separador_50por El Suomi (3 de diciembre de 2012)

separador_50

El despertador empezó a sonar a las ocho en punto de una soleada mañana de lunes. Carlos se levantó medio dormido. Había trabajado hasta altas horas de la madrugada. Debía presentar ese mismo día el trabajo al que tanto tiempo había dedicado. Se sentía cansado pero satisfecho tras el esfuerzo realizado durante ese último semestre de su segundo curso universitario. Si el profesor de la asignatura “Paisajes Naturales” le daba el visto bueno y le aprobaba la materia con una matrícula de honor, podría acceder a la beca Erasmus que la Universidad de Barcelona le había ofrecido recientemente por su excelente expediente personal y académico, para seguir formándose en otro país europeo en la carrera de agrónomos que había iniciado ilusionado dos años atrás.

Contaba con el apoyo de toda su familia que veía en él un estudiante fructífero a pesar de sus altibajos durante su etapa final de instituto, habiendo superado la selectividad universitaria con una buena calificación que le permitió iniciar la licenciatura que tanto le aportaría a nivel profesional y, sobre todo, a nivel personal.

Por último, aprobó el trabajo de esa asignatura “hueso” y pronto empezó a preparar los papeles de la beca Erasmus para asegurarse el alojamiento y tener en orden la documentación pertinente para iniciar el siguiente curso lectivo. No dudó en escoger el país para realizar el curso Erasmus; sin ninguna duda ese lugar iba a ser Finlandia, al otro extremo de Europa. Él y su familia habían viajado a ese país el verano anterior.

Carlos coincidía con el artículo que había leído en una revista turística donde se decía que “Finlandia se conoce por el país de los mil lagos, aunque realmente se hayan contado más de 60.000 por todo su territorio. Una extensión llena de encanto por sus bosques boreales, la comida tradicional, su cultura Suomi, el pueblo de Santa Claus en Rovaniemi, su excelente sistema educativo, la tecnología que creó el imperio Nokia y sobre todo sus auroras boreales o luces del norte que iluminan las oscuras noches de invierno…”. Mientras firmaba los últimos trámites burocráticos, recordaba aquellas vacaciones en una cabaña cercana a la población de Kuopio, en mitad del bosque y al borde de un gran lago plagado de mosquitos. Fue una grata estancia para toda la familia.

Tras un par de semanas, toda la documentación estuvo preparada al igual que su equipaje. Quería aprovechar al máximo su estancia y decidió ir en agosto, dos meses antes del inicio del curso. Así podría acomodarse y aprender lo esencial de la lengua finesa, el Suomi.

Se adaptó muy rápido al lugar. Empezó a hablar el finés básico a las pocas semanas de estar instalado en Oulu, un buen lugar para aprender el nuevo idioma durante ese corto período de verano. También compartiría clase con otros compañeros que habían pensado igual que él. Parecía la mejor de las experiencias, aunque pronto descubriría el verdadero encanto de Finlandia. A finales de verano decidió apuntarse a una excursión que la universidad iba a realizar al norte de Finlandia para los alumnos que hacían el curso de finés. Era una ocasión única para conocer Inari y todo el norte del país. Al poco tiempo aprobó el curso de finés y comenzó a preparar las asignaturas que había escogido para ese año lectivo.

Había llegado el día. Carlos estaba viviendo en Finlandia rodeado de amigos y amigas de todas las partes del mundo, desde cualquier país europeo hasta lugares tan lejanos como América o Filipinas; las japonesas solían ser las más graciosas a causa de las diferencias culturales. Las clases se daban en inglés y él entendía, cada vez más, todo lo que los profesores exponían en las aulas; incluso había decidido matricularse en las asignaturas que lo llevarían a realizar salidas prácticas y excursiones por Noruega, Suecia, Rusia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia.

A los pocos días de iniciarse el curso, se realizó una presentación informal por parte de la universidad. Las fiestas de los extranjeros eran bien conocidas en la facultad, siendo anecdóticas las celebraciones de bienvenida para los nuevos estudiantes foráneos. En esa fiesta, los profesores bebían junto al resto de sus alumnos en una cabaña que el departamento de los Erasmus había alquilado al lado de un lago.

De repente, Carlos escuchó la voz de su coordinador de formación, con un acento canadiense que lo distinguía entre los demás profesores autóctonos, que le decía:

–       ¡Hei, Carlos, prepárate que nos vamos a la sauna!

–       Pero, ¿cómo vamos a ir ahora a la sauna, en mitad de la fiesta?, ya es casi hora de regresar -respondió Carlos con incredulidad.

Dudó de si sería una inocentada para los nuevos, pero descubrió a los pocos minutos que la sauna ya estaba encendida.

–       ¡Venga aquí, que el resto ya está dentro! –le insistió el coordinador y profesor de una de las asignaturas que él estudiaría junto al resto de sus compañeros.

–       Ahora voy… –dijo Carlos con reparos- ¡pero no tengo toalla ni traje de baño!

–       No te preocupes por eso, en Finlandia no se permite entrar en las saunas con traje de baño. Luego os daremos toallas –le aclaró finalmente su coordinador.

Entró desnudo en la sauna donde estaban sus compañeros y profesores sudando a más de cien grados. Bebieron cerveza y rieron; sin lugar a dudas la fiesta seguiría allí dentro y los posibles pudores se esfumaron esa misma noche. De igual forma, aprovecharon la cercanía del lago para lanzarse en sus frías aguas y luego volver al calor de esa sauna intercultural.

Los días fueron transcurriendo con rapidez y las primeras nieves llegaron en noviembre. Él nunca llegó a imaginar que podría ver nevar de todas las formas posibles y se sorprendió de cómo ese país estaba tan bien adaptado a las inclemencias invernales. Podía nevar de forma tradicional (de arriba abajo) o de abajo arriba, en forma de ventisca, en forma de grano, de forma copiosa, de lado, cristalina, chispeante, congelante, húmeda, etc. En Finlandia y en el resto de países escandinavos tienen varias acepciones para describir la nieve o las formas de nevar. Ese invierno fue más frío de lo habitual; hubo días donde las temperaturas descendieron hasta los -40 º C.

En una de esas noches heladas, pudo contemplar un fenómeno natural que lo cautivó por completo; tuvo mucha suerte de poder ver y fotografiar la Aurora Boreal. Quedó hechizado por ese espectáculo celestial. Una imagen así, llena de colores y formas en movimiento por el cielo, parecía estar sacada de uno de sus mejores sueños. Carlos estaba verdaderamente emocionado.

Durante ese invierno, en una de las fiestas universitarias, Carlos conoció a una chica finlandesa muy especial que le llamó la atención. Tenía los ojos azules, la tez blanca como la nieve y el pelo largo y rubio que con esmero se teñía, de color naranja, mensualmente. La bella finlandesa se llamaba Martha. Él sintió deseos de hacerse amigo de esa mujer que acababa de conocer; no mantenía ninguna relación amorosa con nadie, se había enamorado a primera vista.

Poco a poco Martha y Carlos se fueron conociendo mejor. Ella le decía algo especial con la mirada y él tenía la virtud o el defecto de ser demasiado asertivo. Un día le dijo:

–       Querido Carlos, somos amigos y he de confesarte algo, quiero serte sincera.

–       Dime, Martha, sabes que puedes confiar en mí -expresó Carlos con serenidad.

–       Lo cierto es que no es fácil… –empezó diciendo Martha mientras se le derramaba alguna lágrima por sus mejillas.

–       Mi novio me pega –terminó confesando ella mientras suspiraba emocionada.

Carlos no daba crédito, ella nunca le había hablado del novio ruso que tenía desde hacía más de un año. Se quedó atónito y decidió ayudarla como fuera.

Cuando se repuso de la sorpresa, le dijo con firmeza:

– Bien, Martha, hay que hacer algo al respecto y aquí estoy para ayudarte en lo que necesites.

–       ¡Gracias, Carlos! –exclamó ella-, te contaré lo que ocurre…

Martha estuvo explicándole cómo conoció a Vladimir, su novio ruso, tras salir de una relación infructuosa con un joven finlandés. Por lo visto, ella había tenido un aborto natural mientras estaba con el joven que tanto la amaba y quien la hubiera tratado como a una princesa. Tras ese infortunio, no supieron afrontar el dolor en pareja y ella se refugió en la soledad hasta que conoció a Vladimir en un restaurante mientras ella trabajaba para pagar el alquiler de su apartamento. Ella le contó como al principio todo era un cuento de hadas, ese ruso parecía ser su príncipe azul… Pero, poco a poco, Vladimir empezó a maltratarla cada vez más y con más crueldad; los golpes ya no podían disimularse tras unas gafas oscuras y el maquillaje. Él siempre estaba de mal humor y ella se veía obligada a salir de casa, se sentía segura en su trabajo y en la universidad. Cuando volvía a casa, ya no tenía donde esconderse. El maltrato fue a mayores y Carlos pudo corroborarlo al poco tiempo.

Un día, ella llegó tarde a la cita; tenía dos moratones en las mejillas y un ojo hinchado. Carlos sugirió acompañarla al hospital para dar parte de ello. También la llevó a la comisaría más cercana para formalizar la denuncia. Martha decidió esa misma noche no volver a su casa con aquel loco que tanto daño le estaba haciendo, moral y físicamente. Lograron atrapar a Vladimir y encerrarlo por unos meses.

Esa noche ella se quedaría a dormir con Carlos. Él debía asegurarse de que Martha ya no volvería con el ruso, no debía inmiscuirse en una relación de dos, ni quería tener problemas por ser el amante de nadie, convenía aclarar las cosas.

–       Dime una cosa –preguntó Carlos-, ¿Vladimir es ya historia?

–       Claro que sí, querido Carlos, bien sabes que no podría volver junto a él tras todo lo que me ha hecho -respondió Martha suspirando en su regazo.

–       Bien, Martha, porque lo que siento hacia ti va mas allá de la amistad y no puedo permitir que nadie te maltrate como lo ha hecho ese loco borracho. Te quiero mucho –dijo Carlos con dulzura.

Pasaron la noche juntos, y mientras se abrazaban, ella le cautivó con besos lascivos, a los que él respondió con pasión. El entorno se fue caldeando poco a poco, la excitación se palpaba en el ambiente mientras sus mejillas sonrosadas resplandecían en la tenue luz del anochecer. Se metieron en la cama y dieron rienda suelta a sus deseos más íntimos, retozando bajo las sábanas de seda. Esperaba que ella disfrutara del momento mientras él recuperaba fuerzas para seguir el juego en el que nadie pierde. El placer los invadió mientras ella le miraba con su tierna y azulada mirada. Llevaban demasiado tiempo esperando ese momento. Se entregaron al amor hasta quedarse dormidos, completamente extasiados.

Amanecieron fundidos en un cálido abrazo, el beso de los buenos días de Martha le recordó que no había sido un sueño.

Con el tiempo, Carlos fue descubriendo lo que había detrás de ese ruso que, con tan poca hombría, había estado pegando a su querida Martha. Por lo visto, algunos emigrantes de Rusia, que cruzaban la frontera de Karelia hacia Finlandia, huían del régimen comunista y la pobreza de su país. En el equipaje de Vladimir, además de tabaco y vodka, también emigraron ideologías ya obsoletas como el bolchevismo, además de su carácter machista y su actitud misógina. No podía comprender cómo aquel inmigrante conseguía imponer sus propias reglas por donde iba.

Carlos sentía cariño por Martha, quería llevársela a España tras terminar el curso ese mismo verano, dispuesto a seguir con ella hasta el final de sus días; sentía flotar su corazón como mariposas en una corriente cálida de primavera, porque ella le había enseñado ese semestre la asignatura más importante de la vida.

Durante el romance con Martha, Carlos tuvo que viajar varias semanas con la universidad, pero seguía en contacto con ella por teléfono. Aprendió rápido a escribir mensajes de texto con el teléfono Nokia que le habían regalado por Navidad.

En uno de sus viajes por los parques naturales de Polonia, Carlos recibió un mensaje inquietante: ella se había quedado embarazada, aunque no podía concretar si había sido fruto de la reciente relación de primavera, o era consecuencia de su último encuentro con el ruso que terminó en denuncia. Relativamente había pasado poco tiempo desde la última paliza, a Carlos se le nubló la mente calculando las fechas; ¿cómo de exacto podía ser el embarazo y formación del embrión que Martha llevaba en su vientre?

En ese momento Carlos deseó no estar en el parque nacional de los montes Tatra, cerca de Zakopane, sino volver velozmente a Finlandia a pesar de que sabía que el viaje de vuelta desde Polonia con el viejo autobús que los había llevado hasta allí, tardaría otra semana más en regresar a Finlandia.

Durante el viaje de vuelta los mensajes SMS saturaban la memoria de su nuevo móvil, pero no podía dejar de apoyar a Martha a pesar de sus dudas. Ella se sentía sola ante aquella noticia que los había cogido desprevenidos.

Carlos reflexionaba: ¿habrían fallado los condones… o qué?

Abrazados al fin, ella le contó las dudas sobre su embarazo. Él sospechaba que podría ser resultado de su última y no tan lejana relación con el ruso; sus sentimientos batallaban por el amor de esa finlandesa que le había robado el corazón y el odio que sentía por aquel ruso que podría haber embarazado a Martha justo antes de esa última paliza tan cobarde.

Decidieron superar el reto juntos, dejando en manos de Dios el destino del niño que nacería en apenas siete meses si los cálculos eran correctos.

Aun así, Carlos se llevó a Martha a España; él no podía contar “el secreto” a sus padres, se sentía un poco avergonzado y solo ante la vida. Por otro lado, Martha lo tenía algo más fácil: era huérfana. Nunca había viajado tan lejos y pronto conocería el Mediterráneo junto a su querido Carlos. En España, pasaron un mes inolvidable; apenas se le notaba el embarazo que seguía su curso. A finales de Julio, ella regresó a Finlandia mientras Carlos se planteó dejarlo todo y volver en septiembre junto a su amor para poder ver nacer a su posible hijo. La quería hasta el extremo de aceptar ese embarazo con todas sus consecuencias.

Carlos tenía pensado ir a visitarla durante el mes de agosto, pero la sorpresa pronto se volvería en su contra, su corazón estallaría en mil pedazos.

A principios de agosto, Carlos recibió un extraño e-mail de ella, que decía:

“Carlos, no puedo seguir contigo, me han dicho que me fuiste infiel con una amiga tuya de la universidad  y eso me ha dolido; ya no nos volveremos a ver más, adiós.  Martha”

Se quedó en estado de “shock”. No eran más que falacias, no podía creer esas palabras, nunca le hubiera sido infiel a Martha, con todo lo que había hecho por ella… Aquellas amargas palabras hicieron enloquecer a Carlos. Procuró responder al e-mail con cordura, pero no obtuvo respuesta alguna; incluso probó a llamarla sin ningún éxito; el silencio lo inquietó aún más.

Llegó el día esperado; el vuelo había sido reservado mucho antes del e-mail desconcertante que había recibido recientemente; ¿sería buena idea sorprenderla así?  Su viaje le pareció eterno, el trasbordo en Helsinki se retrasó e incluso la llegada a su destino le pareció igual de oscuro que los fríos días de invierno, ¡a pesar de ser verano!

– ¿Dónde estaba ese sol de medianoche? -se preguntaba Carlos al descender las escalinatas del avión mientras las frías gotas de la lluvia le devolvían a la realidad.

No había tenido noticias de Martha en muchos días, desde aquel último e-mail acusándolo de infidelidad. Se sentía traicionado y engañado por aquella dulce mujer de ojos claros. Esa noche se alojó en casa de unos amigos.

Al día siguiente se presentó en casa de Martha, quería que ella le dijera en persona lo que le había escrito por e-mail. Cuando llamó a la puerta, ella abrió a los pocos segundos; no esperaba encontrarse a Carlos. La cara de Martha se tornó más pálida de lo que era, Carlos permanecía frente a ella sin decir palabra, quería que ella se explicara.

Tras tragar saliva y humedecerse los labios, le explicó que cuando regresó a Finlandia sufrió un trágico aborto. Por lo visto, Vladimir también sospechaba que el embarazo podría ser resultado de la relación entre Martha y el español, un hecho que lo enfureció aun más. No debió contárselo a solas, el ruso no era tan comprensivo como Carlos. El resultado de esa discusión se veía venir. La pegó hasta saciar su sed de venganza por esa relación que lo llenó de celos. Las consecuencias de la pelea se hicieron evidentes aquella misma noche mientras Martha dormía dolorida, la sangre de entre sus sábanas hizo evidente un aborto que presentía por las punzadas de dolor en su vientre. Vladimir intentó consolarla y ayudarla para evitar volver a la cárcel. Ella no supo reaccionar y el miedo le hizo tomar la peor de las decisiones. Aceptó en darle otra oportunidad –tal vez la duodécima y final-, a pesar de todo el daño causado.

Carlos guardó la compostura frente a ella, sabía que el e-mail era una mera excusa para que él no volviera a Finlandia de nuevo, y entendió que ella había escogido su destino. Se había preparado para ese momento después de muchas noches de insomnio y durante el vuelo hacia ese frío lugar donde Martha abrazó por última vez a Carlos. Él no entendía porque ella querría seguir con Vladimir a pesar de todo lo ocurrido, pero no podía hacer más de lo que ya había hecho. Aceptó la voluntad de Martha con amargura. Intentó olvidarla ese mismo día deseándoles un próspero futuro.

Carlos decidió volver junto a sus amigos y emborracharse; debía ahogar ese último sentimiento de engaño que aún le atormentaba. A pesar de no ser una celebración, el champán lo dejó k.o.

Regresó a España esa misma semana y al poco tiempo le ofrecieron otra beca de estudios; su expediente académico era la antítesis de su maltrecho corazón partido.

Emprendió los preparativos para el próximo viaje y terminó firmando los documentos correspondientes al nuevo proyecto universitario. México DF le esperaba para otra fascinante aventura mientras su corazón se recomponía, como cuando renacen las mariposas tras un crudo invierno. Un nuevo capítulo se abría para Carlos mientras la vieja herida se cerraba. Había superado la lección, sin ninguna duda; la más amarga de aquel curso.

A los pocos meses, mientras Carlos estudiaba en México, recibió la escalofriante noticia de que Martha había sido asesinada por su pareja. Aquella fatalidad le cogió de imprevisto. El ruso volvía a ser el protagonista de la desgracia. Esta vez, Carlos no podría ayudarla; ya no volvería a verla nunca más.

Se preguntó por última vez; ¿Qué hubiera pasado si se hubiesen quedado a vivir los dos juntos en España? ó ¿Y si lo hubiese abandonado todo por ir junto a ella ese mismo verano? –Nunca lo supo-.

separador


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido