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Juan Andrés García Román
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Ramo mixto    (La novia)

Para Erika

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Los poetas románticos lanzan

miradas oblicuas a sus obras póstumas,

sus cartas se rozan en el buzón

como caricias en

el dorso de las manos;

no les acaba el tórax en abdomen

sino en un fino tallo

que se une a otros tallos

dentro de un anillo.

 

En los bolsillos de su chaqueta

se busca la mano de Napoleón.

Los poetas románticos

tienen cocido el pelo y sus ojos

picotean la esquina de las gafas

como en una pecera. Sin duda

prefieren la luz zombi del atardecer,

que es la hora en que toman la pluma

y escriben las soflamas

contra sus archienemigos de un poco más abajo,

los poetas que hablan de flores

(y a los que la boca les huele a agua de jarrón).

 

Lo que los poetas románticos no saben

es que ellos mismos,

y los otros también, son flores secas

de un ramo en una alcoba de viuda,

y que el capullo que no ha abierto

y en cuya cabeza depositan todas sus esperanzas

estilísticas, nunca va a abrir,

que el cosquilleo de la brisa

es sólo el rumbo de una mosca en la nuca.

 

No lo saben, pero lo sabrán

esta misma noche,

cuando la viuda salga a la chirriante puerta

y los coloque, junto a otros trastos,

bajo las estrellas que no paran

de crecer.

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E l  b u r g u é s  g e n t i l h o m b r e l o b o

( I n c l u y e  u n a  p e q u e ñ a  h i s t o r i a  d e  e s t a  c l a s e  s o c i a l )

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Eres feo,

tienes siete cabezas oscilando

en el aire y en todas

el mismo

sueño perverso.

 

Eres feo, cuestión de proporciones

o decoro, no sé, pero no te integrabas.

Lo recuerdo, te ibas

disimuladamente aparte

y te ponías muy serio como el niño

que va a hacerse la caca.

 

Entonces, comenzabas a pintar

la pared de la cueva

(Mamut-mamut-ut-pictura-poiesis).

Echabas mano de tus colecciones

-vidrio, cerámica, marroquinería-,

tendías tu trapo

 

y en ésas te pilló el Gran Diluvio

y te pusiste empapado.

Aunque más bien es como

si te hubiera caído un crecepelo

porque a partir de entonces

te salió un fino vello en la nariz, la frente,

el dorso de las manos.

-Y en otros sitios donde ya tenías,

la región inguinal, se hizo aún más espeso;

pelos más gordos nunca se habían visto;

 

de la barbilla lo que te salían

eran patas de escarabajo,

y te las rasurabas a nivel

ayudándote con un colador-.

 

A finales del siglo XIX

te colocaste un tornado a modo de chistera.

Mas no sirvió de nada.

Nunca fuiste más feo,

has ido desechando elementos

de tu naturaleza

humana, te han salido

tentáculos con uñas de plomo y eres polioftálmico.

 

Además, pones huevos -Platón, Mercurio, Venus-

y los haces rodar por la vía láctea

a que el sol los incube

y te dé una progenie galáctica y tremenda.

 

Aunque si feo eres tú, más fea es tu novia,

toda de astracán y con un collar de perlas

que se le ríe en el cuello

como branquia con dientes.

 

Qué quieres de nosotros, dímelo,

y por qué pones cara -¿es una cara?-

de enhebrar una aguja o de ir a silbar…

¿Qué te propones? ¿Vas

a poner otro huevo?

 

Pones blancos los ojos

y tu aullido retumba en las lunas metálicas.

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Réquiem y fuga muy lejos

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Cuando mañana me despierte y no vea

la cama de mi hermano

paralela a la mía como un signo de igual

ni su cuerpo en ella como un parterre

ni su rostro y sus gafas como flor de ese parterre,

 

cuando las plantas de nuestros pies ya no señalen el amanecer.

 

Cuando mañana me levante

y me saquen sangre en una sala blanca para siempre,

cuando me pongan una pulsera de goma

y al final del brazo del sillón

se cierre un puño y se abra una mano

como soltando algo o como

tomando prestado algo al Señor.

 

Cuando mañana me levante temprano para ir al colegio,

pero a mi pupitre se haya sentado la muerte niña.

 

O cuando el mediodía se descalabre

con sombra espesa de torre

un día y otro y otro

y en la huida introduzca la cabeza en la soga,

pero el resto del cuerpo no me quepa

y me quede colgando del cielo

 

y contemplando

 

la cabeza del cuerpo del Señor,

las rodillas del cuerpo del Señor,

el corazón del cuerpo del Señor.

 

Cuando mañana me levante

pero la luna podrida tenga un gusano,

cuando llueva tanto que se me encharque

el pulmón y, entalleciendo en él, la primavera,

como un grano de mijo que lleva al crecer su cáscara,

me impulse junto a mis maestros viejos,

los que echaron la rama de un bastón

y murieron goteando en las cátedras

de un colegio futuro

 

y un recreo de niños albinos y felices.

 

 

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El muchacho piadoso y su fervor interior

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 Para Katie

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Mi padre abría su ventana a un cuervo

que venía de noche,

empollaba en sus testículos

y, antes de clarear, se deslizaba

entre los abetos y las estrellas,

estrellas que eran siempre en su opinión:

“las puntas asomando de los clavos

con los que al otro lado se sujetan

los dorados iconos, el cielo”.

 

Fui concebido entonces

y al crecer me encerré en esta capilla

donde un cáliz refleja

el mundo tal cual es: oscuridad,

sí, sí, qué oscuridad, hay más miseria aquí

que gloria en ningún sitio.

 

Monjas llenas de hormigas, crepúsculo giboso

y un bosque de tocones o un vértigo de anillos

que preguntan al cielo como ondas radiofónicas:

Dinos, cielo, qué tiene, qué le pasa al muchacho,

por qué nació tan feo y sin alegría.

 

Oh frente mía rectilínea,

perfecta para apoyar en una vidriera

hasta que la noche caiga,

evoque la luna y la envuelva con párpados

para que mi única novia,

la del rostro ascendente,

no me abandone.

 

Ya ni recordar puedo

la vieja primavera.

Mas para qué,

si de sus eclosiones y sus larvas

emergían seres siempre más informes.

 

Siento a las cucarachas poblar los entresijos

que separan mis días unos de otros.

Cosquillean

al mover las antenas

preguntándose: Qué puede tener

el muchacho, por qué nació tan feo

y sin curiosidad.

 

Pero hoy, cuando oscurezca

y ellas se acerquen como cada noche

desde el pasado, algo las detendrá.

Mirarán extrañadas

y, subiéndose a lomos unas de otras,

avistarán al fin cómo se alza

del postrer de mis días,

un íntimo y coloso resplandor.

 

(Vuelos de cuervos reflejados en un cáliz.)

 

Mi cremación junto a un bosque marchito

habrá causado un fuego que será

mayor que el Sol,

más puro que la Tierra.

 

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Mes de febrero de un solo día

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Tlan-tlán tlan-tlán la campana

gira como la falda

de una mujer mecánica, llamando

a sus gallos mecánicos,

 

que se vuelven para ver

cómo el cielo se ha puesto color ponche.

 

Porque las tardes ya se notan,

las nubes sacan pecho

por todas sus esquinas

y ¡¡Brrhhhmmm!! cuatro relámpagos

le dan al cielo forma de alambrada.

 

Un niño herrumbroso entonces

te pide que lo lleves a su casa y

te enseña la ramita

que tïene por brazo.

 

¡Ay cómo está raquítica y sin hojas!

Pero eso va cambiar. La primavera

-como un abrigo caro

que se ha puesto de pie porque lo aplauden-

está ya de camino. Bhrrrhrrrp eructa

 

el campo de cebada

y la noche -un tapete

sobre una jaula- ciérnese

encima de las casas, del castillo

 

en el que el bisabuelo

reza junto a la cama,

apaga la palmatoria

que flota sola en el aire

 

y se tumba y bosteza y

 

se müere y bosteza.

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