En la juerga de los jergones por la cerradura
aquel que soy yo no sé qué miraba en el patio de butacas
no sé que esperaba en la desesperanza pues la hora no para
en la esperanza de no sé qué yo desesperaba tanto.
Un teraelectronvoltio es la energía generada por tu palabra, Miguel.
Toda tu poesía ya rozaba el universo desconocido en el convento.
Tus versos impregnan todo el espacio tiempo
de la tierra fértil. La vida, conciencia y memoria,
a través del lenguaje, del ruido sereno de las ciudades,
y del crujir de los cristales donde los poetas nocherniegos tañen
sus oxidados huesos por el tiempo: exploran sus infinitos límites.
Pasarán los largos horizontes con sus mensajeros de incognito
Y, la voz doliente lejos, muy lejos, habla de ti. Es viento que gime
en el cristal de tu ventana. Ruidos sordos y graves
cual lamento largo, crispado. Silencio, rumor extraño.
Respiración fatigosa que se acerca. Oscuridad y más oscuridad
estremecida en eco de suspiros. Todo se da cita en el espacio que es.
¿Será capaz el lenguaje de cruzar esa nueva frontera soñando un día?
La materia oscura de la poesía en llamas. El desierto, clepsidra anegada.
Pero fuimos aprendiendo vuestra lección paso a paso:
cuando teníamos quince años cuajó en noches de terror y de asombro inaudito
No caduca el poema impreso en el aire frío de la madrugada. Amor gélido,
pues la página lee antes la voz trasladada. Acerca sus ignotas fronteras para
que el verso se haga verso imperceptible en el cáliz del poema. Y en su mirada
el gozo del gentil gesto: y por eso seguí en mi jergón con mi juerga de mundo
hasta que este cigarrillo me quemara los dedos
yo digo.
Enrique Villagrasa