Biobliografía
Son blancas aves
Sin ninguna
urgencia caen, como losas
ingraves caen, son blancas
aves tristes,
pedazos de la piel que me creciera
en los días de espuma
y caen,
calmada como está
al fin su rebeldía
son el vuelo,
son lo ceremonioso, caen
y en su liturgia fingen
la verticalidad
o la desidia fingen.
Quiero decir que nievo
desordenadamente
que desde una habitada
leprosería, nieva
este nueve de enero.
Hay un pecado inmóvil,
una mujer oculta tras columnas,
y una casa de vientos junto a un río
que lo contemplan todo,
todo
todo lo que creció ya roto,
todo lo que vivió ya roto,
y que sólo al caer, en el suelo posado,
busca recomponerse.
Quiero decir que nieva
solamente de mí, de cuanto fui inocencia
que nievo
desde este cuerpo azul
que todavía escribe.
Desde mi tiempo hoy,
sobre un tiempo que busca o que persigo,
nieva:
verdad que me deshace.
Copos, copos, copos, copos,…
De Casa, cuerpo partido
Comme une orange (Atenas)
La terre est bleue comme une orange
P. Éluard
Próximas a la luz que permanece
intacta en esas piedras, en los mármoles
blancos donde tocaran
las nobles manos
de Ictino, el sueño
noble de Fidias,
con su realidad acosan
con su quietud violenta,
de testigos,
con que ocupan el aire en la espesura ática,
son el gesto pictórico de la putrefacción,
y redondas acosan
con el enmohecido
silencio que me gritan desde el cuenco de barro,
en esta mesa pobre de terraza
y de hotel en olvido, dejadas a su estar,
calladas junto
a su pereza y frente
al templo que resiste,
sin mirarlas acosan
me acosan porque sé que nunca mienten
su cansancio proclaman y me acosan
tres naranjas azules: podredumbre
insaciada del mundo,
de mi cuerpo y su asfixia, y el aviso
del futuro en el verso
de Paul Éluard.
De Casa, cuerpo partido
Líquenes en la casa recobrada
De no usar el tiempo,
han nacido en las losas
que forman la escalera
mares de líquenes.
Contemplo la sorpresa,
su menudo decir y su sosiego
atrevidos, tenaces, han logrado
crecer en la humildad de la caliza,
viven.
Un caracol de sombras
los vela compasivo,
tal vez su voz recorra cada tarde
tanto existir sereno, el minúsculo
amparo que la piedra
parece permitirles.
Me he negado a pisarlos
no seré yo quien hiera su miniada
levedad de colores,
su luz raíz, en donde no distingo
ni baldíos reclamos
ni renuncias.
Mi casa recobrada,
mis hierbas minerales, la conciencia.
De Casa, cuerpo partido
Como la playa
Como la playa ociosa
a final de septiembre, allí
donde la luz asume que su vigor caduca
ajeno a la existencia de los otros,
así contempla el hombre
mansa y leve su mano, la herramienta
con la que atesorara
el esplendor azul de cada instante.
De Paisaje (en tercera persona)
Bosque
Las desgajadas, secas.
El hombre mira
bien que estén secas.
El haz crece, su brazo. Sólo busca
calor y las recoge. No todas,
él las prefiere
primero débiles,
han de
prender la lumbre, el temblor
de la llama que inicie, bien lo sabe
luego, las recias.
Su cuidado procura, cada noche,
sostén al fuego. Aún
ignora si las brasas
que pudieran salvarle
llegarán. Al final, cuando los hielos fuertes,
con los odios más fuertes.
Con paciencia recoge
-igual que hiciera ayer,
lo mismo que mañana- como si fueran leña
palabras en el bosque. Tiene frío y está
despidiendo la vida.
De Paisaje (en tercera persona)
Fugaz la urbe
En la débil mañana,
justo al momento
de atravesar la calle
ha mirado a la gente,
el hambre de los pasos
con que adelantan
el arroyo aliviado,
melancólico y turbio,
de los escaparates
ocupando la acera,
ha sentido el rumor
de las cervecerías
la cotidianeidad
indulgente y hermosa
de Madrid violento.
Sabe que todo, todo,
permanece en su sitio.
Él es la ausencia.
De Paisaje (en tercera persona)
Octubre
Se derraman
por tus manos y sucios los caudales
del alba mientras lees (sospechas que
la voz de Antonio
Colinas pudo
escribir para ti La tumba negra)
hay poca luz
y arde con frío
el carbón de la escarcha (te dices:
me asombra la quietud
que desprenden los montes, y la misericordia
con que el amanecer trata al cristal) lees
en un mundo
de tenazas y cuidos
cuanto el tiempo aniquila, cuanto el amor restaura
todo tú eres
obstinada lectura
y es oscuro este octubre, y es oscura carcoma
la hiel de los relojes repitiendo
apartas la mirada (piensas:
tanto tiempo me resta cuanto di, y aún
el árbol mineral que roza
la ventana desea disputármelo), lees y la mañana
apenas alza, sientes que es un
adoquinado, largo túnel, terca
morfina, vuelves
de nuevo a lo visible, lees
La tumba negra y su interrogación
olvidado del gozo, preso
de lo que fue tu vida.
(Inédito)
Hola; quisiera saber y conocer la obra de Francisco Caro de ser posible. Donde adquirirla en Argentina y si en España en todas las provincias. Muchas gracias.
Estimado amigo Daniel.
Francisco Caro Sierra no se encuentra entre los miembros de nuestra asociación. No obstante,le sugerimos se ponga en contacto con la editorial Hiperión de Madrid, que es su editora habitual.