tu homenaje en el repleto Auditorio zaragozano, mereciste opiniones mejor cualificadas que la mía y que ahora te resumo: Que junto a Manuel Pinillos y Miguel Labordeta, completas el trío representativo de la poesía moderna de Aragón (E.Alfaro); que nunca te escondiste y tu compromiso personal lo arrasaba todo, incluso la poesía (A.Burriel); que hablaste siempre como poeta, militaste en la esperanza y creíste en el ser humano (J.Delgado); que además de ser un excelente poeta y escritor, porque dominabas como nadie el lenguaje, fuiste un hombre de una vasta cultura y una gran delicadeza personal (E.Fernández); que hay en tu obra una meditación sobre la Palabra para contrarrestar el efecto destructor del Tiempo (J.Fressard); un arquitecto de la música del poema (A.Guinda); una poesía de la reflexión, a la vez honda y personal (A.Pérez Lasheras); que desde tus clases rigurosas impartías la docencia con el ánimo de la responsabilidad (A.Ibáñez); que fuiste la revolución hecha ternura y poesía (E.Lacambra); que resultará difícil encontrar otro poeta español en cuya obra y vida América y lo americano hayan representado lo que España y lo español significaron en Darío, Vallejo o Neruda (S.Rey); un poeta que existe en el ejercicio del hombre libre frente a las agresiones del mundo (R.Tello); y finalmente que Rey del Corral fue uno de los grandes poetas de lengua española del siglo XX (M.C. Zimmermann). Son algunos testimonios publicados que obvian matizaciones, únicamente surge la tristeza, la injusticia, por la falta de reconocimiento oficial para un intelectual aragonés de palabra universal.
Hace unos días me preguntaron si José Antonio Rey del Corral no se correspondía con un tipo de intelectual que el estado de la civilización ha caducado. Lo he pensado recurriendo a la precisión de los destellos de la memoria y desde la sensación perturbadora de encontrarme sumergido en la atmósfera sobre todo de esos años setenta. Conservo recuerdos vivos y fulgurantes de ese tiempo que existe en la memoria de quienes lo vivimos. Fuiste decididamente internacionalista: “hoy sé que una frontera / no es el extenso mar, ni un hondo río, / nunca una cordillera. / Mas es un desvarío, / un helado precepto, un aire frío”. Aglutinador de actos y folios por el Chile de Allende, el genocidio indio de Guatemala, El Salvador, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Panamá (cuya historia me esclareciste una inolvidable tarde navideña cuando el horror silenciado asolaba aquellos hogares). Impulsor del libro conmemorativo del cincuenta aniversario de Casa Emilio. De En Pie de Paz; De las víctimas del franquismo; contra la OTAN; en los homenajes a Antonio Rosel (“El abuelo”), Ildefonso-Manuel Gil y José Manuel Blecua. Experto en alfarería y encantado de profundizar en la pluralidad cultural aragonesa. Gestador de la surrealista y divertida Tertulia Baluchi: aquellos manteles de Casa Emilio emborronados con tus frases en madrugadas socarronas. Animador y avalista de futuros y desalentados autores. Tus letras cantadas por Hato de Foces, Hugo Cabana y Monte Solo y antes en las voces de La Bullonera, cuando aquel “Ver para creer” de Javier Maestre era un himno. Articulista escrutador e ilustrado en El Día donde descubres tu prosa rica y poética, y también colaboraste en la última época del tristemente desaparecido Andalán. Prologuista de pintores: Maribel Lorén, Juan José Vera, Daniel Sahún, Julia Dorado. Y cuántas inclementes tardes de sábado o de domingo te dirigías con tu discreta americana azul, semblante despistado y cabellera plateada al viento, ante auditorios de cincuenta o de cinco asistentes, donde dejabas tu acento en recitales, ponías generosamente palabra al servicio de iniciativas maltratadas o perseguidas que hacías propias.
Reparo en tu carácter detallista, de cuidador de las amistades: cada primero de enero, invariablemente a mediodía, felicitabas el año y la conversación discurría y discurría…; en tu último saludo navideño (“Ciudadano:..) ignorabas que la fatalidad quebrantaría tu deseo de vernos compartir el tiempo inmediato. Recuerdo tu modestia: cómo olvidar aquella multitudinaria presentación en la Aljafería del libro homenaje a Casa Emilio, cuya idea fue tuya, con asistencia de todas las autoridades aragonesas de aquel momento y cómo evitaste la presidencia que te correspondía confundiéndote entre los asistentes. Y es que, hasta para esto, eras negado para los protagonismos, incluso incapaz de molestar. Créanlo. Y tus paseos conversados por las calles de esta ciudad, que es el recuerdo de tu imagen, de tu magisterio cívico. Parque Pignatelli, hasta Castillejos; Millán Astray, hoy María Moliner; Paseo de Cuéllar; años después por la acera de la Hípica, donde apuntillabas ideas con un lenguaje alejado de tópicos y latiguillos, manejado con algún impulso irónico, en el fondo esperanzado; ideabas proyectos, te embarcabas, me embarcabas. Contigo se podía hablar sin envaramientos, sin justificaciones y se podía disentir cuando sosteníamos opiniones diferentes. Y te sentías desazonado en aquellas reuniones políticas donde el pretexto oportunista insultaba las arriesgadas convicciones que practicaste con dignidad y entrega. Tuviste seguimiento policial y andaban al corriente de ti. Eras ingenioso en tus juicios y de bondad radical con la condición humana. Capaz de inventar en pocos segundos un poema requerido al instante, e incapaz de negar tu tiempo y trabajo al más humilde y discreto de los cometidos si creías en él.
Y sí, me respondo a la pregunta, encuentro la certeza de aquel tiempo, la autenticidad hombro con hombro y tu timbre personal que mezcla sabiduría, bondad y honestidad, y donde tu literatura era, es, la proyección de ese comportamiento incesante. Y también que al leerte o releerte uno se vuelve más atento a la percepción de este presente, porque, esa es mi opinión, tu poesía y tu calidad humana vive en varios tiempos a la vez.
Hoy, nuestra sociedad cultiva la exhibición y la espectacularidad más que la creatividad y el talento, estamos inmersos en un proceso social de características inquietantes, aunque en contraste, está muy viva tu poesía tan exuberante en inteligencia y sensibilidad, capaz de movilizar optimismos y nobles empeños. Para quienes entendemos el otoño como la estación de las promesas, quiero esperar que la voz de tu silencio apele a nuestra mirada, que tus versos no queden en el secreto. Y me apetecía reivindicar tu integridad basada en el trabajo sabio, culto y bien hecho; tu dignidad, y los redaños que exige atenerse a ella; y tu devoción por la amistad. Te releo con una sonrisa porque te oía en esos versos y se agolpaban las imágenes del crítico mal avenido con vasallajes y mezquindades pero que mira con los ojos luminosos de las buenas personas. Quedó escrita esta dedicatoria en tu esquela: “No es más grande quien más sitio ocupa, sino quien más vacío deja. El tuyo, inolvidable”. Y eso hoy lo ratificamos muchos. Hasta ahora y hasta siempre.
(Discurso pronunciado por Jorge Cortés Pellicer en el Teatro Principal, Zaragoza, 30 de octubre de 2014)
Yo canto como quien siento.
Con una voz sin pluma
que quiere ser la voz exacta
a solas y en su vuelo
de ponerle a las cosas su nombre.
Y canto nómada de seres y lugares
con trallazos violentos,
con sílabas punzantes,
al arriar el gris del pesimismo
pronunciando severas órdenes de luz
que labran hectáreas de fe,
paisajes de esperanza,
vocaciones serias
entre pasatiempos lúcidos.
Hay anchura en mi voz
y siembra eco, estoy seguro,
pues he dejado en mil Leteos
la tonta sicología con que cantan
los poetas tristes.
Hay materia en mi canto
y mi potencia, honda y conmovida,
alcanza el acto.
José Antonio Rey del Corral
(Cantos colectivos, 1967)
Jorge Cortés