Kafka, ¿estás ahí?
Un hombre atormentado, me espera al otro lado de la sombra.
Sus ojos, observan mi frágil silueta, envuelta en una bruma densa y pesada.
Sabe, que, aunque sea nuestro más anhelado deseo, jamás nuestras manos se unirán, en una ayuda fraternal.
El Universo nos mutiló antes de nacer.
Mis ojos se abren al mundo como faros opacos y deslucidos.
El vacío de nuestra existencia es absoluto, y no hay luz capaz de perforar tamaña oscuridad.
Él, lo sabe, Kafka, ese desconocido que me espera al otro lado de la niebla, a sabiendas de que quizás, yo, jamás llegue a atravesarla.
Me llega su dolor, algo me llega, aunque sea dolor, no me importa.
El grito de sus hermanas, ahogado por el gas tóxico liberado por la mano de la Raza Superior, me llega como una onda maldita.
Me llega el hilo de su voz, cual reminiscencia que la tuberculosis, no llegó a segar.
¡Estoy aquí, Kafka, aquí! ¡Envíame un emisario alado! ¡Necesito tu ayuda para pasar al otro lado!
Puedo escuchar su voz que brota de una garganta, que nada entre ríos de sangre:
— ¡No tengo emisarios alados para enviarte! ¡Si tanto deseas cruzar la frontera invisible, dispongo de las alas de un insecto, mi querido Gregorio Samsa! ¿Qué me dices?
Todavía, él, Kafka, espera mi respuesta.
El tiempo transcurre sin pasión, sin piedad,
no es capaz de mitigar nuestro dolor,
pues nacimos para morir.
Quizás, él, estaba en lo cierto con su afirmación
de que tan solo, somos el producto de un mal día de Dios.
Kafka, Kafka, ¿sigues ahí?
Envíame a Gregorio.
Se acabaron los malos días para mí.