Ming Di

Ming Di en Dossier 7 Revista Imán 23

Poeta y traductora, autora de seis colecciones de poesía en lengua china y de cuatro libros traducidos. Estudió literatura inglesa en China y lingüística en la Universidad de Boston. Ha traducido cinco libros de poesía del inglés al chino y cotraducido cuatro libros del chino al inglés, entre los cuales destaca EmptyChairs de Liu Xia (Graywolf Press, 2015) que en 2016 fue finalista para el premio “Best Translated Book Award” en EE.UU. Es editora y cotraductora de New Cathay: Contemporary Chinese Poetry (Tupelo Press 2013) y New Poetry from China 1917-2017 (Black Square Editions 2019). Es cofundadora y editora de la revista de poesía Poetry East West, socia de Lyriklline en Berlin y editora de la sección China para “Poetry International Rotterdam”. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés (River Merchant’s Wife, Marick Press 2012), español (Luna fracturada, Valparaíso Ediciones 2014), y francés (Livre des sept vies, RecoursAu Poème Éditeurs 2015; Histoire de famille, Transignum 2015). Vive entre California y Beijing.

2000

Abril

Pronto será la temporada de lluvias, de nuevo me posee la zozobra.
En la remota antigüedad, la lluvia era un pájaro;
a veces volaba más allá del cielo y cuanto más lejos iba,
                más vasto se hacía el firmamento y se perdía en el infinito,
pero el pájaro siempre regresaba a tiempo, además en la misma época.
Mil, dos mil, tres mil años;
                un pájaro voló hasta convertirse en una lluvia primaveral.

Madre, cada noche duermo volteada en dirección hacia ti;
una, dos, tres noches; durmiendo me transformo en una planta hibernante.
Mi copia y yo estamos perpendiculares a los rayos de luna; la luz
ilumina mis recuerdos multiformes
que cuelgan de mi cuerpo, lo hacen parecer un mar de plancton.
Me duermo y empieza un sueño de mil años, desde la civilización agrícola,
siguiendo el ciclo de los veinticuatro términos solares;
durmiendo convierto el sueño en una religión donde la respiración es rezo…
Al abrir los ojos veo la lluvia, como pájaros en vuelo:
revolotea entre el cielo y la tierra,
                entre mi línea de visión y la de mi madre.

2000

Isadora Duncan

Volar, volar como la luz, no hacen falta alas:
así pensaba en mi sueño, pero tan pronto levanté la mano,
la luz del firmamento quedó destrozada.
Estoy sentada en medio de la luz, cual isla de una sola ave;
me rodea el agua marina que yo misma engendré.
Alzo la mano y no hay reflejo ni refracción;
levanto la cabeza, te veo en el espejo retrovisor:
¡allí va el pasajero que esculpí en soledad!
Me siento en la cabina del conductor, como si fuera la esposa de la luz
o una pieza de su ajedrez.
Me usas para seducir tu última oscuridad, te uso para clonar
mi primera alegría —caléndulas de junio
que se proyectan en julio, llenan la tierra de sombras florales—
Dios dijo “Sea la luz”, sólo si hay luz se puede alargar el tiempo;
aves en vuelo se abalanzan embravecidas contra el agua,
mejor con un leve gesto te escondo al lado contrario de la sombra–
en realidad soy tantos círculos, rayos y manchas de luz,
amo cada uno de estos yo-mismos, uno de ellos dijo “me hiciste daño”,
entre tantísimos yo, a cuál de todos he herido—
despierto y apenas entonces descubro que apuñalé los ojos de la luna.

2000

Zimbabue

No pegué ojo en toda la noche
                para no perderme la caída de una estrella.
El cielo estaba tan bajo, tan claro y pulcro,
                ¿quién lo habrá limpiado?
Sé que a cada persona le corresponde una estrella;
la que no te pertenece caerá en el desierto
y aquella que sí es tuya te mirará directo a los ojos

justo cuando los abras. Harare, Harare,
¿qué estrella eres tú? No me atrevo a dormir,
por vez primera el firmamento está tan bajo, tan cerca.
Sólo el cielo de Zimbabue posee tal proximidad
y nitidez, me permite ver muy claro la marca

de mi propia sombra en la tierra, desde el sur hasta el norte,
sobre esta única autopista.
De día atravesamos el puente Limpopo; en ambos extremos,
                militares armados interrogan y revisan.
Abajo el río Limpopo, arriba el cielo,
ni dónde esconder mi nerviosismo.
                Adelante Zimbabue, Sudáfrica atrás,

el camino sólo lleva hacia delante, no hay paso atrás.
Atravesar la línea fronteriza, subir de un brinco
                a un bus de larga distancia, dirigirse al norte,
Harare, Harare, allá voy.
Al anochecer, de pronto el cielo desciende,
                con sus estrellas grandes como frutas,
la gente de Zimbabue siembra frutas en el cielo,

la felicidad tal vez caiga en la noche.


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