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Carlos Alcorta

Bibliografia

 

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EL VIENTO DE LAS PANOJAS

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A Juan Manuel Puente

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Para hacer nuestro el cielo que nos cubre

nos hemos detenido aquí, en lo alto,

instigados por una sensación

de plenitud difícil de ignorar;

hemos interrumpido nuestro viaje

para anular el tiempo y su deriva

y hacernos uno en la existencia plena,

en lo que vemos y en lo que sentimos.

 

Y no es improvisada esta mirada

que confía en lo eterno del instante,

viene del fondo de nosotros mismos,

de una niñez lejana, sin memoria

y se adentra en la noche de las cosas,

sabiéndolas de todos, usadas, al alcance.

 

Duerme el valle. Sacude el viento las ventanas

atrancadas, los olmos aún enaltecidos,

las plantaciones de maíz marchito.

Su música nos baña como fresco

aguacero a última hora de la tarde.

Anida en nuestras manos que se agrupan

y son cepo y sostén del invisible

ángel de la amistad reaparecida.

 

Está serena el alma y no nos mueve

más deseo que el de exaltar las horas

que vivimos sin prisa, demorando el vigor

que la noche sin nubes nos infunde.

 

Nos vemos juntos en el universo

uno, conformes, sí, con ser presencia.

 

Panojas esparcidas sobre la tierra seca

y en el aire el polen que multiplica

nuestro júbilo. Estar como si ahora

fuera un siempre, palpando

la realidad que nos ampara y colma

es lo que demandamos. Que se seque

la negra flor de la nostalgia. Ahora

y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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De Sol de resurrección (2009) 

 

 

 

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INSULAR

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 El brillante aguijón de acero ensarta

en la erizada cúspide su punta

fría. Se arquea el rosetón morado

igual que caña joven si el sol vierte

sobre la corva quilla su dulzura

de fuego desmayado. Con arena

y viento juegan voluptuosos silbos

sobre la transparente cruz labial

que se enriza en la toalla volandera.

¿Espera, duerme o sueña? No delatan

sus párpados cerrados mansedumbre

o fervor, baratija o diamante la exacta

joya que centellea en el ombligo.

 

La carne dolorida es sinsentido

en la conciencia de este ser alerta,

puro gesto el candor de su abandono.

 

Porque su voluptuoso cuerpo absorto

como una sombra inmóvil,

la cumbre impúdica del seno absuelto,

el cordón que recorre la cintura

no son castigo sino viva diana

que exalta la mirada, claridad

de un cielo inmerecido que se muestra

tan sólo a mis alborozados ojos

en su alta novedad, en su desnuda esencia.

 

Ciegos los otros, cómplices de nadie.

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De Sol de resurrección (2009) 

 

 

 

 

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DIDÁCTICA

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separador_50               Éste no es poema de resurrección.

                                                                                       El cuerpo segrega sus jugos

y luego desaparece.

                                                                 Éste es un poema de insurrección

                                        contra el yo.

HENRI COLE

 

¿A quién contemplo cuando me miro en el espejo?

¿Puede la imagen de alguien que ha perdido

su propia identidad desfigurar

la imagen verdadera

de quien se observa cuando ya nada significan

para su piel la noche o el día y es todo

un temblor de inconstantes formas? ¿Es el otro que habita

en mí quien me imagina y me destruye

al inventarme? ¿O es la inconsciencia acaso

ese espacio ingrávido en donde flota

el yo eventual, un molde hecho añicos,

un limbo donde ángeles desorientados

se transforman en locos saltimbanquis?

 

Tal vez toda pregunta encierre en su interior

la respuesta, y desentrañarla sea

una entelequia, como nadar sin agua.

 

A duras penas saco alguna conclusión

definitiva. Lo que los demás creen que soy

es sólo una porción de la verdad,

existe sólo en esa idea de mí que se respalda en ciertos actos,

ajenos a mi voluntad, cuando son metabolizados

por el tiempo o la amnesia.

 

Ciertas expectativas se convierten

en costumbres. Soy yo y soy otro

simultáneamente. Un hombre fustigado

por incongruencias y vacilaciones

morales que se arroja a los abismos

de su existencia, uno que vence el miedo

y soporta el destino con la fe

en sí mismo que le otorga la experiencia

o tal vez sólo un hombre que precisa

un consejo, un mentor justo como Virgilio

para explorar la zona del infierno en que vive.

 

Esperar es creer en el futuro.

 

Tengo una apremiante necesidad

de comprender la causa de mi pesimismo,

no la encuentro en las falsas profecías

de los videntes ni en ese vacío

que ha dejado en mi alma un dios ocioso.

El mundo que construyo con palabras

es tan veraz como un autorretrato

pintado desde un ángulo visual

incorrecto, quizá por esa causa,

por renegar de todo,

al mirarme de nuevo en el espejo

—“este soy yo, pensaba, el centro del poema,

un precario arquetipo de la inmortalidad

que se volatiliza al cesar la escritura”—,

comprobé que lo que aparecía

en él no era la luz que yo irradiaba,

sino una falsa claridad que daba

vida a la idea que los otros tienen

de mí, a la que yo me acomodaba

involuntariamente, por una equivocada

sensación de que mi felicidad

de entonces me garantizaría

inmunidad perenne

frente a la corrupción del deseo

y las frivolidades de la memoria.

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De Ahora es la noche (2015)

 

 

 

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SOUNION

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“Y cada piedra que pisábamos ensangrentada por el crepúsculo”

CHARLES SIMIC

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El calor sofocante de la tarde

castigaba los pies de los viajeros,

ya impacientes por el retraso

del autobús, bajo la marquesina

descolorida. Apenas llegaba aire

a mi cerebro y la incertidumbre

se adhería a las células que activan

los sentidos igual que un enojoso

parásito o la mala reputación congénita.

 

La imagen instalada previamente

en mi memoria se fue haciendo

realidad ante mis ojos,

como sucede a veces con los sueños.

Contemplé, como si en la luz quedaran

suspendidas, las formas celestiales

de las columnas que hacia el distintivo

estival ascendían desde una cota opuesta

al estilóbato, vi cómo ceniza y sombras

se internaban, arriadas sus velas, en un mar

dócil, amansado, cárdeno, sólo mío.

Por un momento el mundo se detuvo.

y mi precipitación me inclinó

a suponer que nada de aquel instante

cambiarían los años, ni siquiera

el violentado friso, repuesto en la memoria,

ensangrentado por el crepúsculo,

que unos días después menospreciaba.

 

Pero cuando contra mi piel

repercutió el canto de los pájaros

y se ahormaba contra el fuste

quebrado de pilastras confinadas

en un drenaje casi sumergido

la espuma de las olas, el inmortal verano

me supe un dios caído a quien pronto

la juventud que entonces disfrutaba

usurparía su soberanía, como a un ingenuo

narciso, sin integridad ni gloria.

 

Ahora, satisfecha la deuda contraída

con mi yo de aquel tiempo al escribirlo,

varias fotos en blanco y negro

que decoran los últimos peldaños

de la escalera de la nueva casa,

preservan del olvido esta desviada

sensación de melancolía. Yo las observo

cuando subo al trastero, con un fervor convencional

tan similar a la de quien observa

en la vitrina una distribución

de extravagantes lepidócteros

que temo, muchas veces, confundirme.

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De Ahora es la noche (2015)

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ROTACIÓN

 

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Expulsados con saña de alamedas

públicas y de plazas con estatuas

y jardines por un sofisticado

artefacto que emite unos graznidos

desenfrenados e intimidatorios,

pájaros hostigados atrozmente,

inquietos estorninos se acomodan

en un poblado y tenso cable eléctrico

que corre paralelo a la costa afilada.

Me observan con cautela cuando avanzo

hacia ellos, a zancadas, ya familiarizado

con el entorno, aunque me desentienda

de su alboroto, porque sólo quiero

ver desde el borde del acantilado

las olas batiéndose contra esos farallones

semihundidos que tanto se parecen

a cuerpos recostados de pesados mamíferos.

 

Esa era mi intención, aunque se sientan

vigilados y su temor

acentúe el instinto de la especie.

Considero la idea de que asocien

mi ocasional presencia con un riesgo

verosímil y son, por esa causa,

presa de un pánico precipitado,

igual que le sucede a un exconvicto

cuando se adentra sin querer en zonas

que frecuentan agentes policiales de servicio.

Quietas están mis manos, y mis pasos

no se detienen junto a la bandada

vigilante, tan sólo trato de atravesar

el campo abierto para llegar a mi destino,

disfrutar del paisaje y describirlo

más tarde, en el papel, en donde intento

explorar lo que oculta al otro lado

el lúgubre horizonte,

en el vértice más lejano, cuando

una luz espectral traza la cinta gris

que aísla lo vivido de lo aún por vivir.

 

¿De qué les sirve entonces levantar

violentamente el vuelo, agitando sus alas

en el aire enlutado que se extiende

ante mí, hacia el refugio más cercano,

si la sospecha, como una red invisible

supeditará todas sus acciones,

hará inútil el permanente éxodo?

 

No quiero ser un pájaro

común de la bandada, alguien sin pensamientos,

intimidado por las circunstancias

vitales que padece, alguien sin propiedades

particulares, sólo preocupado

por saciar su ansia de agua y comida, por resguardarse

de la lluvia y del frío, pero si fijamente

me miro en sus vivaces ojos, distingo la silueta

de un animal salvaje borrándose en la lejanía,

como un fantasma o un alma en pena.

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De Ahora es la noche (2015)

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