separadorPor Javier Barreiro

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Juan José VerónNo creo que me capacite especialmente para hablar del flamante Premio de las Letras Aragonesas 2013 el conocer a su receptor desde hace más de cuarenta años pero, por unas cosas o por otras, he compartido vivencias literarias, leído casi todos sus libros –alrededor de treinta-, asistido a su evolución y escrito una antología y algún prólogo sobre su obra. En alguno de esos lugares hablaba de “este poeta ajeno y solitario que, a despecho de su profesión, su ambiente y sus condicionamientos, ha construido una obra amplia, coherente y arbolada que se inició varios años antes de la publicación de su primer libro”.

En efecto, Verón, aunque su carrera y profesión estuviesen vinculadas con aspectos técnicos de la agricultura, desarrolló desde muy joven la pasión por la belleza, tanto por la  verbal, como por la musical y visual y, también, esa curiosidad universal por cualquier clase de conocimiento, especialmente, el original y heterodoxo, condición indispensable para que el creador, efectivamente, llegue a serlo.

Uniendo su formación técnica a esa condición de apasionado por lo bello, se convirtió en un multipremiado fotógrafo, que alcanzó hace años el Premio Nacional de la especialidad, y cuya obra ha recibido el reconocimiento tanto de los especialistas como de la gente del común, ya que sus fotografías suelen gustar al entendido y al profano.

Pero fue, sin duda, la poesía –a un tiempo la hermana pobre y la más alta expresión del quehacer literario- la que recibió desde el principio las preferencias del autor bilbilitano y, después, se convertiría en su vocación más constante. José Verón pertenece a la generación de los nacidos en torno 1945, en la que figurarían vates aragoneses como Ignacio Prat, Ángel Guinda, José Luis Trisán, Joaquín Carbonell, José Manuel Estevan o José Luis Rodríguez. Como muchos poetas de su tiempo, Verón fue un hijuelo de los vanguardismos, por razones extraliterarias, tan tardíamente asumidos en el último franquismo y bebió con pasión en la obra de los “novísimos”, cuya influencia en  la poesía joven de la época fue muy importante.

Hasta entonces, el naciente poeta se había hecho con una cultura más que regular, había descubierto a los surrealistas, la pujante literatura iberoamericana y participado en empresas tan desopilantes como la del Grupo Oreja cuyas producciones fueron escritas en el aire. Y, siendo un poeta de Calatayud, es decir, casi nada, ello le había proporcionado una libertad tal vez mayor que la de los sometidos a otras expectativas.

También la música clásica, el jazz y cantantes populares, como Bob Dylan y Gardel,  empezaron a constituir otra fuente de conocimientos y de felicidad. Su primer poema, “Aquelarre” se publicó en 1970 y su primer libro poético, en 1980. Fue Legajo incorde, que constituyó también el primer galardón (Accésit del Premio San Jorge de Poesía 1979), de los muchos que después cosecharía. El libro nos muestra, desde su título, a un poeta adicto a la ironía y a los pujos desmitificadores tan caros a aquellos jóvenes maestros que Castellet calificó de novísimos.

Pero no vamos a hablar aquí de todos los poemarios (1) del escritor, que al final relacionamos, sí de su evolución y algunos de sus rasgos.

Verón, José, La letra prohibidaLas sucesivas lecturas y consiguientes influencias de Octavio Paz, Juan Ramón Jiménez, Thomas Stearn, Eliot, Ezra Pound o Marcial han marcado, en cierta forma,  la evolución del autor pero los poemarios de José Verón no surgen de planteamientos previos sino que se van conformando acordes a estados de ánimo, lecturas, y elaboraciones aisladas, sin demasiada vinculación con lo histórico. Recordando la vieja y polémica dicotomía, concibe el poema más como medio de conocimiento que de comunicación, como una forma de acercarse al misterio de una realidad que ni siquiera sabemos hasta qué punto lo es. El propio acto de creación poética participa de ese misterio, con lo que el poeta nunca estará seguro ni de su lugar ni de su pertinencia. La poesía es un bucear en la propia alma para encontrar esa expresión que desvele algo más sobre nosotros, incluso acerca de nuestro propio pensamiento. En el terreno de inseguridades en que se mueve el creador, el humor, la ironía, la desmitificación, el juego verbal son recursos indispensables para no caer en la grandilocuencia, en el panfleto; tampoco, en el desánimo, inherente a toda construcción temporal y perecedera. Humor que es escepticismo, distanciamiento y esa sutil melancolía, casi siempre presente en los versos veronianos.

Nuestro poeta se va moviendo ya a gusto en diversos esquemas formales y pasa, sin solución de continuidad, de la muy poco engolada introspección a la metapoesía o al culturalismo, rasgo tan caro a los líricos de este tiempo, que aparece sin aspavientos, mezclando referencias universales y localistas. Pero siempre un gusto por el conceptualismo y la exactitud, rasgos tan aragoneses, imprime la lírica del poeta. No era extraño, pues, que desembocara, por un lado en la poesía tensa y precisa de sus últimos poemarios y, por otro, en el epigrama marcialesco, cuya primera manifestación importante se encuentra en Ceremonias dispersas (Epigramas, espumas y otras depredaciones) (1990).  Verón, aprovechando su visión distanciada y antirromántica, se instala con facilidad en ese tono de humor medio y un algo socarrón que tampoco desdeña el hallazgo formal.

Conceptualismo y juego verbal son los ejes sobre los que se construyen estas breves y jugosas ceremonias sobre apuntes agudos del instante en los que el sentido común tamiza con madura lucidez la percepción. No faltan las referencias intertextuales a poetas admirados ni  la puesta en solfa de las concepciones burguesas, pero siempre desde el punto de vista escéptico que corresponde al comedido satírico en que deviene el poeta. Género difícil por la precisión estilística que requiere, el epigrama de estirpe marcialesca, que Verón volverá a acometer en otros poemarios, alcanza en ciertos momentos tonos exactos.

Tras Pequeña lírica nocturna, que se recrea en los metros clásicos, un cambio de orientación se anuncia en A orillas de un silencio (1995), libro másEl viento y la palabra, Juan José Verón hermético, que tendría continuidad en El naufragio perpetuo (1999) y, sobre todo -quizá suscitado por la grave enfermedad que superaría el poeta- en  la trilogía que encabeza El exilio y el reino (2005), continúa con En las orillas del cielo (2007) y culmina en El viento y la palabra (2010), probablemente, su libro más intenso y redondo. Presidido por el silencio y la soledad, la noche y el misterio, la luz y la sombra –símbolos primordiales sobre los que se asienta la percepción poética- allí comparece el régimen nocturno de la conciencia, que asiste a la indiferencia, a la matizada desolación o incluso a la belleza del entorno sin aspavientos, contraponiendo la intensidad de la mirada a la frialdad del universo, desdeñosa con el observador. Sin embargo, no es un yo potente el que refulge en estas líneas sino una voz profunda que se inserta en el tiempo y en la que la inteligencia fluye de forma tan natural que apenas la percibimos. Para rematar, discúlpeseme la autocita del prólogo:

El viento y la palabra se sustenta en una gran economía de elementos. Su intensidad está lograda a través de la desnudez, de la pureza de sus referentes, de la proscripción del exordio y de cualquier tono divagatorio. Para ello se sirve de un lenguaje sencillo, basado en las oraciones simples, en las construcciones o enumeraciones bimembres o trimembres y en una simplicidad sintáctica, que, como en el caso de San Juan de la Cruz, no excluye la originalidad. En su léxico, abstracto y preciso a la vez, además de los aludidos elementos primordiales, predomina lo nominal, que privilegia la concentración del sentido y la superposición de los planos de la esencialidad hasta dar cuenta de la ambigüedad y el misterio.

El viento y la palabra es el más alto de los quince libros poéticos publicados de José Verón y uno de los más intensos de la poesía aragonesa de los últimos años. Su pureza expresiva, su proscripción de todo magma extrapoético y la serena desolación que transmite se apuntalan en poemas cortos en los que no falta el metro clásico (…).

Fundamental en la obra creativa de José Verón Gormaz es la presencia del paisaje. Su condición de extraordinario fotógrafo  se vincula en su poesía con esa importancia de la mirada que vibra ante el entorno, motivo fundamental en su visión del mundo, mucho más realista que fantástica, aunque los pujos de lo incognoscible le atraigan siempre, como a cualquier poeta, lo que se manifiesta en sus devaneos en torno al “ideal inaccesible” que, a estas alturas del siglo, nunca pueden ser demasiado explícitos. Su equilibrio, desconfianza y extrañamiento vital le vuelcan en una realidad deseada, mucho más cercana a las lecturas y a los mundos ideales del arte, lo que puede explicar su matizado culturalismo. Quizá, también, la escasa presencia del erotismo en su obra. De cualquier modo, el paisaje, tanto el rural como el urbano, no son únicamente una mirada sino que el poeta participa y se inmiscuye en él de una manera radical y panteísta.

Juan José Verón, Epigramas incompletosPara intuir, que no alcanzar, la luz es necesario haberse empapado del lodo de la caverna. O un paso más hondo en ella o la inmersión en el destello -o su reflejo-… Si la única propuesta largo tiempo defendible, desde los viejos adagios herméticos, es la de que los extremos se tocan, tarde o temprano habrán de integrarse. Sea como sea, la sobriedad presente en los últimos libros de Verón le ha permitido escapar del antipoético vicio de la divagación, presente en mucha de la poesía hodierna, que, a veces, no parece prosa poética sino periodismo. Y nuestro hombre, en su dedicación tan apasionada como duradera a su vocación lírica, en general, ha sido bastante inmune a las modas.

Paralelamente a su escritura, Verón ha sido uno de los más constantes dinamizadores de la cultura en la comarca bilbilitana, además de desempeñar, desde hace años el cargo de la labor de cronista oficial de su ciudad natal.  Toda esta trayectoria se ha visto servida por una personalidad tan discreta como irónica, por una cultura tan proteica como intensa y por una honestidad personal que -cosa tan poco vista en nuestros predios- ha sido reconocida por sus convecinos, por sus contemporáneos, y hasta por sus colegas. Efectivamente, Verón es una de esas personas a quien nadie quiere mal y de quien todos nos felicitamos por sus éxitos, que sus amigos hasta consideramos como un poco nuestros.

 

OBRA LITERARIA

separador_25 Legajo incorde, Zaragoza, IFC (Institución  Fernando el Católico), 1980.

La muerte sobre Armantes (relato), Zaragoza, IFC, 1981.  / Zaragoza, Certeza, 2006.

San Roque bilbilitano (ensayo), Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1982.

Instrucciones para cruzar un puente, Zaragoza, IFC, 1983.   / Calatayud,  SeTelee, 2012.

Tríptico del silencio (Cavernario), Zaragoza-Calatayud, Col. Poemas-Asociación Cultural y Recreativa Peña Rouna, 1984.

Baladas para el tercer milenio, Calatayud, CEB (Centro de Estudios Bilbilitanos), 1987.

Auras de adviento, Zaragoza, IFC, 1988.

Ceremonias dispersas (epigramas, espumas y otras depredaciones), Valdepeñas (Ciudad Real), Ayuntamiento, 1990.

Pequeña lírica nocturna, Calatayud, CEB, 1992.  /1999.

Camino de sombra y otros relatos impíos (narraciones), Calatayud, López Alcoitia, 1994.

A orillas de un silencio, Zaragoza, IFC, 1995.

Antología poética (Edición de Javier Barreiro), Calatayud, CEB, 1997.

Epigramas del último naufragio, Barcelona, Seuba, 1998.

Pequeña lírica nocturna, Calatayud, CEB, 1999.

El naufragio perpetuo, Barbastro, Ayuntamiento, 1999.

Rayuela blues, Zaragoza, Lola, 2000.

Cantos de tierra y verso, Zaragoza, IFC, 2002.

La llama y la sombra (2 poemarios), Zaragoza, Vinci Park, 2003.

La letra prohibida, Zaragoza, Certeza, 2004.

El exilio y el reino, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2005.

Libro de horas perseguidas, Calatayud, Autor, 2007.

Epigramas incompletos, Calatayud, CEB, 2007.

En las orillas del cielo, Zaragoza, Tropo, 2007.

El viento y la palabra, Calatayud, CEB, 2010.

Poesía de miedo 2011, Zaragoza, Olifante, 2011.

Las puertas de Roma, Zaragoza, Mira, 2012.

Ritual del visitante, Zaragoza, Olifante, 2012.

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(1)La muerte sobre Armantes (1981), La letra prohibida (2004) y Las puertas de Roma (2012) son sus tres títulos de narrativa, cuya calidad ha ido in crescendo. Así, el tercero de ellos, en torno a la figura de Marcial, resulta mucho más conseguido que el primero. separador

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