Marta Armingol
Escritora que compatibiliza su actividad literaria con su trabajo como docente.

La Cartuja: siempre nuestra

La bajada hasta la fuente estaba llena de tomillos, agujeros, piedras y saltamontes que sorteaban las ruedas de nuestras bicicletas sin frenos. Al llegar nos amorrábamos a la salida subterránea del agua. Pero esa agua no quitaba la sed. La puerta del manantial, igual que la del monasterio, siempre permanecía cerrada. Lo sabíamos y lo naturalizábamos. Ambas solo se abrían al público cada 15 de mayo. El resto del año, los críos del pueblo vecino invadíamos con regularidad de primavera aquella propiedad privada por donde las ovejas pastaban a sus anchas.

Cartuja de las Fuentes, foto realizada por Rubén Martínez Valdeolivas.

Estábamos acostumbrados a que todo oliese a ganado, incluida la misa del día de San Isidro que se celebraba en un foso y nunca dentro de la nave del monasterio, aunque las puertas estuvieran abiertas de par en par. Nos metíamos por todos los habitáculos en ruinas, nos perseguíamos, llenábamos de gritos el espacio que solo servía para eco de los balidos. Nos asustábamos unos a otros y, al final, nos quedábamos petrificados con el hombre del cuadro que nos miraba desde el pasillo a la derecha del altar. No sabíamos quién era Manuel Bayeu y desconocíamos que sobre nuestras cabezas, conforme íbamos creciendo, obras de gran valor patrimonial desaparecían cada día un poco más.

La Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes no existe

El cierzo es un invitado habitual sobre los páramos monegrinos. Entra de norte, levanta el polvo y empuja las capitanas rodando sobre campos y carreteras. Pero también despeja la vista. Desde lo alto de la sierra de Alcubierre, que vertebra de norte a sur esta comarca y que sirvió para dividir los frentes durante la guerra civil, el conjunto arquitectónico de La Cartuja se vislumbra como un tesoro artístico que el viajero no reconoce, con el que se topa y se sorprende. Y prueba de ello es lo que relata Lluís Calvo en una crónica publicada en agosto del año 2000 en La Revista del Verano de El País, cuando preguntó por La Cartuja le contestaron de forma tajante que no existía. Que solo el ganado de las propietarias tenía derecho de pernada más allá de sus puertas.

Esa tristeza de pérdida, de solo poder mirar la belleza de este edificio desde el otro lado de los muros, era un sentimiento que los habitantes de Los Monegros arrastraban desde hacía tanto tiempo que a veces hasta se olvidaban de su existencia. Cada 15 de mayo todo estaba un poco peor, pero qué se le iba a hacer, si desde que el Banco Hipotecario de España vendiera en 1896 la propiedad a Mariano Bastarás Cavero, el conjunto artístico estaba siendo ninguneado por sus propietarios y por las administraciones públicas.

Cartuja de las Fuentes, foto realizada por Rubén Martínez Valdeolivas.

Pero La Cartuja es la resistencia. Sus elementos arquitectónicos y plásticos consiguieron sobrellevar el abandono, los conflictos y los diversos usos prácticos alejados del motivo principal para el que fue construido. Después, entidades locales, administraciones públicas y vecinos lograron que las puertas del monasterio se abrieran todos los domingos a partir de 2001. Sin embargo, no era suficiente. La Cartuja necesitaba ser recuperada, conservada y utilizada para el interés general, pero eso aún tardaría porque a este lugar todo suele llegar con mucho retraso. En febrero de 2002, diecisiete años después de que, a instancias del Ayuntamiento de Sariñena, el Gobierno de Aragón iniciara el expediente de declaración como Conjunto Histórico-Artístico, es declarado Bien de Interés Cultural por Decreto 60/2002 de 19 de febrero.

Se vende monasterio con vistas

Tras aquel cambio legislativo, poco más sucedió. Hubo que esperar una década y un cambio de titularidad para que, en el año 2012, los herederos se mostraran dispuestos a llegar a un acuerdo para que el bien pasara a manos públicas. Parecía lógico que fuese el Gobierno de Aragón quien se hiciera con el bien, pero las propias circunstancias del monasterio y el alto coste de mantenimiento hicieron que se perdiera esta voluntad pública. La Cartuja seguía en venta y las entidades civiles relacionadas con el tema, desilusionadas, además del resto de habitantes de la comarca.

 

Cartuja de las Fuentes, foto realizada por Rubén Martínez Valdeolivas.

Lejos del final feliz, en 2013, impulsado por la plataforma “Salvemos La Cartuja”, el monasterio fue incluido por Hispania Nostra en la lista roja de “Patrimonio Histórico español en riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial de sus valores”. Muestra de ello era el agujero del chapitel de su torre del campanario. ¿Cuántos más resistiría el paso del tiempo sin inversión?

El movimiento ciudadano alzaba la voz y pedía que se apostase por el desarrollo turístico y cultural de la comarca. Nadie tiraba la toalla y se reclamaba una solución que pasaba, de nuevo, porque las entidades públicas dieran un paso adelante y asumieran responsabilidades. Fue la Diputación Provincial de Huesca quien dejó de mirar para otro lado y se reunió un 3 de diciembre de 2014 con la familia propietaria y la plataforma “Salvemos la Cartuja”. En aquel encuentro se acercaron posturas, se compartió documentación y se manifestaron necesidades para que finalmente llegara la solución. El día 1 de abril el Pleno de la Diputación de Huesca aprobó la adquisición del inmueble por un valor de  261.945,52 euros y desde el día 2 de junio de 2015 la Cartuja es propiedad pública.

Abierto por obras 

Desde su comienzo, las obras de restauración han estado acompañadas por este slogan. Las mejoras han podido verse semana a semana y el régimen de visitas establecido en sábados y domingos de 11:00 a 14:00 nunca ha sido suspendido. Esta es la mejor noticia para un lugar abocado al olvido: dinero, continuidad y visitantes que sirvan de catapulta para este elemento de patrimonio artístico aragonés.

En primer lugar, se le devolvió al conjunto monacal su cúpula. Los que de forma habitual íbamos y veníamos por la carretera que une Lanaja con Pallaruelo, sentíamos una satisfacción hasta entonces desconocida cada vez que mirábamos hacia ahí y el cielo estaba atravesado por las grúas. Los materiales subían y bajaban y paso a paso se le iba devolviendo la dignidad a lo más alto de aquella torre.

En la primavera del 2021 llevé a un grupo de amigos a visitarlo. Antes de entrar, Alberto Lasheras, que es una de las personas que mejor conoce y entiende este lugar, comentó que, entre muchos de sus usos, el monasterio sirvió como polvorín de guerra durante la contienda del 36. Señalando con el dedo, dirigió nuestras miradas hacia las  marcas que las balas habían dejado en la puerta principal. Luego nos explicó la importancia de su valor arquitectónico y artístico y  nos hizo pasar. Junto a nuestro anfitrión, recorrimos las zonas abiertas, las galerías por las que yo jugaba de niña, lugares que, aunque todavía deteriorados, ya destilaban otra esencia. Ese día, antes de irnos, nos dijo que tenía una sorpresa y abrió una puerta que yo siempre había visto cerrada. Oscuro y frío, el pasillo secreto escondía las celdas de los monjes, el lugar íntimo de rezo y reposo. Nos fuimos impresionados, como los primeros exploradores de un territorio virgen, pero con la esperanza de que cuando regresemos, como el dinosaurio, la experiencia del descubrimiento seguirá ahí.

Porque las obras de restauración de las pinturas de Fray Manuel Bayeu ya eran un hecho hace un año. El propio Bayeu decoró la bóveda con cuatro pasajes de la vida de la Virgen María: la Visitación, la Anunciación, los Desposorios y la Presentación de la Virgen niña y el equipo de Artyco ha sido el encargado de la recuperación y la restauración de esas pinturas que han conllevado una inversión 585.224 euros y con una duración de 10 meses. El resultado ha sido maravilloso: los colores turquesas de la cúpula interior son un resorte que hace mirar al cielo. En la actualidad esas obras de restauración siguen, ahora en el programa pictórico y decorativo de la tribuna. Y nosotros, también seguimos, encandilados e ilusionados por su continuidad.

***

Este 2022 regreso a la romería de San Isidro, esta vez sin bici, después de más de dos años de pandemia, de restricciones, de mascarillas e incertidumbre. La Cartuja se viste de gala para un 15 de mayo que cae en domingo. Los romeros de Lanaja, como manda su tradición, traen torta, los de La Cartuja de Monegros, mi pueblo, magdalenas y el vino. Todo vuelve y todo ha cambiado. La pesadumbre de “esto cualquier año se nos cae” ha desaparecido. Y lo que antes era un lugar de uso restringido anual, de puertas cerradas y de melancolía exterior, ahora es un sitio que se comparte. Más tarde, en septiembre también volveré y la explanada de la entrada se llenará, finalizadas las restricciones de aforo, de gente dispuesta a bailar a ritmo de grandes artistas como Antonio Orozco, Miguel Ríos o Manu Chao que cerrarán en La Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes la tercera edición del Festival Sonidos de la Naturaleza (SonNa) que organiza la Diputación Provincial de Huesca y lleva teatro, circo, espectáculos audiovisuales y música hasta diferentes rincones de la geografía altoaragonesa aunando patrimonio y cultura.

Y es que La Cartuja late. La Cartuja está viva y brilla, y nosotros también. La historia de este monasterio es una lección de cómo la unión de voluntades nos permite llevar la cabeza bien alta para, después, poder alzar la vista y vislumbrar el conjunto pictórico de Manuel Bayeu restaurado. De cómo la cooperación es una fuerza que nos lleva a encontrarnos, que nos permite, entre otras cosas, poder preguntaros: ¿No conocéis el monasterio de La Cartuja?

 


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