Ya llevaba en buen rato asomada a la ventana, apoyada con los codos en el saliente de ella, junto a un claro que dejaba entre una maceta de claveles rojos y otra de margaritas blancas. Miraba a los niños que jugaban a “burro va” y de pronto un niño se paró debajo de la ventana y poniendo las manos en forma de bocina me gritó.
—Señora tenga cuidado, no se asome tanto, y que hoy sus mariposas la visitan.
Le sonreí, no entendía bien lo que me decía.
Él grito más. Me lo repitió haciendo espavientos con las manos.
—Gracias, que no me caigo, lo que ha de pasar pasará y la mariposa es mi amiga.
El niño me miró he hizo un gesto con la mano, como si me entendiera y siguió jugando con sus amigos.
Desde que vivía en esa casa, mi vida no había sido fácil, alejada de mi familia, sin hijos, los pocos amigos que tenía los veía de tarde en tarde, ellos si tenían familia, hijos y por lo tanto muchas obligaciones.
Casi no salía de casa, mi distracción eran mis flores, mi mariposa y mi soledad. Por eso me sorprendió que un niño reparara en mí y en mi mariposa.
Ya estaba acostumbrada que el mundo pasara por mi ventana sin verme, sin reparar en mis lindas flores. Ese niño tendría que ser algo especial, era de la única forma que desde tan lejos pudiese ver a mi mariposa.
Cerré los ojos y me centré en los ruidos que venían de la calle. Noté como la mariposa revoloteaba a mi alrededor y como se volvía a posar en mi cabeza. El ruido de un avión me hizo volver a la realidad y la sonrisa se borró de mi cara, apreté con fuerza los dientes, me había dado a mí misma una semana pasa pensarlo y hoy se cumplía el plazo.
Sólo lo sentía por mis preciosas y cuidadas flores, por mi mariposa no porque ella sería libre.
Acaricié despacio y delicadamente mis claveles que desprendieron su olor, al igual que las margaritas. Corté una de las más bonitas, la prendí en mi pelo. Me di la vuelta y miré a mi alrededor, al posarse mi mirada en la mesita del rincón miré el papel que hacia un rato me había traído el cartero, entré en la salita cogiéndola y arrugándola entre mis dedos, volví a la ventana.
Acerqué la baqueta que tenía a los pies, pensé que así sería más fácil y me costaría menos esfuerzo.
Volví a mirar a la calle estaba desierta en eso momentos y no lo pensé más.
Mi mariposa iba a volar. Aparté un poco más las flores y salté del quinto piso, la sensación era placentera y mi mariposa se hizo grande y libre y sus colores brillaban como nunca.
Alguien encontró el arrugado papel. Y en él se podía leer:
“Ya salgo de la cárcel, esta vez no le libraras de mi”
Ana Moraño Dieguez