NADEZHDA_RADULOVA Dossier Imán

Nadezhda Radúlova (Pázrdzhik, 1975) es poeta y traductora. Licenciada en Filología Búlgara e Inglesa, con un doctorado en Filología por la Facultad de Teoría de la Literatura de la Universidad “San Clemente de Ojrid” de Sofia. Defiende el Grado de Máster de Filosofía en la Universidad Centroeuropea de Budapest y en The Open University de Londres. Ha trabajado como redactora en la revista mensual de sexo, idioma y cultura Altera (Sofia) y en la editorial “Prosveta”*. Ha sido miembro del jurado del Premio Anual “Krastán Diánkov” de Elizabeth Kóstova Foundation para novela traducida del inglés (2010) y del Premio Nacional de Poesía “Iván Nikólov” (2014). Es autora de los poemarios Con un poco de verde en la sonrisa (1994), El árbol (1994), Nombre enmudecido (1996), Albi (2000, Premio Nacional de Poesía “Iván Nikólov”), Algodón, vidrio y electricidad (2004), Bandoneón (2008), Cuando quedan dormidos (2015, Premio Nacional “Nikolai Kántchev”). Traduce del inglés y sus poemas han sido presentados en ediciones periódicas y antologías traducidos al checo, inglés, turco, ruso y otros idiomas. *Educación

 

AQUELLO

¿Qué hacer con aquello
que ha venido a mitad, o al término, sin
preguntarnos, que sin dejarlo entrar ha entrado,
tal como se hallara en la calle embarrado, famélico,
un tanto fútil, envuelto en un periódico,
y que saltó directamente hasta nuestras sábanas más delicadas,
en pulcras chimeneas, altos corazones claros?

¿Qué hacer con algo que ha venido
así como viene la tos húmeda en otoño,
fluye abajo, corta el cuerpo etéreo en dos,
tiembla en la vena de la voz, y yo empleo
el resto de mis días en mirar
tus talones resplandecientes paseando
por el cielo mientas duermes?

Pero ¿qué hacer con la cosa,
la cosa endurecida y fría, no indispensablemente muerta,
pero exhumada de la tierra de los muertos, cosa
que encalla entre labio y labio,
entre vientre y vientre, entre aliento y aliento
y todo esto sucede a un tiempo
y simultáneamente para nosotros?

¿Podemos amar a este huésped, este otro, este tercero
que no había estado entre nosotros cuando aprendíamos
a amar? ¿Y cuál es esa cosa que
ha venido, y qué es ese mismo amar, y si
la cosa que ha venido está en el mismo amar,
entonces qué hacemos con el amar que
ha venido o que se ha marchado?

 

 

PLAZA GARIBALDI

Dos edificios de noventa años
se apoyan de codos en las mesas de plástico, dispuestas
frente a la cafetería de abajo. De las ventanas
y los tragaluces de las buhardillas se desliza su último maquillaje
—la humedad del color de carbón—. El revoque
se desmorona como polvos cosméticos, comprados en esa misma plaza hace tiempo,
con motivo de su primera revolución.

Entonces
una de ellas vestía una falda de seda y un abrigo de color guinda
la otra, los trajes prodigiosos de su marido, de telas inglesas, especialmente
importados para el accionista mayoritario de la futura
línea ferroviaria. No me acuerdo ya
si compartían amante común, la amada
común de sus esposos, los cupones de posguerra
para pan y leche u otra cosa, pero con los años
decidieron quedar juntas, inclinadas
sobre las tazas de café y sobre la plaza.

Y ya cada vez más sordas,
ciegas para el mundo, únicamente el tranvía
les lleva todavía temblores y espasmos. Por eso
un perro pelirrojo, grande y común, signo de invierno
y muerte, corre por la línea, avisa de que
el tranvía se acerca silenciosamente.
Y las dos se pegan cada vez más estrechamente
una a la otra, bajan sus párpados
—para oír mejor—, tensan sus articulaciones
y ponen el pie en el último peldaño.

Pero desde allí se ve la plaza tan bella,
que vale la pena vivir un poco más, no morir aún en este día.

 

 

LA VENTANA ABIERTA

Cuando entre la suave luz matutina en el cuarto
y se convierta en una gata, la gata en una rosa,
la rosa en una herida pequeña sobre el tobillo, apenas perceptible,
cuando nadie se dé cuenta de la pequeña herida y desapercibida cicatrice,
cuando después de meses o incluso
después de muchos años felices
—mientras te calzas el invernal calcetín de lana y admiras
tus pies y lees en ellos los tiernos y vetustos
apuntes de viaje de la variz y la artritis—
casualmente te des cuenta de una cicatriz apenas perceptible
y hagas pasar los dedos por ella, pero no,
ya no será posible poner un dedo
en esta llaga, en esta llaguita minúscula,
de la que ya no conservas recuerdo, de un quién, un cómo, un dónde
—solamente la cicatriz que es una posibilidad
de que revivas aquel
memorable arañazo olvidado,
de que florezcas, de erizarte, de adularte,
de ser el autor de esa herida, rosa, gato,
que se rasgue algo en el cuento, que se ate algo,
que emprenda algo el vuelo— para que
tú saltes por la ventana,
vuelvas a la luz.


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