Sol de invierno El sol de invierno duele en la tarde, vencido sobre la celosía de las ramas que trajinan con los pájaros del frío. Almidón es el gris de las aceras que endurece las almas paseantes. Hoy no es día de fiesta, hoy es paño, zapatos deshuesados y torcidos, melena turbia entre la lana, aroma de trabajo y de raíl. La luz es novia del olvido; de la tristeza, una aparecida; la luz que trae el sol es casi amarga, se cuela entre la ropa y, punzante, apaga lo sublime y nos desciende.
Creí Creí hallarme en la isla, la única isla de la inhóspita mar. Creí con el aliento, sufragando el calor que a sus costas llegaba. No dudé nunca del sueño, ni de los milagros, ni de la luz. ¿Cómo contarme ahora dentro de una nave de silencios, contabilizar las lágrimas nonatas que acentúan cada noche un voraz agujero en mi desván? Tengo la voz uncida a la garganta, podrida la salud en la frecuencia de una ola imaginaria. ¿Cómo no ser muerta a cada paso, en cada escalón que el pulmón reclama, si tengo en la cintura su nido, su vanguardia y debajo del mantel toda la vida?
La flor Por su peludo tallo la llevé dentro, donde duerme la tarde y el vuelo de la alondra no aparece. Y quedó inmóvil tras la intensidad roja de su piel, lo eterno y lo fugaz en su apariencia, mientras aguarda tras los ventanales una muerte, por lenta, inusitada.
Eres ángel Eres ángel que sobre mi escenario deshila del plumaje blancos besos; sobre ellos arrodillo mis sucesos y mullo mi sonrisa en solitario. Eres el ser amado que perfuma con el vapor de nube mi tarima, mi danza, de la música mi rima y mi perfil cubierto por la espuma. Fractura la tramoya el alfabeto que rehén de tu verbo abre el proscenio y acaricia la orquesta y mi mejilla. Cada nota por mí vuela un secreto, un críptico mensaje del ingenio que duerme en las butacas de mi orilla.