Alex Regueiro

Alex Regueiro
poeta y narrador

La vieja casa en Canfranc, Huesca.

Era esa casa deshabitada, su cerrojo antiguo, la puerta con telarañas en las rendijas, que me instaba a pensar dónde estaría su dueño, y su llave…, y por qué habría dejado sus recuerdos encerrados  y custodiados por hilanderas arañas…

Como cada día en mi paseo matutino hasta el centenario Puente de Abajo, he rozado con mi sombra la vieja casa abandonada junto a la arruinada iglesia. También hoy, mi inquieta mente ha querido saber el porqué de ese abrazo de soledad que le acompaña. Se lo he preguntado al viento y este me ha contado:

“Se alejó en silencio una mañana del tercer día de la semana del hermoso pueblo de piedra gris y tapia, embriagado por la niebla que subía y las tibias luces que precedían al alba, cabizbajo y decidido, paso a paso, en busca de la salida que no quería cruzar, mirando melancólico de reojo las estrechas calles que abandonaba, los lugares amados, las tumbas de sus padres y seguro de que en su memoria permanecerían intactas hasta el momento del regreso.

         La llave en su bolsillo, el bolsillo en su abrigo; su alma en el pecho y su corazón en la villa que dejaba; donde anduvieron sus sueños lentos, tímidos, minuciosos, como labor en filigrana,  fraguando lo que hoy, con pena, tenía que desamparar.

         Tenía esperanza de regreso; sin embargo, el destino podía ser otro para él y como si su llave hubiese caído a un gran acantilado, esa puerta podría quedar cerrada para siempre, y entre pensamientos suplicantes y dictámenes precisos, recomendó a las arañas proteger la puerta, al óxido humedecerse para blindar la aldaba; reveló al roedor un orificio de entrada para que le fueran más cálidos los duros inviernos, a las cucarachas que tanto le hostigaron, el lugar más caliente de la casa; pidió estricto cumplimiento en no encender la luz cuando el murciélago estuviera por la sala, a las polillas que leyeran cada noche, uno a uno, sus poemas y sus cartas…  a las hormigas blancas, adobar la teca y el nogal y, por último, que estuvieran reunidos cuando el polvo apacible reposara sobre los muebles de madera, pues, seguramente, el viento en su habitual periplo, traería trozos de cenizas volando por el aire cuando las suyas fueran depositadas en el mar”.

 

Alex Regueiro


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