Aquella nieve
Esa nieve que flagela mi rostro
y entumece mis pies
camino de la Torre del Reloj
hacia el colegio de Santa Ana;
esa nieve, espontáneo tocado
que como inmaculado yelmo
corona la testa de Ramiro;
esa nieve enajenada por la pala
cuando deslinda calle y acera,
es nieve amiga, nieve amada
que irrumpe en mi soledad
para ahuyentar curtidos hastíos…
Esa nieve tenaz
en la cumbre de Oroel
junto a la Torre del Reloj
y el Colegio de Santa Ana,
esa,
esa nieve alegre y bullanguera,
es la nieve de mi infancia.
***
El plagio
Cuánto falso amigo zanganea ávido
para catar goloso el pasto vecino.
Cuántos, listos a regir otros predios
y usurpar el fruto del trabajo ajeno;
cuántos, que no saben de respeto y
todo lo ignoran del trabajo honrado.
Cuánto parásito, invasor diligente
en señorear mesa y lecho foráneos
que no para mientes en exprimir el
sudor ajeno con burlona reverencia.
Cuánta mano vana y ociosa se alza
siniestra, sin recato ni vergüenza,
eternamente presta a suplantar
la del sincero y genuino creador.
Cuántos sin rostro
se miran al espejo y no ven sino vacío,
astutos zorros prestos al expolio, vigías
depredadores a quienes nada escapa.
***
A Miguel Delibes
El dolor se clava en la piel
y las tinieblas zahieren el alma;
es una noche triste y exhausta
poblada de tinieblas
mientras tú, espíritu del amor,
yaces doliente en el lecho postrero.
Aquel lápiz azul, rosa, gris
con que plasmabas la vida entera
ha caído de tu mano yerta.
Es una noche lúgubre, azabache
que nunca tendrá su aurora,
pues toda la luz se mudó contigo.
Quisiste partir sin alboroto,
pero el murmullo devino en trueno
y, en su fragor, retumbó amargo.
Te fuiste, sí, dejándonos tu legado,
equipaje excelso que donas
trascrito en páginas de oro.
Adiós, Miguel;
volaste tras la estela celeste
de un lucero radiante y diáfano.
Aquí quedamos, pobres
infelices que hemos de aprender
a vivir, como nos mostraste,
del fulgor esperanzado
de una tea inflamada.