por María Angulo Egea e Inés Escario Lostao
Universidad de Zaragoza
El interés por las vidas ajenas y las historias reales se hace evidente en todos los ámbitos: desde la literatura, a la televisión y al espectáculo. Así, la “literatura del yo”, los espectáculos de lo real o los reality shows se han convertido en valores en alza. La televisión viene apostando por un tipo de reportajes personales, documentales, infoshows y programas enmarcados dentro de un periodismo encubierto (López Hidalgo y Fernández Barrero, 2013: 80-89) que potencia una “sensación de realidad”, “de verdad” y “de revelación de lo oculto”. En el ámbito de la prensa, también se están experimentando estos cambios mediante la puesta en valor de un periodismo literario que asume mostrar estos bocados de realidad desde una perspectiva decididamente subjetiva que pasa muchas veces por el discurso en primera persona y la participación activa del periodista en estas historias (Sims, 2002).
Este fenómeno se vio reflejado en la obra de algunos representantes del New Journalism (Wolfe, 1976) y del New New Journalism (Boynton, 2009), del Periodismo literario (Chillón, 1999) o del Periodismo narrativo y la Crónica latinoamericana (Herrscher, 2013, Angulo Egea 2014). Contar la realidad a través de la subjetividad que produce la intromisión del periodista y por medio del uso de los códigos de la novela realista (Hoyos, 2003, Rodríguez Rodríguez, 2012), principalmente, es ya una tradición periodística, un estilo y, en algunos casos, hasta una forma de vida.
Algunos “nuevos periodistas”, conscientes de la imposibilidad de ser objetivos, asumen su papel de periodista observador como participante e incluso como protagonistas. Narrar en primera persona, ser sujeto y objeto al mismo tiempo de un reportaje, permite desarrollar, en periodismo, una mirada consciente y personal (Angulo Egea, 2014) que sin duda alguna ayuda a conocer parte de la realidad y a abordar aspectos de la condición humana con la cercanía y honestidad necesarias.
Parte de este periodismo literario refleja conceptos y herramientas propios de las “escrituras del yo”, de los géneros autobiográficos. El pacto de confianza con el lector (equiparable al pacto autobiográfico de Philippe Lejeune, en los setenta) ocupa entonces una posición primordial y le otorga autonomía y credibilidad al artículo frente al pacto de lectura en el que se sustenta la ficción; y, en el concepto de la identidad narrativa, definido por Paul Ricoeur en los noventa, resulta imprescindible para el acto autobiográfico. Ricoeur consideraba que la distinción entre exterior e interior del relato es “un invento” del método mismo de análisis proveniente del formalismo y estructuralismo lingüístico pero que nada dice acerca de la experiencia real de lectura. Dice Ricoeur:
Es justamente esta extrapolación de la lingüística a la poética lo que me parece criticable. […] Desde el punto de vista hermenéutico, es decir, desde el punto de vista de la interpretación de la experiencia literaria, un texto tiene una significación muy distinta de la que le reconoce el análisis estructural extraído de la lingüística: es una mediación entre el hombre y el mundo, entre el hombre y el hombre, entre el hombre y él mismo. La mediación entre el hombre y el mundo es lo que se denomina referencialidad; la mediación entre el hombre y el hombre es la comunicabilidad; la mediación entre el hombre y él mismo es la comprensión de sí (1984: 51. Citamos por Néspolo, 2007:5).
El asunto de la identidad narrativa aporta un matiz fundamental, desde el hecho de que enfrenta al hombre consigo mismo hacia la comprensión de sí, los polos narrar y leer son dos caras de una misma moneda y, por lo tanto, perfectamente homologables. Jimena Néspolo (2007) señala que Ricoeur elabora sobre la identidad narrativa una teoría de la subjetividad que intenta abordar al sujeto en su integridad desde tres enfoques distintos: gnoseológico, ético y ontológico. “Por un lado, piensa al sujeto desde una perspectiva epistémica a partir del cual éste se revela como un ser capaz de hallar en los símbolos culturales un conocimiento sobre sí. Por otro lado, al abordarlo desde la unidad de base, es decir, la persona misma, lo sitúa y lo ancla históricamente haciéndolo posible de imputación moral. Y, finalmente, también intenta abordarlo desde el problema de la inter-subjetividad al colocar lo Otro dentro de la dialéctica interna que lo constituye” (2007: 7). Esto, sin duda, condiciona la recepción de la narrativa autobiográfica pero también puede aplicarse a cierto periodismo literario como el que ejerce la cronista peruana Gabriela Wiener, sujeto de nuestro análisis.
En el año 2010, con motivo del libro Periodismo literario, Naturaleza, antecedentes, paradigmas y perspectivas, comenzamos una investigación sobre las estrategias narrativas que empleaban en ciertos géneros periodístico-literarios algunas autoras como Rosa Montero, Elvira Lindo y la citada Gabriela Wiener. La ironía, la honestidad y el espíritu transgresor se articulaban de diversos modos en las entrevistas, columnas y crónicas de estas tres periodistas. Su fidelidad al espíritu y a la realidad de las historias que narran, muestran como herramientas de trabajo fundamentales la ironía, el tono confesional y la actitud testimonial. Estas periodistas reflejan aspectos íntimos, emocionales y paradójicos de la condición humana desde una posición particular: la aparente sencillez que proyecta un ethos que se balancea entre la empatía con el entorno, el sarcasmo y la denuncia de realidades concretas (Angulo Egea, 2010). En las tres destaca de manera sobresaliente la proyección de un ethos que se percibe como profundamente honesto, a pesar de lo controvertido de sus temáticas, abordajes o personajes, en especial en el caso de Gabriela Wiener. Fernando López Pan (1996) es quien ha estudiado esta teoría del ethos en el columnismo español y seguimos sus pautas de análisis para la cronista peruana y su relación con las crónicas.
Gabriela Wiener, crónica literaria y periodismo kamikaze
La cronista Gabriela Wiener (Lima, 1975) pertenece a la generación de jóvenes sudamericanos que migra a España para completar su formación, más literaria que periodística. Estudió Lingüística y Literatura en Universidad Católica del Perú, donde fue jefa de práctica de Redacción. Pasó por las redacciones de los diarios Síntesis, La República, El Sol, la revista Caretas, la revista Rumbos y en el portal chileno primerapagina.com.co. Trabajó en el diario El Comercio, en la sección cultural y en su suplemento El Dominical. Durante esa época empezó a colaborar en Etiqueta Negra.
En 2003 se trasladó a Barcelona para cursar un Máster en Cultura Histórica y Comunicaciones. Su escuela, por así llamarla, es la de la revista peruana Etiqueta Negra. Desde España, ha continuado escribiendo para las revistas literarias más importantes de América del Sur como la citada Etiqueta Negra, Soho, Orsai, Anfibia, Letras Libres o Cosas. Y en diarios como La Tercera, El Universal, El Mercurio, Clarin, Esquire. En 2011, tras ocho años de vida y trabajo periodístico en la Ciudad Condal, fue redactora de la revista Lateral, encargada de la sección Sin Ficción; webmaster de Zeta Digital, redactora de Cultura de Factual, redactora de la revista Barcelonés, redactora jefe de Primera Línea. También ha colaborado en Corriere de la Sera, Internazionale (Ita) y Virginian Quarterly Review (USA).
En 2011 se trasladó a Madrid para trabajar como redactora jefe de la revista española Marie Claire. Sin embargo, sus intereses periodístico-literarios y sus inquietudes vitales la llevaron a abandonar la redacción de esta revista “para mujeres” en la que trabajó durante tres años. En la actualidad, sigue viviendo en la capital de España, colabora en diversas revistas latinoamericanas y europeas, escribe con asiduidad en El País y publica semanalmente en el diario peruano La República.
Volviendo la vista atrás, su llegada al periodismo coincidió con un panorama convulso en su país de origen. Con el nuevo milenio, Perú se enfrentaba al despertar de una década de dictadura y el destape de la trama de corrupción estatal encabezada por el jefe de gobierno y el servicio de inteligencia nacional. Y en el ámbito mediático, desde los noventa y ya en el siglo XXI se produjo una restructuración drástica con la llegada de los cibermedios al panorama periodístico. Los periódicos y revistas optaron por el imperio de imagen frente al de la palabra, el periodismo narrativo se resintió y su espacio se fue restringiendo y convirtiendo en algo marginal o en “nota de color”. Como señalan Jorge Miguel Rodríguez Rodríguez y José María Albalaz (2012: 294-295), algunos periodistas hicieron de la debilidad virtud y se lanzaron a publicar crónicas y reportajes “de largo aliento”. Y, aún más relevante, fundaron medios fundamentales para el desarrollo del periodismo literario siguiendo modelos del periodismo anglosajón como The New Yorker. Entre las más influyentes de esta época, además de Etiqueta Negra (2002): Lateral (Barcelona, 1994-2006), El Malpensante (Colombia, 1996), Letras Libres (México, 1999), Gatopardo (Colombia, 2001) (Rodríguez Rodríguez y Albalaz, 2012: 295). Es dentro de este contexto cuando surge la revista Etiqueta Negra, fundada y dirigida por el cronista Julio Villanueva Chang, de la que siempre ha formado parte activa Gabriela Wiener y en la que aprendió cómo moverse en periodismo. En palabras de la cronista peruana: “Una especie de mezcla de lo que viene a ser en realidad la esencia de la crónica: por un lado ensayas; por otro lado reporteas y por otro está la parte de literatura, el trabajo literario. Estas son las tres dimensiones en las que yo me fui formando”, según comentaba en la entrevista realizada en Madrid el 18 de mayo de 2013.
Gabriela Wiener ha publicado cuatro libros de no ficción: Sexografias (2008), Nueve Lunas (2009), Mozart, la iguana con priapismo y otras historias (2012), Llamada perdida (2015). Sexografias recoge una serie de crónicas divididas en tres partes, en una especie de “itinerario hacia el yo”: “Otros cuerpos”, “Sin cuerpo” y “Mi cuerpo”. Estas crónicas fueron publicadas a partir del 2002 en su mayoría en la revista Etiqueta Negra aunque también las hay que vieron la luz en Primera Línea, Soho o Paula. Algunos textos cortos pertenecen a entradas de su blog personal. La última crónica es el adelanto del primer capítulo del que sería su próximo libro, Nueve Lunas. En éste Wiener da testimonio de su embarazo con nueve crónicas de cada uno de los meses. Una experiencia que la escritora define como “la experiencia más gonzo que ha vivido hasta la fecha”. Un texto que consideramos que se inclina más del lado de la autobiografía que del periodismo. Su tercer libro Mozart, la iguana con priapismo y otras historias sigue la estela iniciada en Sexografías. Recientemente acaba de publicar Llamada perdida, volumen en donde la cronista no solo grita sino que llora, se inquieta, cuestiona sus propios pensamientos en estas crónicas que abordan la migración, la maternidad, la soledad, el deseo, la enfermedad y cierta “literatura femenina”. La literatura que representan iconos como Corín Tellado e Isabel Allende, a quienes perfila. Llamada perdida está dividido en cinco partes, cuatro tipos de llamadas (de larga distancia, personales, perdidas, a cobro revertido) y una coda, que es su crónica en forma de cómic, “Todos vuelven”. Estas llamadas son conexiones que parten de Wiener como sujeto protagonista y articulador del discurso en la misma medida que en sus volúmenes precedentes, pero que tratan de establecer una comunicación (más o menos exitosa) con el otro al que integra en sus artículos, o con el otro lector con el que empatiza y al que solivianta y conquista con la misma fuerza. Las conexiones son también entre géneros. Diario, entrevista, artículo, carta, crónica de viajes, dietario, memoria, autobiografía son texturas que se intercalan e hibridan. Un tejido de formas consistente y articulado que Wiener asume y reivindica en la “Advertencia” que abre el libro, donde se coloca cercana al ensayo personal, la poesía confesional, la autoficción, el reportaje y la literatura del yo. Y se acoge a la cita de Gay Talese quien escribió que “la misión de un escritor de no ficción es dar cuenta de la corriente ficticia que fluye en los túneles subterráneos de lo real” (2015:8).
Su periodismo de inmersión ha sido etiquetado como periodismo gonzo en alusión a los usos y formas del periodista norteamericano Hunter S. Thompson. Hace unos años (Angulo Egea, 2011) ya llevamos adelante un análisis en profundidad sobre el personalísimo periodismo gonzo de Hunter S. Thompson y sus derivaciones actuales en apuestas igualmente singulares, tanto desde el punto de vista reporteril, del proceso de inmersión y narrativo, de periodistas como Cicco, Seselovsky o Juan Cantavella. En cambio, en el caso de Wiener, esta inmersión se materializa en la hibridez que explora las fronteras de la intimidad y el exhibicionismo, con un tono marcado por la “voz intimista”, lo confesional y lo autobiográfico. La labor de la cronista está ligada a esta exhibición de lo íntimo, que se convierte en ocasiones en espectáculo. Señala en su prólogo a Llamada perdida:
Lo cierto es que nunca he podido narrar _ni opinar_ desde un lugar discreto, nunca he podido hacerme invisible, y para ser sincera tampoco lo he intentado. Amo la realidad que desenmascaramos en cada uno de nuestros actos. Amo la voluntad de asombro. Cuando niña me intoxiqué de poesía confesional y de los trabajos de artistas que escribían con su sangre y nos mostraban la cama donde acababan de tener sexo. Me interesan los documentales que hacen hijos sobre sus familias tanto como los libros de memorias que nadie contaría, narraciones llenas de episodios bochornosos. La intimidad es mi materia y es mi método (2015: 7-8).
Ella misma afirma sentirse muy ligada a la generación de los blogs y a los artistas performativos. Gabriela “pone el cuerpo” en sus crónicas, en el trabajo de campo y en la escritura. Arriesga. Es además un ejemplo de transgresión, no sólo por su periodismo de inmersión con nombre propio: “Gonzo soy yo” (López Hidalgo y Fernández Barrero, 2013: 155-162), sino también por su experimentación en determinados ámbitos, como la sexualidad o la reproducción. Esta transgresora revisitación del gonzo ha sido denominada por la prensa como “kamikaze” por el alto grado de implicación de la periodista, que arriesga su estabilidad física y emocional con tal de hacer visible aspectos y sectores de nuestra sociedad que en líneas generales suelen ocultarse e ignorarse. Digamos que en su quehacer periodístico muere matando simbólicamente por una causa, aunque no esté viviendo ninguna guerra, o quizá sí. Gabriela Wiener define su particular periodismo gonzo y el estilo íntimo, autobiográfico y performativo de sus crónicas en el video “Con todos ustedes, una periodista kamikaze”, que se grabó previo al congreso “La Literatura y las cosas”, organizado por la Fundación Tomás Eloy Martínez y celebrado los días 29 y 30 de noviembre de 2011 en la Casa de América en Madrid.
El periodismo literario de Gabriela Wiener
Marcadas por la hibridez, las crónicas de Wiener alternan el rigor periodístico de los datos, testimonios y experiencias con la digresión narrativa que adopta a menudo un tono confesional y autobiográfico. Sus reflexiones evaden la trama y el hilo conductor se fuerza al máximo. La autora suscribe el compromiso de contar una selección de la realidad; un retazo, un fotograma, un frame narrativo: su realidad. Wiener escribe para comprender el entorno y, sobre todo, comprenderse a sí misma. Produce una identidad narrativa decisiva, si seguimos a Ricoeur, que determina y condiciona las características de su acto autobiográfico.
Pero, ¿cómo consigue Gabriela Wiener transmitir a sus lectores ese ethos sincero que ayuda a dotar de credibilidad y honestidad a su testimonio? Y ¿cómo se articula esta identidad narrativa? ¿Cuáles son los rasgos distintivos que convierten a Gabriela Wiener en una de las principales representantes de la crónica latinoamericana actual? Estas son las cuestiones a las que tratamos de dar respuesta en este análisis de sus crónicas literarias.
Tres son los ejes e indicadores en los que nos hemos sustentado:
a) su “voz intimista” como la denomina Mark Kramer (2001);
b) su mirada transgresora, proyectada siempre en los márgenes, incluso desde lo freak;
c) y el tono confesional y autobiográfico que utiliza.
Para elaborar este artículo nos apoyamos en diferentes estudios del ámbito de las Ciencias Sociales y de las Humanidades, así como de información puntual que nos ha ido facilitando la propia Gabriela Wiener en diversas consultas puntuales por email y breves encuentros durante el 2014 y el 2015, además de una entrevista en profundidad que le realizamos el 18 de mayo de 2013. Esta entrevista forma parte del Trabajo de Fin de Grado de Inés Escario, “El periodismo kamikaze de Gabriela Wiener: subjetividad, honestidad y espectáculo” dirigido por María Angulo Egea, en el que se estudia la proyección del yo de la esta singular narradora peruana. Trabajo fundamental en el que también nos apoyamos para el desarrollo de este artículo.
El tratamiento del yo
Una de las características principales del Nuevo Periodismo es el punto de vista espacial: la narración en primera persona que convierte al periodista en testigo o en protagonista. En el caso de Gabriela Wiener, que se sitúa como narradora-protagonista, la inmersión como personaje es máxima. En esta construcción del yo, el punto de vista y la voz de la narradora es un concepto clave a la hora de afrontar la credibilidad de sus testimonios. En el caso del periodismo kamikaze esta implicación se radicaliza, ya que la cronista se convierte en el eje y en la protagonista de cada una de las historias que narra. No solo utiliza la primera persona, sino que es la “primera persona” de sus crónicas. Y ante el problema de credibilidad surge una solución que radica, precisamente, de esa misma dudosa primera persona del singular: construir un yo que se muestre sincero y que aporte autenticidad a la narración.
La construcción del yo de Gabriela Wiener, que recuerda tanto al Nuevo Periodismo (Sims, 2002; Kramer, 2001) como a la narrativa autobiográfica (Miraux, 2005) se presenta en diferentes formas que pasan por un yo íntimo y un yo espectacular. Aparentemente, la intimidad y el espectáculo, que requiere una distancia entre el emisor y el receptor, parecen no casar demasiado bien. Pero, por el contrario, la cronista peruana construye en su narrativa un ethos que refleja tanto intimidad como espectáculo. Gabriela Wiener es, de hecho, un buen reflejo en el periodismo de un fenómeno que comenzó con la televisión pero que se ha desarrollado sobre todo en las últimas décadas con el auge de Internet: la exhibición de la intimidad.
La antropóloga Paula Sibilia ensaya sobre las causas y consecuencias de querer ser visto en su obra La intimidad como espectáculo (2009). Según la autora, en esta era marcada por las pantallas y las miradas, conviene hacer una diferenciación entre el ser y el hacer. En la actualidad, la visión que predomina en estos nuevos relatos se centra en el narrador protagonista mientras que “la acción objetiva- aquello que se hace– se desvaloriza en provecho de un incremento excesivo de la personalidad y de los estados emocionales subjetivos- aquello que se es-” (Sibilia, 2009: 72). Así lo expresó también Gabriela Wiener en nuestra entrevista: “Finalmente escribimos como los individuos que somos, con lo que tenemos. Mi escritura es también sobre una subjetividad y sobre un cuerpo: cómo se mueve ese cuerpo, dónde va, cómo se relaciona, interacciona… Mis temas son la sexualidad, el género, la familia, el amor, la muerte, el sexo… cosas en las que yo tengo mi mirada, evidentemente, marcada por el tipo de sujeto que soy”.
La periodista parte de esa base y en muchas ocasiones se centra más en las sensaciones que le producen ciertas acciones que en los hechos en sí. En su caso, esta expresión de sentimientos incluye también aspectos relativos a la intimidad. Para incorporarlos a su narrativa hace uso de la “posición móvil” que Mark Kramer destaca como una de las características del periodismo literario (2001). Desde esta posición, el autor puede traer a colación las asociaciones que le despiertan el tema, el contexto o los sucesos previos para luego volver a la historia principal. Mediante estas digresiones, la autora da una muestra muy particular de su intimidad como la que se observa en la crónica “Un fin de semana con mi muerte” (en Llamada Perdida, 2015) en la que explora un curso vivencial con el objetivo de conocer tanto una experiencia cercana a la muerte, como su propia interioridad. Lo hace a través de algo tan íntimo como sus miedos: “Desde que tengo una hija, temo morir casi de cualquier cosa. De hecho, siento tanto miedo que no paso por debajo de los edificios en obras, ni bajo las grúas que llevan cemento, ni cruzo con el semáforo en rojo. Procuro que detrás de mí en el metro no haya ningún psicópata que quiera empujarme. Si algún neonazi me insulta, ya no le contesto” (53) o sus pasiones y debilidades: “Estoy cansada. Me agota ser adulta, tener que hacerme cargo de todo, y, por eso, muchas veces he tenido ganas de enfermarme para que me cuiden y no hacer nada de nada. ¡Sería tan feliz si pudiera quedarme en esta cama viendo teleseries todo el tiempo y aspirando alguna comida líquida por una cañita!” (55-56).
En la crónica “Trans”, recogida en la recopilación de trabajos de Wiener, Sexografías (2008), la periodista se traslada a París para contar la historia de Vanesa, una transexual limeña que se gana la vida en la capital francesa como prostituta. Paralelamente a la historia de Vanesa, la periodista narra también la suya propia, marcada por su reciente maternidad. Así, refleja, por ejemplo, el problema de la lactancia: “He llegado a París esta mañana en un vuelo directo desde Barcelona con mi teléfono móvil muerto y las tetas llenas de leche. Para venir hasta aquí he dejado a mi bebé de tres meses, pero mis pechos parecen no haberse enterado y tengo la sensación de que estallarán de un momento a otro” (2008: 48). Además de lo familiar, la exhibición de la intimidad de la cronista es también de carácter sexual. En “El planeta de los swingers”, donde narra la visita a un club de intercambio de parejas con su marido, la intimidad tanto de la cronista como de su pareja queda totalmente expuesta:
Nunca habíamos pisado un club como este, pero a J y a mí podrían considerarnos como una pareja liberal. Más por mí que por él. Me explico. Mi primera vez fue a los dieciséis años (nada raro). A la misma edad tuve mi primer trío (con un novio y una amiga) y mi primer trío con dos hombres completamente extraños (y con aquel antiguo novio de testigo) (2008: 149).
La exhibición de la periodista Gabriela Wiener llega a su punto álgido en la crónica “Trabajando como prostituta Virtual” (2011) publicada en la revista Soho. La cronista cuenta una experiencia desde dos posiciones: por un lado, trabaja durante unas horas en un conocido portal de cibersexo y, por otro, bajo el seudónimo de “Feliciano” explora como cliente el mundo del sexo on-line. El ciberespacio es el medio idóneo para esta exhibición de la intimidad como espectáculo. Según Jesús González Requena (1985:38), los tres factores constitutivos de la relación espectacular son: dos lugares, el del espectador y el del evento-espectáculo, separados por una distancia, tercer factor que actúa a modo de barrera y separa e impide al sujeto que mira introducir su cuerpo en el lugar del espectáculo. La cronista da buena cuenta de este grado de intimidad y espectáculo que se realiza en una paradójica distancia: “Me preparo para un puñado de internautas que están ahora mismo en sus casas, tan solitarios como yo y esperando que los acompañe, los abrace con mi cercanía sin olor, con mi suavidad sin tacto, con mi desnudez sin cuerpo”.
Como evidencia Wiener, la realidad referencial es lo que convierte al cibersexo en un espectáculo exitoso: “Si algo está claro es que yo soy mejor que cualquier peli porno. Soy una película que te saluda y te responde, que te llama de manera cariñosa y si quieres hasta puede charlar contigo el tiempo que quieras. Mejor para mí si solo quieres hablar”. Es lo que González Requena denomina espectáculo de lo real que con la preeminencia de la televisión ha cobrado fuerza frente al espectáculo dramático del teatro o el cine (2009: 43). Pero el espectáculo de lo real que se ofrece en la crónica “Prostituta virtual” es doble. Por un lado, el espectáculo para el receptor que consume el cibersexo en la distancia y, por otro, el espectáculo para el lector que consume la crónica desde una distancia todavía mayor. En el caso de la crónica, una distancia tan grande como a la que se sitúa al lector puede acabar con esa concepción de espectáculo de lo real. Por eso, la revista Soho proporciona también en el artículo de “Trabajando como prostituta virtual” una serie de fotos de la propia periodista en su función de webcamer.
La construcción del yo en esta crónica es realmente interesante porque Wiener se convierte en un personaje triplemente ficcionalizado. En primer lugar, es la periodista que realiza la crónica: “Soy una chica normal, voy en metro, trabajo todos los días en una oficina, me llevo bien con mis vecinos”. En segundo lugar, se convierte en webcamer para lo que adopta una personalidad ficticia que está por construir: “Yo soy: ‘Sexógrafa. 25 añitos. Dependienta. Pechos grandes, lengua larga’. Finalmente, crea una tercera personalidad ficticia, la del voyeur Feliciano con el que adopta un punto de vista que oscila entre la primera persona del plural: “Finalmente, Feliciano y yo nos fuimos por donde vinimos, pero primero le dijimos cobardemente a Melissa que en realidad éramos solo una chica peruana en piyama” y la primera y tercera persona del singular como muestra este diálogo:
—¿Puedes mostrarme el culo? —le dijo tímidamente a Alicia mi alter ego Feliciano.
—Claro, guapo. Lo que quieras. Míralo, ahí lo tienes.
Me sentí complacida con su obediencia.
En “Prostituta virtual” no es la primera vez que Wiener forma parte de un espectáculo. Para la narración del artículo “Formas de (no) ser puta en Lima” se sube al escenario de un club de streeptease: “Entonces pasó. Me quedé petrificada. No podía moverme. No sé cuánto tiempo transcurrió entre mi ataque de pánico y mi expulsión vitalicia del mundo del striptease” (Sexografías, 2008: 169). En otra de las crónicas de inmersión, Wiener se convierte en sumisa de la dominatriz Lady Monique en el Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona.
La vida privada se transforma, entonces, en realidades ficcionalizadas como en las crónicas “Trabajando como prostituta virtual”, “El planeta de los swingers” o Nueve Lunas, crónica del embarazo de la periodista. A través de estos relatos, explora aspectos de su vida privada con un estilo confesional y testimonial, que utilizan cada vez más los periodistas profesionales en sus libros de no ficción. Los relatos que recoge el último libro de Wiener Llamada Perdida (2015) dan buena cuenta de esta actitud confesional y testimonial. Los textos difícilmente pueden encorsetarse en un género. Transitan entre el diario, la memoria, la carta, el artículo, la crónica y sin duda reflejan este poner el cuerpo, este mostrar el cuerpo dolorido, los miedos y los males que se padecen físicamente como síntomas de una realidad compleja, de un ahondar en el yo, de algo muy profundo. Wiener habla de su “trastorno dismórfico corporal”, de su “mastitis”, de su “hipertensión”… Con este sarcasmo, al estilo de una Monique Wittig, con resonancias de escrituras queer, que desgarran por su violencia y descomponen la propia subjetividad, se describe Wiener a sí misma: “La voz interior es siempre un recuento de catástrofes y barroquismos: mis dientes torcidos, mis rodillas negras, mis brazos gordos, mis pechos caídos, mis ojos pequeños clavados en dos bolsas de ojeras negras, mi nariz brillante y granujienta, mis pelos negros de bruja, mis gafas, mi incipiente joroba y mi incipiente papada, mis cicatrices, mis axilas peludas y abultadas (…) El tono de mi voz, mi aliento, el olor de mi vagina, mi sangre, mi fetidez. Y aún me falta hacerme vieja. Y descomponerme.” (2015: 12) Malestar y autobiografía se entrelazan en la no ficción de nuestros días y le dotan de un sentido nuevo al acto autobiográfico como señala Anna Caballé (2009). Un sentido que se apoya en la neurociencia:
Las investigaciones de neurólogos como Oliver Sacks, Antonio Damasio o, entre nosotros, Carlos Castilla del Pino analizando la relación que hay entre memoria, identidad y daños cerebrales han hecho avanzar los estudios sobre la autobiografía, pues permiten comprender con otra precisión conceptos ampliamente manejados por ésta. El más vinculado al campo de la autobiografía es Damasio, director del Institute for the Neurological Study of Emotion and Creativity en la Universidad del Sur de California, quien viene insistiendo en que la identidad narrativa es una noción biológica, antes que lingüística o cultural. El Yo (o Self) no es una entidad formal sino un componente fluido que se actualiza constantemente y que resulta decisivo a la hora de asegurar la continuidad del ser, de la propia identidad, día tras día (…).
(…) Según Damasio la noción del propio ser no es tanto mental como física y se experimenta antes que nada en el cuerpo siendo éste, en su opinión, el principal responsable de proporcionar al Yo la continuidad que requiere: “Por cada persona que conocemos hay un cuerpo. Puede que nunca nos hayamos detenido a considerarlo, pero ahí está: una persona, un cuerpo; una mente, un cuerpo” (Caballé, 2009: 143-144).
Wiener ha conseguido que su presencialidad sea un reclamo, constituya su identidad narrativa. Dímelo delante de ella es una sesión de video-chat en directo con su esposo el poeta y periodista Jaime Rodríguez. Video-chat que presentaron en diversas ciudades de España y Latinoamérica y que recoge muchos de los rasgos que caracterizan la mirada crónica y el sello personal de esta cronista (Angulo Egea, 2014: 28-29).
Pero el Self y sobre todo la manera de proyectarlo también se pueden explorar a través de diferentes formatos. Es el caso de “Todos vuelven”, relato de exilio que nació en forma de crónica radiofónica para Radio Ambulante, se transformó en una crónica escrita para la revista Anfibia y finalmente fue traducida a imágenes mediante una versión de cómic para la revista Cometa y que ahora aparece al final de su libro “Llamada Perdida” (2015). En “Todos vuelven” la cronista utiliza la metonimia para narrar una realidad compleja a partir de la historia de una sola persona: el regreso de su mejor amiga Micaela a Perú es un símbolo de la vuelta de los latinoamericanos a sus países de origen. Aquí, el yo de Wiener cuenta con un recurso mediático más: la imagen. Así lo expresa la autora en la entrevista realizada por Inés Escario para la revista digital fronterad: “De ahí que sea tan importante por un lado transmitirle al ilustrador detalles más gráficos sobre el yo, físicos (le tuve que mandar fotos mías de niña, fotos de Mica, de nuestra infancia). Eso es lo que veo distinto en todo esto. El yo de alguna manera ya estaba creado en el texto previamente y lo que hay que hacer es pulirlo, sintetizarlo y plasmarlo en viñetas, además de pese a la edición procurar mantener el tono y la fuerza de esa voz”. Resulta interesante cómo el cambio de formatos puede despertar distintos matices en la forma de contar la historia e incluso en la manera de proyectar el yo hacia el lector, oyente o espectador: “Realmente el cómic me hizo ver que me había enfrentado a unos momentos escénicos muy fuertes que no había plasmado antes. En el guion de radio habían quedado unos vicios que se habían mantenido en la crónica pero que el cómic limpiaba porque realmente pedía escenas, pedía cosas visuales. Cosas que habían ocurrido y yo había pasado por alto. Por ejemplo, en la crónica aparece simplemente el encuentro en casa de Micaela una vez en Perú en el que hablamos de las cosas que nos han pasado. Sin embargo, en el cómic recordé que ella y yo habíamos estado solas en la habitación en un momento y pensé que nos habíamos estado mirando las dos al espejo. Vi cómo este era un momento perfecto para ponerlo en un cómic. Ese momento en el que, de repente, nos decimos las cosas y la verdad entre amigas. Había un espejo, el silencio y la nada”.
De todas formas, ante estos tres formatos, estas tres formas de acercarse a la realidad Wiener sigue defendiendo la tradicional: “Todas estas realidades son como un poco inabarcables por cualquier medio. Yo sigo todavía creyendo más en mi medio, la crónica”. En su reciente artículo para Radio Ambulante, “Deambular”, la cronista reflexiona sobre los cambios en la vida de su amiga Micaela y también sobre los de su vida propia y habla de su deseo de convertir la versión cómic de “Todos vuelven” en una novela gráfica.
La voz intimista
“El libro cautiva porque su protagonista cautiva”, dice Javier Calvo en el prólogo de Sexografías (2008:11). Uno de los rasgos que provoca esta seducción es la voz intimista que Mark Kramer definía en “Reglas quebrantables para periodistas literarios” (2001) de la siguiente manera:
Es la voz personal e intimista de una persona de carne y hueso con toda su candidez, que no representa ni defiende ni habla en nombre de una institución o de un periódico o de una compañía o de un gobierno, una ideología o un campo de estudio, ni de una cámara de comercio o un lugar turístico […].
Lo que surge es una voz amigable, con conciencia de sí misma y un dejo humorístico, pero con autoridad. Es la voz que oigo en las comidas cuando la gente relata anécdotas. Al leerla, uno se siente acompañado.
En el caso concreto de Wiener, esta voz intimista se caracteriza por la franqueza y la autenticidad que sirven de refuerzo a la credibilidad que su ethos proyecta. Una de estas señas es la cercanía con el lector, que se sustenta muchas veces en detalles relacionados con su condición femenina, lo que provoca una buena imagen de la cronista sobre todo en las mujeres, que se sienten más cercanas o incluso identificadas al leer aspectos relacionados con la feminidad. Como la menstruación: “Me ha venido la regla, con el equipaje listo y el pasaje comprado. Me han dicho que no se puede tomar ayahuasca con la menstruación. Según los curanderos, son energías que chocan entre sí.” (2008: 83); la lactancia: “Al volver del baño, pienso que la naturaleza puede ser muy cruel. Ahora lo daría todo por unas tetas de silicona.” (2008: 62); o la maternidad: “Antes creía que al ser madre se te iba de golpe la estupidez, que de un día para otro comenzaba a funcionar un mecanismo raro, el piloto automático del viaje a la madurez. Mentira.” (2015: 93).
La sensación de empatía del lector hacia la narradora protagonista se crea también en muchas ocasiones mediante la apelación a los valores o sentimientos universales. En su crónica “Trans”, realizada en París, apela al sentimiento de amor entre padres e hijos: “Entonces recuerdo que Frederic también tiene a sus hijos lejos, como Vanesa, como yo esta noche” (2008: 73). También lo hace en “Acerca de lo madre”: “Mamá, yo quiero estar con mamá, mamá, eres tan guapa, tan inteligente, mamá, el calorcito de mamá para dormir. Y lo dice todo con una de esas sonrisas irresistible, ojitos deseosos y estirando los brazos y… no te queda más remedio que meterte entre sus sábanas y darle todo lo que te pide, que es en realidad poco y mucho, y todo lo que tienes, lo que eres y lo que serás. Buenas noches” (Llamada perdida, 2015: 94).
Así pues, el lector puede encontrar en el yo que Wiener proyecta a alguien que no vive al margen y que sabe escuchar. Lo desconocido de la donación de óvulos, por ejemplo, se presenta en “Adiós, ovocito, adiós”- crónica en la que la periodista narra su experiencia como donante- como algo común y natural que atañe a un sector importante de la sociedad: las receptoras y las donantes. Tras preguntarse “¿Quiénes son ellas?” y realizar la descripción de las receptoras se pregunta: “¿Quiénes somos nosotras?” y pasa a la descripción de las donantes, entre las que ella es una más (2008: 161):
Nosotras somos las Donantes, chicas sanas menores de 35 años, a las que la naturaleza nos regaló ovarios en buen estado. Nuestras historias no se publican en los periódicos y quizá no resulten ni tan dramáticas ni tan interesantes.
Los temas de Wiener son sin duda atípicos, morbosos y sensacionales. Pero ante ellos, lejos de caer en la tipificación, el cliché o el prejuicio, la voz de Wiener se plasma con un profundo sentimiento de honestidad.
La meta-crónica
Pero además, la cronista utiliza otro importante recurso que refleja la transparencia en el ámbito profesional: la meta-crónica. Este making of de la crónica consiste en hablar del proceso de elaboración y de cómo se siente el yo del periodista ante los hechos que se van sucediendo. La visión de la periodista se va plasmando en el proceso de obtención de información, en su paulatina inmersión o en cómo se ha enfrentado a las diferentes situaciones. El periodismo de investigación e infiltración tiende a servirse de contar este “detrás de la escena”. Desde la pionera y primera infiltrada del periodismo Nellie Bly en Diez días en un manicomio, pasando por Marie Laparcerie en Francia y Magda Donato, en España, con sus Reportajes vividos, hasta la actualidad con Bárbara Ehrenreich en Norteamérica, Laura Meradi en Argentina, Florence Aubenas en Francia y Cristina Fallarás con A la puta calle en España (Angulo Egea, 2015). El escritor Jorge Carrión en las VI Jornadas de Periodismo y Literatura celebradas en Zaragoza el día 8 de mayo de 2013 apuntó dentro de su concepción del “periodismo expandido” que precisamente una de las vías de innovación y desarrollo actuales de la crónica o del periodismo narrativo pasaba por el metaperiodismo, por explorar estos segundos discursos o discursos paralelos del periodista. En “En la cárcel de tu piel, un tajo”, crónica en la que Wiener adentra en el centro penal masculino de Lurigancho para estudiar el perfil de los presos a través de sus tatuajes, relata: “Seguí a pies juntillas las instrucciones de siempre: falda larga, sandalias, mi documento de identidad, y me puse un gorro de lana para camuflarme” (2008: 35). Este proceso también se aprecia en el perfil “La última novela de Corín Tellado”: Cuento con una hora y media de vuelo hasta el aeropuerto de Ranón, a media hora de Gijón, una ciudad a orillas del mar Cantábrico en el Principado de Asturias, donde vive Corín: noventa minutos, tiempo suficiente para leer una de sus novelas” (2015: 141). Otras veces, su ethos es mucho más directo y plasma no sólo el proceso, sino sus propias impresiones como en “Isabel Allende seguirá escribiendo desde el más allá”: “Ahora me habla y me pregunta ella. No tiene un pelo de tonta: la mejor forma de callar a un preguntón es interrogándolo” (2015: 166) o en “Viaje a través de la ayahuasca”, en la que la cronista realiza un viaje místico a través de este estupefaciente: “A mí me han recomendado buscar a Rosendo Marín, un curandero desconocido en el ambiente y cuyo espíritu está virgen e irradia bondad. ¿Podrá Rosendo ser ese personaje de las leyendas amazónicas? ¿Será mi mago verde?” (2008, 83).
Uno de los ejemplos más claros de meta-crónica es el texto “El planeta de los swingers” en el que Wiener cuenta el proceso de documentación, de inmersión (vestuario, pautas a seguir) y de la experiencia gonzo que supone el infiltrarse en un club de intercambio de parejas. La cronista amplía estas impresiones en un artículo meta-periodístico, “Swingers, detrás de la escena”, en el que justifica su inmersión, o más bien infiltración, (en Angulo Egea, 2010: 181):
Éticamente hablando, esta manera de hacer periodismo no tiene una sola justificación. Aquí va la mía: En ese momento y en el lugar de los hechos, sé que la única forma de ser fiel al espíritu y realidad de esta historia o de cualquier otra, es dejarte llevar por el azar, fluir con las situaciones y las personas, de una manera que no podría si lo hiciera presentándome como periodista.
Tanto en el artículo periodístico “El planeta de los swingers” como en el meta-periodístico “Swingers, detrás de la escena”, la cronista hace una crítica de sus métodos o de su grado de implicación en lo narrado. Este rasgo de su narrativa se lleva a cabo mediante el uso de la posición móvil: la periodista abandona la narración primaria e introduce la auto-crítica, justificada en este pacto de sinceridad que establece con el lector. Este recurso se plasma en algunas de las crónicas como “Gurú & familia” (2008), en la que relata su convivencia durante una semana en el hogar del famoso polígamo peruano Ricardo Badani. En esta crónica -en la que los Badani salen mucho mejor parados que de costumbre- expresa, no obstante, sus dudas acerca de que estos personajes observados e interrogados se camuflen bajo una máscara: “Sorprende hallar mujeres tan seguras de lo que quieren y, más allá de que haya sido o no una función teatral montada para mí (ninguna familia es tan perfecta), no sentí en absoluto que estuvieran haciendo algo en contra de su voluntad. Todo lo contrario” (2008: 27). En el artículo “Trans”, plantea nuevamente dudas acerca de la realidad que la protagonista quiere que la periodista perciba: “En su leyenda personal, Vanesa no es puta, es una chica que tiene ‘amiguitos cariñosos que la ayudan’. O al menos eso es lo que quiere que crea” (2008: 55).
La honestidad que confiere la meta-crónica al relato, está incluso ligada en el caso de la crónica “Adiós, ovocito, adiós” a la confesión, que forja un ethos sincero que puede servir para seducir al lector:
Hasta ahora no he dicho en qué gastaré el dinero:
Pagaré la última cuota de mi Máster en Comunicación Cultural. Soy el prototipo de donante latinoamericana aplicada. Hoy, cuando salga del quirófano, me entregarán el cheque que a estas alturas ya me parece muy poco dinero por todo el sacrificio (Wiener, 2008: 164).
La mirada freak y transgresora
La marginalidad, lo diferente, lo raro e incluso la denuncia forman también parte de la crónica latinoamericana contemporánea. Interesa lo que iguala a estos personajes con los demás habitantes del planeta, la parte que convierte a estas personas en seres empáticos y aprehensibles para el común de los mortales. A veces de puro marginal se llega al freak. Asunto que se ha conseguido en gran medida por la generalización del término para designar digamos que a “extraños”, “extravagantes”, “tímidos exagerados”, a aquellos que tienen dificultades para relacionarse con su entorno. Un claro ejemplo del interés por este tipo de sujetos es la proliferación de perfiles. Hay una auténtica avalancha de este género, casi más que del reportaje novelado (siempre poblados en cualquier caso por extraordinarias semblanzas). Lo modélico e incorruptible nos espanta o nos hace levantar la ceja de la sospecha. No nos creemos la perfección, nos resulta mucho más convincente y real el freak, el diferente, el neurótico, la histérica, el suicida, hasta el asesino (Angulo Egea, 2014: 17-20).
De este modo, al igual que lo universal y lo cotidiano, Gabriela Wiener explora también lo extraño de su individualidad. La periodista nos reconocía en la entrevista en Madrid este gusto en su narrativa por lo periférico: “Desde mis primeras crónicas como la de “El planeta de los swingers” iba un poco a contracorriente de ese tipo de periodista que va como un turista a las cosas raras, al submundo… más bien yo me ponía en un lugar donde yo decía: ‘yo también soy rara, a mí también me gustan estas cosas, yo también he deseado siempre hacerlo y simplemente lo estoy haciendo’”. Esta posición de la periodista puede crear rechazo, pero también empatía. Jorge Carrión dedica un apartado de su prólogo de Mejor que ficción (2012) al epígrafe “Mundo Freak”, en el que inscribe a la periodista peruana y a su crónica “Yo era una freak (pero me operé)”. En este relato la cronista cuenta la extirpación de unas glándulas mamarias sobrantes que tenía bajo las axilas y el sentimiento que esto le producía antes y después de eliminarlas:
Perdónenme todos aquellos a los que en el pasado no abracé lo suficiente. Desde que me extrajeron mis benignas enemigas aquel gélido invierno de noviembre de 2005, mis abrazos son más estrechos. Nunca seré una modelo de anuncios de desodorante, pero al menos ya puedo saludar con la mano a alguien que viene a lo lejos, tomar la palabra en una clase o ir colgada de la baranda más alta del autobús (2008: 175).
Esta mirada freak no es siempre intradirigida sino que Wiener suele buscar lo atípico en otros personajes que tienen conductas que se alejan de lo socialmente establecido o bien visto. Sin embargo, su mirada empática hacia estos personajes naturaliza sus comportamientos. Un claro ejemplo es la parte en la que habla de las seis esposas del polígamo peruano Ricardo Badani en la crónica “Gurú & familia”:
Al terminar esta noche las veo y quiero ser como ellas. Quiero ser mantenida y adorada con caramelos en forma de corazón y rosas de chocolate. Quiero que mi trabajo sea un hobby, estar todo el día en casa y que mi casa sea un lugar de juegos amorosos donde viven mis mejores amigas. Quiero hacer el amor delante de todos. Quiero bordar trusas y sostenes. Quiero hacer el más memorable almuerzo para mi hombre. Quiero usar ropa de fantasía árabe. Quiero amar el presente. Quiero un dios (2008: 30).
Esta empatía no pasa solamente por la seducción sino también por la inclusión. Uno de los casos más representativos es la crónica “Adiós, Ovocito, adiós” en la que mediante la donación de sus propios óvulos se convierte en una parte más de esos personajes narrados. Desde esa posición observa “el otro lado”, las receptoras: “Receptoras y Donantes compartimos la misma sala, nos miramos, nos olemos, nos necesitamos, aunque no nos conocemos” (2008: 162).
Pero el periodismo de Gabriela Wiener no solo es transgresor en el método de obtención de la información y en la posición del narrador sino también en la temática. Wiener utiliza temas como el sexo o la sexualidad para contribuir a la naturalización de ciertas conductas íntimas. Existe en esta cronista una fuerte reivindicación de lo femenino:
Es este ethos exhibicionista, irónico y sincero el que subyaga al lector, que se siente fuertemente atraído, como un voyeur, por la personalidad desinhibida de esta mujer. Y digo mujer, y no solo periodista, porque gran parte del interés de estas crónicas y de sus testimonios se debe a su condición femenina (Angulo, 2010: 179).
Aunque este ethos vaya intrínseco a su condición de mujer, Wiener reconoció en la entrevista que tiene también un trasfondo político: “Por supuesto al principio de los tiempos no tenía tanta consciencia de eso, después sí que me he interesado en entender que también la exposición que hacía de mi intimidad y de las cosas personales tenía un punto decididamente político”. Pero este trasfondo político no está ligado al feminismo existencialista de Simone de Beauvoir, que encontraría prejuicios en comportamientos no censurados por la cronista, como ella misma manifiesta:
Las señoras Badani han hecho pública su firme voluntad de abrazar, en pleno siglo XXI, las cadenas del amor y así son una patada en el hígado para cualquier feminista secuaz de Simone de Beauvoir. Las han tratado peor que borregas de un depravado pastor, pero al conocerlas a muchos les sorprende encontrarlas bonitas e inteligentes (2008: 27).
“En lo concenptual, muchas veces coincido con Simone. En lo concreto, menos”, afirma en “Las leyes del tiempo y el espacio” (2015: 111). Su compromiso está más bien ligado a la corriente del postporno, defendido en España por activistas como Itziar Ziga, María Llopis o en Francia por Virginie Despentes. El Postporno abarca una serie de discursos que rompen con el régimen hegemónico de representación de la sexualidad. Se trata de un movimiento principalmente dedicado a representar sexualidades alternativas o disidentes, sobre todo con fines político-sociales. Algunas de estas activistas han publicado en la colección de UHF de la editorial Melusina en la que se acoge una serie de obras relacionadas con esta corriente como El postporno era eso, de María Llopis; Un zulo propio de Itziar Ziga y Teoría King Kong de Virginie Despentes.
Aunque el cambio social no es por lo general el principal objetivo de los textos de Wiener, en el asunto de la cultura porno realiza una crítica decididamente abierta. Este fragmento pertenece a la entrevista realizada por Wiener a Nacho Vidal:
No es cierto que a las mujeres no nos gusten algunas de estas barbaridades. No es cierto que abominemos del sexo anal, que repudiemos el semen corriendo como lágrimas por nuestros ojos, que nos sepan mal las fellatios, que nos duelan las cachetadas en las nalgas y que nos sienta que nos llamen putas al oído. No hay nada de machista en eso. Es sólo sexo. Lo que pasa es que, por lo general, no es lo único que a las mujeres (y seguro que tampoco a los hombres) les gusta del sexo. Pero el porno es el porno, el mercado manda y hay gente que vive de eyacular en la cara de las mujeres e incluso gente que se hace muy rica con ello, como Nacho (2008: 96).
Al final del relato, la estrella del porno eyacula sobre los zapatos de la periodista. Aquí es donde aparece la divisa feminista quizá más clara de todo el articulismo de Wiener: “No sé qué gracia le encuentra al asunto pero ha eyaculado en un segundo sobre mis zapatos. No sé por qué, pero al irme con mis zapatos manchados siento que he vengado a todos los pedazos de carne de mi género que alguna vez le ofrecieron su cara” (2008: 105). La periodista Carolina Ethel (2008) comentaba que en la idea de vivir experiencias límite Gabriela Wiener hace lo que sea necesario para poder describir situaciones extremas, y admite que “el sexo es un pretexto para profundizar en temas de género, de la condición femenina de los límites, incluidos los míos propios al ser experimentos de inmersión”.
El tono confesional y autobiográfico
La confesión es utilizada por Gabriela Wiener en alguna de sus crónicas, sobre todo, en las que tienen un componente autobiográfico más fuerte, que es una de las principales características de su narrativa. Wiener introduce en cada uno de sus relatos tranches de vie que dan más valor a su testimonio periodístico y a dos componentes muy importantes en su narrativa: la honestidad mediante la confesión y el pacto de confianza con el lector. “Lo que te voy a contar es cierto, yo estuve allí, yo lo he visto, yo lo he vivido”. El periodista como personaje participante y por lo tanto, “ficcionalizado” en el relato, es testigo y partícipe de las acciones que se desarrollan. Pero ¿qué ocurre si es el propio periodista el que se convierte en “conejillo de indias” en esa experiencia a lo Wallraff?
Es el caso de la autobiografía de Gabriela Wiener, Nueve Lunas -una especie de crónica a lo gonzo de su embarazo- y alguna de sus crónicas como la de donación de óvulos “Adiós, ovocito, Adiós” o la del intercambio de parejas “El planeta de los swingers”.
Una de las formas más profundas de hablar de los sentimientos es la confesión. En el artículo “¿A quién ama Lois Lane?” Wiener hace un implícito paralelismo entre su estilo periodístico y el del personaje de cómic Lois Lane a la que confiesa admirar. Como ella, Lane también “tenía la pésima costumbre de convertir el suceso en su autobiografía” (2008: 110):
Cualquiera diría que es fácil ser una reportera kamikaze cuando tienes a Superman a tu disposición para cubrirte las espaldas. Pero no, puedo decir por experiencia propia que no es nada fácil. Sobre todo si eres como Lane, una exhibicionista que ama las primicias tanto o más que a Superman. Entonces puedes llegar a preguntarte si prefieres la sensación de volar o la sensación de contarlo (2008: 111).
En la actualidad encontramos un contexto más pluralista y bastante más favorable a la confesión que en el pasado. No cabe duda de que la confesión hoy en día también se ha vuelto mediática. Recientemente, Gabriela Wiener publicó con motivo del día de la “Lucha contra la homofobia” una columna en el diario peruano La República, en la que se declaraba bisexual:
Tampoco es de interés público, es personal. Cuando escribí la crónica y la mandé estaba un poco cagada de miedo porque no estaba muy segura de cómo iba a ser tomado. […]Ahora esas cosas del qué dirán me importan menos. Ahora el pudor que tengo es de que la gente piense que yo lo hago simplemente por ser una frívola, exhibicionista, porque me gusta un poco el show, para llevarme todas las palmas… Que mi gesto pueda ser malinterpretado. Yo lo he hecho por un compromiso con lo que creo, la visibilización. Y luego, por supuesto, estoy yo. Mi estilo es así.
Es el ejemplo de una confesión. Wiener justifica este empleo de lo confesional por dos causas: la visibilización y el estilo (transgresor y exhibicionista).
En esta línea de narración de lo íntimo se inscribe Nueve Lunas (2009). Este tipo de relato plasma “momentos de paroxismo, episodios intensos, a veces insoportables de una vida en los que la emotividad del autor y su fuerte capacidad de recepción, obligan a expresarse” (2005: 45). Debido al contexto en el que se produce el embarazo, la escritora lo percibe como una “experiencia límite”. Así lo expresaba en la entrevista: “Entonces sí que era muy gonzo, incluso era una experiencia límite. Imagínate un embarazo que siempre es difícil, revelador, que revoluciona completamente tu existencia. Vivirlo en una situación tal de desamparo radicaliza más la experiencia”. A la vez que experimenta su propio embarazo, reflexiona sobre la inmigración y las duras condiciones de los migrantes, la maternidad y el empleo, el aborto, el miedo a ser madre, las relaciones madre e hija, el cambio de sexo, el arte desarrollado alrededor de la maternidad, la precariedad laboral, la alimentación, los métodos de crianza o el parto. Asuntos que suscitan el interés de una embarazada y que Wiener presenta de una forma muy atractiva debido a su habilidad para contar y su uso de la retórica. El tono confesional es una de las principales características de la crónica de su embarazo, sobre todo, cuando relata sus pensamientos más íntimos, sus temores: “Tenía miedo de convertirme en mi madre pero me daba aún más miedo que una posible heredera mía se convirtiera en una hija como yo. Finalmente, lo que temía era la posibilidad de generar una mala copia residual de mí misma, capaz de odiarme aún más de lo que yo me odiaba” (2009: 44-45).
Este tono confesional otorga credibilidad al relato. Jean- Philippe Miraux (2005:66) comenta lo siguiente en su estudio recuperando el sentir rousseauniano:
La sinceridad reemplaza a la verdad; al menos, la sinceridad interior es infinitivamente más confiable que la verdad racional, fría y objetiva. Se ve que los hechos no significan objetivamente, nada: sólo significan vividos a través de la percepción de narrador-personaje que, con sinceridad, los relata. La escritura sincera es un cauce ininterrumpido de palabras y frases que expresan desde adentro la íntima verdad del ser.
En conclusión, las crónicas literarias de Gabriela Wiener beben tanto del periodismo como de la literatura. Esta hibridez conforma su narrativa y le permite por diversas vías que atraviesan el Periodismo literario y la autobiografía adquirir una singular identidad narrativa y proyectar un ethos sincero que ayuda a dotar de credibilidad y honestidad a su testimonio.
Gabriela Wiener va más allá de la inmersión en su quehacer periodístico. Rompe. Abre una vía de debate en el periodismo. Se sirve de herramientas antropológicas más las literarias para sus enfoques y es así como la honestidad transpira en sus textos. Es un desafío a la deontología periodística, que abre una discusión a la hora de abordar el periodismo. Sus crónicas dejan una vía abierta a otras opciones de reporterismo, de inmersión, de narración. Un mundo de referencias e influencias se despliega para la crónica: Alison Bechdel, Joan Didion, Susan Sontag, Alejandra Pizarnik, Cindy Sherman, Emmanuel Carrère, Roberto Bolaño, Ted Hughes, Oriana Falacci, Philip Roth, Karl Overkrausgard, Sylvia Plath…
El descaro, la ironía, el desgarro y el encanto narrativo de esta cronista siguen sorprendiendo. Wiener va perfeccionando su técnica introspectiva sin abandonar un ápice de franqueza y sin dejarse llevar por el cinismo, que bien sabe que no es bueno para este oficio. El poder de su escritura en el transcurso de este viaje que es su vida, no sigue patrones establecidos. Wiener arriesga en la vida, en el periodismo y en la literatura y es ese riesgo el que nos atrapa como lectores, como consumidores, como adictos a un yo narrativo tan potente.
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¿Por qué el dibujo de huamán convierte a Gabriela Wiener y su hija en mujeres blancas?