separadorPor Emilio Quintanilla Buey

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Invitado por un grupo de amigos pertenecientes al mundo de la cultura, en octubre de 1996 Rosendo Tello llegó a Morillo de Tou, un centro vacacional en el Pirineo aragonés muy próximo a Aínsa, para participar en unas jornadas poéticas. Esos días de estancia en tan impresionante paraje pirenaico compartiendo experiencias inolvidables fueron el germen de Magia en la montaña, el poemario que ha publicado PRAMES en una cuidada edición incluida en la colección Las Tres Sorores.

El libro se inicia con una cita de Antonio Machado: “Toda poesía es, en cierto modo, un palimpsesto”. Y en la breve justificación previa que hace el autor  encontramos la razón que le ha llevado a evocar la cita machadiana. Morillo de Tou también es, de alguna forma, un palimpsesto: un  lugar que conserva huellas de la pequeña población que sucumbió cuando la construcción de un pantano anegó las tierras de labor e hizo que sus vecinos abandonaran aquella vieja aldea que hoy es un atractivo complejo vacacional, pero cuya historia y tradición permanecen inextinguibles bajo una capa de moderna funcionalidad.

Toda la obra poética de Rosendo Tello constituye un corpus orgánico cuya lectura conviene abordar con una visión de conjunto y siguiendo el orden cronológico en que fue escrita (que no siempre coincide con la cronología de su publicación). Cada poemario, que suele iniciarse con unos versos de la obra que le ha precedido, ha de considerarse eslabonado dentro de un todo que le confiere valor añadido y que rebasa la simple suma de las partes que lo integran.

Pero en el caso de Magia en la montaña bien podemos hacer una excepción y disfrutar del libro como una pieza independiente y singular. No hay necesidad de incardinarlo en el conjunto de la obra lírica de Tello, de cuya elocución habitual se aparta en algunos aspectos. Las circunstancias en que el libro fue escrito (un breve paréntesis que comienza en otoño de 1996 y finaliza un año después), la ausencia —salvo alguna excepción— de ese peculiar toque metafísico a que el poeta nos tiene acostumbrados, la profusión de exergos o citas con que encabeza gran parte de sus poemas y la variedad tanto de registros poéticos como de temas tratados, hacen de Magia en la montaña un sugestivo mosaico con variedad de estilos y de combinaciones métricas que sin duda cautivarán al lector.

El libro se articula en cuatro apartados. El primero, Todo el día estuvimos viendo volar los pájaros, tiene mucho de buen presagio y nos recuerda el título de un trabajo narrativo de Caballero Bonald, colega y coetáneo de Rosendo (Toda la noche oyeron pasar pájaros), que a su vez tomó el título de un pasaje del diario de Cristóbal Colón escrito la víspera del día del descubrimiento. Este primer apartado solo contiene un poema donde Tello juega magistralmente con el simbolismo del vuelo rasante de los pájaros junto a la laguna que cabrillea allá abajo con la primera luz de la mañana.

El segundo apartado: De cómo, al repicar de los canteros, se encendía la luz de la montaña, incluye ocho poemas en los que Rosendo Tello deposita una formidable carga bucólica. Morillo de Tou se transforma en la Arcadia dorada, inocente y feliz. Pocas veces, a lo largo de toda su obra, se nos muestra el poeta tan seducido por el mundo rural que él sabe idealizar en ocho bellísimas piezas líricas de corte virgiliano donde es fácil advertir íntimas reminiscencias de elementos autobiográficos. En este apartado nos encontramos una hermosa Canción de bienvenida cuyo ritmo y ligazón nos recuerdan al Lorca más neopopular.

En el tercer apartado: Arte poética del reconocimiento, Rosendo aparta su mirada del paisaje para ponerla en la gente. Ya no es el entorno pirenaico el que llama su atención, sino los juglares que le acompañan y que recitan poemas en aquel impresionante escenario. Comienza con una reflexión dedicada a su buen amigo Luis Felipe Alegre sobre la forma en que la poesía ha de ser vista y declamada y continúa hasta completar una serie de once cuajados poemas donde Tello deja constancia de su agudeza y sagacidad al observar y enjuiciar a los distintos rapsodas: la muchacha que recita Noche oscura de San Juan de la Cruz o el joven que se atreve con Garcilaso (Cómo, ¿aquí Garcilaso? ¿Pero será posible? —se asombra Rosendo). Hay un poema construido en liras donde Tello adopta magistralmente el lenguaje poético del siglo XVI que parece requerir esta estructura estrófica. Hay también evocaciones de Calderón, de Cernuda, de Gil-Albert… para terminar con una oda sublime (Cuerpo de manantiales) que es todo un rapto poético.

El cuarto y último apartado (dos únicos poemas) nos sitúa en la inevitable separación. Las jornadas de convivencia en Morillo de Tou han fortalecido amistades y han generado sintonías. Hay que hacerse una fotografía grupal (El corazón de la luz) y hay que despedirse (Despedida de mis amigos). Dos acontecimientos impregnados de nostalgia de los que Rosendo Tello sabe dejar testimonio en dos poemas de gran plasticidad. La fotografía se pondrá algún día amarilla, como se encargó de recordarnos Miguel Hernández, y el escozor de la separación de los amigos se pasará, pero siempre quedará esa dulce melancolía que llevó a nuestro poeta a ofrecernos en la última estrofa estos versos amétricos que vienen a justificar el título del libro:

            ¿Conocéis las tormentas de la sangre, la lenta mordedura

            del amor y el grito alborozado de las aves que cruzan

            los pantanos? ¿Alguna vez probasteis, y experimentasteis

            el fuego derretido como bresca en la boca?

            Si no lo comprendéis, venid a este lugar mágico…”

 

En aquel viaje a la montaña del otoño de 1996, Rosendo Tello llegó a experimentar la intensidad de unos momentos inolvidables que supo recoger en uno de sus libros de poemas más imaginativo, cercano y vitalista.

Rosendo Tello

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