Autor: Jon Lauko.

Acabado el mes de mayo, se podía oler en el aire la cercanía del verano. Se terminaban las clases y empezaba la preparación precipitada de los exámenes que tendríamos que sufrir en el Instituto Ibáñez Martín de Teruel, jugándonos todo el curso a una sola carta. Una nube de estudiantes de bachillerato de las academias Cervantes y Balmes, hacia mitad de junio, tomábamos el Chispa camino de Teruel, llenando el vagón de bullicio, risas, conversaciones en voz alta, canciones y nervios, para volver con mayor o menor cosecha de calabazas la tarde noche del segundo día al pueblo.

Y, ahora sí, comenzaba el verano. Otro verano.

A primera hora de la mañana, clases de inglés y francés en la academia Balmes (a la salida, delante de mí, hechizándome con su garbo, baja las escaleras golpeando con la suela de las chancletas Loli Moriano). Luego voy en bicicleta a Espumosos Berbegal a por la barra de hielo para el frigorífico ―¡corre, corre, que se deshace!―, baño en la balsa del Castillejo para ver quién anda por allí y a comer. A primera hora de la tarde cojo de nuevo la bicicleta porque he quedado frente al Casino, en las persianas de Moriano, con Alberto Mar, José Manuel el Gafas, Juan Antonio el Correcher, Juan Pedro y sus primos Ángel y José Manuel.

Atravesamos el pueblo a toda mecha: callejón de la panadería de Paco el de la Paca, calle de Teléfonos, la Plaza, las Monjas y, cruzado el río, detrás de la balsa del Molino, caemos como una plaga de langostas a tantear las fresas de Jesusín el del Molino. Al poco, sin apenas haberlas probado, asoma al otro lado de la balsa el padre de Jesusín bramando con una vara en la mano y salimos dejando una buena polvareda con las ruedas de las bicicletas. Bajamos la cuesta de la Fuente del Bosque y nos refrescamos. El Gafas dice que hay unas manzanetas allí mismo y que ha cogido un salero. Allá vamos y, subidos a la verja que separa la finca del camino, nos atiborramos del fruto prohibido que, al estar muy verde, con un poco de sal está delicioso.

Acabada la merienda, seguimos camino a toda prisa por si el Mundo se acaba al día siguiente, y esta vez nos encaminamos a la Estación Nueva porque justo al lado ―dice el Gafas― han hecho una nueva balsa muy profunda. Llegamos allí: no hay nadie. Nos desnudamos y, en porreta, todos al agua. Luego, después de cenar, sumergidos en la delicia de la noche, nos acercaremos a la explanada donde aparcan los camiones que vienen de Valencia cargados de melones, junto al Restaurante Fermín. Alberto subirá a la caja de un camión y, después de tantear un buen rato, dejará caer un par.

Al fin, acabamos en la Pista del Casino y, con la noche, comenzamos a soñar mientras Ángel toca la melódica y yo le acompaño con una guitarra: “Summertime”, “El ritmo de la lluvia”, “Bésame mucho”… Algunas parejas se animan y empiezan a bailar arrullados por nuestras canciones. Pronto llegará la Verbena de San Pedro que este año será en el garaje de autobuses que tiene el señor Fermín, el padre de Maribel, al final de la Avenida y vendrán de Madrid Paquita y Mariví, Maribel de Zaragoza que está interna en un colegio, María Francisca con su deslumbrante melena rubia. La guapísima Pili, de la panadería, nos dejará atónitos con su tipazo y su forma de bailar. Loli Moriano nos mirará con un cierto desdén porque ya empieza a fijarse en chicos más mayores…; llegarán las Fiestas de San Roque, montaremos nuestra peña: la del Pelargón; y después del Santo Cristo, se acabará el verano.

En septiembre, antes de que comience el curso, si no he tenido que volver a coger el Chispa para Teruel, cuando todos los veraneantes ya se hayan ido, con un cierto poso de agradable tristeza, me acercaré al río junto a la Fuente del Bosque y allí, tumbado en el verdín de la ribera, oyendo el rumor líquido del agua que pasa bajo el puente, mirando las copas de los chopos que me indicarán el profundo azul surcado por algunas nubes viajeras, pensaré en otro verano que ya ha pasado y sabré, al fin, que vivía en el Paraíso, pero entonces no lo sabía.

Autor: Jon Lauko.

He sido catedrático de Matemáticas en varios institutos de enseñanza media y profesor de Álgebra de la Escuela de Caminos de Barcelona y, con el seudónimo de Jon Lauko.

Obra publicada:
Donostia (Meteora, Barcelona 2011),
Barrendero, enterrador, ferroviario (Atlantis, Madrid 2012),
Estación París (GoodBooks, Madrid 2014)
El jardín de los naranjos (Sekotia, Madrid 2015).

 

 


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