Sarilis María Pilar Montoro
I Premio Certamen Literario de Tomás Sera Casas, convocado por la biblioteca de Alagón. 2015

Me vi obligado a abandonar Londres de forma precipitada, el ambiente del laboratorio en el que trabajaba hacía tiempo que me resultaba asfixiante, pero todavía me resultaba más dañino, fingir entre mis compañeros que amaba mi profesión cuando en realidad la detestaba. Estaba sumido en un estado emocional de agotamiento e histerismo que iban acompañados el uno del otro como celosos enamorados, por esta razón, cuando recibí la carta de mi amigo John requiriendo con premura mi compañía no dudé ni un solo instante, en hacer el equipaje y partir hacia el condado de Surrey donde mi amigo había comprado una pequeña casa de campo. En su carta me explicaba que se encontraba hundido por la muerte de Ofelia, su amiga y fiel compañera, parece ser que las circunstancias de su muerte resultaban un tanto extrañas. John estaba enloquecido y temía que cometiese alguna locura.
La muerte de Ofelia para mí fue un salvoconducto a la libertad, la excusa perfecta para escapar del frío laboratorio con su olor a azufre y volar al lado de mi desafortunado amigo y ayudarle a superar el amargo trance por el que estaba pasando, al fin y al cabo, jamás tuve alma de alquimista. Aunque nunca perdí el contacto con John, desde que éste decidió abandonar sus estudios de medicina y alejarse de Londres, hacía ya más de diez años que no lo había visto. Mi primer encuentro físico con él fue estremecedor, sus ojos eran como cavernas hundidas en un rostro macilento, estaba flaco como un esqueleto, pero sobre todo fue su mirada… perdida en sabe dios qué mundo ¿Cuál era el horizonte que los atormentados ojos de mi amigo avistaban? ¡Imposible saberlo! Lo único que recuerdo de aquel primer encuentro es que John estaba traumatizado por la muerte de su más querida amiga, sin embargo, de las palabras de John brotaba una alegría, un optimismo que contradecía la infinita tristeza de su mirada, atribuí su insólita alegría al hecho de acogerme en su casa, solitaria y encantadora a la vez, después de tantos años de ausencia.
—Mi querido amigo, seas bien recibido en esta casa, sabía que podía contar contigo, tú serás quien me salve del precipicio, ¿no es así, Tom? Recordaremos viejos tiempos y sobre todo recordaremos a Ofelia, ella, jamás morirá ¿estás de acuerdo conmigo? Tom, ¡oh por favor, dime que estás de acuerdo conmigo, dime que Ofelia no morirá jamás! —.
Algo turbado por los sentimientos exaltados de mi amigo contesté aturdido:
—Por supuesto, mi querido John, las personas a las que hemos amado profundamente, aunque ya no estén a nuestro lado, siempre permanecerán en nuestro corazón, hablaremos de Ofelia, la recordaremos, será nuestra forma de mantenerla con vida-.
De pronto me sentí extrañamente falso, hablaba de Ofelia como si ella me importara de verdad, cuando en realidad apenas la conocía, solo recuerdo que la vi en una ocasión en una tienda de Londres, era dependienta y fue ella la que me reconoció como el mejor amigo de John:
—¡Hola, caballero! ¿No me recuerda verdad? Soy Ofelia, amiga de John, coincidimos hace un año en una fiesta que yo misma organicé para celebrar su decisión de abandonar la medicina y dedicarse al mundo del arte, ¿ya sabe? ¡Lienzos, pinceles, modelos…!—.
Recuerdo su mirada de ensueño y cómo puso punto final con un atento saludo, una inoportuna clientela rompió el hechizo de aquel breve encuentro, salí de la tienda despidiéndome de ella lo más gentilmente que supe con un gesto desde la distancia. Todo lo que sabía de ella vino después de los labios enamorados de John; para él, Ofelia era su sílfide particular, su musa, la inspiración de su obra, la pasión de su vida y el motivo por el que John y yo nos distanciamos, nuestra amistad se congeló. Siempre culpé a esa sirena de melena cobriza y piel de nácar del alejamiento de mi compañero y amigo. En el fondo le envidiaba, yo era un hombre amargado, vacío y él era un hombre con una vida plena en todos los sentidos, había tenido el valor de dejar una profesión seria y con un futuro prometedor por otra profesión a la que nadie respetaba, por lo menos en mi mundo que también era el suyo, hasta que apareció ella, Ofelia. Ella lo transformó en un hombre distinto, había conseguido que John se respetara a sí mismo abandonando el bisturí y tomando en su lugar un pincel y todo un universo por reflejar en lo que ella llamaba con casi frivolidad… lienzos.
Sin embargo, ahora Ofelia no estaba, mi amigo era un barco a la deriva, un náufrago y yo iba a ser su timón. En lo más profundo de mi ser, sentí una gélida y siniestra frialdad, había recuperado a mi amigo y ella se había hundido en un universo de lienzos, ella me devolvía a mi amigo y yo le daba las gracias, ahora yo me encargaría de emborronar su recuerdo, haría que la olvidara para siempre, ¡maldita Ofelia, maldita seas!
Al día siguiente de mi llegada me levanté temprano, un olor dulzón, empalagoso, golpeaba mi garganta, tosía como un tísico, salí del dormitorio, el olor penetrante que me había despertado se extendía por toda la casa, olía a muerte aquella casa y sin embargo, era preciosa, acogedora, envuelta en un halo de misterio, parecía que toda la casa estuviera envuelta en una extraña esencia femenina, casi perturbadora, mis ojos de pronto se posaron en ella, fue horrible, ella yacía sobre el lecho de un río rodeada de flores que reverenciaban su belleza, ¡sí!, un enjambre de flores se inclinaban y mostraban sus respetos a una reina como los antiguos esclavos de Egipto veneraban a su faraón muerto. La maldita flotaba en un arroyo, ¿O era un estanque? ¿O quizás, una charca? Sea lo que fuere, Ofelia flotaba no solo en el agua, Ofelia flotaba sobre aquella fascinante naturaleza que la rodeaba, flotaba en el ambiente de la casa, flotaba en el alma de John y yo, todo lo observaba desde el umbral de la puerta que daba al salón al que había llegado casi sonámbulo persiguiendo el olor a muerte.
John, sentado en su butaca de terciopelo verde, observaba a Ofelia ensimismado, el cuadro era terriblemente hermoso, la muerte se había vestido con sus mejores galas, sutiles y femeninas, no pude reprimir el impulso de aplaudir aquella obra de arte creada por la mano de un artista, mi amigo John, el cirujano renegado.
—¡Bravo, bravo, John! Fue una lástima que renunciaras al bisturí, si lo hubieras empleado con la misma maestría con que utilizas el pincel ¡cuántas vidas hubieras salvado! O quizás sería mejor decir: ¿cuántas vidas humanas se han perdido mientras tú pintabas a Ofelia muerta en el agua? Dime, amigo, ¿estas son las extrañas circunstancias a las que te referías en tu carta?
El tono irónico de las palabras de Tom, no pasó desapercibido a John, éste se puso a la defensiva:
—Tu sonrisa y tus alabanzas hacia mi obra no pueden ocultar la inquina que oculta tu corazón hacia mí, ¡oh, amigo! Creo que no nos encontramos en el momento más idóneo para verter sobre mí, tu antiguo rencor, no te he llamado para que me tortures sino para que consueles mi corazón.
Me sentí avergonzado, ¿cómo podía ser tan mezquino con mi amigo? Me apresuré a pedirle disculpas, sin embargo, éstas no llegaron a pronunciarse puesto que John abandonó su butaca con mirada inquisitiva, clavándome sus ojos se acercó hacia mí con sigilo espeluznante, como si temiera que Ofelia despertara de su sueño y resurgiera de las aguas del estanque a modo de criatura fantástica que renace a la vida.
—¡Shhhhh…, calla, Tom! —susurró John—¡No pronuncies ni una palabra más! Si ella te escucha podría echarse a llorar y no queremos eso para Ofelia, ¿verdad, amigo Tom?—.
—John, ¿te encuentras bien? Me inquieta enormemente oírte hablar de ese modo, ¿cómo nos va a escuchar Ofelia si… está muerta?—.
—No te fíes, Tom, Ofelia no ha muerto, sólo está dormida, y se despertará cuando ella quiera, sólo cuando ella quiera, tan solo debemos esperar, ¿esperarás conmigo, Tom?
Era evidente que el estado emocional de John era preocupante, se encontraba mucho peor de lo que yo había imaginado. En ese momento pensé que lo mejor sería, dadas las circunstancias, intentar serenar su exaltado ánimo, no contradecirle en nada y mantener con él una conversación lo más razonablemente posible.
—¡Vamos, John! —expresé con la mayor naturalidad que pude—¡Sentémonos tranquilamente! ¡Conversemos sobre lo que le ha sucedido a Ofelia! Tú mismo me explicabas en la carta que me enviaste que había muerto en extrañas circunstancias ¿Recuerdas la carta escrita por tu mano, John?
—¡Por supuesto, Tom! Cuando la escribí, me encontraba fuera de mí, acabábamos de dar sepultura al cuerpo de Ofelia, quizás me precipité reclamando tu presencia, he sido un egoísta pretendiendo que corrieras a mi lado, obligándote a que dejaras tu vida en Londres, pero… ¡es que no puedo estar solo! ¿Comprendes, Tom? ¡No puedo estar solo! Si Ofelia percibe mi soledad vendrá a buscarme y me arrastrará con ella hasta las profundidades del río.
John estalló en sollozos, las lágrimas cubrían su demacrado rostro que mi amigo trataba de ocultar entre sus manos, unas manos que parecían ser culpables y víctimas a la vez de un suceso oscuro y lamentable que pesaba en su conciencia. Aquello tenía que acabar, mi amigo había caído en un estado de delirio, lo único cierto que había en sus enajenados razonamientos era que John, no podía estar solo. Intenté no dejar arrastrarme por el imán de su locura e insistí en que me explicara cómo había fallecido la maldita.
John me miró con ojos desorbitados, de pronto pareció recuperar el ánimo y con frialdad en su voz replicó:
—Sé lo que piensas sobre ella, Tom, lo sé, pero Ofelia, no es ninguna maldita, al contrario, ella era una mujer que padecía de fuertes dolores de cabeza, tenía un espíritu atormentado que no la dejaba vivir en paz, temía envejecer, pensaba que la iba a abandonar y ¿qué crees que hizo para protegerse? —se hizo un silencio angustioso para mí— ¡Vamos, John, no te detengas, prosigue, continúa! ¿Qué hizo Ofelia? —espeté con impaciencia— John continuó con la mirada perdida.
—Ofelia empezó a torturarme, los dolores de cabeza remitieron milagrosamente hasta llegar a desaparecer. Comenzó a leer poesía, a escribir versos que luego recitaba con maestría cuando yo más cansado estaba; empezó a despreciar mis cuadros, pasaba largas horas fuera de casa haciéndome creer que tenía un amante. Fue más tarde cuando descubrí que no tenía a nadie en su vida, ella estaba por encima de todo, le encantaba pasear y perderse por los frondosos bosques de Surrey y después, por la noche, me describía con palabras de hechicera malvada la belleza indescriptible de los parajes que había visitado. Con risa cristalina se jactaba de que ella, con sus versos podía recoger toda la belleza de la naturaleza, mientras que yo, solo era un pintor que se limitaba a copiar como un niño lo que mis pobres ojos captaban, sin aportar nada. Era como un mal estudiante que copiaba en los exámenes para finalmente obtener un resultado mediocre. ¡Oh, Tom! Todavía puedo escuchar su voz, a pesar de su maldad hacia mí, yo no podía dejar de quererla, ése era mi castigo y ella lo sabía. Ofelia había creado su universo particular y por supuesto, el centro de ese universo era ella, yo me convertí en su perrito faldero.
Una tarde salió de casa como siempre a pasear, me dijo que iba a recoger flores, se fue con un pequeño cesto colgado del brazo… no volvió jamás. Tras varias semanas sin saber de ella, una madrugada llamaron a la puerta, abrí guiado por un impulso de felicidad pensando que Ofelia había vuelto, sin embargo, lo que me encontré tras la puerta fue el rostro de un viejo perverso que con una extraña satisfacción me arrojó un jarro de agua fría con sus palabras:
—¡He encontrado a Ofelia! ¡Está flotando en el agua rodeada de flores! ¡En el río Hogsmill! Por supuesto no se estaba dando un baño, ja, ja, ja, está muerta señor John, pero he de decirle que parece muy feliz con sus florecitas alrededor del cuello ja, ja, ja!—.
Me entraron ganas de estrangularlo, Tom, tuve que contener la ira que me producía ver a aquel viejo riéndose de la muerte de Ofelia. Se reía con tanta naturalidad que llegué a pensar que a ese viejo lo había enviado Ofelia para mortificarme una vez más. Sin embargo, decidí seguir al viejo hacia el río esperando encontrar a Ofelia sentada con su cesto repleto de flores y riéndose de mí, una vez más, con su risa dañina como el más afilado de los cristales.
Llegamos a un remanso del río Hogsmill, la oscuridad de la noche era tan profunda que creí ahogarme en ella, arrebaté al viejo el farolillo que llevaba en la mano, era cierto, no se trataba de una broma pesada, me acerqué al tenebroso río, Ofelia flotaba con los ojos abiertos, la expresión de su rostro mostraba una feliz ausencia, los labios entreabiertos dejaban escapar un último susurro, el cual, decía:
—¡Observa John, observa, espero que seas capaz de captar la belleza de mi muerte! ¡Es la última oportunidad que te brindo para que obtengas mi respeto!
Permanecía atónito escuchando a John. La historia que relataba parecía extraída de un macabro libro de historias de terror. ¿Entonces? —pregunté— Ofelia cayó al río de forma accidental —¡oh, quizás! —exclamó John—¡Se suicidó!
Me quedé perplejo, la historia se empezaba a escapar de mis manos y de mi mente acostumbrada como estaba a analizar fríamente y con precisión. John continuó:
—Ella era capaz de cometer cualquier atrocidad con tal de llevarme a la ruina, a mi destrucción como persona y sobre todo como artista; deseaba desde lo más profundo de su corazón hundirme y casi lo consigue, sin embargo,—en ese preciso instante John se aproximó al cuadro— he aquí mi obra, me he superado a mí mismo, lo sé, observa Tom, observa, he conseguido reflejar en el lienzo un cadáver que parece tener vida, Ofelia está más viva que nunca, fíjate en el sauce llorón, en las violetas que rodean su cuello, en los pensamientos esparcidos por el agua, ortigas, narcisos, lirios, toda una sinfonía de aromas orquestando el descanso de Ofelia, ¡Jamás un cadáver fue tan bello! ¡Creo que me he ganado el respeto de Ofelia! ¿No crees, Tom?
Estaba enfurecido, me sentía por alguna extraña razón que John se estaba burlando de mí, sin ocultar mi enfado inquirí:
—¿Pero, entonces me estás diciendo que no sabes qué le ocurrió a Ofelia? ¿No sabes si fue un accidente o un suicidio? ¿Cómo no has ordenado hacerle la autopsia? ¿Has enterrado al gran amor de tu vida sin saber la causa de su muerte? ¡Oh, John, creo que necesitas un médico, abandonar esta casa, ven conmigo a Londres, si continuas aquí te volverás loco, debes destruir el cuadro, quemarlo, esa maldita te ha embrujado! ¿Dónde está enterrada Ofelia? Deberíamos exhumar sus restos mortales, sinceramente, no creo que Ofelia se suicidara, lo más probable es que resbalara, cayera al río y se ahogara. Es necesario realizarle la autopsia, cuando sepamos los resultados te tranquilizarás John, y con respecto al cuadro, te aseguro amigo, que si la maldita lo pudiera contemplar te diría que te has ganado su respeto con creces; sin embargo, no es merecedora de esta obra, ni de tu sacrificio soportándola, ¡estaba loca! ¡Era malvada! Yo ya lo pude ver en sus ojos verdes rabiosamente provocativos.
—Está enterrada en el jardín —exclamó John con indiferencia.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
—Entonces, está aquí, con nosotros —repliqué aterrado— ¿Por qué no la enterraste en el camposanto? ¡No ves que su cercanía te está haciendo daño! Te aseguro John, que tener un muerto cerca de casa es algo malsano, ¿quizás por eso esta casa huele a muerte? Lo percibí desde el primer momento en que entré, hay un olor peculiar flotando en el ambiente, como a flores putrefactas, huele a canela, a clavo, ¿acaso la enterraste con las flores que rodeaban su cadáver? Basta ya, se acabó, ahora mismo voy a desenterrar el cuerpo. ¡Hay algo que callas, lo sé!
Me estaba ahogando, el ambiente de la casa, la actitud de John, todo era tan tétrico, abominable, perturbador. Le pedí un vaso de agua, John estaba paralizado, absorto en sus taciturnos pensamientos, me dirigí a la cocina, abrí la puerta de un pequeño armario, extraje un vaso y fue cuando vi un centenar de frascos vacíos tirados en completo desorden, abrí uno de ellos, aspiré temiéndome lo peor… ¡Láudano! Esos frascos que resultaban inofensivos habían contenido láudano, de ahí procedía el olor a canela y clavo. De pronto recordé que el láudano era un potente analgésico a base de vino blanco, azafrán y opio.
Un terrible presentimiento asaltó mi espíritu, ahora era yo, el atormentado. Bebí un trago de agua fresca para suavizar mi garganta dolorida. Regresé al saloncito, John estaba sentado de nuevo en su butaca verde, parecía más sereno, era otro, como si se hubiera quitado un gran peso de encima, directamente le pregunté sin rodeos:
—¿Quién toma láudano, tú o la maldita?
—Ofelia era una adicta al láudano.
—Por esta razón, desaparecieron sus dolores de cabeza milagrosamente.
—Efectivamente, mi querido Tom.
—Pero entonces, no fue un milagro, ni su alma de poetisa, fue el láudano, una droga que si se consume en exceso puede llevar a la muerte.
—Efectivamente, mi querido Tom.
—Entonces es muy posible que si Ofelia salió a pasear esa tarde bajo los efectos del opiáceo se mareara y cayera aturdida al río hasta perecer ahogada.
—No creo que fuera así, Tom. Yo prefiero pensar que se suicidó, la idea resulta mucho más romántica, me hace más feliz, estoy seguro que se suicidó pensando en mí.
—No voy a continuar con esta morbosa conversación, no me habías hablado del láudano, pienso que ocultas más cosas; John, creo que debo irme, me alojaré en alguna casa del pueblo, mañana vendré con las autoridades para exhumar el cadáver, las extrañas circunstancias de la muerte de Ofelia tienen que salir a la luz de una vez por todas.
Sin esperar la respuesta de mi amigo, me dirigí al dormitorio dispuesto a recoger mi equipaje, estaba harto de John y del fantasma de Ofelia. Cuando salí de la habitación John estaba en medio del pasillo, me sonreía con una expresión que dejó helada mi sangre, parecía querer fulminarme, se acercó lentamente hacia mí, sentí cómo resbalaban por mis sienes las gotas de un sudor frío, John parecía capaz de realizar cualquier atrocidad, sin embargo, sus palabras eran extremadamente conmovedoras, otra vez, mi amigo John se contradecía a sí mismo:
—¡Descuida amigo, no es necesario que huyas, ni llames a nadie! ¿Quieres desenterrar a Ofelia y comprobar tú mismo su estado? ¡Pues pongamos manos a la obra, Tom!
—¡Sí, hagámoslo ahora mismo! ¿Dónde guardas una pala? ¡Lo haré yo, tú tan solo dime en qué lugar del jardín le diste sepultura!
Mi amigo comenzó a reír a carcajadas, John se había transformado en un monstruo regodeándose en un maligno juego.
—¡No será necesario pala alguna! Tom, ni siquiera hay que salir de la casa —con un susurro expresó— Ofelia está aquí, sígueme…
Yo temblaba como un niño pequeño asustado, aterrorizado, no entendía nada, atravesamos el largo pasillo hasta llegar al final, doblando a la izquierda había una puerta por cuya rendija se dejaba escapar una débil luz que oscilaba. El aroma a flores podridas en ese punto de la casa era insoportable, ¿sería posible que Ofelia estuviera allí encerrada, viva y adormecida bajo los efectos del láudano? ¿Qué había hecho mi amigo con ella?
—Teniendo en cuenta que trabajas en un laboratorio, en cuanto veas a Ofelia comprenderás todo, mi querido amigo.
—Entonces, Ofelia está viva.
—Juzga por ti mismo.
John abrió la puerta con gran frialdad, aunque sonreía con cinismo, contuve la respiración, el tufo a sustancias químicas y a pétalos chamuscados era para caer desmayado. Ofelia se encontraba en el interior de una bañera rodeada de velas, era una muñeca embalsamada, estaba cubierta de flores, sus ojos vidriosos estaban abiertos, entre sus rígidas manos sostenía, un nomeolvides, llevaba un vestido verde aterciopelado que me recordó la butaca en la que mi amigo se sentaba para contemplar su obra, ¡Oh, dios mío, Ofelia en el agua!
—Deberías titular la obra: ¡Ofelia en la bañera! —espeté con violencia—¿No te parece que has cometido un grave error en la ejecución del cuadro? No veo ningún sauce llorón y el lecho del río no es más que una sucia bañera con aguas turbias por toda la basura química que has vertido sobre ella, ¡asesino! ¿Éste es el jardín del que me hablabas?
John con voz atronadora gritó:
—Sí, amigo Tom, éste es el jardín del que te hablaba, ahí tienes a tu maldita, ya puedes hacerle la autopsia, venga a qué esperas químico de pacotilla, ¿quieres que te diga los resultados de la autopsia? Te los voy a decir: Ofelia, mujer de 31 años, muerta por envenenamiento. ¿Estás satisfecho, Tom? Llévatela, ahí la tienes, a tu maldita, sí, Tom, he de darte la razón, era una maldita que creyó estar por encima de mí, se sentía un genio y yo le di una lección, sí, Tom, yo la asesiné y estoy muy orgulloso de mi obra, ella también lo estaría, ya lleva un año ahí y te aseguro que no ha rechistado, ella permanece unida a sus flores, a su universo, las velas la iluminan, ¿qué más podría desear un cadáver?
Hui despavorido de la casa al tiempo que oía a John gritar como un enajenado:
—Tom, vuelve, te dejas algo, Ofelia quiere ir contigo ja, ja, ja.
Realmente, ¿quién era Ofelia? Una pobre muchacha que se enamoró alocadamente de mi amigo John, el gran pintor, o por el contrario una maldita mujer que volvió loco a John o nos quedamos con la Ofelia del dramaturgo Shakespeare que cayó al río de forma accidental cuando recogía flores para su padre muerto por la mano de su enamorado Hamlet por error.
¿Cuál es la más sugestiva? ¿Cuál es el personaje más interesante? Sin duda alguna para Tom, Ofelia es una maldita que enloqueció a su amigo John, desde su laboratorio en Londres, Tom recordaba a Ofelia como una pesadilla maloliente, al tiempo que preparaba el viaje de regreso a Surrey. Desde que abandonó la casa de su amigo no pudo dejar de pensar en el cuadro, debía destruirlo, solo así Ofelia moriría de verdad. Sin embargo, ya era demasiado tarde, John desapareció junto con su obra, Ofelia en el agua. En el pueblo nadie sabe nada de él, y es que Ofelia se lo llevó con ella, la maldita arrebató a Tom a su mejor amigo para siempre, Ofelia siempre será la pesadilla de Tom, puesto que la maldita siempre permanecerá flotando en el agua y en la memoria nebulosa de Tom.


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