Relata Pablo Neruda en sus memorias “Confieso que he vivido” la agresión sexual cometida sobre una asistenta doméstica cuando era cónsul en Sri Lanka. Narra el suceso sin una evidente sombra de pesar, incluso con cierta petulancia, pues nadie suele hablar de forma pública y notoria de aquello que preferiría no haber perpetrado. Por lo demás, el laureado nobel, perfecto espécimen de eficaz oportunismo, siempre presto a servirse de sus relaciones personales, es también ejemplo de conducta errática y miseria humana en otros muchos aspectos de su existencia, en especial respecto de sus vinculaciones con la mujer.

             No se trata de un hecho aislado en el Olimpo literario, sino de un comportamiento muy frecuente en reconocidísimas figuras del arte y de la cultura, cuya trayectoria vital parece muy apartada de lo que pretenden pregonar a través de sus obras. Hábitos tiránicos, abuso y explotación de colaboradores, severo despotismo en su entorno, maltrato familiar, puro machismo, intransigencia ante todo lo que no sea su santa voluntad… un catálogo inmenso y prolijo que describe actos inconfesables e impropios de la dignidad humana. El caso de Neruda mantiene la particularidad de que es él mismo quien formula testimonio de su ignominia; en general, es enorme el pasmo y horror de quienes ingenuamente analizan la biografía de sus apreciadísimos héroes para descubrir con asombro que allí no existe demasiado bagaje merecedor de admiración, pero lo cierto es que tal contradicción se prodiga con harta frecuencia entre los más virtuosos mentores.

            ¿Hasta qué punto es posible desligar al autor de su obra? Hoy, subyugados por lo políticamente correcto y por un descarado etnocentrismo cultural, la tendencia marca la conveniencia de modificar obras magistrales consagradas, de tal forma que no hieran la delicada sensibilidad que pretende ostentar el devenir social ¿Qué opinarían los hermanos Grimm, cuyos cuentos y leyendas se ajustaban a una estética romántica propia de su época, acerca de las incongruentes mutaciones de las que intentan ser objeto en la actualidad? ¿La imposición de un lenguaje inclusivo, el respaldo de la dignidad animal, o el rechazo a la crueldad manifiesta de algunas narraciones son, de verdad, razones incuestionables? ¿Existe derecho a modificar la obra de un autor porque se aborrecen algunos detalles…? No se puede entender la obra de Orwell sin la empatía necesaria para situarse en su tiempo y momento, exactamente lo mismo que podría decirse de la mayoría de autores que nos han precedido. Sin embargo, circulan ya versiones de “Rebelión en la granja” convenientemente retocadas según criterios acordes con otras realidades más próximas a nuestro tiempo. Por su parte es muy probable que Caperucita roja renegase de la gratuita metamorfosis sufrida en razón de su género y, no digamos, cuál sería la feliz sorpresa del lobo, tan bizarramente reivindicado en ciertos foros que, a su vez, condenan al malvado cazador por su actitud contraria a la más devota fe ecológica.

            Desde sus más remotos orígenes, el homo sapiens se ha revelado como hábil constructor de mitos; de forma simultánea, también somos los humanos ancestrales expertos en hacer leña del árbol caído e incluso en ensañarnos con las virutas del antaño encarecido ídolo. Obviamente, ni Neruda ni Picasso son modelos a imitar más allá del ámbito de su obra… lo que no debiera impedirnos disfrutar de ella. Tanto los versos de uno como las pinturas del otro gozan de vida propia, independiente de las presuntas intenciones y declaraciones de su autor. Es posible admirar el “Guernica” exclusivamente por sus valores artísticos; incluso es también factible ensalzar la obra como símbolo de pacifismo, sea cual fuere la controvertida posición de Picasso a tal respecto. Todavía es bastante más fácil gozar con los versos de Neruda ignorándolo todo sobre su vida y versátil índole. En cualquier caso, tenemos perfecto derecho a reinterpretar sus obras desde nuestro punto de vista, pero no a modificarlas en sustitución del autor.

            Kafka implica la eterna búsqueda de lo oculto, la inmersión en lo absurdo. Enfrentamiento a situaciones difíciles plagadas de reglas desconocidas, paradójicas, inescrutables… esa entelequia conocida como “kafkiana”. No es fácil encontrar sentido a sus textos, lo que invita a la reinterpretación por parte del lector. ¿Exégesis obligada? Tal vez. ¿Y es para ello imprescindible el análisis de su atormentada biografía? La personalidad de Kafka es muy peculiar, tanto como sus relaciones femeninas o su presunta ambigüedad en cuanto a orientación sexual, alienación y estabilidad emocional. De hecho, ni siquiera conocemos todos sus escritos, muchos de ellos aún desaparecidos.

            Se mantiene cierta polémica sobre la óptica de Nietzsche en cuanto a las contradicciones patentes en su pensamiento; tal vez, simplemente, mantenía la diversidad de puntos de vista como un medio para que sus lectores desmenuzasen las sucesivas facetas posibles de cada cuestión planteada, lo que no implica que Nietzsche las considerase válidas y viables por igual. En cualquier caso, su filosofía, tan influyente en las generaciones nacidas en la segunda mitad del siglo pasado, puede ser útil para reforzar nuestras convicciones personales, sean cuales fueren. Nietzsche estimula nuestra fuerza vital, nos invita a romper cadenas y prejuicios que nos esclavizan para volar en libertad. Para él, no había espejos en los que mirarse dentro de la cultura occidental, víctima de la decadencia de sus devaluados valores.

            ¿Somos capaces de superar nuestras propias contradicciones, incluso si son kafkianas? ¿Somos también capaces de romper los espejos espurios que nos limitan… sobre todo, cuando son de falso azogue?

 

Carmen Bandrés. Septiembre 2024, revista IMÁN


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