Nadia ha comenzado la mañana contenta, los niños ya están en el cole, María con cinco años y Sergi con dos en la sala infantil.
Ella con sus pensamientos va programándose el día, tiene que hacer la compra, pasarse por el banco y ver cómo va lo de la hipoteca que ya terminan de pagar su piso.
Trabaja desde casa online unas horas al día. Por la tarde acude al gimnasio, su marido se encarga de recoger a los niños después del trabajo. Así puede disponer de un poco de tiempo libre para ella, es feliz con su vida.
De repente se escucha una explosión, piensa que es demasiado fuerte como para ser algún petardo, corre a mirar por ventana y exclama ¡Dios mío!
Viendo horrorizada como circulan unos tanques justo por debajo de su ventana. Y vehículos cargados de militares armados están dispuestos a disparar. Es fácil reconocer la bandera de uno de los países vecinos más grande en extensión y poder, pero quieren más y más. Piensa que están perdidos, su país pequeño pero provoca la envidia de otros países vecinos.
Nadia recuerda que hace años que reciben amenazas, nunca pensaron que se harían efectivas. Sigue escuchando la megafonía de la calle, aconsejando a que se mantengan en sus casas. Desesperada va por la casa, echándose las manos a la cabeza escucha a los vecinos en la escalera, nadie sabe qué hacer, la desesperación nubla sus mentes.
Un caos total, Nadia piensa sin cesar que hacer, por fin decide ir a por los niños, dar un rodeo y llevarlos a casa de sus padres que viven en el campo rodeados de vegetación, con sus vacas y demás animales de granja, apartados del mundo.
Desesperada se pregunta: ¿cómo avisar a su marido? Supone que con este horror adivinará donde estamos, colas en las gasolineras, en los pocos supermercados que están abiertos, bancos cerrados, solo algún cajero da dinero.
Ha podido recoger a los niños llevarlos con los abuelos y volver a su casa. En una maleta mete lo imprescindible para los cuatro, documentos, tarjetas bancarias, víveres… escucha a los vecinos, mientras unos huyen en coche —desoyendo la advertencia de los invasores— otros no se van a mover de su casa, donde ir se preguntan, son personas muy mayores.
A lo lejos se escuchan ya las primeras explosiones, ha comenzado otra guerra en el planeta. Una vez más, el pez grande se come al chico.
Nadia ha dejado el coche camuflado, se ha cerrado el cerco a la capital del país, pero ella conoce caminos y atajos para salir de la ciudad por donde no hay noción de que ha comenzado una guerra.
Ya ha anochecido, la luz de la luna, cernida por la niebla, termina de envolver todo en un aura irreal. Así que despacio y con las luces apagadas llega a su destino. Su marido ha adivinado el pensamiento de Nadia, y ya está con los niños y abuelos.
De momento se encuentran a salvo de explosiones, pero saben que es cuestión de tiempo que los descubran. Pasan los días y la despensa va menguando. Nadia comenta con su marido que tendría que acercarse a la ciudad y ver si puede conseguir alimentos y ropa de abrigo de algún modo.
Se aventura ella sola por esos caminos sin saber que va a encontrarse al llegar. Ya en los alrededores de su casa ve con desesperación que solo hay ruinas de edificios desaparecidos, camina sin importarle donde pisa, va cada vez más deprisa finalmente corre, corre en dirección a su casa, ¡No está! Ha desaparecido solo queda el sótano del que ve salir a alguien, demudada se encuentra algunos de sus vecinos que se refugian allí y subsisten como pueden, hay pocos supervivientes.
Se queda mirando lo que era su casa, aunque medio destruida todavía distingue parte de su salón con algunas de sus pertenencias colgadas en dos paredes sin techo. Se vuelve desolada y sin suministros de ninguna clase, no cuenta nada de lo que ha visto.
Le han informado que solo funciona el mercado negro para todo.
Ha pasado un tiempo y no han llegado las explosiones ni tanques, pasan los días racionando ellos mismos la comida. Todavía pueden echar mano de los animales que les quedan como gallinas que guardan por tener huevos.
Finalmente deciden que tienen que hacer algo, ya han comenzado a escuchar las explosiones cada vez más cerca y a los invasores merodeando por las afueras, pueblos y las casas desperdigadas por los campos.
También corren peligro viendo como sobrevuelan aviones investigando. Los abuelos dicen muy decididos que no se mueven de su casa, antes muertos que echarse a la carretera o campo a través viendo la marea de gente con lo puesto o con enseres que van abandonando por el camino, dirigiéndose a las fronteras más cercanas que quieran acogerlos.
El marido de Nadia trae noticias, se ha informado —además de alistarse— para defender su país, que ya están organizando y contestando a ese brutal ataque. Lo principal salvar a los niños, para eso hay uno autocares que ayudan a salir del país a mujeres con niños y personas muy mayores y llevarlos a países que se han ofrecido a acogerlos.
Los hombres jóvenes no les está permitido salir del país.
Con pena, resignación y la decisión tomada de que tienen que salvar a los niños, su marido ya informado los asesora y entrega unas tarjetas con direcciones de cómo podrán ponerse en contacto con la organización o La Cruz Roja una vez fuera del país. También ha conseguido plazas en uno de los autocares, con una maleta, unas pocas joyas, dinero y tarjetas bancarias por si puede sacar dinero en otro país, Nadia emprende la aventura. Llegan como pueden al recinto de los autocares, entre la muchedumbre y la destrucción logran por fin ver el número del suyo. Están en la lista los apremian a subir van los tres en dos asientos, no importa, de momento hay una tregua con las explosiones. Comienzan a moverse, delante de ellos van dos autocares mas, dolor del destino incierto —que no saben ni a donde los llevará, que país y cultura, los acogerá— a pesar del jaleo y las voces Nadia sigue ausente. Hay prisa por salir no saben si respetaran la tregua o perecerán en el intento.
Nadia apoyando la cabeza en el cristal de la ventanilla con la incertidumbre. Todo su mundo se desmorona a su alrededor, ha perdido su hogar —que tanto costó lograr— deja a su marido y a sus padres no sabe si sobrevivirán.
Han logrado llegar a una de las fronteras, han sido muchas horas, respiran los esperan, descansan unas horas les suministran víveres y prosiguen camino.
Tras dos días de viaje y agotadores llegan a su destino. Después de ver su país medio destruido lo que ven les parece otro mundo, ciudades tranquilas, pueblos donde los reciben con entusiasmo no entienden el idioma pero comprenden que son bien recibidos y todo muy controlado.
Tienen hogares y familias ya adjudicadas según las necesidades y por tiempo indefinido, colegio para los niños… A ella y a sus hijos les ha tocado una señora mayor muy agradable que vive sola, les deja la parte de arriba de la casa que no necesita y le viene bien la compañía y algo de ayuda.
Ven que la vida diaria no es tan diferente de su país, se van adaptando poco a poco. Además de la ayuda del gobierno también les ofrecen algún puesto de trabajo y papeles para poder desempeñarlos.
Ella ha logrado ponerse en contacto con su marido, así sabe que de momento resisten sus padres y el luchando y ayudando a recuperar parte del terreno que habían perdido. Han logrado detener el avance de los invasores luchan con tesón palmo a palmo defienden su país,
El tiempo dirá lo que va a durar esta guerra.
Rosa Mª Valiente Urrea
Así esta parte del mundo; pasando verdaderos apuros
Muy interesante, la realidad de esta vieja Europa que no sabe que hacer con las guerras en sus fronteras
Muchas gracias por publicar mi relato, Nadia, ha sido una gran oportunidad poder plasmar en este relato mi sentir e imaginación de la angustia y desesperación que hay ahora mismo en el mundo.
GRACIAS ROSA.
Y un honor para el equipo de redacción
Muy necesario Rosa,visibilizar el conflicto y los sentimientos que genera a las personas que lo sufren.
Me gusta como lo has contado