Novela policíaca histórica

 

 

 

 

 

 

 

 

Novela policíaca histórica

 

Miguel Izu

Secretario de la Asociación Navarra de Escritores/as-Nafar Idazleen Elkartea

 

 

Los que cultivamos la novela histórica policíaca, o la novela policíaca histórica, el historical mystery o roman policier historique, según expresiones acuñadas en otras lenguas, estamos condenados a cierta incomodidad, por no decir a cierta incomprensión. Las estanterías donde se ordenan los libros, sean de madera o sean digitales, suelen dedicar un espacio a la novela histórica y otro a la novela policíaca o negra. No se sabe muy bien dónde colocar las nuestras, unas veces caen en un estante, otras veces en otro, y a menudo en alguno que lleve un título menos comprometido como “novedades”, “narrativa contemporánea” o “ficción literaria”, para confusión de los lectores y desesperación de los autores. Como dice Viguera Fernández, la novela policíaca histórica es un subgénero que “no tiene la reputación académica y el prestigio de los principales autores de la novela problema y la novela negra”[1]. Sobre todo en España, que es el ámbito al que nos vamos a referir principalmente, porque en otros países sí se le va reconociendo como subgénero y es objeto de colecciones específicas[2].

 

  1. La inevitable cuestión previa. Negra o policíaca.

 

En los últimos años la novela negra está de moda, ha pasado de ser un género menospreciado a ser un género respetable y comercial al mismo tiempo. Por eso, hoy se pone la etiqueta de novela negra a muchas obras que en otros tiempos se calificarían como de aventuras, de misterio, de intriga, de espías. La confusión principal se produce entre novela policíaca y novela negra, lo que obliga a distinguir y deslindar, aunque en esta materia, como en general en cuanto a los límites de los géneros literarios, hay tantas opiniones como opinadores. Pienso que se trata de dos cosas distintas, aunque relacionadas, como señaló Todorov en su conocida tipología de la novela policíaca[3].

 

En mi modesta opinión, la novela policíaca, criminal o de detectives, que nace en el siglo XIX con Poe, Wilkie Collins o Conan Doyle y llega hasta nuestros días, se centra en una trama que propone una adivinanza a los lectores, la recurrente Who done it? que acaba por nombrar al género como whodonit. Habitualmente se superponen dos relatos: el de la investigación y el del crimen que se investiga. Lo fundamental es la intriga, el misterio, descubrir al autor o autores del crimen y sus motivos, por eso hay quienes le llaman también “novela problema”. El resto, los personajes, la ambientación, se subordina a la trama criminal. En cuanto a la novela negra, surge como un subgénero o variante de novela policíaca en las primeras décadas del siglo XX y principalmente en Estados Unidos con Hammett, Chandler o Cain. También suele contener un crimen y una investigación criminal, pero ni siquiera es esencial que quede totalmente resuelta, el ambiente en el que se produce adquiere mucha más importancia y, sobre todo, la visión sobre el entorno social que se refleja en las novelas negras es muy distinta.

 

En la novela policíaca clásica la sociedad se presenta como un sistema bien ordenado que, momentáneamente, se ve alterado por el crimen. La investigación y el descubrimiento del criminal tienen como última finalidad restaurar el orden. El protagonista, el detective, sea profesional o aficionado, es un héroe ¾a menudo adornado de cualidades extraordinarias¾ que tiene una misión salvadora, es un agente del orden social. Los demás protagonistas reflejan la idea de que la gente es, esencialmente, buena, aunque no sea perfecta, y que solamente en unas pocas personas anida el mal que les convierte en criminales. Al final ha de resplandecer la justicia, el inocente se salva y el culpable es castigado. La lectura tiene un efecto tranquilizante sobre el lector: el bien prevalece sobre el mal. No es casualidad que en una parodia televisiva del subgénero de espías, El superagente 86 (Get Smart en su título original), se enfrentaran dos organizaciones designadas como CONTROL y KAOS.

 

En la novela negra, la sociedad se contempla desde un punto de vista mucho más pesimista. El orden aparente suele encubrir la injusticia, la corrupción, la hipocresía de una organización social manifiestamente mejorable, la violencia latente. La gente no es necesariamente buena ni mala, pero sí capaz de lo peor cuando las circunstancias le llevan a ello. La acción sale de los salones alfombrados y visita los ambientes más sórdidos. Las conductas suelen ser mucho más ambiguas moralmente y, con frecuencia, no triunfa la justicia. El bien y el mal no resultan siempre claramente perceptibles y no es sencillo elegir entre ellos. El mal no anida solo en decisiones individuales desviadas sino, también, en una determinada estructura social. El protagonista suele ser consciente de vivir en medio de la podredumbre y de que poco va a conseguir contra ella, vive en el escepticismo y se limita a tratar de hacer lo debido y de ser leal a las personas que confían en él, se suele defender de la realidad que le rodea a través de la ironía y el lenguaje cínico. No siempre el criminal recibe su castigo. A veces, incluso, el criminal es el protagonista de la novela negra, o no necesariamente tiene que haber un crimen, un criminal y una investigación policial. A menudo la lectura no tranquiliza sino que inquieta y perturba al lector.

 

Estos rasgos distintivos de la novela negra aparecen magistralmente descritos en un texto clásico, el manifiesto que publicó Marcel Duhamel en 1948 en la Série Noire de Gallimard, la colección de novelas que daría nombre al género:

 

“Que el lector sin prejuicios tenga cuidado: los volúmenes de la Serie Negra no se pueden poner en todas las manos. Los aficionados a los enigmas a lo Sherlock Holmes no les sacarán provecho. El optimista habitual tampoco. La inmoralidad admitida en general en ese género únicamente sirve para destacar la moralidad convencional, tanto como unos buenos sentimientos e incluso la amoralidad misma. Veremos a policías más corruptos que los malhechores que persiguen. El detective no siempre resuelve el misterio, incluso a veces no hay misterio ni detective. Pero ¿entonces?… Entonces queda la acción, la angustia, la violencia -en todas sus formas y, particularmente, las más deshonrosas- de las palizas y los asesinatos.

Como en las buenas películas, los estados de ánimo se plasman en los gestos y los lectores ávidos de literatura introspectiva deberán realizar una gimnasia inversa. Hay también amor -bajo todas sus formas-, pasión, odio, todos los sentimientos que, en una sociedad refinada, solo son mostrados de modo excepcional, pero que aquí son moneda corriente y que a veces se expresan con un lenguaje fuerte, poco académico, pero donde domina siempre, rosa o negro, el humor”.

 

Parece ser que el negro inicialmente se refería al color de la portada de las novelas de esta colección, pero creo que si la denominación ha triunfado, incluso desbordando sus límites iniciales, es porque describe muy bien el objeto del género. Las novelas negras enseñan la parte más oscura de la realidad y de la naturaleza humana, la menos agradable, la que nos gusta esconder en nuestra vida cotidiana. La violencia, el crimen, la corrupción, el mal, la injusticia. Y por eso, con frecuencia, la novela negra sirve para hacer denuncia social, para llamar la atención sobre lo que no funciona bien, lo que no debiéramos ignorar ni tolerar, lo que habría que combatir.

 

Como ya he advertido, hoy es usual llamar novela negra a toda novela policíaca o criminal, cuando es obvio que solo una parte de las historias policíacas o criminales merecen esa denominación, y que puede haber novelas negras no policiales. Por ejemplo, stricto sensu, Agatha Christie no es autora de novela negra; su visión de la sociedad era bastante optimista, vivía muy confortablemente en la aristocrática sociedad británica que refleja en sus novelas. Sus protagonistas suelen proceder de las clases acomodadas y si, alguna vez, se muestra crítica, no es para hacer denuncia social sino mera y amable ironía costumbrista. Lo mismo sucede con Conan Doyle. Tanto Sherlock Holmes como Hércules Poirot a menudo trabajan a favor del gobierno, del orden constituido, y en sus aventuras queda claro que la policía a veces es incompetente y necesita la ayuda de un detective privado, pero no es corrupta. Hace pocos años, en 2013, los medios de comunicación españoles aireaban la noticia de que Agatha Christie había sido elegida como la mejor escritora del género por los escritores británicos de novela negra; pero si uno leía más allá del titular, resultaba que quienes votaban eran los miembros de la Crime Writers’ Association. La prensa británica, más precisa, informaba de que Agatha Christie era la mejor autora de crime novel, que no es lo mismo. Los anglosajones prefieren hablar de crime, murder o detective fiction, y como un género asociado o un subgénero hablan del harboiled, que suele aproximarse más con lo que en francés se rebautizó como noir.

 

Claro está que los géneros y subgéneros son modelos ideales y que cualquier novela encajará solo parcialmente en ellos, o encajará en varios. Mar Langa habla de “géneros impuros” para referirse a que con frecuencia “encontramos narraciones en las que confluyen temas y recursos de la novela histórica, policiaca y de aventuras”[4]. La mayoría de las novelas no son de pura raza, los novelistas confeccionan sus historias sin preocuparse mucho del género que están escribiendo y mezclan rasgos de uno o de otro según su particular gusto y conveniencia. Pero creo que muchas novelas con crímenes y policías que hoy son calificadas como novelas negras debieran ser descritas como policíacas o “grises”, a veces de un gris muy clarito.

 

  1. Más de lo mismo. Novela negra y novelas de espías.

 

Conviene también decir algo sobre las relaciones entre novela negra y novela de espías, que a veces también resultan confusas. Un autor como John Le Carré, por ejemplo, que tradicionalmente era considerado como un autor que cultivaba la novela de espías (spy fiction), cada vez más a menudo, como Agatha Christie, en España aparece en los estantes de la novela negra.

 

El de espías es un género con remotos antecedentes, véase El espía de James Fenimore Cooper, de 1821, ubicado en la guerra de independencia norteamericana, pero que se ha desarrollado sobre todo en el siglo XX. Lo han cultivado muchos y muy conocidos escritores como William Le Queux (Guilty Bonds, 1891), Rudyard Kipling (Kim, 1901), Erskine Childers (El enigma de las arenas, 1903), Joseph Conrad (El agente secreto, 1907), G. K. Chesterton (El hombre que fue jueves, 1908), John Buchan (Los treinta y nueve escalones, 1915), W. Somerset Maugham (Ashenden o el agente secreto, 1928), Eric Ambler (Fronteras sombrías, 1936, Epitafio para un espía, 1938), Ian Fleming (toda la serie de James Bond que se inicia en Casino Royale, 1953), Graham Greene (El revés de la trama, 1948, Nuestro hombre en La Habana, 1958, El factor humano, 1978), Alistair MacLean (Caminos secretos, 1959), Frederick Forsyth (Chacal, 1970, Odessa, 1972), Robert Ludlum (La herencia escarlata, 1971), Ken Follett (El ojo de la aguja, 1978), Tom Clancy (La caza del Octubre Rojo, 1984) o Ian McEwan (El inocente, 1990). Es este un género de absoluto dominio anglosajón. Aunque podemos encontrar algún antecedente como Las figuras de cera de Pío Baroja (1924), los autores españoles que han cultivado la novela de espías son modernos, podemos citar como ejemplos a Jorge Semprún (La segunda muerte de Ramón Mercader, 1970), Fernando Martínez Laínez (Carne de trueque, 1979), Antonio Muñoz Molina (Beltenebros, 1989), Francisco Castillo (Cazar al Capricornio, 2009), José Luis Caballero (El espía imperfecto, 2009), Fernando Rueda (La voz del pasado, 2010), Arturo Pérez-Reverte (Falcó, 2016) o Javier Marías (Berta Isla, 2017).

 

Las novelas de espías, desde su inicio, han estado estrechamente emparentadas, de un lado, con las novelas de aventuras y, de otro, con las novelas policíacas, géneros, todos ellos, de límites difusos. No hay más que repasar la lista de autores que, a simple título de ejemplo, hemos citado hace un momento para comprobar que entre ellos hay algunos que son considerados como autores de novelas de aventuras, otros de novelas policíacas, otros resultan difícilmente clasificables porque han escrito de todo. A grandes rasgos, podemos decir que la novela de aventuras se caracteriza porque al lector se le tiene permanentemente en vilo e intrigado sobre qué les pasará a los protagonistas, mientras que la novela policíaca tiene al lector principalmente intrigado sobre qué es lo que ha sucedido, quién, porqué y cómo ha cometido el crimen que los protagonistas han de investigar. La primera apela más a las emociones (de ahí viene el thriller, lo que emociona, excita o hace estremecer, etiqueta que también se distribuye generosamente sin que quede claro si se trata de otro género y de sus posibles límites), y la segunda al raciocinio y la curiosidad, al placer de averiguar la verdad. Pero es obvio que cabe mezclar ambos géneros y que a menudo se mezclan o superponen. Sin ir más lejos, uno de los creadores del género policíaco, Conan Doyle, frecuentemente saca a su detective de Baker Street y lo envía a correr arriesgadas aventuras. No por casualidad la primera colección de relatos que publicó en 1892 llevaba como título Las aventuras de Sherlock Holmes. Una historia como El signo de los cuatro, que incluye la búsqueda de un tesoro, conspiraciones, persecuciones, tiene casi tanto de novela de aventuras como de novela de detectives, perfectamente podrían haberse ocupado de ella Dumas o Stevenson. Lo mismo podemos decir de El problema final, de 1893, donde el detective acaba despeñado en las cataratas de Reichenbach luchando contra el malvado profesor Moriarty. Pero también la novela policíaca se mezcla a menudo con la novela de espionaje. El propio Holmes en algunos de sus casos trabaja para el Gobierno de Su Graciosa Majestad (al que sirve, con un papel relevante pero misterioso, su hermano Mycroft) y se introduce en el mundo de los espías; en La segunda mancha, de 1904, ha de recuperar una carta de un potentado extranjero dirigida al primer ministro británico cuya publicación provocaría grandes males, incluso una guerra; en Los planos del “Bruce-Partington”, de 1908, debe recobrar los planos de un submarino robados por agentes alemanes; en Su último saludo en el escenario, de 1917, desenmascara a un peligroso espía alemán. Otro detective tan famoso como Holmes, en el cual está directamente inspirado, Hércules Poirot, aunque mucho menos aventurero (llega a ganar una apuesta al inspector Japp sobre si es capaz de resolver un caso sin despegarse de su sillón), también protagoniza similares historias de espionaje. En La aventura del piso barato, de 1923, busca los planos de instalaciones navales norteamericanas robados por agentes al servicio de Japón; en El rapto del primer ministro, del mismo año pero que se desarrolla durante la I Guerra Mundial, trabaja para el gobierno británico cuyo premier ha sido secuestrado por traidores al servicio de los alemanes.

 

Hay autores que consideran a la novela policíaca como un subgénero de la de aventuras, mientras que otros creen que son géneros distintos. En ocasiones se entiende que la novela policíaca comprende varios subgéneros entre los cuales estarían la novela enigma o whodunit, la procedural o de procedimiento, la novela negra (más próxima al hardboiled), la novela de espías, la novela de suspense o thriller, la novela policíaca histórica o la novela policial humorística. Otros autores consideran que la novela de espías no es sino una variante de la novela negra. No faltan quienes contemplan como géneros independientes la novela policíaca, la novela negra, la novela de suspense y la novela de espionaje.

 

En cualquier caso, sí cabe señalar que hay características comunes a la novela negra, tomada en el sentido más restringido que hemos expuesto antes, y a buena parte de la novela de espías (otras novelas de espionaje se relacionan más con el género de aventuras). En ambos casos, suele predominar un tono pesimista sobre la realidad social y política. Tanto el detective como el agente secreto suelen dudar sobre dónde está el bien y dónde está el mal; a menudo el protagonista tiene que infringir la ley e incluso cometer algún crimen (recordemos que 007 tiene licencia para matar) en la confianza de estar eligiendo el mal menor; las motivaciones, los criterios morales, distan de estar claros, la sospecha de estar manipulados por quienes manejan los resortes del poder, sean políticos, militares o banqueros, es constante; la mentira y la hipocresía son moneda corriente en una sociedad asolada por la corrupción. Los altos ideales que, en teoría, defienden sus personajes a menudo encubren inconfesables intereses particulares. Con frecuencia el protagonista, sea espía o investigador, es un ser solitario, escéptico, refugiado en la ironía y el sarcasmo, que trata de mantener un comportamiento digno en medio de la mugre que le rodea. En ambos géneros afloran las cloacas del Estado, esa realidad fea, perturbadora, oculta, que nadie quiere reconocer que existe, pero que existe al margen de la ley. La justicia no siempre triunfa, rara vez sabemos en qué consiste exactamente la justicia o si es realmente posible. Las historias criminales y las historias de espionaje suelen ser útiles para la misma finalidad de crítica y denuncia social, por no decir de denuncia política.

 

  1. Policíaca histórica. Un género híbrido.

 

La mayoría de los autores de novela policíaca, de novela negra o de novela de espías, han solido y suelen situar sus historias en el presente, en el mismo tiempo en que escriben. Puede que se entienda que esa función crítica que suele llevar aparejada ha de referirse a la sociedad en la que vive el propio escritor. Sin embargo, el ejercicio de la crítica social puede practicarse lo mismo situando la acción de una novela en un tiempo pasado (Yo, Claudio) que en un tiempo futuro (1984), basta con facilitar una doble lectura del texto hacia el tiempo presente, algo habitual tanto en la novela histórica como en la futurista.

 

Juan Carlos Galindo dice que la literatura negra e histórica es el género “bastardo” por excelencia[5]. No justifica por qué utiliza una expresión peyorativa, ya que su valoración no resulta negativa: “Hace tiempo que existe en la literatura un matrimonio muy bien avenido. Es el que forman el género negro y el histórico, dos corrientes literarias que unas veces rivalizan y otras se cruzan, complementan y enriquecen. La aparición en las últimas semanas de varias apuestas editoriales en este sentido pone de nuevo en manos del lector una combinación que Umberto Eco, Philip Kerr o Lindsey Davis han convertido en apuestas entretenidas, apasionantes y llenas de calidad”. Creo que es preferible decir, ya que no se trata del producto de un matrimonio ilegítimo, que se trata de un género híbrido, como dice el DRAE procreado por dos individuos de distinta especie o producto de elementos de distinta naturaleza. Sobre el éxito que tiene esta mezcla recoge la opinión del periodista, editor y experto en novela negra Manuel Florentín: “Son dos géneros que han convivido bien tradicionalmente, quizá porque suelen compartir dos elementos como son la acción y el suspense. También por el carácter de la novela histórica de ser a veces una doble lectura de la época actual, una interpretación de esta desde un marco pasado, por esconder una crítica de la historia presente”. No solo han convivido; Seonyi Kim incluso considera la novela negra surgida en España en la época de la Transición “como un género extendido de la novela histórica”, considerando que esta desde su mismo origen en el siglo XIX tiene un papel crítico similar al de la novela negra, y que “en los años setenta, la novela histórica apareció de nuevo sobre el horizonte, esta vez, vestida de negra”, abordando temas que el periodismo no podía tratar todavía en los últimos años del franquismo y primeros de la Transición[6].

 

Los dos géneros que se hibridan tienen en común que surgen en el siglo XIX, la novela policíaca que nace principalmente con Edgar Allan Poe y la novela histórica que nace sobre todo con Walter Scott. De la propia novela histórica asimismo se ha dicho por Gerhard Kebbel que es un género híbrido, un “hiato” entre ficción e historia, o por Carlos Mata que es mezcla de invención y de realidad[7]. Los híbridos narrativos, la confluencia en un mismo texto de ficción novelesca de diversos géneros y subgéneros, como explica Ibáñez, son un fenómeno tan usual y extendido que se convierten en una característica de la posmodernidad[8].

 

Al hablar de novela policíaca histórica, y no de novela negra histórica, pretendo abarcar un territorio más amplio, siempre considerando, como ya se ha explicado anteriormente, que la novela negra es un subgénero dentro de la novela policíaca. Hay muchas novelas policíacas históricas que no se pueden calificar de novelas negras ya que prima en ellas la evasión o el entretenimiento, la resolución del enigma planteado por el autor, además de enseñar historia de forma placentera[9], mientras que hay otras que, además de policíacas, son negras, ya que contienen elementos de crítica social y política o el retrato de los aspectos más inquietantes del momento histórico donde se ubican.

 

No hablamos de un género reciente. Aunque el ejemplo típico y tópico sea El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco, por el éxito que alcanzó, hay ejemplos de narrativa policíaca histórica muy anteriores. El escritor holandés Robert van Gulik inició en 1950 su serie sobre el juez Di, basada en una novela china del siglo XVIII que relata casos resueltos por ese juez del siglo VII, y que serían los precedentes más remotos del género. En 1889 el novelista francés Louis Noir publica el relato Une revanche de Vidocq, con un caso ficticio de este precursor del oficio de detective. En 1911 el escritor norteamericano Melville Davisson Post publica un relato, The Angel of the Lord, ambientado en las vísperas de la Guerra de Secesión, el primero de una serie protagonizada por el detective aficionado Uncle Abner. El francés Rodolphe Bringer publica en 1912 Le Secret de Brumaire y L’Ombre de Fouché, novelas ambientadas en la época napoleónica. El norteamericano Wallace Irwin publica en 1935 la novela The Julius Caesar Murder Case, ambientada en la antigua Roma. La reina del crimen, Agatha Christie, ya situó en el Egipto de los faraones su novela La venganza de Nofret de 1944, donde combinaba dos de sus aficiones, el crimen y la arqueología. De 1950 es también The Bride of Newgate, del norteamericano John Dickson Carr, ambientada en la Inglaterra de 1815, y del mismo autor y 1951 The Devil in Velvet, que entra también en el género fantástico pues su protagonista viaja en el tiempo hasta el siglo XVII para resolver un crimen. En 1970 el británico Peter Lovesey publica Wobble to Death, primera entrega de la serie protagonizada por el detective victoriano Daniel Cribb. La escritora inglesa Ellis Peters inicia sus crónicas del monje benedictino Cadfael, un investigador del siglo XII, en 1977, mientras que la canadiense Margaret Doddy sitúa en la Grecia clásica la serie iniciada por Aristotle detective, de 1978.

 

En España es un género mucho más reciente, como lo ha sido también la novela policíaca o negra. Prácticamente hasta los años 80 del siglo XX no se consolida, aunque podemos encontrar algún curioso antecedente como La casa de Tócame Roque o Un crimen misterioso (1877) de Ramón Ortega y Frías, ambientada en la segunda mitad del siglo XVIII. Se trata de un género en crecimiento, probablemente porque también el género policíaco y el histórico son los que atraen a mayor número de lectores. Y los escritores, que antes que nada son lectores, también comparten en buen número el gusto por ambos géneros y, con frecuencia, deciden cultivarlos juntos.

 

  1. Los límites temporales de la novela histórica.

 

La novela histórica, incluida la policíaca que aquí nos interesa, se sitúa en un momento histórico no solo pasado, lo cual sucede en casi todas las novelas, sino que guarda cierta distancia con el presente. ¿Cuánto tiempo ha de transcurrir desde la época en que se producen los hechos hasta el momento en que el escritor los narra para poder considerar que estamos ante una novela histórica? Hay estudiosos que fijan esa diferencia temporal en al menos cincuenta años[10]. En 1999 la British Crime Writers’ Association estableció un premio anual, el CWA Endeavour Historical Dagger, para novelas policíacas cuya trama se sitúe al menos treinta y cinco años antes. Jean-Christophe Sarrot adopta el criterio de que la novela histórica se desarrolle en tiempos previos al nacimiento del novelista. Carlos Mata planteó la distinción entre novela histórica y episodio nacional contemporáneo, sobre el ejemplo de Pérez Galdós, refiriéndose en este segundo caso a obras que no se alejan demasiado en el tiempo de lo narrado, que plasman acontecimientos históricos vividos, o que pudieron ser vividos, por el autor. Es una distinción vaporosa, los primeros episodios nacionales de Galdós están ambientados varias décadas antes de que él naciera, los últimos sí se refieren a épocas que el autor ha conocido directamente. Sin embargo, creo que lo decisivo no es si el autor escribe sobre tiempos que él haya vivido o si han pasado treinta y cinco o cincuenta años, sino que la obra se refiera a una sociedad anterior, ya desaparecida, que aunque temporalmente no haya una gran distancia haya variado tanto que pueda darse por desvanecida, situada en un pasado que es necesario reconstruir literariamente. Es decir, la nota de “evocación de civilizaciones lejanas y sociedades diferentes o desaparecidas, presentando lo pasado como caducado”, el propósito de “reconstruir un modo de vida pretérito y ofrecerlo como pretérito, en su lejanía”, a que se refería Amado Alonso en relación con la novela histórica decimonónica[11], aunque esa sociedad pretérita no sea tan lejana. Se suele considerar a menudo Doctor Zhivago (1957) como una novela histórica, pese a que se ambienta en una época que Boris Pasternak vivió y de la que no había transcurrido medio siglo; pero es obvio que la Rusia zarista y de la revolución bolchevique representaba ya, a mitades del siglo XX, un mundo lejano, perdido, aniquilado. Algo parecido podemos decir de Los cipreses creen en Dios (1953), de José María Gironella, dicen que la novela española más leída del siglo XX. Se suele calificar de novela histórica, pese a que su autor relata una época que ha conocido en su juventud y de la que no había transcurrido ni un cuarto de siglo. Pero, pasada ya la primera posguerra, y también la II Guerra Mundial, en pleno franquismo, la sociedad española de la II República y de la Guerra Civil aparecía ya más como una época pasada que solo como un tiempo pasado, de la que se podía empezar a hablar con distancia. Es por eso por lo que procede aplicar un criterio flexible al clasificar novelas dentro del género histórico policíaco.

 

  1. Entre el presente y el pasado.

 

Hemos dicho que la novela histórica se desarrolla en una época pasada. Hay que matizar. Hay muchas novelas que no se desarrollan en un solo momento histórico, sino que dan saltos en el tiempo. En particular, en las novelas policíacas es un recurso muy utilizado que una investigación sobre unos hechos del presente remita a otros hechos de un pasado suficientemente remoto como para estar hablando de otra época. En esos casos, también cabe hablar, y se habla, de novela histórica. Pongamos un ejemplo reciente, Tigres de cristal, de Toni Hill (2018). La acción, cuyo tema central en el acoso escolar o bulliyng, va saltando de unos hechos sucedidos en 1978 a otros que ocurren en 2016, en el mismo lugar, un barrio de Cornellà de Llobregat, y que afectan a algunos de los personajes que eran niños en un caso y adultos en el otro. La narración nos permite no solo conocer cómo han evolucionado esos personajes, sino cómo ha cambiado la sociedad española a lo largo de esos casi cuarenta años, y cómo ha cambiado en particular en su percepción del acoso. Esta novela se ha calificado de novela negra, de historia de suspense psicológico, pero también cabe calificarla de novela policíaca histórica, dado que nos retrata una época próxima, pero ya pasada, la Transición, de la historia de España. Pecando de inmodestia, citaré una obra propia, El rey de Andorra (2018). La acción salta del presente, y de la investigación del homicidio de un profesor de historia, al pasado, a los años 30 del siglo XX en que se producen los hechos que investigaba el finado, la proclamación como rey de Andorra de un aristócrata ruso. La editorial y las librerías la han clasificado como novela histórica, pese a que la mayor parte de su acción se sitúa en el presente, sin duda por considerar muy relevante la visión que se ofrece sobre una época pasada, pero sin duda también es una novela policíaca, donde se siguen algunas de las pautas clásicas de una investigación criminal. Y en la misma línea, de alternar el presente con el pasado, encontramos muchos otros ejemplos en este género de la novela policíaca histórica. Por citar otro par de ellos: Un millón de gotas, de Víctor del Árbol (2014), que salta del presente a la época de la II República, la Guerra Civil y la posguerra; un abogado frustrado por su anodina vida y su sometimiento a su poderoso suegro, a raíz del suicidio de su hermana deberá investigar el pasado de su familia y, en particular, la historia de su padre, un joven ingeniero asturiano que en 1933 viajó a la URSS para aprender de la revolución pero que fue detenido, acusado de ser un agente trotskista, y confinado en la pavorosa isla siberiana de Nazino. Y Orán ya no te quiere, de Carlos Erice Azanza (2015), cuya trama avanza a través de la narración de la nieta de Peio, un veterano de tres guerras, que escucha la historia de su vida, desde el alzamiento del general Mola en el final de los sanfermines del 36 a la matanza de Orán de julio de 1962, pasando por la batalla del Ebro, los campos de concentración para republicanos españoles en el África francesa o la entrada triunfal de la división Leclerc en París en 1944. La historia se combina con la amenaza de un plan de venganza que se desarrolla en el presente.

 

  1. Los períodos favoritos de los escritores de novela policíaca histórica.

 

Igual que sucede con la novela histórica, en general, no todos los periodos de la historia reciben la misma atención para situar en ellos las tramas de la novela policíaca histórica. El novelista no es un historiador (sin perjuicio de que algunos novelistas, además, sean historiadores), lo que escribe es ficción. Su ocupación no es investigar hechos históricos nuevos o poco conocidos, sino manejar datos históricos ya conocidos para dar verosimilitud a lo narrado, sin obligación de sujetarse solo a los hechos realmente sucedidos, pero sin renunciar a cierta “reconstrucción arqueológica” del pasado. Puede que en ocasiones el novelista también investigue, incluso avance tesis propias o refute ciertos mitos históricos asentados, pero habitualmente necesita que los historiadores le hayan desbrozado el camino. Es por ello por lo que los períodos más estudiados por los historiadores, y por ello más conocidos tanto por los escritores como por los lectores, tienen muchas más posibilidades de ser elegidos por los novelistas.

 

En la novela histórica la Edad Media sigue siendo, como en tiempos de Walter Scott, una época muy presente. Pero, ojo, suele serlo mucho más la Baja Edad Media, y por supuesto la transcurrida en Europa Occidental, la que nos resulta mucho más conocida, la época de las Cruzadas, de la formación de los grandes reinos en competencia con los señores feudales, la de los caballeros, de los trovadores y de la heráldica. La Alta Edad Media, la época oscura que sucedió al Imperio Romano, resulta menos atractiva y frecuente. Y en cuanto a Roma, es precisamente la época imperial la más popular para situar tramas novelescas, mucho más que la republicana e infinitamente más que la muy desconocida época de la monarquía. Algo parecido sucede con la Grecia clásica, que el siglo de Pericles se impone a todos los demás. En América, las épocas precolombinas resultan demasiado misteriosas, así que el grueso de las novelas históricas prefiere situarse a partir de la llegada de los conquistadores europeos. De la Edad Moderna las novelas suelen preferir el Renacimiento, las guerras de religión y la expansión de Occidente hacia el otro lado del Atlántico. En la Edad Contemporánea aparece con brillo propio la época de la Revolución Francesa y de las guerras napoleónicas; de pronto aparecen África y Asia, gracias a su colonización por los europeos; la industrialización, los conflictos sociales y políticos y las dos –o tres- guerras mundiales son períodos ya bien conocidos que también resultan muy atractivos para los novelistas.

 

En la novela policíaca histórica se produce alguna pequeña diferencia en cuanto a cuáles son los periodos favoritos en que ubicar sus tramas. Tanto en la novela anglosajona como francófona tiene un peso importante el siglo XIX, probablemente por ser el de nacimiento tanto de la policía moderna como de la propia novela policíaca. Ahí tenemos a autores como Peter Lovesey, Elizabeth Peters, Anne Perry, David Dickinson, Oakley Hall, Emily Brightwell, Armand Cabasson, Claude Izner, Hervé Jubert, Béatrice Nicodème, Guillaume Prévost, etc. Una parte nada despreciable del género se dedica a continuar las aventuras de Sherlock Holmes, que cuenta con muchísimas más obras escritas por otros autores que por su creador. Tanto en el siglo XIX como en el siglo XX ya existen la policía y los detectives, mientras que en épocas anteriores el novelista ha de forzar un poco la historia para crear figuras equivalentes a esas anteriormente inexistentes. La persecución pública de todos los crímenes y la prohibición de la venganza privada, la igualdad ante la ley, la presunción de inocencia, la necesidad de aportar pruebas para condenar dentro de un proceso con todas las garantías, la independencia de los jueces, la prohibición de la tortura para obtener la confesión del acusado, son instituciones que proceden de la época de la Revolución Francesa y que hoy nos parecen naturales, pero que han estado ausentes en la mayor parte de la historia. La figura del detective profesional, sea policía o sea investigador privado, no tiene pleno sentido hasta que todas esas garantías jurídicas entran a formar parte de los sistemas constitucionales modernos. El autor de novela policíaca que sitúa sus tramas en tiempos anteriores al siglo XIX con frecuencia ha de cometer ciertos anacronismos y conferir la misión de investigar los delitos, de actuar como detective avant la lettre, a quien tiene otra profesión o función social: al monje franciscano Guillermo de Baskerville, en El nombre de la rosa, al mismísimo filósofo Aristóteles como hace la citada Margaret Doddy, a un juez como el mencionado Robert van Gulik o a un abogado como el protagonista de las novelas del británico C. J. Sansom, ambientadas en la Inglaterra de los Tudor, a una posible víctima, como la joven viuda Renisenb de La venganza de Nofret, o al escritor inglés Samuel Johnson como hace la autora estadounidense Lillian de la Torre en una serie de relatos ambientados en el siglo XVIII. El escritor inglés Peter Tremayne tiene como protagonista de una serie de novelas a sor Fidelma, una monja de la iglesia céltica en la Irlanda del siglo VII. El italiano Luca Masali (La vergine delle ossa, 2010), aunque sea ya en el siglo XIX, en un alarde de originalidad pone a investigar al escritor Emilio Salgari y a su psiquiatra Cesare Lombroso. La norteamericana Stephanie Barron (seudónimo de Francine Mathews) convierte en investigadora aficionada a la escritora inglesa Jane Austen. Algún autor ha llegado a inventar la profesión de detective en la antigua Roma, como el valenciano Joaquín Borrell. El protagonista de dos de sus novelas (La esclava de azul, 1990, y La lágrima de Atenea, 1993) es presentado como “exquiriente”, neologismo derivado del verbo latino exquiro, investigar.

 

Los escritores españoles siguen las mismas pautas que los foráneos pero, como lógica característica propia, abordan con más frecuencia determinados períodos de la historia de España. Veremos algunos ejemplos de cuáles son los más frecuentemente elegidos; dejamos de lado a los novelistas españoles que sitúan sus historias en otros países. De la relación que sigue, aun incompleta, se deduce que también entre nosotros tiene un peso importante la novela histórica policíaca ambientada en el siglo XIX, y también en el siglo XX, sobre todo en la época de la Guerra Civil y el franquismo[12]. Insistamos en que se trata de un género, o subgénero, en auge, la mayor parte de las novelas que se citarán son recientes, de los últimos años.

 

  1. a) Hispania romana.

 

Teo Palacios es autor de Muerte y cenizas (2017), que se desarrolla en Hispalis durante el imperio de Nerón, donde a incendios sin causa aparente y al asesinato de prostitutas sigue el del joven Fabio Justo, hijo de uno de los grandes patricios de la ciudad, que obliga al joven abogado Gayo Longo Licinio a investigar y resolver el misterio.

 

El sicario de los idus. Asesinato en Tárraco (2009), es una novela de Cristina Teruel que sitúa su trama en los últimos años del siglo I d. C. Durante la construcción del circo de Tarraco aparece el cadáver de un joven marmolista. El optio Cayo Pompeyo Specula, segundo del centurión Favor, sospecha que esa muerte no ha sido accidental, como todos creen.

 

Montse Barderi Palau es autora de Los arcos del agua (2013), ambientada durante la construcción del acueducto de Segovia en el siglo I. Lucio, retirado en su villa de Tarquinia, recibe del emperador el encargo de viajar a Segovia para continuar con las obras del acueducto tras el asesinato de su maestro Arístides, y de paso averiguar quién acabó con su vida.

 

Jesús Maeso de la Torre, en El auriga de Hispania (2004), presenta como protagonista a Gayo Apuleyo Diocles, famoso auriga en tiempos de los emperadores Apuleyo y Adriano, que pierde la memoria como consecuencia de un asalto. Se descubrirá que responde a una conspiración para manipular las carreras en el circo, y las autoridades le piden su colaboración para desmantelarla.

 

De buitres y lobos (2011), de Francisco Galván, transcurre en el año 470. Wulfric, un guerrero visigodo, es enviado a Hispania por el rey Eurico con la misión de aclarar unos misteriosos sucesos que obstaculizan los planes del monarca para ocupar la provincia romana; desde hace meses desaparecen jóvenes sin dejar rastro y la población culpa a los visigodos de haberlos secuestrado para ser utilizados en ceremonias demoníacas y rituales de canibalismo.

 

  1. b) Edad Media.

 

El enviado del rey (2008), de Obdulio López, se sitúa en el siglo XIII, cuando el traslado de la sede catedralicia de Cartagena a Murcia desata una turbia trama de intereses. Don Alonso de Santa María, enviado del rey Alfonso X, llega a Cartagena para investigar la muerte de dos nobles del Concejo de la ciudad. Un fraile «cae» de lo alto de la torre de la catedral después de revelar la existencia de una lista negra que amenaza a aquellos miembros del Concejo que apoyaron el traslado. La ciudad (2016), de Luis Zueco, está ambientada en Albarracín en el año 1284, cuando constituía un señorío independiente gobernado por la familia navarra de los Azagra, en vísperas de que fuese conquistado por Pedro III de Aragón. Se producen los asesinatos de una serie de miembros de los gremios de la ciudad; pronto es detenida una mujer, pero muchos vecinos ponen en duda su culpabilidad.

 

Matilde Asensi, en Jacobus (2000), sitúa su trama en el siglo XIV, durante el papado de Juan XXII; su protagonista, Galcerán de Born es un caballero de la orde4n de los hospitalarios, los enemigos mortales de los templarios, y recibe el encargo del Sumo Pontífice de descubrir a los culpables de las muertes del papa Clemente V, del rey Felipe IV de Francia y de Guillermo de Nogaret, todos ellos responsables de haber enviado a la hoguera al gran maestre del Temple tras la disolución de la orden; también ha de buscar a lo largo del Camino de Santiago dónde se halla escondido el oro procedente del tesoro de los templarios.

 

El prolífico Arturo Pérez-Reverte, que ha abordado y mezclado diversos géneros y en diversas épocas, es autor de La tabla de Flandes (1990), cuya trama se sitúa en el siglo XX pero da continuos saltos al siglo XV. Una joven y brillante restauradora de obras de arte recibe el encargo de restaurar una tabla flamenca de Peter Van Huys titulada La partida de ajedrez. Ciertas características del cuadro le obligan a investigar su historia y descubrir que los movimientos de la partida de ajedrez guardan la clave de un secreto. Un crimen no resuelto cometido cinco siglos antes provoca otra serie de asesinatos en el presente.

 

  1. c) Edad Moderna y Siglo de Oro.

 

Luis García Jambrina sitúa El manuscrito de piedra (2008) en la Salamanca de fines del siglo XV, en vísperas del Renacimiento. Fernando de Rojas, estudiante de Leyes y futuro autor de La Celestina, deberá investigar el asesinato de un catedrático de Teología, con el fondo de la persecución de los judíos por la Inquisición. Tiene continuación en El manuscrito de nieve (2010), protagonizada también por Rojas, que en este caso ha de investigar el asesinato de un estudiante con la ayuda de un joven pícaro, Lázaro de Tormes, y en El manuscrito de fuego (2018), que muestra a un Rojas ya maduro, en 1532, que debe averiguar quién ha matado al antiguo bufón del emperador Carlos V.

 

José Luis Borrero González es autor de Operación Códice Áureo (2014), novela que da saltos del presente al reinado de Felipe II; sigue la búsqueda de un manuscrito del siglo XI de gran valor histórico y sentimental para el rey, por ser regalo de su tía María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos; la acción se mueve de Málaga a Sevilla, de Italia a Flandes. Juan Eslava Galán, en Misterioso asesinato en casa de Cervantes (2015), parte de un hecho real sucedido en Valladolid en 1605. A las puertas de la casa de Miguel de Cervantes aparece el cadáver del hidalgo Gaspar de Ezpeleta, al que han apuñalado. Una vecina acusa al escritor y a sus hermanas, las Cervantas, de estar implicados en el asunto, lo cual provoca su detención.

 

Félix G. Modroño ha publicado varias novelas con el mismo protagonista, el médico Fernando de Zúñiga. En La sangre de los crucificados (2007) la acción se sitúa en Zamora en 1682. Don Fernando de Zúñiga, doctor en medicina por la Universidad de Salamanca, acude a la llamada del obispo Balmaseda que le encarga averiguar la procedencia de la talla de un Cristo crucificado, hallada en extrañas circunstancias y que parece estar relacionado con la trágica muerte de un herrador. El doctor Zúñiga pronto averigua que aquel suceso oculta una trama de terribles asesinatos, cuya investigación le llevará en un periplo por la Salamanca universitaria, la Corte madrileña y Sevilla. En Muerte dulce (2009), que se desarrolla en la villa de Balmaseda en 1683, presenta a Pedro Urtiaga que acaba de ser envenenado y, en sus últimas horas de vida, escribe a su amigo, el doctor Zúñiga, anunciándole su inminente fallecimiento y suplicándole venganza. Este viajará a tierras vascas para averiguar la identidad del asesino. Pronto descubrirá que su muerte no solo tiene que ver con el vino, sino también con una partida de naipes de un juego recién nacido: el mus. Sombras de agua (2017) llevará al doctor Zúñiga hasta la Venecia de 1684 en una misión diplomática, pero en la ciudad de los canales tendrá que hacerse cargo de una investigación por encargo del dux.

 

Juan Pedro Cosano, abogado jerezano, es el autor de una serie de novelas que cuenta los casos de Pedro de Alemán y Camacho, abogado de pobres de la ciudad de Jerez a mediados del siglo XVIII: El abogado de los pobres (2014), Llamé al cielo y no me oyó (2015), Las monedas de los 24 (2017). Sus tramas nos permiten conocer cómo funcionaba la justicia de la época. Francisco Balbuena presenta en El Alcalde del Crimen (2011) una trama criminal en la Sevilla de 1776. Aparecen una serie de sacerdotes decapitados y Gaspar de Jovellanos, juez de la ciudad, ayudado de Richard Twiss, viajero inglés recién llegado a España, y de Mariana de Guzmán, una joven aristócrata secretamente enamorada de Gaspar, son quienes buscan al asesino.

 

  1. d) La Guerra de Independencia.

 

La época de la Guerra de Independencia, al igual que toda la de las guerras napoleónicas en otros países, ha sido muy frecuente objeto de novelas históricas ya desde Alarcón o Pérez Galdós hasta nuestros días, y algunas de ellas encajan en nuestro género de novela histórica policíaca.

 

Baltasar Porcel, en El Emperador o El ojo del ciclón (2001), publicada originalmente en catalán como L’Emperador o L’ull del vent, narra el suceso real de los miles de prisioneros franceses que, tras su derrota en Bailén, fueron confinados durante años en la isla desierta de Cabrera, que algunos califican como el primer campo de concentración de la historia, donde incluso se practicó el canibalismo. El protagonista es uno de los prisioneros, el oficial de dragones Gérard de Fleury, otrora admirador de Napoleón ya desencantado, cuya trayectoria trata de reconstruir años después el narrador, compañero de prisión.

 

El asedio (2010), de Arturo Pérez-Reverte, ofrece una acción que transcurre en la ciudad de Cádiz que resiste a los franceses en los años 1811 y 1812. Una serie de misteriosos asesinatos de muchachas cuyos cuerpos aparecen en distintos puntos de la ciudad es investigada por el comisario Rogelio Tizón, que recibe los consejos de su contrincante habitual en el ajedrez, Hipólito Barrull. La mujer del reloj (2016), de Álvaro Arbina, transcurre durante los cinco años de guerra, de 1808 a 1813. El protagonista es el joven alavés Julián de Aldecoa que, mientras huye de los franceses por toda la Península, trata de desentrañar el misterio que rodea al asesinato de su padre.

 

  1. e) Del período isabelino a la Restauración.

 

El crimen del sistema métrico decimal (2017), de Miguel Izu, se desarrolla en el Madrid de 1849, cuando está a punto de aprobarse la ley que implantará el sistema métrico en España. El comisario Pedro Arróniz tendrá que investigar un intento de atentado contra el ministro Bravo Murillo que le conducirá a una insospechada conspiración política. Unos pocos años más tarde transcurre otra novela que tiene algunas coincidencias con ella, La cajita de rapé (2017), de Javier Alonso García-Pozuelo, que narra un asesinato en el Madrid de 1861 que deberá investigar el inspector José María Benítez.

 

Arturo Pérez-Reverte, en El maestro de esgrima (1988), construye una trama político criminal en vísperas de la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II. Su protagonista es Jaime Astarloa, un maduro maestro de esgrima en una época en que este arte se encuentra en decadencia. El historiador hispano-irlandés Ian Gibson, en La berlina de Prim (2012), cuenta las investigaciones que lleva a cabo durante la Primera República el periodista Patrick Boyd, hijo ilegítimo de una joven andaluza y de un liberal irlandés fusilado con Torrijos, sobre el atentado que acabó con la vida del general Prim.

 

Javier Calvo, en Corona de flores (2010), sitúa en la Barcelona de 1877 la investigación de una serie de asesinatos cometidos por alguien conocido como el Asesino de la Esperanza. El inspector Semproni de Paula se ve obligado a buscar la ayuda del pintoresco doctor Menelaus Roca, encarcelado desde hace años por homicidio. Jerónimo Tristante, además de otras novelas de aventuras y misterio, es autor de la serie protagonizada por Víctor Ros, un policía que antes fue delincuente, y cuyas historias transcurren a fines del siglo XIX. El misterio de la casa Aranda (2008), que se desarrolla en 1880 en Madrid, presenta una casa y un extraño libro que provocan que las mujeres que viven en ella asesinen a sus maridos, además de una serie de asesinatos de prostitutas. El caso de la viuda negra (2008) lleva a Ros a Córdoba para investigar el robo de un dedo de la mano al cadáver de un coronel mientras permanecía en el depósito del cementerio; también ha de resolver la sospechosa muerte del anciano marqués de la Entrada. En El enigma de la calle Calabria (2010) la acción se traslada a la Barcelona de 1881, Ros debe investigar la desaparición de un rico hombre de negocios. La última noche de Víctor Ros (2013) le lleva a Oviedo para resolver el asesinato del hijo de un importante empresario asturiano. En Víctor Ros y el gran robo del oro español (2015) el detective tendrá que viajar a Londres siguiendo las pistas de un asalto al banco de España. El mismo Tristante es autor de Océanos de tiempo (2012), otra novela situada en el Madrid de 1885 pero sin Víctor Ros. En este caso una serie de desapariciones y muertes de infantes traen en jaque a la policía, será el doctor Décimus Lenoir quien averigüe la verdad.

 

Antonio Lara recreó en El crimen de la calle de Fuencarral (1984) el famoso asesinato de una mujer cometido en Madrid en 1888, del que también se ocupó en su momento Pérez Galdós. Es una obra que cabalga entre la novela histórica y la crónica periodística. Aislinn (2002), de Guillermo Galván Olalla, se sitúa en 1897, poco después del asesinato de Cánovas. El joven impresor Nicolás Villabuena recibe la oferta de un empresario irlandés para editar un manuscrito del siglo XVI, cuyas páginas ocultan un crimen cometido trescientos años antes y una compleja intriga política cuyas consecuencias perduran a través de los siglos. Montero Glez, en Pólvora negra (2008), reconstruye el atentado del anarquista Mateo Morral contra Alfonso XIII y Victoria Eugenia en mayo de 1906, con ocasión de su boda.

 

La mala mujer (2008), de Marc Pastor, se sitúa en la Barcelona de 1912 y está basada en el caso real de Enriqueta Martí, la “vampiro de la calle Ponent”. Están desapareciendo niños, hijos de prostitutas que no se atreven a denunciar los secuestros a la policía; el inspector Moisès Corvo, putero, bebedor y pistolero, oye los rumores y se interesa por el caso. El luthier de Salamanca (2015), de Sergio García Rodrigo, se desarrolla en los primeros años del siglo XX, hasta 1916. Germán Etura, un humilde chico salmantino tiene la oportunidad de estudiar en Cremona y convertirse en luthier. Vuelto a su ciudad natal, recibe en su taller la visita de una misteriosa mujer que le pone sobre la pista del cruel asesinato de un violinista callejero sucedido años atrás. Félix G. Modroño salta al siglo XX con La ciudad de los ojos grises (2012). Tras varios años viviendo en París, en 1914 Alfredo Gastiasoro regresa a Bilbao, se entera de que ha muerto la mujer que amó, y pronto ha de iniciar una pesquisa sobre las inquietantes circunstancias que rodearon su muerte.

 

La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza, se puede inscribir en diversos géneros, pero también en el histórico policíaco. Se ambienta en la Barcelona de entre 1917 y 1919, los años del pistolerismo y los graves conflictos sociales, a través de la investigación judicial y la narración de varios personajes, entre ellos el protagonista, Javier Miranda, sobre el asesinato de los socios de la empresa Savolta y otras muertes.

 

Andreu Martin, en Cabaret Pompeya (2012), hace arrancar su historia en Barcelona en 1920 cuando tres jóvenes, Fernando, Miguel y Víctor, se conocen en el Pompeya, uno de los más animados music halls del Paralelo. La historia de su amistad, que se extiende hasta los años de la Guerra Civil y la posguerra, vertebra una narración donde aparecen agentes dobles, tanguistas, comisarios, anarquistas y maquis, odio, amor, injusticias y venganzas. Réquiem por la bailarina de una caja de música (2009), de José Ramón Gómez Cabezas, se ubica en Ciudad Real en 1925, durante la Dictadura de Primo de Rivera. El joven Joaquín de La Vega, hijo de militar que vive con su tío, de familia en buena posición, ha de investigar la violación y muerte de una joven extranjera, cuyo cadáver aparece junto a la vía del tren, de las que han sido acusados sus amigos. Continúa la historia con Orden de busca y captura para un ángel de la guarda (2014), el protagonista y narrador es el periodista Joaquín Córdoba, que ya aparecía como secundario en la novela anterior, y que ha de investigar diversos hechos: los robos en la casa de un hombre importante de la ciudad, el aparecerte suicidio de un sacerdote que salta al vacío desde un andamio de la iglesia de San Pedro, la desaparición de niños durante años.

 

  1. f) Guerra Civil y franquismo.

 

Con diferencia, la época de la historia de España más propicia para generar novelas policíacas históricas.

 

Arturo Pérez-Reverte inicia en Falcó (2016) una serie de tramas de espías y crímenes ambientada en la Guerra Civil. Lorenzo Falcó, ex traficante de armas sin escrúpulos y agente de los servicios de inteligencia del bando franquista, en el otoño de 1936 recibe el encargo de infiltrarse en la zona roja y liberar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante. La serie sigue con Eva (2017), que transcurre en 1937, y en la que Falcó recibe la misión de ir a Tánger para conseguir que el capitán de un barco cargado con oro del Banco de España cambie de bandera, y con Sabotaje (2018), en la cual Falcó es enviado a París para evitar que el Guernica que está pintando Pablo Picasso llegue a la Exposición Universal.

 

Carlos Aurensanz, autor de varias novelas históricas ambientadas en la Edad Media, sitúa La puerta pintada (2015) en la Guerra Civil y la postguerra. La acción retrocede de 1949, cuando aparece un cadáver junto al río de Puente Real, una pequeña ciudad de provincias, el primero de una serie de extraños crímenes, a 1936, en el momento en que estalla la guerra. Joaquim G. Benítez, en Ciudad dividida (2019), sitúa la trama en abril de 1937 en Barcelona, todavía lejos del frente de guerra, pero en una encarnizada lucha por el poder entre las diferentes facciones republicanas; dos policías, uno veterano y cínico y otro novato e idealista, han de investigar varios brutales asesinatos de mujeres cometidos, al parecer, por el mismo criminal.

 

El psicópata (2009), de Carlos Berbell, se ambienta en 1939, a punto de acabar la Guerra Civil. Jacinto Alonso, inspector de la Brigada de Investigación Criminal de la Policía de la República, es enviado a Madrid para descubrir una posible conspiración contra el gobierno del doctor Negrín. Allí recibe una llamada desesperada de su antiguo mentor, el juez Ricardo Benzo, cuya hija, el primer amor de Alonso, ha desaparecido. Abans del silenci (2009), de Agustí Vehí, narra tres crímenes pasionales cometidos en medio del caos de los últimos meses de la Guerra Civil. Uno o dos días por delante de las tropas de Franco dos policías de la República intentan descubrir al autor de los crímenes, lo que les obliga, bajo los bombardeos, a vivir la retirada y el camino del exilio intentando mantener el principio de legalidad y el Estado republicano que prometieron defender.

 

Suso de Toro, en Land Rover (1988), como otros autores, sitúa la acción en el presente pero contiene continuos saltos narrativos hacia la época de la Guerra Civil. El descubrimiento de un cadáver en el aparcamiento de una discoteca abre la investigación de un doble crimen y sirve para contraponer la Galicia tradicional y misteriosa y las zonas de marginación suburbana a través de la historia de dos hermanos que dejaron la aldea para vivir en los arrabales de la ciudad. La misma técnica narrativa sigue Carlos Ollo Razquin en ¿Quién con fuego? (2015). La historia se inicia en el presente, con la aparición del cadáver de un anciano solitario en un pueblo apartado de la geografía navarra que ha de investigar el inspector Villatuerta. Pero pronto la acción retrocede hasta 1936, asistimos al inicio de la Guerra Civil, donde se encuentran los orígenes de un crimen ejecutado como venganza. Orán ya no te quiere (2015), de Carlos Erice Azanza, ya mencionada, se desarrolla igualmente en varias épocas, como también La soledad de la higuera (2019), de Maite Sota Virto, cuya protagonista, Teresa, trata de reponerse del accidente que le arrebató a su hijo y a su compañero. Las cartas de amor encontradas en una vieja carpeta familiar le transportan a los años de la Guerra Civil y a conocer la historia de su familia en esa época, mientras que un pendrive con la investigación periodística que llevaba a cabo su compañero le lleva al mundo de la trata de mujeres.

 

Ignacio del Valle es autor de una serie protagonizada por Arturo Andrade, militar y agente de información que vive diversas peripecias en los años que siguen a la Guerra Civil. Se abre con El arte de matar dragones (2003), que transcurre en 1939, recién finalizada la guerra. El joven teniente Arturo Andrade recibe un encargo del Alto Estado Mayor: encontrar una obra de arte perteneciente al Museo del Prado que ha sido misteriosamente extraviada durante la República. El tiempo de los emperadores extraños (2006) conduce a Andrade a la División Azul y al frente ruso en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial. En mitad de un lago aparecen unos caballos congelados y, al lado un cadáver, con una inscripción que indica que es un soldado español. Así comienza una investigación que le arrastrará detrás de un asesino en serie. Los demonios de Berlín (2009) lleva la acción al Berlín de 1945. Los soviéticos avanzan, imparables, por las calles llenas de escombros, la lucha es durísima en la ciudad y la derrota alemana inminente. Arturo Andrade está en medio de aquel caos con la misión de hallar a Ewald von Kleist, un científico alemán, a quien encuentra muerto en la cancillería del Reich con un misterioso diagrama en los bolsillos. En Los días sin ayer (2016) Andrade esconde a un oficial de las SS que se debate entre la vida y la muerte y al que buscan británicos y rusos. En Soles negros (2016) estamos ya en 1947 y el capitán Andrade es destinado a Pueblo Adentro, una aldea a pocos kilómetros de su Badajoz natal y centro de la resistencia anarquista extremeña, investigando el violento asesinato de una niña desconocida.

 

Tiempo de siega (2019), de Guillermo Galván, ubica su acción en 1941; el protagonista es un expolicía criminalista, preso político por lealtad a la República, que cumple pena en Cuelgamuros trabajando en las obras del Valle de los Caídos y que pocos días antes de Navidad es liberado inesperadamente; su antiguo jefe, a quien años atrás salvó, le necesita para resolver el asesinato de un sacerdote que parece haber sido cometido por el mismo criminal al que ya pisaban los talones cuando se inició la guerra. Ferran Torrent, en Ombres en la nit (2012), sitúa en 1947 la historia de Santiago Cortés, gitano, valenciano y comunista que ha sobrevivido al campo de concentración de Dachau y que se une a un grupo clandestino consagrado a dar muerte a los nazis amparados por el régimen franquista. Del mismo autor, Bulevard dels francesos (2010), se sitúa en la Valencia de los años sesenta. La disidencia de tres jóvenes comunistas con el Partido tiene consecuencias imprevisibles, mientras que la investigación de la muerte de una rica heredera provoca un choque frontal entre Sebastián Piñol, un honesto comisario de policía, y Vicente Rodrigo, el expeditivo jefe de la Brigada Político-Social. Jerónimo Tristante es autor, además de la serie de Víctor Ros y de otras novelas, de El Valle de las Sombras (2011), que narra la amistad entre un republicano y un nacional durante la construcción del Valle de los Caídos, donde han de investigar un misterioso asesinato. En 1969 (2009) refleja la Murcia del tardofranquismo; su protagonista es un policía en plena crisis personal que ha de investigar el aparente suicidio de una prostituta de lujo que se ha arrojado desde un campanario.

 

Jordi Sierra i Fabra es autor de la serie protagonizada por el inspector Miquel Mascarell, que se inicia con Cuatro días de enero (2008). La historia se desarrolla en Barcelona en 1939, cuatro días antes de la ocupación franquista. El inspector, que tiene 55 años, no puede huir, como están haciendo las autoridades y los combatientes, a causa de que su esposa está enferma, y mientras tanto se enfrenta al último caso de su carrera, el de la hija de una prostituta, una adolescente violentamente asesinada. La serie se reanuda con Siete días de julio (2010); tras ocho años de encarcelamiento y trabajos forzados en el Valle de los Caídos, en 1947 Mascarell regresa a Barcelona. Su mujer ha muerto. Le espera un sobre con dinero y una invitación para resolver un nuevo caso. En las siguientes novelas, aunque esté jubilado como policía, Mascarell sigue resolviendo casos, algunos relacionados con otros anteriores a 1939, mientras rehace su vida sentimental con Patro. La serie alcanza ya diez entregas que se desarrollan a lo largo de los años del franquismo: Cinco días de octubre (2011), Dos días de mayo (2013), Seis días de diciembre (2014), Nueve días de abril (2015), Tres días de agosto (2016), Ocho días de marzo (2017), Diez días de junio (2018) y Un día de septiembre y algunos de octubre (2019).

 

Ronda del Guinardó (1984), de Juan Marsé, sitúa la narración en 1945, justo cuando Alemania se ha rendido a los aliados. Un inspector de policía recorre las calles de la barriada del Guinardó junto con una adolescente que va a identificar si un cadáver es el del hombre que la agredió. La anécdota permite reflejar la triste y oscura Barcelona de la primera posguerra. Víctor Fernández Correas, en Se llamaba Manuel (2018), arranca su historia en la Nochebuena de 1952, cuando se encuentra el cadáver apuñalado de un hombre en la Casa de Campo de Madrid; la investigación corresponde al inspector Gonzalo Suárez, que no simpatiza con la dictadura franquista; la acción oscila entre ese momento y el año 1934 en el momento en que el general Yagüe entra en Asturias para sofocar la rebelión obrera. Beatus Ille (1986), de Antonio Muñoz Molina, salta de los años 60, en lo cuales una joven estudiante se refugia en un pueblo a orillas del Guadalquivir para escribir una tesis doctoral sobre Jacinto Solana, poeta republicano, condenado a muerte al final de la guerra e indultado, al año 1947, en el cual murió en un tiroteo con la Guardia Civil, hecho que investiga. Manuel Vázquez Montalbán sitúa la mayor parte de sus novelas en el presente, en su presente, pero en Galíndez (1990) retrocede en el tiempo para contar un episodio real, el secuestro, tortura y asesinato en 1956 de Jesús Galíndez, representante del Gobierno vasco en el exilio ante el Departamento de Estado estadounidense, por orden del dictador dominicano Trujillo. Luis García Jambrina ubica En tierra de lobos (2013) en 1953, sigue a una reportera de sucesos que investiga la misteriosa desaparición de una mujer herida en un accidente de tráfico. Agustí Vehí, en Quan la nit mara al dia (2011), sitúa la trama en 1958. El delegado local de la Falange en Figueras aparece asesinado en su cama, alguien le ha clavado en el cráneo una pesada cruz de madera y metal y le ha ligado un cinturón en el cuello. Su piso está lleno de productos de los que carece la mayoría de la población. Desde Madrid ordenan guardar oficialmente silencio y, mientras se investiga, explicar que el delegado ha sido llamado a la capital. Los inspectores Iríbar, de la Brigada de Investigación Criminal, y Lopera, de la Político-Social, encargados del caso, tienen puntos de vista diferentes, el primero trata de descubrir al asesino, el segundo se dedica a sabotear la investigación.

 

  1. g) La Transición.

 

Es un periodo todavía reciente, pero ya apto para que empiecen a escribirse novelas que lo aborden, como la ya citada Tigres de cristal de Toni Hill. Mencionemos también Todo está perdonado (2011), de Rafael Reig, que narra el asesinato de la hija de un próspero empresario el día de su boda en el Ritz, en 2008. La investigación que el padre encomienda a un agente de inteligencia retirado y a un detective nos lleva a un repaso de setenta años de historia, desde el abuelo de la víctima,  un marqués que pasó por las cárceles republicanas durante la Guerra Civil, hasta la época de la Transición. Otro ejemplo es Operación Gladio (2018), de Benjamín Prado, que nos muestra a una periodista que investiga las entrañas de la Red Gladio, organización anticomunista promovida por la CIA durante la Guerra Fría para sembrar el caos y evitar la expansión de la izquierda por Europa, y a través de una serie de entrevistas con personajes clave de la Transición irá hilando una trama criminal que llega hasta las entrañas del Estado.

[1] VIGUERAS FERNÁNDEZ, Ricardo: La novela policíaca de temática romana clásica. Rigor e invención, tesis doctoral, Universidad de Murcia, 2005:

[https://www.tesisenred.net/bitstream/handle/10803/10804/ViguerasFernandez.pdf.

[2] SARROT, Jean-Christophe y BROCHE, Laurent: Le roman policier historique. Histoire et polar: autour d’une reencontre, Nouveau Monde éditions, París, 2009.

[3] TODOROV, Tzvetan: “Tipología del relato policíaco”, en Daniel Link (comp.), El juego de los cautos: Literatura policial: de Edgar A. Poe a P. D. James, La Marca Editora, Buenos Aires, 2003, pp. 63-70.

[4] LANGA PIZARRO, Mar: “La novela histórica española en la transición y en la democracia”, Anales de Literatura Española, núm. 17, 2004, pp. 107-120.

[5] GALINDO, Juan Carlos: “Literatura negra e histórica: el género bastardo por excelencia”, El País, 23 de febrero de 2013.

[6] KIM, Seonyi: La novela policíaca en la España de la transición, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2015: [https://eprints.ucm.es/33802/1/T36601.pdf].

[7] KEBBEL, Gerhard: Geschichtengeneratoren: Lektüren zur Poetik des historischen Romans, Niemeyer, Tubinga, 1992. MATA INDURÁIN, Carlos, SPANG, Kurt y ARELLANO, Ignacio (eds.): La novela histórica teoría y comentarios, Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1995.

[8] IBÁÑEZ IBÁÑEZ, Mª de las Nieves: El “híbrido narrativo” en la novela de Antonio Muñoz Molina, tesis doctoral, Universidad de La Rioja, 2014: [https://dialnet.unirioja.es/descarga/tesis/43243.pdf].

[9] Aunque la difusión de la historia corre el riesgo de que se ofrezca una visión muy poco rigurosa del pasado llena de mitos y tópicos ya desmentidos por la historiografía, como apunta Márquez de Prado Noriega, Cristina: La novela histórica de tema medieval escrita en España desde los años 80, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2019, [https://eprints.ucm.es/50769/1/T40771.pdf]: “Por sí misma la novela histórica no es útil para el conocimiento de la Historia. En el mejor de los casos el lector dudará cuando un acontecimiento es histórico o es pura ficción elaborada por la imaginación del novelista”; “La novela histórica es un género que no deja de crecer y los lectores tienen la percepción de que aprenden historia a través de su lectura de tal manera que la Historia cada vez más nos la cuentan los novelistas o los guionistas de cine o televisión”.

[10] Ciplijauskaité, Biruté: Los Noventayochistas y la Historia, José Porrúa Turanzas, Madrid, 1981.

[11] ALONSO, Amado: Ensayo sobre la novela histórica; El Modernismo en “La Gloria de Don Ramiro”, Gredos, Madrid, 1984.

[12] Es esa una época tan atractiva que una escritora norteamericana, Rebecca Pawell, también ha escrito una serie de novelas protagonizadas, a partir de 1939, por un guardia civil acérrimamente franquista: Death of a Nationalist, 2003, Law of Return, 2004, Watcher in the Pine, 2005, The Summer Snow, 2006. La primera está editada en castellano como Muerte de un nacional.


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