La mariposa que inventó los dedos
De labios del Viejo Oriente
nació la leyenda de la mariposa que inventó los dedos. La historia cuenta que en un principio
los amantes podían tocarse sólo con la palabra. La costumbre de usar guantes todo el tiempo los había hecho olvidarse del tacto.
Un día estaban dos amantes jóvenes en un temprano bosque, buscando hacer el amor diciéndose poemas.
De pronto una mariposa se posó en la piel de la mujer, y la tocó tan profundo que la hizo ver en un segundo
todos los soles y las lunas que se han posado sobre la tierra. La mariposa tocó también al novio,
y su tacto fue tan leve, tan exacto
que le recordó el olor del pecho de su madre cuando lo amamantaba.
Ellos conocieron el poder de la mariposa y lo buscaron en su propio cuerpo,
encontrando que su parte más frágil eran los dedos. Desde entonces, todos los amantes lento se tocan para no decir en voz alta la palabra “amor”.
En la piedra un corazón A veces dios se equivoca, digo, a todos nos pasa. Pone la flor en la frente,
o el nopal en las manos.
El río desnudo, la mujer pariendo lunas. Cambia las tierras de lugar
y nos acuesta en el regazo de un cerro. Los pies en la espalda,
o en la piedra un corazón.
Adiós. A dios. ¿A dios quién lo perdona?
Herencias
De familia en familia se heredan los amores. El amor a la vainilla,
a la espuma del mar, a la sal de grano,
a la crema corporal con aroma a cedro. Se hereda el odio.
Se hereda la furia,
la lengua de la madre, y el acuerdo.
Los secretos se guardan hasta la tumba, y después de ella. Se heredan los nombres, los gestos,
se heredan los ojos tristes
(todos mis órganos tienden particularmente a la tristeza). Se heredan las casas, los terrenos,
la misma tierra pasa de mano en mano, de puerta en puerta,
de corazón en corazón.
Tu edad al sol
Mi padre ha comprado frijol de toda variedad.
Los mezcló para ver de cerca su belleza olvidada. Mi padre ha puesto el frijol ante el calor del sol.
Les ha pintado con barniz para que no se llenen de polilla. Puedo imaginar perfectamente la escena.
Mi padre y su piel de frijol negro, su cuello de frijol al mediodía. Mi padre agachado, untándole barniz a los frijoles
como quien unta pomada a un hijo enfermo.
Así, sin prisa, mi padre un par de horas ardiendo. Mi padre arde más que el sol.
Nunca se comería algo que ha amado tanto. Después de la silenciosa parsimonia,
me manda una foto de su mundo de frijoles regado, contraste de la túnica blanca.
Unos simples frijoles, diría cualquiera.
Son semillas de vida, me dice en la fotografía. Qué pura es su edad al sol.
Qué sincera, qué simple su edad.
Dios, enséñame a verte en cualquier sitio.
BIOGRAFÍA
Bertha María Inzunza Choza (Sinaloa, 1994).
Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha publicado sus poemas en antologías y revistas impresas como “La Catrina “y “Tierra Adentro”, así como en portales de internet dedicados a la literatura, entre los que destacan Círculo de Poesía, La Otra Revista y Otro Páramo. Los campos no elíseos, su primer poemario, mereció el Premio de Poesía Joven Alejandro Aura, en 2015. Sus poemas han sido traducidos a idiomas como el árabe, francés y el chino mandarín. Ama la ilustración y la literatura infantil.