CICLO CONTAR EN CORTO.
Dentro de esta sección dedicada a la creación de los socios, abrimos un apartado para divulgar externamente los contenidos de los Ciclos que estamos organizando en la Asociación.
Contar En Corto está dedicado a la narrativa breve para otorgarle relevancia como subgénero con identidad propia. Está previsto que se celebre con cadencia bimestral, en Ámbito Cultural de El Corte Inglés, paseo de Independencia, planta 2ª. El equipo coordinador está conformado por Sioni Polo, Coral González y José Antonio Prades. Convocarán internamente a quienes deseen participar con la lectura de relatos de su propia autoría con una extensión no superior a setecientas palabras. Esos relatos leídos podrán tener la propuesta para ser publicados en esta revista, como los seis que en este número adjuntamos. Por otra parte, está previsto incluir otros contenidos complementarios, siempre dentro de la definición del propio Ciclo. Dos ejemplos, que en este número se añaden a los seis relatos citados, son:
- Homenaje en el recuerdo a autores aragoneses fallecidos, con especial renombre en el espectro literario, y que han dedicado parte de su obra a la narrativa breve. En la primera convocatoria se ha recordado la obra de Ana María Navales.
- Breves referencias a la teoría del cuento, con explicación y lectura de diferentes aportaciones que la literatura, la filología y la crítica han realizado sobre el subgénero. La mención en la edición citada fue para el Decálogo del perfecto cuentista, de Horacio Quiroga, escritor uruguayo-argentino de principios del siglo XX.
Ana María Navales (1939-2009) fue una escritora, profesora, investigadora y divulgadora literaria, nacida en Zaragoza, en cuya Universidad ejerció como profesora. Igualmente, fue codirectora de las revistas literarias Albaida y Turia. También lideró el departamento de Creación Literaria en el Instituto de Estudios Turolenses. Entre otros reconocimientos, recibió el premio de las Letras Aragonesas en 2001.
Publicó nueve libros de relatos y la Antología de narradores aragoneses contemporáneos (1980), en la que incluyó una interesante introducción sobre el estado de la literatura en nuestra comunidad, así como treinta relatos seleccionados de otros tantos autores aragoneses, como Soledad Puértolas, Javier Tomeo, Gabriel García-Badell, Luisa Llagostera y Manuel Derqui.
De entre esas nueve publicaciones de narrativa breve, destaca Cuentos de Bloomsbury, publicado en 1991, traducido a varios idiomas y con posteriores ediciones como la de Heraldo de Aragón coordinada por la Asociación Aragonesa de Escritores, en 2010, por su entonces secretario general, Manuel Martínez Forega. Este libro es un homenaje a Virginia Wolf, en quien Ana María Navales fue especialista. Virginia Wolf perteneció al grupo que se creó en el barrio londinense de Bloomsbury, grupo quedesplegó una importante actividad literaria, social, política y cultural en su época. Cada uno de los quince relatos recrea una situación ficticia que pudo producirse en el seno del colectivo. Los fragmentos elegidos para leer en la primera convocatoria del Ciclo fueron entresacados del relato Walter no ha muerto.
Hace una semana que comenzó la primavera, aunque solo tímidamente ha asomado su rostro y todavía en la chimenea del salón arden los leños. Me gusta acercar mis manos casi transparentes al fuego, extasiada con el baile de las llamas, y creer que en la diminuta hoguera algún brujo maligno expía su culpa. Esos demonios que, sin previo aviso, se instalan cómodamente en mi cerebro.
La mañana es casi fría, pero el ambiente en el estudio del jardín es cálido, de abandono y dulce bienestar. Quisiera correr hacia ti, sentarme a tus pies, y hablarte no de la felicidad que me has dado cada día, a lo largo de tantos años, sino de esa atmósfera confusa y compleja en la que floto en todo instante y que me ha impedido atrapar esa dicha que, acaso generosamente, me entregabas.
Una mujer es todo lo que guarda su silencio. Recuerdo ahora aquel relato de David en el que la protagonista se convertía en raposa, Tendría que decir zorra, pero suena poco delicado, y las discusiones en que nos enzarzábamos sobre lo innecesario de esa transformación para que la historia mantuviese su interés. Ninguno de vosotros, los hombres que con amor o amistad me habéis cercado, entendéis aquel progresivo cambio de la heroína en un animal constantemente perseguido.
…
Cuando las voces callan, cuando logro salir de ese lugar misterioso y desolador de mis muertos, que solo yo recorro a la luz de la luna, me gusta mezclarme con la gente, comprobar que cada voz que oigo pertenece a una persona viva.
…
(Walter) Fue el primero que creyó en mi talento, o acaso fue Clive. Los dos pensaron que yo podía ser una gran escritora. De algún modo tú me obligaste a ello. A Walter no le importaban mis absurdas contradicciones, el que yo me desviviera, por ejemplo, por asistir a esas fiestas de sociedad y después me quedara languideciendo en un rincón, lamentándome de ser un maldito fracaso si el champán no venía en mi ayuda, despertaba mi ingenio y me hacía olvidar el condenado vestido por cuyo escote asomaban mis huesos y con el que yo me sentía un auténtico adefesio. Una flor en la cintura o tapando el escuálido pecho, cualquier adorno con el que me sintiese incómoda, podía arruinarles toda una velada si Walter no estaba allí, tan lleno de dignidad, con su extraña y afable sonrisa que hacía que todas las demás cosas se desvanecieran como por encanto.
SILENCIO VIOLENTO
VICTORIA TEJEL
La tía abuela segunda aparecía una vez al año por Nochebuena. Pequeña, delgada, vieja. Muy vieja. En ella todo colgaba, en particular un pellejo bajo la papada que acercaba sus pliegues vacíos con peligro a la parte superior del pecho a modo de colgante. Asemejaba el pescuezo de los cuellos de pollo que en la cocina eran limpiados por la mañana antes de ser cocinados con tomate, cebolla, ajo y pimiento rojo en receta de tierra regional de pollo al chilindrón.
El festín de Nochebuena consistía en unas lentejas con patata y zanahoria y ocho pollos para veinticuatro estómagos hambrientos. Además de sidra El Gaitero para olvidar penas o si había sucedido, o no, alguna vez una guerra fraterna sobre la que guardaba estricto silencio la familia al completo, desde la bisabuela a las abuelas y desde padres a tíos.
La tía abuela segunda Carmen era vieja, sí, y rica. No tuvo hijos. Pidió con insistencia que le dieran a Adelita, la mayor de cuatro hermanos sobrevivientes de la guerra. Se la dieron. Cosas de posguerra, y de pobreza extrema. Los hijos eran cedidos a lugartenientes o a gentes de posibles y las casas eran compartidas entre padres, hijos, yernos, suegras, primos organizados en espacios compartimentados, cuando era posible, dentro de la misma casa. De tal forma que era habitual que una tía adolescente criase a una sobrina recién nacida, mientras el padre de la criatura trabajaba y la madre buscaba faena para llevar alguna moneda a casa. Nadie estudiaba.
Costaba dinero. Y dinero, no había en las casas.
Carmen no tuvo nunca que trabajar. Casó a edad temprana en su orfandad con un hombre mayor que ella, rico y poderoso, y así mismo huérfano. Murió pronto, dejando a una mujer viuda poco apetecible dueña de una fortuna y bien posicionada no sólo en bancos, tierras o inmuebles, sino también en La Sección Femenina del partido Falange Española de las JONS.
Los familiares lejanos de Carmen era don nadie. Gentes sin tierras, sin cuentas bancarias, sin casa propia, sin contactos con el poder. Carmen era el único contacto que conocían. Y a Carmen acudieron rogándole ayuda, cuando republicanos y comunistas al comienzo de la Guerra metieron sin contemplaciones en un tren a Adelita atemorizada junto a más niños y niñas rumbo a la URSS vía Hendaya. Carmen sacó de aquel tren in extremis en la frontera a Adelita, devolviéndola a sus padres. Otros no tuvieron esa suerte. Salvó a Adelita con su influencia. Y por eso se le tenía en gran consideración. Y por eso le dieron al final a Adelita. Y por eso era invitada todas las Nochebuenas. Y por eso se le guardaba el bocado más exquisito de cada pollo, aquel con el que el paladar de Carmen se deleitaba desde la infancia, crecida entre casquería, cuando llegaba: los cuellos de cada pollo que chupaba y rechupaba entre huesecillos y dedos grasientos en la noche. Contemplarla, mientras roía con sus largos incisivos los cuellos, moviendo de derecha a izquierda y de arriba a abajo el pellejo de su papada constituía la misma visión cuasi gemelar que ver por la mañana en la cocina la piel blanquecina del cuello de cada pollo bailando de abajo a arriba y de lado a lado, mientras la cocinera mayor del reino cantaba enajenada de su realidad silenciosa de sumisa ama de casa y mater familias: Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar; si por mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar.
La cena se repetía idéntica en ritual cada Nochebuena: Carmen, la canción de Adelita, el Belén, el pino, los pollos, las risas de niños y niñas de nueva generación, villancicos, melocotón en almíbar enlatado comprado con sufridos ahorros durante el año con etiqueta de postre extraordinario y cuellos, cuellos de pollo, cuello de tía abuela bailando de arriba abajo y de lado a lado en el interior de un silencio sepulcral sobre cualquier pasado. Un silencio extraño, denso, forzado. Un silencio violento. Nada sobre la guerra, muerte, desapariciones, hambre, analfabetismo o pobreza. Silencio. Y más silencio. Shssss.
EL AVIÓN QUE COGÍ, AUNQUE NO DEBÍA
SONIA PAVÓN LATORRE
No tuve que hacer caso a mi familia, ¿porqué estoy en este avión destino a un lugar que no conozco?, con lo bien que estaba en mi casa con mis series, mi sofá, mi cama…. Pero aquí estoy, mirando por la ventanilla, viendo cómo las nubes se convierten en mi única compañía.
El ruido constante del avión no me permite pensar con claridad, y mi mente regresa a esas incómodas conversaciones con mi familia. Todos insistían en que debía salir, vivir, arriesgarme, salir de mi zona de confort, ¡qué pesados!, como si el riesgo fuera la única forma de estar vivo.
Mientras el avión avanza, más me doy cuenta de que esta decisión ha sido un error, un error muy grande, lo presiento.
Una pequeña turbulencia llama mi atención y consigue distraerme de mis pensamientos. Entonces el piloto habla, noto su voz un poco nerviosa:
“Señores pasajeros, abróchense los cinturones, vamos a atravesar una tormenta inesperada”.
La leve vibración se convierte en un golpe seco, las luces de cabina parpadean, y mi corazón empieza a latir con mucha fuerza, siento que el aire a mi alrededor se vuelve más pesado, las mascarillas de oxígeno caen, la voz de una azafata en la distancia me llega distorsionada. ¿Qué demonios está pasando?
Las nubes son ahora densas, oscuras. Afuera no se ven nada más que sombras. El avión da un bandazo y por un segundo el silencio se siente insoportable.
La tormenta arrecia. Los relámpagos iluminan brevemente el exterior, dibujando siluetas inquietantes entre las nubes negras. El avión da otro tirón, esta vez más fuerte, y siento como todo dentro de mí se revuelve.
Un pensamiento irracional cruza mi mente: ¿Y SI NUNCA SALIMOS DE AQUÍ?
Mi cuerpo se tensa instintivamente, agarro con fuerza los reposabrazos, algunos pasajeros comienzan a murmurar, otros a gritar, otros lloran… y mi mente me repite una y otra vez que no debía de haber venido, que no debí dejarme de convencer, no debí coger este avión.
UN PASADO CON SABOR A PRESENTE
ALEJANDRO BARÓN FUERTES
No todas las guerras se ganan. No todas las batallas se vencen.
La inocencia se disfraza de ignorancia cuando las cosas son difíciles, cuando uno está en el pasado más inmediato. Próximo al presente en el que todo pasa factura, donde cada decisión tiene su repercusión.
Cuando uno es pequeño,
Piensa en cosas grandes.
Cuando te miras en menos,
En todas las cosas fallaste.
Mira el presente, deja fluir,
Culmina con todo lo que amaste.
Lo inmediato has de destruir,
Para salir adelante.
No tiene sentido pensar en lo que podría haber sido. No es concebible creer en que todo es casualidad. Cuando piensas en ti mismo como el que fuiste, todo acaba. Empieza a evolucionar para poder vivir el presente, de lo contrario te mantendrás en el pasado.
La salud mental puede ser letal pero no eterna. En el momento que te das cuenta de que las cosas no van bien, tienes que salir de ahí.
Pozo imposible del Seol,
Depresión de un simple peón.
Voluntad del guerrero,
La insistencia del más férreo
Sal de la oscuridad,
Para ver tu otra mitad.
Aquella que anhelas ver,
Que no te permita caer.
Normalicemos que a veces las cosas no se pueden superar por uno mismo. No nos extrañemos de vernos superados. Tratemos de deconstruir, intentemos analizar, pero no sobre pienses, déjate amar y sé resiliente.
No es un problema acudir a profesionales, no es un inconveniente tirar de la familia y, por supuesto, tampoco tengas miedo a dejar todo atrás. Se tiene la oportunidad de volver a empezar, de nacer de nuevo: ¿qué hay más gratificante? Pero no te culpes, cielo. Que todo llega.
Las malas decisiones repercuten en el futuro y los buenos momentos curan el pasado. La ansiedad te invade al pensar qué será de ti en lo inmediato y la tristeza te incapacita al recordar.
Te doy mi corazón, cariño,
Espero que no sea dañino.
Pisadas en mis latidos,
Con celos mantendré unido.
¡Cuidado! No me dañes más,
Te daré todo lo que tenga.
Un rato tras la entrega,
Un corazón roto por pena.
Admitámoslo. La gente no tiene por qué ser buena ni mala. Cada quien persigue sus ideales. Todos tenemos un nivel de valores. Hay quien ayuda y hay quien destruye. Existen las guerras y tenemos organizaciones benéficas. Lo único que hay que hacer es amarte a ti mismo pues es al único que realmente sabes los valores, ideales y sentimientos que posee.
A veces, cuando todo parece estar perdido, ganas la partida. Logras superar todo lo que te hacía caer. Gracias a la voluntad de los que te quieren realmente: tú y los que, por la razón que sea, están ligados a ti. Ya no hablo de amor, hablo de conexión, de estar ligado a alguien.
La luz sale de las sombras,
Caminas con miedo ahí.
Te paralizas como acostumbras,
No sabes si salir de allí.
Una mano te agarra,
Es tu yo del pasado.
El niño que lloraba,
Pero que has perdonado.
Moraleja: No te rindas. La vida puede ser maravillosa si te amas y perdonas por todo el mal del pasado y miras con optimismo el futuro. Vive el presente y no te olvides nunca que lo fundamental de la vida es el amor.
Ahora que cierro mis ojos, para ti papá
BELÉN FRANCO
Sentado en su cómodo sillón, con la mirada perdida hacia la ventana, sus pensamientos ahora son más lúcidos. Sentía que el final de sus días se acercaba y esa sensación lo envolvía con una mezcla de serenidad y melancolía. Cerró los ojos y, en ese instante, su mente viajó a tiempos pasados, al futuro que le esperaba y dejó salir las verdades que todos guardamos en nuestro corazón.
“Ahora que cierro mis ojos, me remonto a hace algún tiempo, a ese tiempo que no trata ni de años, ni de meses, ni de días, ni siquiera de horas o minutos. Ese tiempo que corre incesante, sin detenerse ni un segundo. Ese tiempo en el que pasas de estar bien a estar mal. Ese tiempo en el que podía hablar, expresarme y decir lo que pensaba, y que ahora intento y no puedo. Ese tiempo en el que me sentía hombre, en el que me movía con soltura y no necesitaba una mano de nadie. Ese tiempo en el que, orgulloso de mí mismo, de lo que había conseguido, me paseaba como un señor por las calles de la vida.
Ahora que cierro mis ojos, puedo ver a las personas que estuvieron cerca, a las que se alejaron de mi vida por llegar a esa edad en la que los necesitas más que nunca, o a aquellas que se dejaron llevar por su egoísmo de lo que llaman ser felices en esta vida, sin pensar en nada ni en nadie.
Ahora que cierro mis ojos, veo el valor del dinero, que no compra la felicidad, ni un abrazo, ni un beso. Ese que aman y amasan los que nos gobiernan. Ese que trae envidias y avaricia. Ese que corrompe y rompe familias. Ese que no puede hacernos vivir eternamente.
Ahora que cierro mis ojos, veo más distancia entre lo material, lo inmaterial y lo que tiene mayor importancia en esta vida. Veo la esperanza en los corazones de aquellos que, a pesar de todo, luchan por un mundo mejor. Veo la solidaridad que surge en momentos de crisis y la generosidad que florece en medio de la adversidad. Porque al final, lo que de verdad importa no se puede comprar con dinero, sino que se construye con amor, respeto y comprensión.
Ahora que cierro mis ojos, veo la tierra y el cielo más cerca que nunca. Esa tierra en la que jugaba de niño, donde mis pies sentían el frescor del pasto o el calor de la arena. Esa tierra que guarda mis secretos, mis risas y mis lágrimas y en la que ahora me entierran, envolviéndome en un abrazo eterno que ahora me acoge en su seno.
Y ese cielo azul, inmenso, intenso, lleno de nubes y de esperanza para mi espíritu maltrecho. Un cielo que se extiende sin fin, donde las nubes dibujan formas caprichosas y los rayos del sol juegan a esconderse. Un cielo que me invita a soñar y a volar con mi imaginación, a dejar atrás las preocupaciones terrenales y a encontrar paz en toda su extensión.
Ahora que cierro mis ojos, están más abiertos que nunca. Siento como el cielo y la tierra se abrazan y me abrazan, recordándome que soy parte de algo mucho más grande. Mis raíces están sujetas a la tierra, pero mi espíritu puede elevarse, volar y encontrar consuelo en la inmensidad del cielo.
Ahora que cierro mis ojos, entiendo más que nunca el principio y el final de nuestras vidas…”.
El poeta que rimaba infinitivos
CARLOS G. ESTEBAN
El poeta que rimaba infinitivos decidió cogerse una depresión como quien coge unas vacaciones. No por las críticas a su último repertorio, que no solo eran demoledoras, como han de ser todas las críticas negativas, sino también crueles, hirientes, desquiciadamente insultantes e incluso ad hominem, cuestionando además de forma y contenido, las capacidades cognitivas del propio autor.
Se la cogió, la depresión, recurriendo al tópico, a la cultura popular, a esa idea tan extendida de que hay que estar en el más apestoso y denso fango emocional para escribir la obra que te abra las puertas del Edén poético. Como un meme, se despatarraba en el sofá, con un vaso de whisky con hielo en una mano y un bolígrafo barato en la otra. Entre ambas, y frente a sus miopes y llorosos ojos, un papel que previamente había garabateado para evitar el síndrome del folio en blanco. Vertía en la hoja frustraciones y miedos, y las malas y buenas emociones que le asaltaban tras saborear cada trago de su alcohólico compañero de creación. Recordaba, para inspirarse, los antiguos amores, y aquellos que nunca existieron, pero con los que siempre soñaba en sus fantasías eróticas. Buscaba la inspiración política en quien, con la palabra, había luchado contra la tiranía en el pasado, intentando componer la estrofa que abriese los ojos al tibio de ideología.
Nada, en todo aquel proceso, evitaba que las cuartillas que emborronaba rebosasen ripios, métricas desgastadas, lugares comunes y malos plagios imposibles de hacer pasar por homenajes.
Decidió, como quien decide tomarse un año sabático, leerse toda la autoayuda que abundaba en la red. De la depresión pasó al éxtasis, feliz e inconsciente, de quien cree que todo lo puede con solo desearlo. Ignorante de la autosobrevaloración de sus capacidades, fue deslizando la tinta de una pluma de bambú por folios de colores, inspirado por la intoxicación de los psicotrópicos que consumía.
De nuevo, cuando el tenaz paso del tiempo hacía pasar el efecto de las drogas y el raciocinio le ganaba la partida a las creencias, hallaba, negro sobre blanco, una colección de mamarrachadas, rimas pueriles y apologías naturalistas.
El poeta que rimaba infinitivos decidió, por último, agarrar las críticas, las crueles, las hirientes, las desquiciadamente insultantes e incluso las que eran ad hominem, y las escribió, una por una, en los folios de peor calidad que pudo comprar en la papelería. Extendidas por una habitación vaciada de mobiliario, las leyó todas, recortó sus palabras y alfombró con ellas el suelo. Formó, poco a poco, nuevos versos las palabras que contenían, descartando cualquier rima infinitiva. Forjó así su nuevo poemario. Otro que no lo consagró como el gran poeta rebelde de su tiempo, ni como la joven promesa de la literatura, ni como el rapsoda que precisaba la escena local. Uno que era su armadura, escudo y espada. E incluso el caballo de batalla sobre el que acudir a las justas que se celebraban en cada jornada de su vida.
Cargado de nuevos poemas, el poeta que ya no rimaba infinitivos metió en su pequeña maleta de viaje los libros de autores que admiraba, y de otros que quería dejar de desconocer, y se tomó, por fin, unas vacaciones.
MARINA
ÓpuntoG (ÓSCAR GASPAR)
—No quiero que se enfade—. Aunque me transmita tanta confianza, creo que aún no tengo la seguridad suficiente para realizar lo que me está pidiendo. No es que no me atraiga lo que me propone. De hecho, deseo llegar más allá. Pero, pasar a ese nivel todavía me impresiona. Espero que me entienda.
Guardé un largo silencio mirándola fijamente.
—Eva, te contaré una historia. Hubo una vez, mucho antes de conocer los tuyos, que me perdí entre dos hermosos ojos marinos. Unos ojos cambiantes con la luz, entre el esmeralda y el verde ceniza del mar anunciando tempestades. Yo retornaba a la superficie ayudado por el empuje de una fuerza extraña, después de que una ola esquiva me sumergiera hasta hacerme tragar toda la arena del fondo. Cuando fui consciente de lo sucedido, ella se encontraba allí en el horizonte, abrazando la inaccesible lejanía. Fue tan irreal que lo llegué a confundir con una de esas ensoñaciones tan arraigadas a mi personalidad de entonces.
Dos días más tarde, contemplando el mar desde la playa, observé un punto que se agrandaba por momentos a una velocidad inusual y que al cabo de unos segundos la última ola escupía varándolo en la arena. Era otra vez ella. Y mi naturaleza propia corrió a socorrerla.
La llevé a casa todavía en estado de shock. Cuando recuperó la consciencia se mostró reacia a que la ayudara, sin lugar a dudas nuestras diferencias eran condiciones difíciles de superar. Pero poco a poco me gané su confianza a base de cuidarla y no había día que no le diera los tratamientos que necesitaba. Esa desconfianza inicial se fue transformando en una profunda admiración mutua, basada en el respeto cómo máxima expresión del amor.
Así avanzaron los días y empezamos aquella “relación” tan fuera de lo común. Yo la protegía.
Y ella… aun con la diferencia de edad y después de tantas penurias sufridas consiguió recuperar la felicidad con mis métodos más estrictos.
No sabría decir quién aprendió más de quién entre los dos. Ella me enseñó que cuando se bordea el abismo de la seguridad, la conciencia siempre está dispuesta a entregarse al instinto del alma. Con ella descubrí que no hay mayor libertad que la que voluntariamente a unos brazos ata.
Y que el miedo frustra más sueños que los que el instinto pueda desear. Pero no podía retenerla más tiempo en aquella celda de egoísmo en la que la tenía presa. Pues sabía que, a pesar de saciarle sus necesidades más primarias, también anhelaba viajar a nuevos lugares, tener una vida distinta a la que jamás le podría dar. Y quise que nos despidiéramos en el mismo lugar en el que nos unió la marea.
Era la mañana perfecta, con apenas una pincelada de nubes disputándole al sol las luces y las sombras. Y en el horizonte, una ligera neblina difuminaba la línea de separación entre el cielo y la mar. La más bella metáfora que el destino pudiera depararnos. Estábamos de pie, al borde del acantilado, y el mar batía una y otra vez las rocas dejando un rastro de espuma en cada devenir de las olas. La brisa traía un suave perfume a flor de lavanda y, a un centenar de metros por debajo, el abismo asomaba ante la inseguridad de lo incierto. Me dispuse a empujarla para que saltara al vacío. Una fuerza interior desconocida y poderosa me impulsó a tomar esta decisión. No tuve dudas. Ella aún tuvo menos, a pesar de ser conscientes de que allí donde nos conocimos una vez, allí donde una vez la salvé, ahora iba a terminar con su vida.
Teoría del cuento en la vitrina de Contar En Corto
En el género narrativo, brilla la novela. Pero precisamente, la obra que lo inicia, Don Quijote de La Mancha, está compuesta por historias parciales que funcionarían con una autonomía tan genial que pueden considerarse piezas breves cuya unión crea la obra colosal. Fue Cervantes maestro iniciador en relatos más cortos que aquellas largas historias de caballeros que usó de frontón para componer la novela de novelas: no son narrativa breve, sino más breve, sus Novelas ejemplares. Deberemos ascender por dos siglos y medio para encontrarnos con el cuento moderno de la mano de Edgar Allan Poe. En Aragón, miremos a Braulio Foz para adherirnos a los precursores. Foz, contemporáneo de Poe, nos dejó nada menos que la Vida de Pedro Saputo, ese conjunto de andanzas y episodios, encuadradas en la picaresca, tan propia de lo español, antes que en el misterio, tensión y terror del autor norteamericano.
El cuento, como subgénero literario, es más hispanoamericano que otra cosa. Fundamentalmente, porque hay un elenco de autorías que lo encumbran con mayor resultado de calidad en más cantidad de autorías. Además, se lee más relato breve y, por lo tanto, se ha publicado más de ello allá en la otra orilla.
En la primera convocatoria del Ciclo Contar En Corto, la referencia teórica ha sido Horacio Quiroga, autor uruguayo-argentino que inició la reflexión sobre el cuento moderno en la primera mitad del siglo pasado. Y así como muestra de esa aportación, se dio su Decálogo del perfecto cuentista (1927):
I
Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.
II
Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia
IV
Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
V
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII
Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
X
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.