Por Raimundo Lozano

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Abro los ojos despacio. En la somnolencia escucho las diez campanadas de la catedral. Es ya muy tarde pienso, he de levantarme. Aún tardo varios minutos. Me desperezo y decido cambiarme de ropa. Paso por el cuarto de baño y, con el frescor del agua, me vienen a la mente aquellas cancioncillas pasadas de moda,que ya pertenecen a otra época. Por ejemplo, “Recuérdame,que recordar es volver a vivir el tiempo que se fue, recuérdame”. Como si aquella época juvenil me hubiese ido tan bien, vamos.   

Una vez desayunado, tomo la silla de anea y me acomodo junto al ventanal que da al parque. Vejetes y algunas mujeres que ya han dejado arreglada la casa,su casa,sentadas en bancos de madera,bajo los árboles frondosos por los que suben y bajan pájaros blancos y negros. Sorprende que estos pájaros  que conocemos como urracas, comúmente picarazas, hayan abandonado su hábitat normal, el monte, lo rústico, y se vengan a vivir aquí, sin importarles el ruido de los automóviles y el aire contaminado.

Viendo cuanto pasa por el parque, por la calle, me pongo a escribir. A intentar escribir,pues no tengo noticias nuevas para empezar un cuentecito, o simplemente un relato. Es cuestión de esperar, claro, no hay por qué desesperarse.      

Al momento, oigo  voces en la calle, voces fuertes, como alguien que está enfadado. En efecto, abro la ventana y observo que es la vecina  de enfrente, al otro lado de la calle.  Parece que al salir del supermecado han intentado atracarla, quitarle la bolsa de de la compra.  Y  en el forcejeo no consiguió el ladronzuelo su propósito, pero ella se cayó al suelo, y mal le le hubiese ido si no acuden en su ayuda empleados del establecimiento.   Resulta que es María, una buena señora que conozco desde hace algunos años. En su casa estuve  de pupilo cierto tiempo, en mi época de soltero, naturalmente

Doy un silbido, vuelve la cabeza y me reconoce. Hago señas con la mano, le pregunto si precisa ayuda, y me dice que no, muchas gracias, que no le han robado nada, y que tampoco ha sufrida  lesión alguna.

Al momento acude la policía municipal . Con esto de los móviles las noticias no corren, vuelan.  María ya  no está, preguntan a unos sí estubieron cuando el intento de robo.

Cierro la ventana. Los vejetes y las mujeres siguen sentados en el banco,habla que te habla. Seguramente están algo sordos y no se ha enterado de nada. Mejor para ellos.

Tiendo la vista a mi izquierda, a la calle,veo otra vez a María que vuelve al supermercado. Seguramente en la caída se le han roto algunas cosas y viene a restaurarlas. Las dependientas son muy amables y no pocas veces admiten los artículos devueltos por no estar en condiciones.

A la salida del supermercado María tiende la vista hacia mi, y yo le hago señas para que venga a verme. Dice con ambas manos que no, parece que lleva prisa, y me dice adiós con la derecha. Pienso que, si no es por el intento del robo yo no tendría nada que hacer, nada que escribir.  A fin de cuentas, a María he de agradecer este articulillo.

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