Traducción de Aolfo Burriel y Luis Bazán
Prólogo por Comité de Redacción
La memoria es selectiva e, incluso, traicionera. El paso del tiempo puede mantener vivos fuegos fatuos y dejar morir hogueras rutilantes. Es un sino de la existencia, tan dolorosa como alegre, en ese vaivén que nos hace sentir el cierzo atrás y adelante, como si el espacio no existiera, como si el tiempo no existiera. En ese hueco de las hogueras rutilantes, se encontraban poetas que, con su ejercicio de memoria, Adolfo Burriel ha iluminado de nuevo, tal como irradiaron en su momento. Tuvieron evocación en dos actos públicos, con recitaciones sentidas que engrandecieron el contenido de los poemas elegidos. Aquí vuelven a renacer:
Sol Acín Monrás
José Luis Alegre Cudós
María Dolores Arana
Jacque Canales Rived
Javier Delgado Echeverría
Manolo Estevan Gimeno
Maruja Falena
José Antonio Rey del Corral
Carmen Serna
ÇRosario Ustáriz Borra
De quienes componen esta lista, tenemos probada su relación con nuestra tierra y, desde ella y desde nuestra Asociación, les rendimos el homenaje que merecen. A continuación, incluimos llos poemas seleccionados y, como colofón, añadimos las palabras que Adolfo Burriel pronunció en vísperas del Día Internacional de la Mujer sobre las poetas que en aquel acto se incluyeron.
SOL ACÍN MONRÁS
Nació en Huesca en 1925, y murió en 1998. Fue hija de Ramón Acín, conocido pintor e intelectual anarquista y Concha Monrás, pianista, que fueron fusilados en 1936, al comienzo de la guerra de España por las fuerzas sublevadas. Su hermana Katia fue grabadora y pintora.
Licenciada en Filosofía, filología románica, vivió su niñez y juventud —marcadas por la muerte de sus padres— en un ambiente familiar cultural desde el que se acercó muy joven a la poesía. Viajó, y vivió en Alemania y Francia, y terminó sus días siendo profesora en Zaragoza de la Universidad Popular. Mantuvo una interesantísima correspondencia con la crítica de arte María Kusche, que se ha convertido en uno de los documentos más lúcidos sobre la situación artística, poética y universitaria de la posguerra española.
Casada con el músico alemán Klaus Lindemann, se ha dicho siempre que fue Walt Withman —ella misma lo atestiguó— quien le acercó a la poesía y le abrió los caminos para escribirla.
Solo publicó un libro, en 1979, “Ese cielo oscuro”, donde recopiló poemas de 20 años de trabajo. La última edición de este libro fue publicada por Prensas Universitarias de Zaragoza. Fue, como digo, su único libro, publicado, por cierto, a iniciativa de Ana María Moix y Luis Carandell, ya que ella nunca dio el menor paso por hacerlo. Pero no están en él sus únicos conocidos poemas. Publicó otros en algunas revistas, e incluso muestras de su obra aparecieron en alguna vieja antología. A su muerte, se conocieron nuevos poemas, que la Fundación Acín publicó, junto con la obra anterior mencionada.
Sol Acín —no deben escatimarse las palabras— es una de las grandes poetas del siglo XX. Su capacidad en el manejo de las imágenes, su sabiduría en el sustento de la música y su habilidad para expresar, a golpes de palabras, mundos que queman la fría realidad de la posguerra, y donde no faltan los tintes clásicos ni los surrealistas, la convierten en una figura de primer orden, sin duda alguna.
Decidme, ¿dónde nace…
Decidme, ¿dónde nace
la luz de la serpiente en la tragedia?
¿Por qué nuestra pasión ilimitada
bebe en el mal, buscando la pureza?
Caminan maniatados,
dormidos, vacilantes,
presos en su pudor de cobardía
los seres mansos que engendró la tierra.
Tan sólo en el constante adelantarse,
dejarse arrebatar por la corriente
llegamos al brasero de tu lengua.
Mirilla de la estrella
En ese cielo oscuro
que tibio, y lento, y sólo en ti navega
se esconde maliciosa
la fruta del verano.
Miedo me da la estría
del aire que adivino en su infinito,
miedo la imagen limpia
del campo realizado,
la sombra y el color dando a mi puerta
me enfrían con su miedo
De sólo nervio dulce
me hicieron, sin orquesta
ni caja oscura, rumorosa y fría
que absorba el rompimiento.
Miedo tengo a vivir, sentir el cuerpo
de la belleza en delirante hondura
pasando, contra el mío.
Ni la palabra basta
La Mitología
baja en tropel la escalera.
Van quedando limpios los desvanes.
Los inocentes abundan más que niños.
Inocentes terribles.
Inocentes callados, y dolorosos, muertos.
Yo no soy uno de ellos.
Ser un testigo es poco valimiento.
Tener remansos es una vergüenza.
“Todo animal se busca su cobijo”.
Algo más que animal. Pero no es cueva
ni cobijo, ni choza,
ni bastaría celda.
Ni la palabra basta, nunca basta
frente al pedazo celular inerte.
Justicia y sinrazón pasan de vuelo.
Cuento oriental
Recorro el parloteo de las hojas,
pestañeante lluvia en flor de harina
que me abre en perspectiva repentina
la morada real en que te alojas.
Me invitas, y me siento entre las rojas
paredes de tu estancia masculina,
donde el ajedrez de tu retina
se juega el batallar de mis congojas.
Se juega, y no descansa de azotarme
la certidumbre de saberte herido,
ya muerto en el ayer de mi mañana.
Caballero en tu alfil, vienes a darme
la vuelta al manuscrito del olvido
porque es ya despertar, hora temprana.
En ese cielo oscuro
En ese cielo oscuro
que tibio, y lento, y sólo en ti navega
se esconde maliciosa
la fruta del verano.
Miedo me da la estría
del aire que adivino en su infinito,
miedo la imagen limpia
del campo realizado
la sombra y el color dando a mi puerta
me enfrían con su miedo.
De sólo nervio dulce
me hicieron, sin orquesta
ni caja oscura, rumorosa y fría
que absorba el rompimiento.
Miedo tengo a vivir, sentir el cuerpo
de la belleza en delirante hondura
pasando, contra el mío.
Pan
¿Dónde nacieron las amarillas flores,
las tristes y enconadas perspectivas del vino reluciente?
¿Dónde nacieron tus corales pardos, oh delirios de vida y de furiosa trabazón sin mando?
¿Qué reflejos del sol han goteado sobre los huecos suaves de las piedras y que quieren los gritos, atesorados y perdidos siempre bajo el misterio mudo de las hojas
y en el sereno musgo de cortezas protegidas del tronco por las dormidas sombras?
¿Por dónde es cierto que se entrega el viento
a los tornados ojos del infinito mármol indolente
y a las agudas llamas subterráneas de su congoja muda?
¿Qué remeros de Dios van escalando
la más inverosímil cortadura de una frente tallada,
y qué cadencia en desamor gozoso es la que cubre el corazón del valle,
la que despierta introduciendo ritmos en llanuras sin mancha,
en terrones de tierra humedecida?
¿Quién ha mecido el día para entregar orillas de sonrisas
y ha doblado contornos con la caricia de cortados gestos,
con el amor rasgado de resonancias libres?
¿Quién ha tendido los resortes puros para después doblarlos recibir su vida,
o introducir sin miedo en cada tiempo su nítida presencia?
¿Quién ha visto el silencio y lo ha mordido
y ha rociado los filos de la noche donde reposa el hombre y desampara sus dormidas manos?
¿Quién ha entregado el centro de las cosas a la despierta boca de los hombres
y ha besado su sangre?
¿Quién ha visto la vida?
JOSÉ LUIS ALEGRE CUDÓS (1951-2022)
José Luis Alegre Cudós, al que se deben importantes textos en prosa, novelas, e inolvidables obras de teatro, llegó al mundo de la poesía para ser él mismo parte del poema. Recorrió todos los caminos, desde aquellos que los clásicos abrieron, hasta esos otros en los que la ruptura con lo habitual creaba nuevos modos de entender —y esconder— las realidades duras o dulces que nos rodean. Ganó el premio Adonáis a los 21 años, en 1973, el más prestigioso certamen para poetas de menos de 35 años, y se coronó con el Boscán en 1979, otro de los premios que dignificaban la escritura poética en España. Su variado mundo, cargado de idas y vueltas, esperanzado y dolido, nunca acabado, y quizás ni tan siquiera empezado del todo, le convirtió –y no creo que decirlo sea exagerado- en uno de los poetas españoles que proporcionó más piedras para construir edificios poéticos nunca previstos, algunos de los cuales nadie se atrevió, por desgracia, a seguir después construyendo. Digamos, sin reservas, que fue uno de los más grandes poetas de su tiempo (que sigue siendo el nuestro), y que solo su silencio y los olvidos, algunos no casuales, todo sea dicho, han hecho que su obra sea de difícil hallazgo, pero, ni lo duden, de indispensable recuerdo.
En su opinión —y no le faltaban razones— si algo podía destrozar los días habituales, los tiempos comunes, eso, era la poesía. No cualquier poesía, claro está, sino aquella que fuera capaz de transgredir las formas de la vida mediocre y de la oprimida sociedad. Poeta por encima de cualquier otra miseria —así diría él— José Luis Alegre Cudós llegó con la intención de romper el uso manido de esos versos que acaban por ser un simple remedo, supuestamente brillante, de tiempos sin alicientes.
Publicó, entre otros títulos Abstracción del diálogo de Cid Mío con el Mío CID, Ridícula prosaica rítmica verborrea, Poema de réquiem y de luces, Primera invitación a la vida, Poemas del sentir, Días de ti, El canto del siglo…
Recordarlo, no es sino hacer un mínimo ejercicio. Merecería ser devuelto al centro del conocimiento, al lugar de la lectura, al corazón de las personas sensibles.
(Del libro Poema de réquiem y de luces)
Salgo por lunas, salgo por valles,
cuando cruje el ramaje, cuando el lloro
nace lluvia de clara, cuando avienta
un golpe y dos.
¿Nos abres?
Abre, madre,
que la noche está inmensa, que la estrella
no está, que ya no estamos nadie y nadie
está.
Salgo de lunas, salgo en sangre,
gota a gota.
La tierra no responde:
un golpe y dos, dos golpes y tres: ¡abran!
Y el viento por respuesta cierra llaves
y llaves con ventanas cierra el viento
con las llaves por dentro.
No claudiques,
amor, no te me vayas, no te quedes
fuera, mi casa y cuna, cuna madre.
Ábrete, corazón.
Y golpes da
y dan golpes las llaves con las llaves
y se confunden ojos con los rayos
que fundieron el hierro, que fundaron
la confusión de besos, el ramaje
donde el niño es la cuna y casa madre.
Cierren, estamos dentro.
¿Sois la sangre?
Somos la confusión: el aire al aire,
luz a la luz, espejo por los valles.
¡Por los valles, amor, el aire al aire!
(Del libro Discurso de la dignidad poética)
Decimos amor y decimos un mundo.
Y decimos amor
y esperamos.
Y nos hacemos sexos y tarjetas de crédito
nos hacemos.
Y decimos este sexo es mío y este tuyo
y estos sentimientos
estos otros y aquellos, recuerda y aquellos.
Y esperamos que al decir amor hayamos dicho
algo.
Y nos hacemos la tarjeta de crédito del amor,
así como la del desamor. Y esperamos
(deberíamos saber que no hay amor
que por amor
nos venga).
Decimos amor para no estar solos
de ocho a veintitrés, de siempre a nunca.
y nos hacemos lo que nos hacemos
por amor y por crédito (completamente
personal).
(Del libro Ardiente noche del día)
Ahora que ya es de noche
me encuentro, en el bosque, conmigo
mismo, y es un latir glorioso. El
corazón sabe que se encuentra
consigo. Vivan los vivos. Estamos
creyendo que estamos vivos, Muy vivos.
Ahora cae el atardecer y el sol
se derrumba redondo.
Que este poema no sea un ensayo.
(Del libro La alegre noche de don Francisco de Goya y de Quevedo)
Hace miedo y silencio. De regreso
estoy ante la puerta de mi casa
después de siglos. Llamo, espero, pasa
que nadie me responde. Estuve preso.
En un mundo sin mundo. Más que ileso
no sé cómo, de nuevo. Se repasa
la conciencia su tiempo. En él se basa
la presencia que asumo y que no ceso.
Una luz mortecina madrugada
llamando a lo que fuimos. Nadie sale
del presente al pasado. Llueve ahora
Finísimo el olvido. La llamada,
La casa, su silencio, ya no vale
Fingir que resucita el que se añora.
MARÍA DOLORES ARANA (MEDEA) – (1910-1999)
De origen vasco, nació en 1910 y utilizó frecuentemente el seudónimo de Medea. Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, donde publicó sus primeros trabajos y donde inició sus más importantes contactos literarios, siendo miembro activo del grupo de Tomás Seral y Casas, quien le facilitó, como ocurrió con Maruja Falena, su participación en la revista Noreste. Su primer poemario, “Canciones en azul”, lo publicó el año 1935, mereciendo críticas muy favorables.
Republicana militante, fue Secretaria de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura y participó en el II Congreso Intelectual de Escritores para la Defensa de la Cultura. Pareja de José Ramón Ruiz Borau (que, por cierto, tomó su apellido, Arana), escritor conocido y líder de UGT. En 1939 la pareja se exilia a Francia, Martinica, República Dominicana y Cuba, recabando en México en 1942, donde fallece en 1999.
En México colaboró en revistas como “Aragón, Gaceta mensual de los aragoneses en México” o “España, revista literaria” ambas dirigidas por José Ramón Arana, y publicó su segundo libro de poemas “Árbol de sueños”. Posteriormente a esta publicación, fueron frecuentes sus artículos en revistas mexicanas como “Rehilete”, “Nivel” o la femeninas “Kenia”. Su amistad con Luis Cernuda le llevó a escribir igualmente en Papeles de Son Armadans, la revista de C.J. Cela.
Cultivó también el ensayo, y hasta escribió sobre temas de esoterismo y magia negra.
Llegó a dar clases de redacción en la Facultad de Economía de la Universidad de México y correctora de estilo del Gobierno de la República.
Tomás Seral dijo que su poesía “se manifiesta de forma espontánea y decidida, sencilla, despreocupada y antipreceptista. De este desentendimiento de la técnica —seguía diciendo— nace la esencial gracia de sus canciones que, sin recursos ni trucos ofrecen una calidad poética excepcional”.
Te regalo mis días
y mis noches,
azul viento,
viento azul.
Que así te quiero,
con ese esmalte
de ojos, ese bogar
marinero y esas
ráfagas, antojos
de destrozar mi velero.
————————–
¡Qué me desnude el viento!
¡Que me amortaje el viento!
¡Quiero vivir y morir en el viento!
—————————
He vivido en mil sueños
mil vidas magníficas.
Cerradas las pupilas,
el pensamiento ignoto.
¡Y tengo miedo siempre…!
¡Y huyo de mi sombra…!
Mi alma, gota a gota,
en ansia se desborda.
—————————–
¡Bésame!
Traga la luna
y lávate la cara.
Se enroscó mi alegría
en los flecos
de la madrugada
¡Bésame!
Traga la luna
y lávate la cara
antes que nazca
la mañana
——————————-
Amor;
te sentí
nacer
en mí.
¡Qué dolor!
No supe
de ti
qué hacer;
dormí.
JACQUE CANALES (1932-1995)
Federica Joaquina Canales Rived, conocida como Jacque Canales, nació en Uncastillo en 1932 y murió a los 63 años, en 1995. Aunque fue de vocación tardía (su primer libro se publica en 1985, “Entre la transparencia y la música”) fueron 13 los poemarios que publicó, fue traducida su obra a varios idiomas, y ganó entre otros premios, el Isabel de Portugal, por su libro “En la piel de la palabra”. Dos años antes de su muerte fue incluida en la antología de poetas hispanoamericanos para el tercer milenio, de Alfonso Larrahona.
Jacque Canales ha sido considerada, y no sin razones, como una de las voces poéticas más destacadas de los últimos años del siglo XX. Su libro “El niño de los ojos de agua”, publicado en 1993 y prologado por José Hierro, fue un hito en la poesía de ese año. “Después de sentir todas las emociones posibles, las fijé en el esquema previamente soñado de mis versos. Tomé el alma entre las manos y escruté su música. Pude comprobar que cada quien sabe qué luz le ampara”. Así se definía en el libro citado.
Jacque Canales, desde sus primeros poemas es capaz de colocar los paisajes, las cosas y los sentimientos en ese plano especial en el que nacen y mueren las raíces de la vida. Y todo ello hecho con la piel de la palabra, como anuncia el título de una de sus obras. Pasión, espuma de silencio, latido, así es el tiempo que nos toca recorrer y así son sus maneras de atraparlo. Y todo ello con una perfección que sirve para nombrarla como una de las grandes poetas.
EL TIEMPO NACE LIBRE
Quizá los días sean perecederos
de ceniza y crepúsculo.
Quizá la sangre se embriague de tus venas
y cobije pasiones.
Antes de que los límites del sueño
oscurezcan tu rostro,
serena los conjuros,
ensaya las ausencias
con el violín que tienes bajo el brazo,
glorificada imagen
inflamada de lluvia.
Embriágate los labios del agostado viento,
profundidad de vientre
de tu sordo naufragio.
Y recuerda
que el tiempo nace libre
y que te crece
desde el último rincón de los talones.
ME CONVIERTO EN TU YEDRA DESVELADA
Estoy encinta, cáliz inflamado
de tu adorada imagen que atraviesa
aire de siglos, vientre que confiesa
helor de tentación enajenado.
Pan eterno de amor, que soterrado
en mi pecho te aíslas cual pavesa,
te escondes, y trenzándote en promesa,
bebes calor de sol edificado.
Conozco tu sonido y la mirada
se me alivia de Ti, y de repente
tu brizna enamorada me traspasa.
Me convierto en tu yedra desvelada,
arnés sutil, ardor de tu simiente
que juega a repetirse y que me abrasa.
MANOLO ESTEVAN GIMENO (1946-2004)
Manolo Estevan Gimeno llegó a la poesía en 1978 con la pretensión de que el tropel de nuevas formas que empezaban a abrirse en el reciente tiempo democrático no terminase en el fondo viejo en que mucha de la poesía había ido cayendo. No es extraño que se adentrara, desde sus primeros pasos poéticos, por el hondo lugar donde estaban el sentimiento, la dureza de la vida y el desgarro de la difícil existencia. Manolo Estevan trabajó por liberar a la poesía de todo remilgo, se hizo dueño de la palabra y no cesó, sin medias tintas, de pisar los caminos, no diremos más oscuros, pero sí más dolidos de la vida. “Entre el cero y el / cero / cada noche / oscurece / la efímera imagen / de un dios”.
Pero no era la nada la dueña de sus versos, porque siempre, aún en la soledad y el miedo, “en lo oscuro” (ese fue el título de uno de sus libros), siempre la dura estancia tenía abiertas las ventanas a la lucha necesaria que todos debemos ofrecer al cada día. Su “Vallado interior” lo escribió con poemas en prosa, y allí depositó una buena muestra de su medida.
Fue, por encima de todo, poeta, “el que cuenta las sílabas”, que este verso borgiano fue el título de otro de sus libros. Como de él dijo José Antonio Labordeta, cuando lo tienes en las manos, “vas vaciándote con su lectura, pero, al mismo tiempo, otros órganos del cuerpo se llenan de estímulos, de estremecidos trémolos larguísimos y hasta los ojos te asalta esa sensación que solo deja el silencio cuando está lleno de palabras, palabras, y palabras”.
No fue Manolo Estevan un poeta sencillo, ni anduvo en los corrillos habituales donde crecían los poetas, pero se consolidó como uno de los valores de mayor futuro poético, y solo su muerte pudo acabar con las perspectivas que muchos adivinaban. Crítico inteligente de libros y columnista de periódicos y revistas, tradujo también no pocas obras del inglés y francés.
(Del libro En lo oscuro)
Finalizó el día con la acostumbrada soledad desértica
que el destino depara al final de cada tarde en la tierra.
Al iniciarse las tinieblas, mucho antes de la luz moderna,
no quedaba más remedio que detenerse frente al silencio.
De manera que lo oscuro adquiría conciencia exclusiva
al evitar dos claridades seguidas: hoy y mañana.
O ayer y hoy, según se encontraron los deseos del habitante,
quien, a menudo, se preguntaba la razón de tales hechos.
Las reflexiones se topaban con la frondosa umbría de la noche,
como una negación que ocupara el temor a las respuestas.
La sazón del tiempo humano no seguía un curso rítmico
ni la imagen de los hechos que ocurrían progresaba en la oscuridad.
Ante lo cual, el habitante no sentía esperanza sino rutina,
no proyectaba actos sino que vigilaba su paciencia.
Y, pese a todo, aún sus labios sensuales emitían palabras viajeras
que henchían de gozo el vacío de la espera en lo oscuro.
(Del libro El que cuenta las sílabas)
VII
Lo queramos o no,
al final cada calle
se dobla y
dirige su plano
hacia una calle más,
ambas separadas
por inevitables
esquinas de flaca
geometría pendular, y yo
apoyo en esquinas
el solitario fin
quensombrece mi espalda, muy
descontenta, muy soportada
por esta esquina, aquella
esquina. A fuerza
de esquinas, mi vida en pie,
sosteniendo el orbe
imponente de las calles.
(Del libro El que cuenta las sílabas)
No llorad no poned
sombríos los suspiros
un martillo
rastreará la floresta
de la voz
con el signo de la diástole
No errad
con la orografía de los sures
Clavéis en profundidad castigo
penetrando la gubia
en la rodilla mensajera
Quien sometió deidades
no es más dios
Babel del gran promiscuo
asciende a un altiplano irrespirable
sobrepasa lo falaz exterior
El huevo quebrado
de perdiz
clama tan hondo
como el soneto de Buonarroti
(Del libro Vallado interior)
FULGOR
Una vez pronunciada la palabra surgen estelas. Blancas finuras rodeando el sonido lejano, curtido en la voz. Apaga el solo sus fuerzas menores. Recoge los decires no enterrados por nadie. Se pudre lentamente el diálogo terrestre. Brota de la boca el sueño del calor supremo, el que funda el laberinto de quienes buscan entenderse. Apelaría a siluetas astronómicas, más distantes y optimistas que el sol. La velocidad me está vedada. Continuamos abrasándonos unos junto a otros.
JAVIER DELGADO ECHEVARRÍA (1953-2019)
Javier Delgado publicó tres libros de poemas: “Zaragoza marina”, en 1982 (prólogo de Mariano Anós), que se reeditó bellamente en 2005 con dibujos de Jorge Gay y prólogo de J. C. Mainer (un libro que, por cierto, fue premio Extraordinario Cálamo); “El peso del humo (libro de horas profanas)” en 1988 y “Amoramorte”, en 2009. La mayor parte de su obra, ocupó otros espacios que dan idea, de sus muchos caminos: narrativa, arte (referido siempre a nuestra comunidad), un libro de biografía, mostró rincones naturales que bien lo merecían, colaboró en libros compartidos y llenó revistas y páginas de internet de artículos y opiniones. Si algo no puede decirse de él es que no fuera un prolífico escritor.
Una nota caracterizó siempre a Javier: la cercanía a sus lugares, el encuentro con él mismo y con su tiempo, el abrazo con sus derredores, a veces para definirlos, a para expulsarlos cordialmente de su lado, también para cambiarlos y no dejarlos a su antojo.
Digámoslo también, Javier, siempre metido en la corriente del esfuerzo por la libertad, no abandonó nunca en sus miradas poéticas ese afán por ir reproduciendo un mundo donde el tiempo unas veces devolvía las certezas guardadas, y otra se expandía en busca de mejores horizontes.
En manos de Javier, Zaragoza se hizo ciudad marina, fue la amante del mar y extendió sus ramas hasta hacerse habitable y esperanzadoramente deseable, todo ello en tiempos en los que buscar un nuevo destino era una batalla llena de contradicciones. En el “Peso del humo, Libro de las horas profanas”, el poeta buscó sus propias esencias, las perdidas y las halladas, las vivió, las ordenó, nos las trajo y entregó, todo ello como un viejo monje que ve pasar el humo pero no cesa de perseguir el fuego que lo provoca.
Y, finalmente, “Amoramorte”, un libro, por usar las palabras del mismo libro, donde “El amor, la enfermedad y la muerte avivan las llamas de un ajuste de cuentas personal con el pasado, expresado a menudo en versos descoyuntados por la perplejidad y la desesperación”. Un texto que guarda el círculo vital de una obra que hoy está entre las más dignas de ser devueltas a los lectores.
(del libro “Zaragoza marina”)
Sin voz estaba en mar; sin voz el cielo;
sin voz rodaba la rueda de las horas
estabas tú tan triste entre tus calles
agazapada, lívida, llorosa,
ausente de ti misma, concentrada
en tu dolor y en él tan presa
que nadie se atreviera a rescatarte
por no sentirte muerta. Y era el cielo
añil hecho pedazos en el aire.
¿Por qué, si me ama, el mar –te preguntabas-
puede dejarme? Y no encontrabas
sino el sabor salobre de las lágrimas
confundiéndote la boca en el recuerdo
de cuando alegremente le besabas.
Y el mar, sin voz, rizando el horizonte,
recordando tus calles y tus plazas
enlutaba su adiós sobre la playa.
(Del libro “Zaragoza marina”)
En tus plazas oscuras queda el viento
arrinconado y rabioso haciendo remolinos
y en su vértice hay siempre una pregunta
que olvidaste responder cuando se te hizo.
¿Por qué dejaste que se fuera el mar
dejándote a ti todos los náufragos?
(Del libro “El peso del humo. – Libro de horas profanas”)
Loados
y muy loados
sean
los sueños.
En ellos vemos
más que con los ojos.
En ellos aprendemos
más que en ninguna escuela.
En ellos
se plantean las preguntas
que sólo en ellos hallarán respuesta.
En ellos
la memoria desahoga
su secreto registro
de deseos.
En ellos brilla el sol
en medio de la noche.
En ellos los vivos conversan
con los muertos.
Muy loados sean.
y benditos
aquellos que los viven
como viven
cuando están despiertos.
(Del libro “Amoramorte”)
mientras humea prome
tiendo una tarde feliz pe
ro remuevo y pienso si e
sa taza de té que ahora es
tá llena de té y promesas
no será la primera trampa
de la tarde la primera y peor
trampa en la que caerá toda
la tarde entera como un ejér
cito puede caer a un pozo al
vadear un río todos mis yoes
por ejemplo a caballo en
la taza de té que ahora re
muevo ¿habrá una tarde
después de esta taza de té?
¿o será otra noche la que ten
ga el sabor del té que ahora
remuevo su sabor a frío el
sabor del pasado perdido?
Remuevo el té remuevo el té
y la tarde que humea la tar
de que ya no se ve.
MARUJA FALENA (1905- ¿?)
Su nombre era María Ferrer Llonch.
Nació en Zaragoza en 1905 y murió en Madrid en los años 70 del pasado siglo, o quizás 90, como afirman, entre otros, Javier Barreiro, Pepe Melero y Chus Tudelilla que han estudiado su obra.
Se dice que es la más enigmática de las poetas aragonesas. Lo cierto es que su vida es poco conocida. Parece ser que después de la guerra civil dejó de publicar, si es que siguió escribiendo. Si sabemos que tuvo una importante actividad cultural en Zaragoza, y que perteneció al grupo de la revista Noreste dirigida por Tomás Seral y Casas, uno de los más importantes renovadores de las letras aragonesas, que bien merecerá también un día un recuerdo especial.
Republicana militante, en el sentido no político, sino intelectual de la palabra, se exiló a México, de donde parece ser que regresó para morir en Madrid en los años 70 o 90, como dije.
Solo se conoce una obra suya, “Rumbo” de 1936. Su poesía, que recuerda a la poesía popular más enraizada, tuvo también —fue asidua colaboradora de revistas de vanguardia— un aire de modernidad que algunos, como Javier Barreiro, han estudiado con detalle.
¡SOY… LO QUE NO SOY!
Soy pobre falena con el ala rota,
que inestable y feble, por el aire flota.
Caña sin azúcar, colmena sin miel;
soy de jugo amargo, de exprimida hiel.
Zarzal espinoso que no tiene flores,
nido del que huyeron grotescos cantores.
Soy árbol sin savia, que no cría fruta;
Invernada triste, que todo lo enluta.
Campana sin vez, arpa sin cordaje,
surtidor sin linfa, mar sin oleaje.
Amustiada rosa que perdió fragancia,
candela apagada de fúnebre estancia.
¡Soy lo que no soy!
porque soy incierta,
soy arcilla viva con el alma muerta.
LA VUELTA (dedicado a Tomás Seral y Casas)
Llegaba cuando moría
la tarde malva y grosella,
llegaba sola, muy sola,
sin que nadie la trajera.
Sombras traen sus ojos tristes
-sus ojos de agua de niebla-.
Afilaba sus cuchillos
un viento de indiferencias.
Y, con las niñas, la luna
bordaba circunferencias.
Ella, con miedo y amor,
se acercó a la más pequeña.
¡Aquellos ojos!, ¡la voz!
y los labios… ¡eran… eran…!
Nada dijo. Se perdió
con su pena en la calleja.
Un sollozo se enroscaba
en la torre de la iglesia.
Afilaba los cuchillos
un viento de indiferencias
para matar otras tardes,
tardes de malva y grosella.
JOSÉ ANTONIO REY DEL CORRAL (1939-1995)
Si algún poeta nuestro dejó en su verso todo el quehacer de su vida y toda la hondura de su compromiso, y supo, con una poesía vigorosa y ejemplar, anteponer, no a la belleza de su escritura (que siempre la supo perseguir), sino a la tranquilidad de su persona, todo el riesgo que la batalla por la vida a todos nos exige, ese poeta fue, sin duda, José Antonio Rey del Corral. Es muy sencillo llamarlo poeta del compromiso, poeta social, y, si lo hacemos, diremos la verdad. Pero lo difícil es lo que él supo hacer: compaginar el verso bien ahormado con el compromiso perfectamente asumido, sin que nada de ello, —compromiso y belleza— quedara fuera de esa unidad poética que su obra representa. De América nos trajo la razón de la necesidad de romper con los estragos de los tiempos de pobreza y la opresión. Y llegó aquí, su ciudad, para dejarnos el testimonio lúcido y brillante de cómo la libertad merece el cántico de la poesía, y cómo la poesía es también, en efecto, un arma cargada de esperanza y de lucha, si rememoramos a su querido Gabriel Celaya.
De él, con sabias palabras, dijo, Rosendo Tello: “Poeta que existe como bloque humano en la multiplicada conciencia profunda de sí mismo y de su obra, en el pastoreo de la amistad, en la profesión y ejercicio de hombre libre frente a las agresiones del mundo”.
La poesía de José Antonio Rey trascendió, en su compromiso, la propia escritura y se convirtió en canción, en eslogan casi, en texto de marcha en el camino a la libertad. No es extraño que hoy no falten, aun sin saber su origen, quienes siguen, con música de la Bullonera o Monte Solo, recitando sus propios poemas.
Manejó el poema como se maneja una obra bien hecha y que merece ser considerada. Décimas, romances, sonetos, silvas, versos también libres… todo ello cupo en su cartera de poeta capital.
Escribió “Poemas de la incomunicación”, aquel primer libro nikeniano, si así se nos permite decirlo, “Cantos colectivos”, “Décimas de la tercera orilla”, “Cancionero de dos mundos”,“Poemas del sentido”, “Parlapalabra”… Y más.
(Del libro Cantos colectivos)
Nazco en Zaragoza un día de tantos.
A continuación, vivo.
Soy individual durante años.
Sufro y fenezco.
Respiro
no obstante, mi corbata.
Un día totalmente apacible
puse a expirar mi infancia.
Abandoné colegios
donde me golpearon
—entiendan la metáfora.
Y luego, fervorosamente humano,
comprendo a mi cadáver
y que he sido pobre
porque quise ser rico.
Entonces el mundo se pone brutal
como la tos romántica
cuando odiaba al pulmón sano.
Empiezo a ser
todos aquellos que sufrieron alguna vez.
(Bienaventurados).
Y, comprendo al cliente que sostuvo mis días:
era yo mismo que me conformaba
cuando sufría.
El reloj de la vida
ha estado quieto durante mucha paciencia.
Darle cuerda es peligroso, lo sé.
Por cierto, me llamo
José Antonio Rey.
Pueden darme miedo, como gusten.
Hoy he nacido.
Radicalmente, de golpe.
Con un dolor más.
Con un temor menos
(Del libro Parlapalabra)
Sopla el viento del Moncayo
sobre la tierra desnuda
y posa la nieve cruda
sobre la cumbre del mallo.
La crudeza entona un gallo
y el paisaje alucinado
sufre el pico en su costado
y aterido se despierta
en la madrugada yerta
con el pecho traspasado.
Mañanica del monte
mañana azul
mañanica del monte
lo quieras tú.
La nieve que en las montañas
puso luz esclarecida
llega llorando ofendida
al llanto de las Españas.
Lloran los juncos y cañas,
aridez en La Violada,
cuánta sed en los Monegros.
Oigan los augurios negros
de su gente desterrada.
¡Tanta nieve para nada!
Mañanica del monto
mañana fuera,
mañanica del monte
la luz lo quiera.
Mañanica del monte
mañana iré,
mañanica del monte
nadie me ve.
El monte que aquí se nombra
es un vértice de lumbre.
aquí se nombre una cumbre
que se sustenta en la sombra.
El nombre que nos asombra
con su fulgor de costumbre
con su claridad proclama
de la raíz a la llama
desde la sombre a la cumbre
una presencia de lumbre.
Mañanica del monte
yo no sé dónde.
mañanica del monte,
cuándo ni dónde.
Mañañicas del monte,
mañanas son;
mañanicas del monte
y una canción.
CIENTO QUINCE
Vosotros los que siempre anochecisteis
en las emigraciones, oh emigrantes
de los retornos imposibles antes;
desde esa orilla donde no volvisteis
miraréis a la orilla que perdisteis,
exiliados de sueños navegantes,
peregrinos pluviales cuanto errantes
de aquella orilla lueñe de que os fuisteis.
A ver si con llorar al fin se embarca,
a ver si vuestro llanto enrumba un norte,
que lo que importa no es jamás el precio
si en lágrimas se mide, mas la barca.
Por tanto, disponen el pasaporte.
Así que derramad un llanto recio.
(Del libro Cancionero de dos mundos)
NUEVE
Saracosta, Costa calla,
sueña que te sueña un sueño,
galopando en Clavileño
con el libro y con la yaya.
Le responde la metralla
y en la cárcel de Torrero
se oye un llanto prisionero
que la esperanza despeña.
Qué bien te llaman Sansueña,
de que sueñes desespero.
CARMEN SERNA MONTALVO (1924-1999)
Nació en La Puebla de Híjar en 1924.
Persona especialmente singular, dedicó a la música una parte de su vida, hasta el punto de fundar en 1999, junto a María Ángeles Cosculluela, la Asociación Aragonesa de Musicoterapia.
Su obra literaria (escritora tardía, como reconocía) no vio la luz hasta casi sus 60 años. Su primer libro de poemas “Memorias de ceniza y esperanza” se publicó en 1983. Desde esa fecha, y hasta su muerte en 2011, publicó 7 libros, algunos tan singulares como “Recuerdos en la noche”, dedicado a su esposo aquejado de Alzheimer, o “Los enigmas del tiempo (Camboya en el Corazón)”. Dicho quede, en justificación de este texto –por cierto, su última obra- que Carmen Serna viajó a Camboya, Vietnam y Venezuela para asesorar a médicos sobre la antes dicha enfermedad.
Fue colaboradora docente de la Universidad Autónoma de Madrid y recibió los premios Sabina de Oro y Búho de la Asociación de Amigos del Libro, ambos en 2009.
Discípula en letras de Rosendo Tello (“él me enseñó el oficio de escribir”, decía), su poesía se distingue por un alto contenido sentimental —y podría decirse que hasta ético— en el que la pasión por lo cercano y vivido alcanza formas y maneras, a veces íntimas, a veces colectivas, de una gran pureza y proximidad. “Buscar la belleza dentro de las cosas” es una frase suya con la que define toda una arte poética.
¿SUEÑO, ALUCINACIONES?
Suena la sinfonía de los grillos
que consumen las páginas del tiempo.
Hila el cielo sombríos algodones
con delicados dedos de uñas plateadas;
esparce su belleza
en los juncos dormidos
sobre aguas inmóviles,
sobre el agua esmaltada del azul.
¿No soy el torbellino de la luz
vagando errante y de mirar incierto
con mi pecho lanzado hacia el futuro?
Voz que no sabe ya quién la pronuncia,
Sombra que no sabe ya quién la proyecta.
¿En qué sima sin fondo
me duermo y me destierro?
I
Acelera tus pasos ¡corre!
invade, hasta llenar tu vida,
de locas esperanzas,
de nuevas fantasías.
Atrapa con tu risa, ese girón que queda
─cuando rueda la noria─
de alegría y de luz.
El giro venidero
¿sabes tú si podrás atraparlo?
II
¿Quién podrá adentrarse en tu memoria
que danza en el vacío?
¿Quién en tu espíritu volando a las estrellas?
¿Quién entenderá tus cantis y alegrías?
Eres todo un enigma que no sé descifrar
pero quiero vivir y adentrarme
ebria de nostalgia, en la inocencia
de tus cantos en tu alegría de niño
y perpetuarlos en tu tiempo,
en el mío y en la eternidad
que nos aguarda.
ROSARIO USTÁRIZ BORRA (1927-2007)
No está de más que tengamos también en el recuerdo a una poeta que escribió sus obras en una de las lenguas de Aragón. Rosario Ustáriz Borra escribió en cheso, e hizo de la poesía tradicional, costumbrista y hasta religiosa una forma de expresión con la que nos dejó valiosas muestras de la ironía, la capacidad, la sutileza y la sensibilidad que toda buena versificadora posee. Su poesía tiene una calidad que supera con mucho la capacidad expresiva que se puede suponer a una poesía que vive fundamentalmente de lo local y tradicional
Nació en Hecho en 1927 y murió en Jaca en 2007.
Ganó en Onso d`Oro, el premio poérico más importante del concejo de Echo, en tres ocasiones (1982, 83 y 84) y fue nombrada miembro de honor de la Academia d´aragonés en 2007. Gran animadora cultural, ese mismo año, 2007, fue recopilada su obra bajo el título “Miquetas de l´alma” (Migajas del alma).
La biblioteca de Hecho lleva su nombre.
PUEN VIELLO
Cuando i-plega ta tú, Subordan calla…
los gurgullos s’aduermen en la cuna
de ixe pozanco que veilas y que guardas
como can de los fierros que, una a una,
aguaita las ovellas que apaxenta
para que branca s’esbarren y, dinguna,
se cale por paquizos que s’estreitan
y lugo se xervig’en nuey sin luna.
Dosel de peña viva yes, Puen Viello,
de ixa cuna qu’en lo cristal reflexa
la tuya arcada, las nubles y lo cielo
y lo sol que, con goyo, allí s’espìella.
Y s’espiella también la camamila
que ye imple de olós y t’engalana,
y blancas griñoleras florecidas que no envidian la nieu en mons chelada.
Las aguas que s’arronzan desde puerto
no tarten cuando i-plegan ta ixe cado,
tásamen sientes como un suave chomeco
y queda voz que fabla morgoniando.
Muitas veces me paro pa escuitarlas
por vier si lo que charran adomino…
Pereciando se’n ven, cutias, las aguas
sin dixar lo secreto en lo camino.
¿Por qué no tarten, branca, cuando i-plegan?
¿Por qué, lugo, se’n ven tan amónico…?
¿Por qué parez que cantan y que rezan
como a Dios alabando de contino…?
PUENTE VIEJO
Cuando llega a ti, el Subordán calla,
los saltos de agua se duermen en la cuna
de ese hondo remanso que velas y guardas
como el fuerte perro que guarda una a una
las ovejas que apacienta
para que no se despisten nada y ninguna
se ponga en las partes sombrías que se estrechan
y luego se despeñen en las noches sin luna.
Eres dosel de piedra viva, Puente Viejo,
cuna de lo que refleja el cristal,
tu arcada, las nubes, el cielo
y el sol que, con gozo, allí se refleja.
Y también se refleja la camomila
que te llena de olor y te engalana
y las blancas flores de los endrinos
que no envidian ni a la nieve helada en los montes.
Las aguas que bajan del puerto
se callan cuando llegan a tu seno
sólo sientes como un suave gemino
y una queda voz que habla refunfuñado.
Muchas veces me paro a escuchar
para ver si adivino qué dicen.
Pero se van tranquilamente las aguas
sin dejar sus secretos al camino.
¿Por qué no dicen nada cuando llegan?
¿por qué no se van luego tan tranquilas?
¿Por qué parece que cantan y que rezan
como si alabaran continuamente a Dios?
(traducción: Adolfo Burriel y Luis Bazán)
REMERANZAS (fragmento)
Los días son curtos…
Son tan curtos que cuasi no’n quedan,
por lo solo acucuta amónico,
meyo con vergüeña,
y lo i-veyes puyar sin d’alinios,
gazapiando, sin branca de fuerza,
por un cielo desento de nubles
que gran li se i-queda,
pues meyando la tardi chelada,
fendo una randeta
por encima de los Artolez,
dormilloso se funde’n la Sierra.
Al irs’en lo sol
una guza que cuerta s’espierta
y, a lo poco rato,
caye encima una nuey cuasi eterna.
Siguirán por agora achiquindo
que hasta Santo Tomás ven de mengua
y, a partir de ixe día retaco,
lo más curto de l’añada entera,
un “paset de pardal” ve alargando
-como madri diciba en sentencia-,
y en lo cabo l’año
empecipia la fuir la tiñebla.
RECUERDOS (fragmento)
Los días son cortos…
Son tan cortos que casi no quedan,
pues el sol espía despacio,
medio vergonzoso,
y lo ves subir sin interés,
ocultándose, sin nada de fuerza,
por un cielo desierto de nubes
que grande se le hace,
pues mediando la tarde helada,
haciendo una apertura
por encima de los Artolez,
adormilado se hunde en la sierra.
Al irse el sol
un frío que corta se despierta
y, al poco rato,
cae encima una noche casi eterna.
Seguirán, por ahora, acortando
que hasta Santo Tomás van menguando
y, a partir de ese día cortísimo,
el más corto de todo el año,
un paso de niño va alargando
-como madre decía sentenciando-,
y en el fin de año
empieza a huir la oscuridad.
(traducción: Luis Bazán Aguerri)
SOBRE LAS POETAS QUE RECORDAMOS, 7 de marzo de 2024
El papel que la historia otorgó a la mujer —o, mejor dicho, el papel que otorgaron a la mujer quienes hicieron la historia, hombres normalmente— le hacía quedar casi siempre, en los rincones invisibles, lejos de los acontecimientos. En la casa, en el cuidado de los hijos y la atención del marido. Esas eran sus funciones fundamentales. Las otras eran, en general, el balcón, la iglesia y la costura, o, claro está, el cuidado de sobrinos o la atención a padres y hermanos. Ancilla hominis, (criada, esclava del hombre) llamaba a la mujer San Agustín, ya allá por el siglo IV. Mujer subordinada y tapada, entre otras razones, por su condición (me sigo refiriendo a palabras del santo prelado) de embajadora del diablo. ¡Qué podía esperarse! No es extraño, pues, que la mujer, en la escena literaria, fuera un mero accidente. Quiero recordar —aunque no soy fiable del todo— que el primer poema de mujer que se conoce en lengua española, lo escribió doña María Arias, allá por el siglo XV, dedicado a la marcha de su marido a la guerra. Habría que esperar casi un siglo más para conocer a Luisa Sigea, otra de las poetas de las que quedan recuerdos, y algo más tarde a otras como Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa. Aun así, a pesar de tantas desatenciones, no faltaron, las protestas y las denuncias. Ya decía, y con cuánta razón, en el siglo XVII, María de Zayas y Sotomayor: «¿Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras y armas?». Cosa bien rara era, y, en todo caso, cosa única era ver a una mujer escribiendo y haciendo valer sus poemas. Que la mujer, ya saben, en poesía, (véase, si no, a Garcilaso o el romancero o el Arcipreste de Hita) era, más bien, objeto poético, o sea, material manejable por necesidad o afán del hombre, más o menos ornamental o vistoso, o era servicial dama, sumisa, fuente del mal o desgraciada.
En tiempos ya cerca de los nuestros, que no hay que entrar en detalles, sabido es cómo algunas poetas o narradoras que se atrevieron a escribir tuvieron incluso que ocultar su nombre con seudónimo. Y eso, cuando no tuvieron que ceder la obra al marido o padre para que ellos fuesen los admirados creadores. Que ejemplos, y bien sabidos, los tenemos.
En definitiva, a nadie extrañe que el panorama poético femenino, hasta hace, como quien dice, cuatro días, no fuera sino poco extenso y, dentro de esa poca extensión, apenas conocido. Poetas olvidadas, olvidadas y no reconocidas, ausentes, pero reales, calladas, pero vivas.
Digo de pasada que hoy, por fortuna, entre nosotros, esta situación ha cambiado y cambia de manera más que notable.
Hoy vamos a conocer a algunas de esas poetas aragonesas perdidas. Son poetas que vivieron también en el siglo XX, y algunas llegaron al siglo XXI, es decir, contemporáneas nuestras, no tan lejanas, pues, y alguna, eso es verdad, algo más recordada, como Carmen Serna, que incluso tiene una calle en Zaragoza. Hoy vamos a conocer solo una pequeñita pincelada que sirva para recordarlas, saber que estuvieron entre nosotros y, a ser posible, abrir una puerta a su lectura, algo dicho sea de paso y abundando en lo que vengo diciendo, nada fácil, porque —todo se une— nada fácil es encontrar su obra, no ya en librerías, claro, sino en bibliotecas.
Vamos a hablar solo de seis poetas, es decir, en el fondo va a ser un recital minúsculo para lo que deberíamos. Porque podríamos hablar de más de medio centenar de olvidadas que escribieron en el siglo pasado.
Que, al menos, este encuentro de ahora, sirva para abrir una ventana a mayores conocimientos.
Adolfo Burriel