Los ojos ya se le habían acostumbrado a la penumbra de la casa cerrada, cuando abrió la puerta de la terraza. Así que la claridad de la mañana de verano le cegó. Le dio la espalda y continuó revisando el interior de  los últimos muebles que aún no había inspeccionado. Lo hacía sin mucho detenimiento, explicándose que lo que realmente fuera para ella un objeto preciado saltaría a su vista irremediablemente. Terminada la inspección, llenó un par de bolsas grandes de basura con objetos desechados y salió a la terraza. El balón de reglamento, pinchado y muy sucio, podría llevar años en esa esquina. Le resultó un objeto anodino y desconocido. Cerró las bolsas de basura, cerró la puerta y salió a la calle. Antes de llegar a los contenedores, la detuvo Blanca, una de las vecinas. Le preguntó si en la terraza había visto un balón. Le explicó que su nieto corría tras él, cuando lo atropelló el BMV. Murió unos días después. En el jaleo alguien había colgado el balón con rabia en el interior de la terraza. Le gustaría tenerlo. No se atrevió a decirle que lo llevaba en la bolsa de la basura. No se atrevió.


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