María Molina
Apagamos
todas las lámparas.
Abrazamos la oscuridad
para enmudecer
a la penuria de los cuerpos.
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Vivir lo oscuro
esperando la luz.
Al despertar,
recomponer el mosaico destrozado
con unas nuevas teselas.
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Me reclamas.
Te desoigo.
Me envuelven
voces más propicias.
Equivoco la senda.
Retrocedo y tropiezo
mil veces.
No ejerzas la ley del talión.
No me desoigas.
Ahora soy yo
quien te reclama.
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Nacida del rastrojo,
del ocre, del secano.
Mi voz
es la de un pez
de un mar
que nunca tuvo olas.
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Café cronometrado.
Pasos, saludos,
entregas , zanjas, billetes
pantallas, sepelios, grúas,
dolor , descanso,
placer cronometrado.
Rompemos el reloj.
Libertad de una vida sin saetas.
Solo les queda
el cuerpo.
La longitud infinita,
el tiempo dilatado.
Las lágrimas
no hacen crecer el trigo
en las tierras sin lluvia.
Solo les queda el cuerpo
y algún sueño que atan
a las alas de un pájaro
que a veces se extravía,
y se queda enganchado
en unas redes rotas
que el mar secuestrará
mañana.
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Intento
tras intento,
no hemos conseguido
cerrar el círculo,
entrelazar los dedos.
Nos queda
el sabor amargo
de la acedera.