Ilustración de Chema Cebolla para Nueva fábula del perro y la tortuga

Ilustración de Chema Cebolla

La sabina

La sabina albar del pueblo de Blancas, en Teruel, tiene dos mil años (hay volcanes más jóvenes). Durante toda la tarde que fui sombra fiel a su lado, y para mi sorpresa, solo me habló de su futuro.

Mensaje de Cenicienta a la madrastra

Llegaré tarde a cenar esta noche, mamá. Al príncipe y a mí nos gusta follar durante las transformaciones.

Demonio del norte

En este infierno el color es el blanco, el fuego se apaga y el demonio, un desastre al cargo, es el que más sufre

 

Monstruo de urgencias

Lo cierto es que el monstruo y sus mil caras también se irían a dormir, pero permanecen despiertos para que otros los sueñen

 

 

 

Otro día de una flor en primavera

Una gota de rocío se desliza estremecida por mi tallo al despertar, mientras un intenso olor a pétalo inunda el aire despacio. Se despereza y me envuelve el ruidoso alboroto de los insectos. Levísimas, las hojas despliegan sus alas y el sol me ofrece con el calor amable de sus rayos su alegría. ¡Está siendo una fotosíntesis perfecta! Pero quizá yo soy una flor rara, pues a veces me abrazo al deseo de una luz que me abrase en verano. Debo de ser muy rara, pues me alcanzan y arrebatan rumores de una estación inconquistable y pienso que me gustaría ser mecida en mi destierro por el sonido del viento húmedo del otoño. Decididamente rara, pues me sueño muchas noches feliz, cubierta por un manto de polvo frío en invierno.

Ladrido cambia de perro

Un salto y zas, estás en otro perro. Y este parece más resuelto que el anterior, no cabe duda. Un aventurero. Cazador quizá. Veremos. Ahora está tranquilo. Toca esperar. Enseguida descubriré cómo sueno aquí. Soy un buen ladrido. Aunque no muy fiel al perro. Lo reconozco. ¿Pero qué otra cosa puedo hacer? Gran ladrido para tan poco perro. Se lo he oído a las personas. Por eso cambio de perro. Con frecuencia. Este sí parece un perro a la altura de su ladrido. A mi altura. Y en cuanto se acerque un niño lo podremos comprobar. Un gato también podría valer. O un ciclista. Sí. Lo sé. Hay algo de vanidad en mis palabras. Y es que soy tan excelso en mi expresión que a veces pienso que estoy a punto de hablar. Tan convincente que casi muerdo. Tan corpóreo que sobra el can. Bien. Ahora me quiero centrar. Tiene que estar a punto de ocurrir. Alguien va a pasar. Quiero sincronizarme con mi nuevo huésped, con su magnífica mandíbula cuando active la garganta. Intuyo que juntos vamos a hacer grandes cosas. ¡Aunque tarde en aparecer el mísero gato! Paciencia. No hay que desesperarse. Un coche pasando cerca servirá. ¡Y si no habrá que moverse, digo yo! Porque desde luego seguir tumbado boca arriba durante tanto tiempo ya en esta cuneta no nos está ayudando para nada.

Ciudad que se aleja hasta sí misma

La ciudad empezó su lento caminar. Las murallas se estiraban despacio y los puentes perdían sus ojos con indolencia, mientras el aire se llenaba del ruido roto de plazas e iglesias. Arrastraba consigo la ciudad si acaso alguna estatua, algunas calles. Se alejaba dejando atrás a los hombres (¿buscaba a otro animal?). Se extendía por los huertos del extrarradio primero, por los campos de cereal, los olivares y almendreras a lo largo de muchos kilómetros. Cruzó barrancos, cubrió mares, durante años caminó. Trepaba montañas y descendía luego hasta el valle y crecía, ocupándolo todo. Avanzó y pudo ver salir el sol por el norte y pudo verlo salir también por el sur. Avanzó y avanzó y el mundo ya era casi entero la ciudad cuando de pronto, en algún momento de esta infinita conquista, algo la frenó. Reconoció ahí delante, a unos pocos pasos, el nido de la cigüeña, la corteza del árbol, la fuente, la orilla del río, la tierra fecunda en la que un día nació una ciudad para quedarse.

Regresiones

Sucedió un día, al volver del trabajo. Abrí la puerta esperando encontrar a mi mujer recostada quizá en el sofá, como era habitual estos últimos años, insomne, con los ojos todavía humedecidos por un llanto sostenido o recogiendo mansamente los platos en el lavavajillas, con la televisión encendida aunque sin mirar ni escuchar su lánguida programación de sobremesa. Sin embargo aquel día, nada más poner el pie en la casa, advertí cómo una luz intensa teñía de un brillo extraño las paredes. Me asomé al salón con cierto temor y entonces la vi: una niña radiante, casi transparente, sentada en el suelo de espaldas a mí, abrazada a sus piernecitas delante de la ventana, contemplando el cielo azul, tranquila y contenta. Me resultó familiar su pelo negro trenzado y su piel blanca y roja, su manera de balancearse suavemente. Estuve observándola inmóvil durante horas. Hasta que comprendí. Después de tantos años oscuros, de tanto vivir sin vida, después de tanto tiempo testigo de la fatal necesidad de recordar para poder olvidar, por fin la reconocí. Me acerqué despacio, le di un beso en la mejilla y le susurré Te quiero cariño, eres una niña preciosa.

Nueva fábula del perro y la tortuga

Cuando Juan le pidió un perro a sus padres, enseguida le reconvinieron para adoptar una tortuga, una de esas pequeñas tortugas que caben en la palma de la mano de un niño y que crece feliz en su minúsculo hábitat de plástico transparente. Podrían haberle obligado a adoptar un caracol, por su menor impacto emocional, así que una tortuga estaba suficientemente bien, pensó Juan. Claro que la tortuga creció y en poco tiempo la pecera de plástico se veía diminuta y hubo que construir un pequeño estanque en el jardín. Nada, a penas harían falta una docena de ladrillos, un metro cuadrado de tela asfáltica, un saco de cemento, otro de arena y todas las mañanas de aquella fría Semana Santa para hacer un agujero de ochenta centímetros de profundidad. Medía ya un palmo el reptil, cuando se hizo evidente la oportunidad de proveer el estanque de peces que hicieran compañía a la tortuga. Se optó por las peces koi; con sus alegres colores el estanque resultaría incluso exótico. Crecieron las percas hasta alcanzar algunas el tamaño de un atún. Crecieron y se multiplicaron, golpeándose las unas contra las otras frenéticamente como en una piscifactoría. Saltaban fuera ya del estanque y se las comía el gato cuando se impuso al fin su ampliación. Se encargó el estudio y construcción a un reconocido arquitecto amigo de la familia especializado en el diseño de grandes espacios ajardinados. El estanque ocupaba una hectárea, miles de litros de agua lo colmaban y lo cubrían nenúfares y otras plantas acuáticas al tiempo que se desarrollaba alrededor una densa masa de árboles diferentes (palmeras, mandarinos, tilos, plátanos). El equipo de depuración de agua era el más costoso y sofisticado del mercado, por lo que se confió su mantenimiento a la mejor empresa de mantenimiento de estanques y piscinas de la ciudad. Pero empezaba a resultar inseguro no procurar la protección de toda aquella infraestructura de la manera adecuada. Un ingente número de trabajadores se esmeraron en levantar un doble muro de seguridad electrificado y fue sin duda una buena idea adquirir las hectáreas adyacentes a la finca, así como cavar un foso perimetral, hacer volar un dron sobre la urbanización y contratar personal de seguridad cualificado para patrullar el entorno día y noche los 365 días del año. Y entonces el máximo responsable del operativo de vigilancia se reunió con el padre de Juan para reconvenirle en la necesidad de incorporar un perro, tal vez dos, a la propiedad.

LUIS CARLOS MARCO BRUNA

Autor de las colecciones de cuentos Figurativos, Necrografías y Bestiario en la editorial Drume Negrita, puede escucharse el recitado de los poemarios Paraíso aquí y Secundarios en el catálogo de The Booksmovie, fonoteca de poesía contemporánea. Más difícil resultará hacerse con un ejemplar de Pasión, un extraño objeto literario que vio la luz en el año 2012. Y habrá que esperar no sabemos cuánto a que el autor reúna la dosis de confianza necesaria para animarse a enviar su última novela, Perro sin nombre, a una editorial dispuesta a otorgársela. Confianza y acogimiento que sí han encontrado los relatos inéditos publicados en esta revista.


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido