Me prometió llevarme al mar o al río Turia.

Siempre, hasta la fecha había cumplido sus promesas, siempre me había llevado de la mano a lugares casi inexistentes llenos de vida interior, colmados de mausoleos y amantes, de un amor eterno al pie de sus tumbas de mármol, de olas y depresiones, de un movimiento espontaneo y plural, de batallas ganadas a la despoblación.

Yo me dejaba querer, me dejaba mecer por la temperatura de su anatomía, por el acueducto y sus arcos, por la independencia de su paisaje, por ese cuerpo mudéjar patrimonio de mi piel, por la delicia de su carne y el paso del viento desgajando mis campos de olivo.

Cristóbal era mi ángel, mi fervor, mi camino hacia la perdición.

Nunca vi el mar ni el río, nunca su palabra fue verdad. El invierno y su nieve me condenaron, el insomnio se pronunció en mis pupilas, mi vientre creció hasta desbordarse a la orilla de timbales y bombos.

Hoy mis pechos, semiáridos, perduran en la raíz de la tierra, en la promesa al sur de Santa María y al nombre que bautiza a mi hijo, Alfonso II de Aragón sobre el que brilla una estrella y la leyenda de mi vida.

Hoy soy yo quien reposa en una tumba de mármol con cuatro caños en forma de cabeza de toro.

Belén Mateos


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido