Enmanuel Castells Carrión
La principal responsable de estas lineas es la Belleza. De a poco entenderán porqué.
Arribé a Zaragoza con carácter definitivo el 15 de enero de este año (2023). Antes, la había visto de soslayo un verano de 2019 en un fugaz viaje turístico donde lo único que retuve fue la plaza del Pilar y una columna que sigue anunciando lo cerca que está de allí el museo Goya. Desconozco por qué, tiempo después de regreso a Cuba, tuve la premonición de que si algún día me vendría a vivir a España, no sería Madrid ni Barcelona mi sede diaria, sino, la tierra de Los Maños…. y aquí estoy desde ese frío invierno de inicio de año.
Creí en un principio que era una ciudad solitaria y sombría, casi lúgubre, apenas veía personas en las calles y los pocos eran casi todos de edad muy mayor. Pero apenas se asomó Marzo y abrió la primavera, abrieron los bares y las cafeterías y descubrí El Tubo y otros recovecos laberínticos que terminaron seduciéndome, no solo a mí, sino al inquieto lente de mi cámara y de mi móvil. Así empecé a mirarla con diferentes prismas pero siempre seducido y arrastrado por su belleza.
Hecha de una arquitectura que mezcla lo renacentista con lo gótico y se aprecia fuertemente el estilo mudéjar, Zaragoza me recuerda algunas zonas de la Habana Vieja, dejando patentizado que en ese tránsito de ser reflejos de nuestros conquistadores, a mi isla y otros países de América y el Caribe no solo llevaron la lengua y el cuño de la reina Isabel, sino también su arquitectura más representativa. Mucho le debe la Habana en su glamour patrimonial a la España del siglo XVI. Y así fue hasta muy principios del XX.
Fascinado por las revelaciones que me ofrecía la capital de Aragón, comencé a tomar fotos de todo lo que cultural, social, historiográfico y patrimonialmente me brindaba la ciudad. En este corto período que no llega todavía a 365 días, he hurgado documentación lo mismo histórica que estival. Me he sumergido en las celebraciones de los santos y las vírgenes, creando un archivo iconográfico con la mayor información que voy recopilando. He sondeado los laberintos del Parque Grande y me he sentado a la vera de Alfonso I el Batallador. Como otro cualquiera, no me he resistido al cautivador impulso que provoca hacer un sin número de fotos desde diferentes ángulos, perspectivas, claroscuros, atardeceres y luces nocturnas a la Basílica del Pilar, parqueado en el puente de piedra o desde la amplitud de su misma plaza. De Goya, el hijo ilustre de quien esta ciudad proyecta su orgullo a nivel cósmico, he visitado todo lo que en este año se ha gestado alrededor de su figura, no solo las fiestas Goyescas, sino también la Expo que mostró La Lonja (Yo soy Goya), incluyendo el homenaje que el premio nacional de las artes plásticas en Cuba, el pintor Roberto Fabelo le rindió a su maestro guía con tres exposiciones al mismo tiempo entre junio a septiembre, distribuidas en diferentes zonas de la ciudad.
Pudiera redactar una larga lista de sucesos conque mis ojos de cubano y fotógrafo (aparte de escritor) ha vivido y vive midiendo el pulso dinámico de sus días en Zaragoza, paseando mi alma con fervor en acontecimientos nunca antes experimentados como la celebración de Semana Santa y todas sus procesiones, ferias y presentaciones de libros con tantos títulos que no alcanza el poder de mi billetera, pero alguno que otro de inevitable lectura. Campié a lo lindo la feria medieval donde confluyeron el encuentro de tres culturas: la cristiana, la judía y la musulmana. He zapateado la ciudad atravesando calles detrás de multitudes en las fiestas de San José, he conocido intelectuales de renombre y escritores en ciernes y con ello he acudido a círculos sociales de esta esfera cultural. Me gusta fotografiar ancianos en los parques con hálitos de nostalgias o una serie que engrosa de gigas a mi ordenador, donde no paro de captar bicicletas, tanto en su utilidad social moviendo personas en sus más necesarias diligencias, como esas otras que encuentro abrazadas a su más insólitas soledades, casi echadas al olvido y el abandono. Miro y me detengo en los rostros y me encanta la afabilidad de los maños, su marcada educación y cortesía, su gentileza, su prestanza a brindar ayuda hasta el final de una gestión, su movida los fines de semana en bares y espacios públicos degustando tapas, vinos, empanadas y cervezas.
Pareciera que he caído como Alicia, en la ciudad de las maravillas porque aún donde se pueda ver un trago amargo de alguna incongruencia injustificada, yo sigo siempre buscando el lado más hermoso de la Belleza.
Octubre se me presenta con un bastión de expectativas, muero por presenciar las fiestas del Pilar y su celebración del día de la Hispanidad, hecho que no solo me remonta a mi país natal como fruto del llamado encuentro de las dos culturas, sino por el impacto que sigue produciendo en mi, ver el mapa de mi isla en esa cascada de mármol gris que adorna un extremo de la plaza del Pilar. Decir “Cuba” en un contexto de esta naturaleza me remueve y renueva opíparo orgullo interno.
Muchas cosas me han impactado indiscutiblemente de Zaragoza, pero tal vez, lo que me convenció de por qué esta iba a ser inevitablemente la ciudad elegida de mi alma, es porque a ella vino a vivir el hijo más ilustre de mi tierra. Antes lo había hecho, en pleno siglo XVI quien fuera más tarde, el Padre de la Patria de Cuba y primer presidente de la República en armas, Carlos Manuel de Céspedes. Trece días después de mi arribo a Zaragoza, yo me vi delante de la tarja ubicada en calle Manifestación núm 13, donde pernoctó a sus 18 años en 1874, el joven José Martí. Era enero 28 de este año, pero el 24 de abril traspasé el umbral de la puerta del edificio y me interné en las paredes que le dieron cobija al apóstol cubano. Imantado por el hecho y traspolado en un viaje imaginario, aún con la conmoción del milagro que me asistía, me asomé a uno de sus ocho balcones y vi de nuevo a Zaragoza con sus restos de murallas romanas, sentí el fluir del Ebro conservando sus epopeyas milenarias, escuché el laboreo lleno de olores, sabores y colores del Mercado Central y se me perdió la vista en las tinajas de agua que vierte una mujer conocida en la Biblia como la Samaritana. Entenderán entonces por qué la responsable de todo mi perenne estado de gracia por esta hermosa ciudad lo tiene la Belleza y en consecuencia, el espíritu humano que porto, ese que hace click cada vez que Zaragoza me abraza y me escanea el alma.