Por Chusa Garcés
El azar por sí mismo no es capaz de acumular ocho millones de muertos.
Bertha Sapherman.
Francisco Fernando se levantó en el Hotel Bosnia, abandonó la cama dejando todavía el calor de su cuerpo sobre las sábanas. Besó a Sofía, y la expresión beática de su rostro rozó la felicidad somnolienta. Todavía permanecía en la estancia el olor a sexo. La noche anterior Francisco Fernando disfrutó de la belleza sensual del cuerpo de su amada, los efectos del embarazo la hacían a sus ojos todavía más hermosa. Sintió su miembro tensarse al oler la humedad cavernosa de la vagina de Sofía. Y la vida se le antojó un patio de recreo donde sus tres niños, Sofia, Maximiliano y Ernesto, crecerían felices. Heredaría un trono, el destino había decidido que así fuera, con algunos problemas, el nacionalismo el más grave de todos ellos, aunque no había nada que sus dotes negociatorias no pudieran solventar. Era consciente del peligro que corrían en este viaje, ya había habido otros muertos antes en la ciudad pero él se sintió totalmente protegido ante la visión de su mujer.
Sofia arrugó el gesto y siguió durmiendo bajo la atenta mirada de su marido.
A las ocho de la mañana del día 8 de junio de 1914 el joven Gavrilo Princip salió de la casa de Danilo IIic en la que había pernoctado. Llevó a cabo el recorrido por las calles de Sarajevo con la intención de ocupar su puesto. Su mente estaba lúcida, la noche anterior no había querido tomar una gota de alcohol que enturbiara su entendimiento. Revisó sus pertenencias antes de empezar a caminar, asida al bolsillo interior de su gabán en su parte izquierda, llevaba la pistola, en el bolsillo del pantalón derecho reconoció el frasquito de cianuro que le salvaría en caso de que fuera el elegido para llevar a cabo tan noble acción, por último, tocó la granada de mano. El sentido del deber inundó su mente y se sitió importante como pocas veces en sus diecinueve años de vida. Evocó una canción infantil cantada por su madre y comenzó a caminar.
Francisco Fernando creyó que había llegado el momento de despertar a su adorada esposa. Se acercó a su cuerpo, cruzó la cama para llegar hasta ella. Acarició con ternura su pelo, deslizó su índice por el escote que el camisón de tules blancos dejaba al descubierto, volvió a sentir una ligera inflamación en su glande y su mano continuó con el viaje hacia los pechos rosados de su mujer, ladeó las sábanas y contempló extasiado tres segundos el cuerpo que se intuía debajo de las gasas, se despojó de su ropa y su miembro se dirigió a su particular refugio antiaéreo. Sofía entre jadeos se dejó hacer. Los gritos entrecortados inundaron toda la estancia. Los dos amantes cayeron desplomados encima de la cama a las ocho cuarenta y cinco de la mañana.
Gravrilo atravesó la ciudad sintiéndose el elegido. Atrás quedaban los tiempos en los que se había sentido rechazado por la debilidad de su figura. Su grandeza moral no podía ser obviada y el destino le había dado la oportunidad que merecía. Demostraría su honor a Tankosic tan reacio a su incorporación en el grupo. Los pensamientos envalentonaron sus pasos. Creyó ser el enviado de los dioses para salvar a su pueblo de la opresión mientras se disponía a cruzar el parque para llegar al coso, donde él haría guardia hasta el paso de la comitiva. En el parque se encontró con tres viejos amigos que planeaban un distendido almuerzo con amigas a las orillas del río Miljacka. Gavrilo nervioso rehusó la invitación argumentando que tenía una misión muy importante. Los amigos insistieron aportando datos de la belleza de las mujeres que iban a acompañarles, de la comida y bebida que disfrutarían y si tenía suerte, rieron en tono jocoso, podría terminar el día colmado de regalos. Él había encontrado en la independencia serbia una causa justa donde utilizar su malograda vida. La alegría y los placeres no tenían cabida dentro de su corazón. A las ocho y cuarenta y cinco Gravrilo continuó su marcha con dirección al coso.
Francisco Fernando y Sofia después de vestiste con todos los honores salieron de la habitación del Hotel Bosnia, se montaron en el coche con toda la comitiva que les llevaría a la estación para coger el tren con dirección a Sarajevo.
Sentado al lado de Sofía, Francisco aprovechó para jugar con sus dedos. Ella se acordó un momento de sus hijos. Le preguntó al heredero si estarían bien y él con gran contundencia respondió que estaban en las mejores manos. La tranquilizó diciendo que no tuviera la menor duda. Ella exhaló cualquier resquicio de preocupación y con la mirada fija en el paisaje cambiante y los destellos solares se adormeció hasta llegar a la estación de Sarajevo.
La ilusión de Francisco por la visita era mínima, pero tenía presente el sentido del deber y la responsabilidad frente a su tío, Francisco José. Tenía la obligación de demostrar que su elección forzada por las circunstancias traumáticas había sido la correcta, debía estar a la altura de las circunstancias. Poco antes de las diez de la mañana llegó el tren a Sarajevo. El general Potiorek y toda la comitiva de funcionarios bosnios esperaban desde hacía un rato en la estación.
Gravrilo tomó su posición a las nueve de la mañana. La capital esperaba festiva la llegada del futuro emperador. La alegría de las calles se mezclaba con flores y banderas. Todo estaba previsto. Cuando llegó, su compañero aguardaba nervioso su llegada, la resaca le nublaba la vista y ver a Gavrilo le proporcionó seguridad. La multitud fue creciendo y poco a poco fueron ocupando sus posiciones a lo largo de la calle, sus seis camaradas también lo hicieron por el recorrido del embarcadero Appel. La espera era el único trámite que debían cumplir. A las diez de la mañana todavía quedaban dos horas para su gran actuación. Se mantuvo firme con la seguridad de que todos estaban cumpliendo con su deber moral
Francisco Fernando bajó del tren con todos la pompa necesaria y una vez hechas las presentaciones y saludos oficiales, el gobernador Potiorek informó del plan del día, primero pasaría revista al cuartel general situado frente a la estación, después la comitiva se dirigiría al Ayuntamiento y a la inauguración del Museo.
La obligación y la insistencia de Potiorek habían doblegado las intenciones de Francisco Fernando que en ningún caso eran estar en esa Sarajevo insegura en vísperas de su aniversario de boda. Una vez allí Fernando cumplió con el deber del futuro emperador. La comitiva de coches salió con destino al Ayuntamiento.
Gravrielo Princip vio como aumentaba su nerviosismo. Intuyó que algo había salido mal cuando el ruido de la detonación lo alcanzó. Se acercó rápidamente a la zona cero para comprobar sorprendido el arresto de su camarada Čabrinović. Las imágenes pasaron raudas por su mente, barajó la opción de convertir en mártir de la causa a su amigo y acto seguido suicidarse él, en fotograma amarillento del coche oficial con Sofía todavía viva le hizo descartar la idea. Se dirigió a la esquina del embarcadero, a la calle Francisco José, con la intención de que la comitiva siguiera el orden establecido publicado en los periódicos.
Francisco Fernando vio como un proyectil salido de entre el público salió volando hacia su coche. Tuvo la pericia de agacharse y arrastrar a su esposa tras del él dentro del vehículo descapotable. El miedo se apoderó de los dos cuerpos cuando oyeron la deflagración de la bomba estallada debajo del cuarto coche de la comitiva. Eric von Merizzi y el conde Alexander von Boos-Waldeck resultaron heridos de gravedad. La multitud despavorida por falta de entendimiento gritaba y una veintena de personas se hallaban en el suelo con caras sangrantes a la espera de que vinieran a socorrerlas. El dolor colapsó algunos cuerpos hasta el desmayo. El futuro heredero constató que su querida mujer estuviera en perfectas condiciones. Miró al cielo a las doce y cuarenta minutos y dio las gracias por la protección, por ser el elegido.
Gravrilo descargó su odio contra el suelo. Comprendió que su camarada había ejecutado mal la acción, la bomba detonó diez segundos después de lo esperado. Había faltado sincronía tan necesaria para perpetrar cualquier noble acción. Se quedo merodeando por la zona a la espera de órdenes y de que Dios le permitiera pasar a los anales de la historia.
Francisco intentó tranquilizar a Sofía, al borde de un ataque de nervios. Creyó que estaba fuera de todo peligro, siguió con el deber de informar a tu tío, y seguir con el protocolo del acto organizado en el Ayuntamiento. En su discurso reprobó a Potiorek por el descuido en la seguridad y su falta de efectivos para evitar el atentado. Su preocupación por las victimas le llevó a visitar a los heridos, tenía que ver al teniente Merizzi. Preguntó cuál era la mejor manera de llegar al hospital militar, Potiorek en principio se opuso tajante a la idea, seguía manteniendo la visita oficial al Museo como obligatoria. Francisco no dio opción y con la contundencia del futuro emperador ordenó que el siguiente paso sería ir al hospital. Potiorek trazó la ruta por el embarcadero, le aseguró a Francisco que su seguridad era plena y que él mismo se hacía absoluto responsable de su seguridad. Miembros de la comitiva del Archiduque no estuvieron en absoluto de acuerdo con la decisión, Potiorek irritado espetó: ¡Acaso creéis que Sarajevo está lleno de terroristas!. La fuerza categórica dio el golpe de efecto necesario para iniciar la acción. Francisco Fernando se dirigió hacia el coche, los demás le siguieron. Sofía no permitió que su esposo corriera ningún riesgo solo.
La comitiva se dirigió al embarcadero. Francisco Fernando tensó sus músculos, abrazó a su mujer y pidió a Dios protección. Gavrilo seguía esperando sentando mientras pedía al cielo la gloria. El primer coche cambió la dirección acordada para dar la vuelta al museo adentrándose en la calle Francisco José. Potiorek abroncó al chofer pidiéndole explicaciones le obligó a que frenara y que redireccionara su marcha. El chofer frenó en seco. El clamor de los sarajevinos era manifiesto. Gavrilo reconoció a su victima, pensó en la bomba, su pensamiento recorrió la trayectoria hasta el gabán, tocó el frío acero de su pistola. El nerviosismo de Francisco Fernando crecía, quería salir de ahí cuanto antes, quería llegar al hospital, que terminara el día, quería abrazar el cuerpo desnudo de su mujer. Una emoción retenida recorrió el cuerpo de Gavrilo, su miembro generó una erección. Disfruto de la sensación mientras su mano efectuaba un giro rápido disparo sin mirar a sus victimas. La población empezó a gritar. Los disparos se sucedieron y el coche continuó su marcha. Francisco herido de muerte le dijo a Potiorek: Volvió a suceder. El cuerpo de Sofía se desplomó con su futuro vástago dentro. Gavrilo se alejó de la multitud e ingirió el cianuro inefectivo. Con el sentimiento del deber cumplido se dispuso a volarse la tapa de los sesos, pero fue detenido, linchado y capturado con vida. La alineación astral permitió que los dos hombres se encontraran. El azar tiene una curiosa manera de actuar.
Francisco Fernando no vio el inicio de la Primera Guerra Mundial, Gavrilo Princip vivió un año condenado en la prisión de Terezin, sometido a terribles torturas. Durante ese tiempo pudo ver el resultado de sus acciones heroicas. Muchas noches creyó que su Dios lo había abandonado.
No hay casualidades en las guerras.
Los restos mortales de las victimas descansan en el Palacio de Artstetten, en la Baja Austria. Los restos mortales del verdugo fueron enterrados en una fosa común en Terezin, los del héroe exhumados para ser enterrados en una capilla del cementerio serbio de San Miguel de Kosovo.
La escasa inteligencia de Gavrilo no le sirvió para comprender las dimensiones de la época en la que le tocó vivir. El odio siguió alimentando su corazón y en la pared de la escasa y húmeda celda donde pasó sus últimos días escribió:
Nuestras sombras andarán por Viena, se pasearán por la corte, atemorizarán a la aristocracia.
No hay ninguna victoria que contar en las batallas. Todos somos víctimas de nuestra memoria. No hay vencedores en las guerras.