Poesía en San Juan de La Peña
CONCIERTO
Suena en adagio el chelo esta mañana
en el claustro del viejo monasterio
y libra, con su son, del cautiverio
al silencio; presencia soberana.
La palabra, que fluye cual fontana
de la humana razón y de su imperio,
enmudece al hechizo y al misterio
que el solitario concertista emana.
Y entre unos brazos, cómplices de amores,
llora el alma del dulce compañero
de sueños, esperanzas y Dolores.
Bajo este cielo pétreo y austero
donde pierden las aves sus colores,
las lágrimas del chelo son de acero.
PAISAJES DE SAN JUAN
El aire azul despierta
con el tímido sol de la alborada.
En las ramas cubiertas de rocío
los ruiseñores cantan.
Un alimoche, que desgarra el cielo,
majestuoso pasa
y el bosque le saluda con aromas
de tierra enamorada.
Entre pinos silvestres y quejigos
un urogallo grita en la distancia.
En la suave pradera se reúnen
unas nubes que bailan
obedientes al mando de la brisa
en suave contradanza.
Allá a lo lejos, vigilando el valle,
los gigantes de piedra montan guardia.
Y en este agreste mundo
de belleza sensual que anega el alma
resuenan en las piedras del camino
las trovas olvidadas.
SAN VOTO Y SAN FÉLIX
Viajeros y caminantes
pongan toda su atención
a estos pliegos que les cuentan
tan singular tradición.
Y si la historia les gusta
y les remueve la fe;
socórranme que soy ciego
y nunca la luz veré.
San Voto era un caballero
de cristiana y noble cuna
que vivía bajo el yugo
de la autoridad moruna.
Cuentan las gentes que un día
Voto salió de su casa
a lomos de su caballo
para practicar la caza.
En estas tierras bravías
un hermoso ciervo vio
y con decisión y brío
a la presa persiguió.
Quiso el cielo que el venado
a un precipicio llegara
y en su presurosa huída
al fondo se despeñara.
Sin advertir el peligro,
Voto sigue al animal,
espolea a su caballo
y se encomienda a San Juan.
El noble bruto detiene
su desbocada carrera
justo al borde del abismo
como si a la muerte viera.
Voto da gracias a Dios
hincando rodilla en tierra
y entonces ve entre las rocas
una diminuta cueva.
A ese sitio el caballero
se dirige presuroso,
con precaución por si fuera
la guarida de algún oso.
En la rupestre morada
encuentra a un hombre tendido
en su lecho, pues la muerte
a visitarle ha venido.
Y dicen también las gentes,
no sé si certeza es,
que aquel eremita muerto
era Juan, el de Atarés.
Voto regresa a su hogar
y a Félix, su buen hermano,
le pide que lo acompañe
por deber de buen cristiano.
De nuevo a la cueva vuelven
con emoción y premura
para darle al ermitaño
su piadosa sepultura.
Voto y Félix consideran
con devota reflexión
que Dios les muestra el camino
de su propia salvación.
Los dos jóvenes deciden
instalarse en esos lares
lejos del mundano apego
a los bienes terrenales.
Comiendo lo que les da
la madre Naturaleza
los hermanos se sustentan
con castidad y pobreza.
Y aunque de volver al mundo
sienten mordaz tentación
vencen esta y otras lides
acudiendo a la oración.
Cuando otros hombres supieron
de su vida en santidad,
quisieron formar con ellos
fraterna comunidad.
Así nació este cenobio,
refugio de peregrinos,
faro cuya luz dirige
a quien pierde su camino.
Bajo el manto de la Virgen
y en la Peña de San Juan,
bendiga Dios a estas almas
que entre sus muros están.
Y no olviden sus mercedes
liberarme de mi ayuno,
que Dios premia al generoso
dándole ciento por uno.
NUEVOS TROVADORES
«Ay, linda amiga, que no vuelvo a verte;
cuerpo garrido que me lleva a la muerte».
Tiernos recuerdos que afloran,
viejas trovas olvidadas,
se abren camino en mi mente
con agridulce nostalgia.
«Levanteme, madre, al salir el sol.
Fui por los campos verdes a buscar mi amor».
Momentos que compartimos
arropados por la magia
y el embrujo de la música,
de la poesía hermana.
«Ay, linda amiga, que no vuelvo a verte;
cuerpo garrido que me lleva a la muerte».
Hoy los nuevos trovadores,
bajo estas peñas sagradas,
elevan su voz al cielo
de la sierra pirenaica.
«No hay amor sin pena, pena sin dolor
ni dolor tan agudo como el del amor».
Solo el silencio y la corte
de regias y nobles almas
que duermen la paz eterna
escucharán sus palabras.
«Ay, linda amiga que no vuelvo a verte,
cuerpo garrido que me lleva a la muerte».
A mis antiguos e inolvidables compañeros de la Coral Zaragoza