LA MELANCOLÍA
A la luz turbia del invierno ocaso,
entre marchitos árboles torcía
mi errante senda el caprichoso ocaso;
deidad hermosa y triste hallé a mi paso
y eras tú esa deidad, Melancolía.
De derribado muro rotas piedras
eran tu trono, al que mullida alfombra,
las enlazadas hiedras
daban un suave, vacilante sombra;
allí sentado, al cielo transparente
levantabas, marcando con el sello
de tranquilo dolor, la augusta frente.
Y, brillaba entre tus ojos seductores
el, que nos dejan pálidos destellos
los perdidos amores, del pretérito.
Me viste llegar, y sonreíste
con cierta sonrisa
que deja el alma triste,
entre el dolor y el júbilo indecisa.
Y a mí viniendo con semblante amiga,
me asiste de la diestra, y apartando
las mustias ramas, con acento blando
cariñosa exclamaste; “ven conmigo”.
Y contigo crucé la sombra umbrosa,
y vi morir las luces de la tarde,
y vi nacer la estrella esplendorosa,
que la primera en las tinieblas arde,
y respiré feliz el triste encanto,
halagando más que la alegría,
los ojos bañan en delicioso llanto.
Y desde entonces, al morir el día,
escalo audaz las pardas
rocas del monte, y a la obscura umbría
voy, donde fiel a tu amador aguardas;
y de tu mano asido
la senda busco del oculto nido;
y donde el breve espacio el bosque cierra,
nuestro horizonte con sus verdes velos,
evoco los recuerdos de la tierra
y tú las esperanzas de los Cielos.
Fernando Bermúdez, es premio nacional
de literatura Bolivia 2019.