Es emocionante para un/a escritor/a, que debe elegir las palabras con las que contar historias, las posibilidades que le ofrece el español, una lengua rica en vocablos con varios significados. La palabra “imán” no iba a ser menos. Nos encontramos con tres campos donde utilizarla.

En física, se refiere al magnetismo; es decir, a la atracción entre metales. Las conocidas menas del hierro, magnetita y hematita, atraen al cobalto y al níquel (además de al hierro, claro); en menor medida, al magnesio, al platino y al aluminio.

Es curiosa la etimología del término que nos ocupa, “imán”. En concreto, viene del griego adamas, adamantos (a, negación; damao, quemar), lo que indica que si la piedra se quema, se acaba con el magnetismo, con la propiedad de atraer. El calor haciendo de las suyas…

Es el mismo vocablo que evolucionó en “diamante”, aunque esta codiciada piedra lo que atrae es su posesión…

Las palabras nunca dejan de asombrarme.

Otra curiosidad: los animales parecen poseer magnetita en algún lugar de su cuerpo (las aves en el pico) para favorecer la navegación, las migraciones. Recorren el espacio y saben exactamente a dónde quieren ir; y llegan. Pero no vamos a disertar en profundidad sobre este apasionante asunto; pueden investigar ustedes.

Volviendo a la cuestión de la semántica, otra acepción de “imán” tiene que ver con la religión musulmana. El imán es la figura religiosa que dirige la oración.

Y la tercera la encontramos en el ámbito de la psicología, cuando se utiliza como atraer, cautivar, encantar, embelesar, seducir, interesar, agradar, conquistar… Hay muchos más sinónimos, con sus matices.

Ramón J. Sender eligió “Imán” para el título de su primera novela, todo un referente al protagonista, Viance, que atrae todas las desgracias, incluida la de no poder vengarse del sargento que odia.

El devenir de la literatura está repleto de historias cuyos personajes nos atrapan, ya sea por sus cualidades, ya sea por sus defectos. No hay nada como una trepidante aventura frente al enemigo, el malo; o como un romance apasionado de dos personas conectadas.

Las historias nos atraen cual imán y, cuando el texto es emocionante y narrado con las palabras adecuadas, el placer no puede compararse a ningún otro.

Persisten en nuestra memoria colectiva muchos libros, muchos personajes por los que dejarse fascinar, embrujar, deslumbrar…

La siguiente lista no está completa:

  • Fitwillian Darcy y Elisabeth Bennet, en Orgullo y prejuicio (1813), de Jane Austen.
  • La maga, en Rayuela (1963), de Julio Cortázar.
  • Dolores Haze, en Lolita (1955), de Vladimir Nabakov.
  • Miss Marple, en Miss Marple y trece problemas (1933), de Agatha Christie.
  • Jo March, en Mujercitas (1868), de Louise May Alcott.
  • Anne Shirley, en Ana de las tejas verdes (1908), de Lucy Maud Montgomery.
  • Andrea, en Nada (1945), de Carmen Laforet.
  • Antígona, en Antígona (s. V aC.), de Sófocles.
  • Anna Karenina, en Anna Karenina (1878), de León Tolstoi.
  • Achike Kambilien, en La flor púrpura (2003), de Ngozi Adichie Chimamanda.
  • Florence Green, en La librería (1978), de Penelope Fitzgerald.
  • Hester Prynne, en La letra escarlata (1850), de Nathaniel Hawthorne.
  • Frederic Henry, en Adiós a las armas (1929), de Ernest Hemingway.
  • Jay Gatsby, en El gran Gatsby (1925), de F. Scott Fitzgerald.
  • Dorian Gray, en El retrato de Dorian Gray (1890), de Oscar Wilde.
  • Don Juan, en Don Juan Tenorio (1844), de José Zorrilla.
  • Heatcliff, en Cumbres borrascosas (1847), de Emily Brönte.
  • Penélope y Ulises, en La odisea (s.VII-VII aC.), de Homero.
  • Atticus Finch, en Matar un ruiseñor (1960), de Harper Lee.
  • Adam Dalgliesh, en Cubridle el rostro (1962), de P. D. James.
  • Sherlock Holmes, en Estudio en escarlata (1887), de Arthur Conan Doyle.
  • Capitán Nemo, en Veinte mil lenguas de viaje submarino (1870) y La isla misteriosa (1875), de Julio Verne.
  • Pepe Carvalho, en Yo maté a Kennedy (1972), de Manuel Vázquez Montalbán.
  • Guillermo de Baskerville, en El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco.
  • Jean Baptiste Grenouille, en El perfume (1985), de Patrick Süskand.
  • Ignatius Reilly, en La conjura de los necios (1980), de John Kennedy Toole.

Belén Gonzalvo


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