por Patrick Collard

Ramón J. Sender leyó por primera vez el Don Quijote cuando la familia vivía en Tauste (Zaragoza), o sea teniendo el futuro novelista once o doce años: “Con desazón lo cerraba a menudo al ver las ridiculeces que Cervantes obligaba hacer a su caballero, que no conseguía ninguna victoria limpia y de veras plausible” (Vived Mairal 2002, 44) . Y el mismo Vived Mairal cita (íbid.) palabras de Sender en Valle-Inclán y la dificultad de la tragedia: “Soñaba con Don Quijote y con él sufría. Supongo que lo que me pasaba a mí, les pasa más o menos a todos los chicos. Desde entonces considero una crueldad poner ese libro en manos de los niños. Es el libro más tristemente adulto que existe”. En su madurez, el escritor le hace a su entrevistador (Peñuelas 1970: 163) la declaración siguiente, que en realidad no sorprende: “estoy lo mismo que cualquier español, sobre todo un escritor, profundamente enamorado de Cervantes”. Es muy palpable en sus obras la presencia del autor del Quijote: la figura de don Quijote aparece en casi cada uno de los ensayos de Examen de ingenios. Los “noventayochos” (Sender 1961a); Donde crece la marihuana (teatro, en: Sender 1969) es una adaptación del Curioso impertinente; el mismo Cervantes es protagonista de Las gallinas de Cervantes (Sender 1967); las Novelas ejemplares de Cíbola (Sender 1961b) son doce, como las de Cervantes. El presente ensayo está dedicado a la particular visión, muy politizada, que de Cervantes y su obra maestra ofrecen los textos de Sender en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil (1).

En 1936, Ramón J. Sender, además de ser un conocido periodista y ensayista republicano de izquierda, era ya uno de los novelistas más destacados de su generación. Estaba profundamente influido por el marxismo y, entre 1932 y 1938 (año en que tomó el camino del exilio), simpatizaba con el Partido Comunista, aunque sin afiliarse. Dado el tema que se va a comentar en estas páginas, es prudente recordar que la Guerra Civil afectó cruelmente a Ramón J. Sender, en su vida privada y en la pública (2). En el exilio, cambió su postura ideológica y el ex simpatizante del PCE se alejó del marxismo y no solo se volvió escritor antiestalinista sino también reescritor de su propio pasado. Esto no lo digo con intención polémica, sino porque el lector familiarizado solo con la obra del Sender maduro y autor, entre otras muchísimas obras, de Los Cinco Libros de Ariadna y Crónica del alba, podrían quedarse sorprendidos leyendo algunos fragmentos de lo que sigue.

Los textos esenciales para el conocimiento de la interpretación senderiana del Quijote en los años treinta son el notable y denso ensayo “La cultura española en la ilegalidad”, publicado en la revista Tensor (nº 1-2, octubre 1935, pp.1-21) y tres artículos de periódico anteriores: “Protección de los molinos de viento” (La voz de Guipúzcoa, 1 de abril de 1933, p.1, El Luchador, misma fecha, p.1 y El Mercantil  Valenciano, 2 de abril de 1933, p.3; recogido en Proclamación de la sonrisa, v. Sender 2008), “El saludo de don Quijote” (La voz de Guipúzcoa, 22 de abril de 1933, p.1 y El Mercantil  Valenciano, 23 de abril de 1933, p.3, también recogido en Proclamación de la sonrisa, v. Sender 2008), y “Cervantes, el estilo y un capítulo apócrifo” (Sender 1934e). Ocasionalmente se referirá a otros artículos de aquellos años.

Don Quijote de la Mancha, ilustración

Dos conceptos clave: realismo y cultura ilegal

El núcleo del pensamiento estético del joven Sender es una cierta idea del realismo relacionada directamente con su visión de la historia cultural de España y con sus opciones políticas, en aquel entonces de orientación marxista (3).

Para una aproximación al papel que desempeña Cervantes en el ideario de Sender por aquellos años, es indispensable comenzar resumiendo, muy en breve, el texto esencial que se titula “La cultura española en la ilegalidad”. Su tesis: la historia de España, desde las invasiones musulmanas hasta ‘hoy’ (= la Segunda República) no sería sino la historia de una lucha entre las corrientes populares y el poder feudal, una lucha inconclusa en 1935. Aparece en el textos la idea, por cierto poco ortodoxa, de que los árabes pudieron invadir tan fácilmente la Península porque “libraban al pueblo de la opresión de la Iglesia y del naciente feudalismo […] la pasión de la libertad y de la igualdad no nos vienen a nosotros de la Revolución francesa, sino del Atlas” (1935: 5). Ya en escritos anteriores, en particular al final de la novela Imán (Sender 1930: 263-264) y en el poético diálogo entre el periodista y la estatua de “María Mármol” (Sender 1934ª: 178) en Viaje a la aldea del crimen (Documental de Casas Viejas), el escritor había evocado los lazos de hermandad entre los pueblos de la Península y  pueblos del norte de África. Desde la Edad Media, el Estado y la Iglesia reprimen cuantas manifestaciones del pensamiento no coincidan con la ortodoxia, con la cultura oficial (que Sender en realidad identifica con la barbarie…). Se vive una continua represión de lo que para el autor representa las tendencias más entrañables y auténticas de la cultura española: el misticismo oriental, el humanismo judío, la fusión de realismo y misticismo en los grandes místicos (Juan de la Cruz, Teresa de Ávila) y después la influencia del liberalismo de los humanistas europeos. Obsérvese de paso que las consideraciones de Sender favorecen una tesis histórico-cultural que después de la Guerra Civil otro gran exiliado, el historiador Américo Castro, irá desarrollando incansablemente: la tesis de la orientalización en profundidad de España, tan acentuada también en las obras ensayísticas y narrativas de Juan Goytisolo.

Pero la feroz represión no conseguirá impedir que la corriente antidogmática, heterodoxa y antifeudal,  – o sea: “ilegal” – se abriera un cauce subterráneo que siempre ha señalado “el camino de nuestra verdadera cultura” (1935:7). Entre sus más ilustres representantes figuran el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo y José Zorrilla. Se comprueba que los autores clásicos citados en “La cultura española en la ilegalidad” son prácticamente los mismos que los que ya aparecían un par de años antes en el importante artículo “El realismo y la novela” (1933a:1-2): Rojas, Cervantes, Quevedo, Teresa de Ávila son escritores realistas porque se quedan “en pura y simple hombría” (4)  y porque tanto en la expresión como en la temática, no vacilan en integrar lo popular. Ser el continuador de la corriente “ilegal” equivale a continuar y desarrollar la corriente realista, en conformidad, desde luego, con el contexto de cada época. Demás está decir, pues, que el concepto de realismo en Sender rebasa ampliamente los límites de su definición como escuela literaria decimonónica.

“La cultura española en la ilegalidad” ofrece una síntesis bastante completa de lo que fue el ideario de Sender, el marco dentro del cual se deben situar sus consideraciones sobre la misión del escritor o sobre Cervantes y el Quijote:

  • política y culturalmente España ha estado siempre y está todavía (en los años treinta del s.XX) dividida en dos frentes (dicho de otro modo: el tema de “las dos Españas”)
  •  la literatura revolucionaria tiene sus antecedentes desde la Edad Media, que son los valores más auténticos de la cultura española;
  • teniendo en cuenta la evolución histórica, seguir luchando por la cultura equivale necesariamente a ponerse de lado del proletariado


El Quijote como “libro de contenido materialista”

Ramón Sender se define a sí mismo como heredero y continuador de la cultura “ilegal”, a sabiendas, por supuesto, que el adversario ideológico también puede reclamarse de las mismas figuras prestigiosas. Véase por ejemplo cómo en “El saludo de Don Quijote” Sender ridiculiza la tendencia de la extrema derecha española a apropiarse la figura de don Quijote y la advierte que si quiere ver un saludo fascista en la mano levantada del ingenioso hidalgo en su estatua de la madrileña plaza de España, mejor no se olvide de que

la bandera política del quijotismo no tiene ninguna seriedad. Es la bandera de la impotencia y del ridículo. […] Cervantes se burla constantemente de él a lo largo del libro y en los comentarios en verso que lo anteceden. […] Si los fascistas buscan en el saludo de don Quijote una bandera, no olviden que nadie sufrió más palos, pedradas, puñadas, candilazos, burlas y gateamientos que el pobre hidalgo manchego […] Tomar por lema al caballero de los leones sería […] salir al campo con el cerebro tan huero y lleno de fantasmas –hitlerianos, mussolinescos – como don Quijote y, sin otro bagaje, montar un rucio y enfilar contra los molinos. Un estúpido delirio.  (Sender 2008, 56) (5)

Y esta cita, tan determinada por el contexto político de la época, nos conecta con la interpretación del Quijote y de la pareja don Quijote / Sancho por Sender en aquellos años. Cervantes era sin duda uno de los principales héroes culturales de Sender y continuará siéndolo en el exilio, aunque que con acentos distintos. En los años treinta, cada vez que evoca al Quijote surge la misma interpretación básica: es un libro de contenido materialista cuyo significado revolucionario sigue actual, porque si fue una crítica del feudalismo, funciona en la actualidad como crítica del idealismo burgués. Véase por ejemplo el siguiente fragmento, sacado de la evocación de un encuentro con estudiantes e intelectuales soviéticos en la Biblioteca Internacional de Moscú en julio de 1933:

Como había dicho que el “Quijote” es un libro de inspiración materialista  y de honda intención revolucionaria, un muchacho me preguntó si creía que Cervantes no fue un escritor burgués de clase, producto de las condiciones económicas de su tiempo. Yo le dije que sí; pero que no se trataba de discutir sobre marxismo sino de informar sobre los fenómenos particulares de la literatura española. El público acogió bien esta respuesta y el muchacho se dio por satisfecho: había dicho que Cervantes intentó crear el gran mito nacionalista y no lo consiguió, porque su héroe le resultó una caricatura sarcástica del idealismo feudal y todavía hoy lo es del idealismo burgués. En este aspecto el libro podía ser una consecuencia de las condiciones del tiempo en que se produjo. De todas formas es un libro revolucionario. (Sender 1933b:6)

Unos meses antes ya, el 1 abril de 1933, en “Defensa de los molinos de viento” había escrito: “tenemos la evidencia de que la obra de Cervantes es una epopeya materialista que nada tiene que ver con los suspiros, los gemidos y las lágrimas de sus comentadores” (Sender 2008, 237).   Tres semanas después, en el  “El saludo de don quijote” puntualiza: “Cervantes hizo en su libro una epopeya contra lo que hoy se llamaría el idealismo burgués, hecho de cristianismo, humanitarismo anarquista y pasión de dominio” (Sender 2008, 58). Los subrayados son de Sender; y con la crítica del “humanitarismo anarquista”, el autor rinde tributo a sus nuevos compañeros políticos, los comunistas, demarcándose de los antiguos, los anarcosindicalistas.

La admiración por Cervantes y el Quijote es profunda y sincera; pero su inspiración ideológica tergiversa la interpretación y lo lleva a afirmaciones que carecen de verdadera justificación y base histórica. Así, repetidas veces – una de las cuales, en el fragmento que se acaba de citar – , Sender afirma que Cervantes era un “materialista”. Y la explicación dada es un bastante gratuita y de las más dudosas, porque teniendo en cuenta el contexto histórico-cultural, es poco probable que los “choques que padeció con la iglesia” (no dice cuáles) y su “desventura de Lepanto, de la que no saca sino la ingratitud de los reyes y las burlas de los Avellanedas” (Sender 2008:39) hubieran bastado  para hacer del ilustre manco un materialista. Y de haber sido así, el materialista debió de arrepentirse, porque Sender parece olvidar la intensificación de la vida religiosa de Miguel de Cervantes en sus últimos años: pertenecía a la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar y a la Venerable Orden Tercera de San Francisco; y  fue sepultado vestido del sayal franciscano, sin contar que en su mismo lecho de muerte firmó la dedicatoria de Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, la novela de publicación póstuma que fue la gran aportación de Cervantes al espíritu de la Contrarreforma y la España tridentina… Los lectores de Sender saben que en el exilio (6) se alejó bastante de su interpretación materialista de los tiempos de la República, como, en términos más generales, se alejó del compromiso estrictamente político (7).

Del supuesto materialismo cervantino procede una imagen peculiar y reductora de la relación don Quijote-Sancho-Cervantes: Sancho va hablando por Cervantes que es un “Sancho Panza letrado” y don Quijote “habla por los caballeros que quizá en la juventud del escritor le deslumbraron con sus hazañas y sus bellaquerías” (Sender 2008: 58). Sancho Panza en “buen escudero”, de “hombría firme y centrada” (Sender 2008:56), símbolo del pueblo sano y racional; don Quijote, enfermo de la personalidad, afectado por una “vanidad monstruosa” (Sender 2008: 55), “no serviría hoy para nada” (Sender 2008: 237); es ésta la pareja que Sender pone en escena, precisando, por si fuera necesario: “Entre don Quijote y Sancho votamos por el escudero, que tenía los ojos limpios y el espíritu yermo” (Ibid.). Las cualidades atribuidas a Sancho hacen de él una figura del hombre nuevo.  Ramón Sender reivindicaba pues una lectura curiosamente literal, como de primer nivel,  del Quijote: el protagonista es un pobre loco que, contaminado por el idealismo feudal, hace todo tipo de ridiculeces que Cervantes –cuyo portavoz en la novela sería Sancho – pone de relieve “con alegría desenfrenada” (Sender 2008:58) y del que se burla “como suelen hacer todos los lectores no contagiados por la brillantez del mito intelectualista” (Sender 2008: 56).  No contagiados; sanos, pues y representantes del espíritu revolucionario. Porque de esto se trata: Sender utiliza a Cervantes para desenmascarar la supuesta impostura de los adeptos del espíritu  de una sociedad enferma y retrógrada que se refugia en el fascismo como baluarte.

Por supuesto, la visión aquí comentada, no surge de la nada. Como lo escribe J.D. Dueñas  (2008: 237-238),

[…] la visión materialista de la obra cervantina no fue exclusiva de Sender durante los años treinta. Ya en la segunda mitad del siglo XIX Nicolás Díaz de Benjumea percibía en Cervantes “un librepensador republicano”; poco después, en los inicios del siglo XX, otros estudiosos entendieron que la parodia cervantina de los libros de caballería suponía en última instancia una expresión del colapso del feudalismo.

La hipótesis del capítulo apócrifo

La libertad, imagen publicación Ramón J. Sender

Cuando en los últimos meses de 1934, a raíz del movimiento insurreccional que culminó con la situación revolucionaria en la cuenca minera de Asturias, la censura limitaba severamente la libertad de prensa en asuntos políticos, Sender dedicó una serie de tres artículos al concepto de estilo en literatura, en el diario La Libertad. O sea: a un tema con que en principio se evitaba las tijeras del censor. En el tercero (en el nº 4602, del 30 de diciembre) de titulo que difícilmente pasaría desapercibido – “Cervantes, el estilo y un capítulo apócrifo” (8), formula por primera vez una hipótesis reafirmada muchos años después en su ensayo “Baroja y las contradicciones latentes”, de Examen de ingenios. Los “noventayochos”(Sender 1961a:126) : la condición supuestamente apócrifa del capítulo 5 de la Segunda Parte del Quijote  (9). Citemos passim lo esencial de la argumentación de Sender. Después de esta definición de la prosa cervantina: “[…] blanda, maleable, pero precisa. Se ciñe a los accidentes del paisaje, del hecho y de espíritu de cada tipo suavemente, sin violencia. Es una prosa tibia, de temperatura uniforme. […]”, Sender insiste en “la escasez de su escolasticismo” y la “poca influencia de la retórica de Alcalá y Salamanca”, para llegar al enunciado clave:

Y sin embargo, en el “Quijote” hay un capítulo retórico, artificioso, duro y silogístico. Un capítulo que, digan lo que quieran los eruditos más autorizados, nunca creeremos que lo haya escrito Cervantes: el capítulo V de la segunda parte. […] [E]n este caso hay que pensar que la seguridad de Cervantes en su propia creación y la despreocupación de la forma le llevaron al extremo de permitir que metiera la pluma en su obra una inteligencia tosca. […] Es un capítulo violento, retorcido, en el que Sancho adquiere de pronto licencias de Alcalá – o habla como si las tuviera -, y Teresa Panza, aunque hace lo que puede por ruralizar  su léxico, habla también como una cortesana. Pero fuera del diálogo, el escritor abandona el período largo, natural y especioso, por otro corto, seco y falso.[…] Ese capítulo no puede ser de Cervantes.[…] La verdad es que Cervantes, después de las acometidas que sufrió en los corros cortesanos con motivo de la primera parte de su libro, tiene puesta en él muy poca fe. […] Escribe y publica la segunda parte acuciado por las dificultades económicas […] Cervantes pudo dejar a cualquier bachiller o licenciado amigo suyo que intercalara unas páginas en la segunda parte.

Luego, después de haber invitado a los especialistas a que investiguen a fondo el asunto, formula su conclusión a la que volveremos más adelante.

A primera vista, la propuesta de Sender no carece de seducción; pero me parece que no resiste mucho al análisis. Consideremos en primer lugar los “esfuerzos” atribuidos por Sender aTeresa “por ruralizar su léxico”. En realidad, la esposa de Sancho no habla de un modo distinto en el capítulo L de la misma parte. Si hay esfuerzo, es sobre todo de parte de Sender; éste apunta también que fuera del diálogo, el período se hace “corto, seco y falso”. Bien, pero los fragmentos no dialogados son escasísimos: tres, exactamente, por un total de menos de 150 palabras, porque todo lo demás – y es el rasgo más evidente – es diálogo en este capítulo, si exceptuamos las tres intervenciones del narrador y los “replicó Sancho” o “respondió Teresa”.  El estilo del capítulo no provocó la menor insinuación de sospecha de intervención ajena  en las notas de las ediciones críticas del Quijote.

El argumento basado en la supuesta despreocupación por la forma es dudoso también por ser fundamentalmente contrario a la esencia misma de una obra como el Quijote. Si bien son ciertas las dificultades económicas de Cervantes (luchó con ellas casi toda su vida adulta), tampoco se puede olvidar que la Segunda Parte era, entre otras cosas, una reacción contra el Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda cuya publicación en 1614 tanto amargó a Cervantes. Era ya en sí una razón suficiente para que el autor afirmara de diversas maneras que la obra le pertenecía a él y nadie más.  Bien lo resumió Lucien Dällenbach (1977:115-118) en sus comentarios a la autorreflexividad de la obra en la Segunda Parte del Quijote: en 1615 Cervantes ya se siente bastante seguro de su creación como para reflejar la primera parte en la segunda, elogiando aquella; es una especie de autorreconocimiento y también una manera de impedir que otros se apropien la gloria que es suya y solo suya;  “Noli me tangere” sería el lema de la obra (Dällenbach 1977:117). Al contrario de lo que afirma Sender, después del éxito de la Primera Parte,  Cervantes sí tiene fe, mucha fe, en su libro. Y aunque anduviera presionado por apuros económicos, ¿iba un autor tan celoso de su creación a confiar la redacción de un(os) capítulo(s) a “cualquier bachiller o licenciado amigo suyo”? Me parece francamente poco probable en el caso de Cervantes.

Aparte de la hipótesis misma, hay otra cosa curiosa, una clase de acrobacia mental en el artículo de Ramón Sender. Éste insiste, en que el lector “de fino paladar” capta enseguida, “la diferencia de manjar y condimento” y detecta por consiguiente sin ayuda externa la presencia de un apócrifo; pero al mismo tiempo Sender está obligado a recordar que en las palabras iniciales del quinto capítulo, es el propio narrador quien dice “que le tiene por apócrifo”, palabras en las que nuestro autor ve “el guión para avisar al lector”. Esto, hay que reconocerlo, ya disminuye un poco la originalidad de la idea de Sender. Más aún: Sender omite decir que la advertencia del narrador se repite dos veces más en el curso del mismo capítulo. Primero hay la frase efectivamente citada en el artículo:

Llegando a escribir el traductor de esta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro Don Quijote de la Manchaestilo del que se podía prometer de su corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese, pero no quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía; […] (Cervantes 2004:581)

Luego, un par de páginas más lejos: “Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el traductor de esta historia que tenía por apócrifo este capítulo” (584); y finalmente: “Todas estas razones que aquí va diciendo Sancho son las segundas por quien dice el traductor que tiene por apócrifo este capítulo, que exceden a la capacidad de Sancho”(586).  Es sabido que a partir del capítulo IX de la Primera Parte, Cervantes introduce a la figura de Cide Hamete y la ficción del manuscrito hallado, puntos de partida para el desarrollo de una compleja (a veces incluso desconcertante) puesta en escena narratológica, articulada sobre la ficción del Quijote como historia verdadera y “el historiador arábigo” como único autor fidedigno. Dentro de tal marco y de la explotación sistemática de las posibilidades que ofrece, no es nada extraño que Cervantes haya jugado a fondo con su propia ficción creando un falso apócrifo.  Es dudoso que si tratara realmente de un apócrifo, Miguel de Cervantes lo hubiera señalado con tanta insistencia, precisamente en aquella Segunda Parte en la que reivindica tanto su autoría. Nótese de paso también que “el traductor desta historia” solo censura la inverosimilitud del habla del escudero; mientras que Sender la extiende a Teresa. Y en otro orden de ideas, es curioso que Sender no haya subrayado unas palabras de la mujer que bien podrían contener un clave: “-Mirad, Sancho – replicó Teresa -, después que os hicistes miembro de caballero andante, habláis de tan rodeada manera, que no hay quien os entienda” (582). Acaso las dudas emitidas por “el traductor” inviten al lector a que fije su atención en cierta transformación de Sancho, debida al contacto con su amo, a una progresiva y tímida  quijotización del escudero. Esto y el recurso del falso apócrifo no hacen sino reforzar y dar más variedad a la ficción cervantina. Lo que pasa es que dicha quijotización no le podía venir bien a Sender. En aquella época.

En realidad, todo el contexto, tanto en el sentido estrecho (el artículo mismo y la serie de tres de la que forma parte) como más amplio (los escritos de Sender sobre la función social de la literatura) indica que el verdadero interés de Sender por el carácter supuestamente apócrifo del capítulo por él comentado, se relaciona directamente con su compromiso ideológico y su enfrentamiento con la literatura de los llamados “faústicos”. Este término abarcaba todo lo que el joven Sender, en nombre del realismo y materialismo, rechazaba como escritor: el esteticismo, el llamado arte deshumanizado, la literatura de orientación espiritualista y elitista. No olvidemos que en 1934 la gran polémica desatada por Ortega y Gasset – y más aún por la producción literaria de los discípulos de Ortega – a raíz de la publicación en 1925, de La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela, aún estaba en el candelero. La conclusión de “Cervantes, el estilo y un capítulo apócrifo” es muy reveladora para el uso que hace Sender del texto cervantino: “A nosotros –para mí es evidente la condición apócrifa del capítulo – nos revela eso, entre otras cosas, el relativo valor que daban los hombres de gran capacidad creadora a la expresión cuando el héroe estaba ya en pie ante un mundo suyo y propio”.

La “cuarta dimensión” del estilo

Dejemos prudentemente a Ramón Sender toda la responsabilidad de la imagen de un Miguel de Cervantes poco preocupado por “la expresión”. Pero esta Ramón J. Senderconclusión del tercer artículo lo es también del conjunto de los tres, un conjunto en el que Sender arremete contra cierta concepción del estilo. La que hace del estilo un fin en sí, algo puramente ornamental, sin trascendencia (social). La de los escritores que él llama “de oído”, cuya “escritura es más de tónica y de ritmo que de pensamiento” (1934c; el subrayado es mío). Y aboga por lo que llama “la cuarta dimensión”. Explica que longitud, latitud y profundidad son las dimensiones que las academias suelen exigir de un lienzo o una escultura para que se le reconozca plasticidad; que todo un sector de la literatura española de su tiempo se atiene exclusivamente a estos elementos formales que sólo interesan a la “parte más fútil de la expresión del hombre”, si falta la cuarta dimensión en la que se pueda iniciar un diálogo entre el lector y la visión del mundo que tenga el genio creador. La cuarta dimensión sería algo así como un puente tendido entre dos orillas. Es el estilo concebido como una visión privilegiada y esencial del mundo; “una noción del universo capaz de fecundar las conciencias” (1934d); pero es también “la manera que cada cual tiene de comprender o de percibir la posición subjetiva del autor ante su propia obra” (1934d). Y, anunciando en cierto modo su tercer artículo, acude ya a Cervantes: “La cuarta dimensión en el Quijote la percibe el que sepa identificar en los estímulos del héroe y en desarrollo y realización de esos estímulos el camino entre el dolor cósmico y la noción que Cervantes tiene de la vida” (1934d.) Merece la pena subrayar que el lector imaginado por Sender algo anuncia del borgeano Pierre Menard: un lector retratado en el segundo artículo como agudo, equilibrado, preparado, dispuesto al esfuerzo y que gracias a sus esfuerzos para penetrar en esa “cuarta dimensión” convierte la lectura en “una nueva creación deleitante”.

Huelga precisar que Sender cree en el genio y en el talento innato: luego, si hay pensamiento e idea profundos, impondrán su expresión adecuada: el verdadero estilo es el que nace en esa “cuarta dimensión”, y ésta  “no se obtiene, sino se posee” (1934d).

Dentro de este contexto, a Sender le venía muy bien que Cervantes hubiera confiado algún que otro capítulo “a cualquier bachiller o licenciado amigo suyo”, sobre todo si dicho capítulo, quinto de la Segunda Parte, se encuentra muy obra adentro, es decir estando ya constituido el universo quijotesco y pudiendo el genio creador de Cervantes permitirse el lujo de hacerse ayudar un rato para aliviar sus apuros materiales. Insistamos por si acaso en que la curiosa hipótesis, bastante sui generis, enunciada en 1934 por el joven escritor admirador incondicional de Miguel de Cervantes, hasta hoy en día no ha tenido, que sepamos, ningún eco, reconocimiento ni continuación entre cervantistas.

Se ve pues cómo en el corto, agitado, pero apasionante y apasionado período de la Segunda República, un joven escritor, brillante y comprometido con la función social de la literatura, llamaba en auxilio de sus ideas políticas y literarias al ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; no dudando, cuando le pareciera necesario, en coger el camino por donde se opera la transformación del texto en pretexto. Cervantes, que lo acompañó el resto de su vida, fue para el Sender de los años treinta una estimulante referencia para una actitud política (la militancia revolucionaria y antifascista) y la subsiguiente reflexión en torno de conceptos clave manejados por el escritor aragonés: realismo, estilo y la otra España, heterodoxa e “ilegal”.

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Bibliografía:

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Dällenbach, Lucien. 1977. Le récit spéculaire. Essai sur la mise en abyme. Paris, Ed. du Seuil

Dueñas Lorente, José Domingo. 2005. “Cervantes y el Quijote, según Ramón J. Sender”. Alazet, 17 (Boletín Senderiano 14): 461-468.

Líster, Enrique. 1977. Memorias de un luchador, Madrid, G. Del Toro, 1977

Peñuelas, Marcelino C. 1970. Conversaciones con Ramón J. Sender. Madrid: Magisterio Español.

Pini Moro, Donatella. 1994. Ramón José Sender tra la guerra e l’esilio. Alessandria: Edizioni dell’ Orso.

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 Sender, Ramón J. 1933a. “El realismo en la novela”. La Libertad (6 de enero): 1-2

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Sender, Ramón J. 1934a. Viaje a la aldea del crimen (Documental de Casas Viejas). Madrid: Pueyo.

Sender, Ramón J. 1934b. “En el aniversario de Emile Zola”. La Libertad (3 de octubre): 1.

Sender, Ramón J. 1934c “Hablemos del estilo, si usted quiere”. La Libertad (9 de diciembre): 1.

Sender Ramón J. 1934d “Una manera de entender el estilo”. La Libertad (19 de diciembre): 1

Sender, Ramón J. 1934e.   “Cervantes, el estilo y un capítulo apócrifo. La Libertad (9 de diciembre):1.

Sender, Ramón J. 1934f. La noche de las cien cabezas. Madrid: Yaguës.

Sender, Ramón J., 1935. “La cultura española en la ilegalidad”. Tensor (nº 1-2), octubre 1935:1-21

Sender, Ramón J., 1936. “El novelista y las masas”. Leviatán, (núm. 24, mayo), 31-41.

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Sender, Ramón J. 1961ª. Examen de ingenios. Los “noventayochos”. New York: Las Americas

Sender, Ramón J. 1961b. Novelas ejemplares de Cíbola.  New York: Las Americas

Sender Ramón J. 1967. Las gallinas de Cervantes y otras narraciones parabólicas. México: Mexicanos Unidos.

Sender, Ramón J. 1969. Comedia del Diantre y otras dos. Barcelona: Destino.

Sender, Ramón J. 2008. Proclamación de la sonrisa. Ed. de José Domingo Dueñas Lorente. Zaragoza: Prensas Universitarias de de Zaragoza / Instituto de estudios Altoaragoneses / Instituto de Estudios Turolenses / Dpto. de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón (“Larumbe. Textos Aragoneses” n° 3).

Vived Mairal, Jesús. 2002. Ramón J. Sender. Biografía. Madrid: Páginas de Espuma.

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Notas:

(1) Esta contribución es una versión completamente reelaborada y puesta al día de partes del capítulo IV de mi libro Ramón J.Sender en los años 1930-1936 (Collard 1980)

 (2) Amparo Barayón, su mujer, y Manuel Sender, su hermano, fueron fusilados por los sublevados en 1936; el mismo Ramón Sender, entonces jefe de estado mayor de la 1ª Brigada Mixta, tuvo un gravísimo incidente con su comandante Enrique Líster, quien lo acusó de deserción frente al enemigo. Véanse al respecto Líster (1977:166-168); Vived Mairal (2002:333-340) y Pini Moro (1994:73-101).

(3) En una carta-cuestionario que a petición mía Sender rellenó in extenso, le preguntaba entre otras cosas por su grado de familiaridad con los textos de Marx; me contestó el 17 de mayo de 1976: “Sí. Conocía todo Marx y Engels en español o francés”. En el terreno literario, la lectura, en 1929, de la traducción española del libro de Jorge Pléjanov, El arte y la vida social, tuvo un impacto decisivo en la estructuración de las ideas de Sender sobre la misión social del arte (v. Collard 1980: 62-66)

(4) Con este concepto de hombría, estrechamente relacionado con el de realismo, Sender no remitía a cualidades específicamente masculinas: resumiendo se podría decir que es el principio vital (como lo llama en el ensayo “El novelista y las masas” (Sender 1936) o el ser humano “en plena puridad, sin la corrupción de la vieja personalidad adquirida y pegadiza”, como lo define en la novela La noche de las cien cabezas (Sender 1934f: 21). después de la guerra civil, la novela La esfera (Sender 1947) será un intento para elaborar un ambicioso conjunto teórico acerca de la hombría.

(5) En el mismo orden de ideas, evoca con irritación, en el artículo “En el aniversario de Emilio Zola” (1934b:1) la recuperación del gran escritor naturalista por la cultura burguesa a través de actos de homenajes oficiales.

(6) Ya queda dicho que en Examen de ingenios (1961ª) la figura de don Quijote atraviesa casi cada uno de los ensayos del libro.

(7) Véase lo que escribe Dueñas Lorente (Sender 2008: 238) en su introducción a Proclamación de la sonrisa: “Tras la Guerra Civil, Sender perdió interés por, la interpretación política de  las cosas y ahondó en referencias de orden antropológico y filosófico. Este cambio de óptica se percibió también  en la manera de entender el Quijote. Sender continuó repudiando la precepción noventayochista del libro.[…] Sender siempre defendió la clarividencia y la hondura humana del autor del Quijote.” Véase también al respecto Dueñas Lorente 2005.

(8) Los dos anteriores son “Hablemos del estilo, si usted quiere” (1934c:1) y “Una manera de entender el estilo” (1934d: 1)

(9) Precisemos que en “Baroja y las contradicciones latentes” Sender habla de “algunos capítulos apócrifos” (1961ª: 126), pero señalando solo el mismo que en 1934.


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