“Continúa mudo y absorto, con la vista colgada de la imagen de los Pirineos. Más allá del trenzado de ramajes que conforman los muchos bosques que escalan tiernos por sus laderas hasta el pie de los tascales… Es capaz de adivinar abetales, pinares, hayedos, conjuntos de abedules o, incluso, los acebos aislados en las laderas de su idolatrada cordillera.”
En efecto, Ramón Acín Fanlo nació en 1952 en los Pirineos, en un pueblecito de alta montaña, Piedrafita de Jaca. El párrafo inicial está entresacado de las decenas de descripciones de la cordillera que impregnan su literatura. Pasó allí la infancia, asombrado por las nevadas invernales, ayudando a veces a las tareas agrícolas y ganaderas de la familia; había que llevar “recado” a los pastores que cuidaban el ganado en el Puerto. También recorrió diariamente el camino hasta la escuela de Búbal. Un accidente del padre obligó a vender campos y ganados y bajar la familia a Zaragoza. El paso de los años aumentaría la trascendencia de esta mudanza y lo convirtió en un miembro más de la generación del éxodo rural. “Si en algún camino encuentras gente con la casa a cuestas, no le hables de su tierra que te mirarán con rabia —cantó Labordeta—. Con la rabia que produce abandonar lo que se ama.” Los que perdieron el paraíso perdido infantil, como Llamazares o Moncada, con los que llegaría a trabar amistad, regresan literariamente a sus orígenes.
Sin embargo, Zaragoza le abría las puertas a la cultura. De crío ya le había fascinado la lectura de Veinte mil leguas de viaje submarino, se lo regaló su padre cuando lo vio contemplar admirado el escaparate de una librería en Jaca. Con los años se convertiría en un apasionado lector, una condición determinante de su personalidad. Tras los estudios universitarios, consiguió plaza de docente en un instituto, donde intentó contagiar su pasión por la literatura al alumnado. En una entrevista reflexionó sobre su vocación: “La enseñanza es material sensible y hay que vivirla a fondo, con unos anhelos humanos que no exigen otras profesiones. Enseñar es algo especial, es modelar la mente y la persona.” En su carrera docente accedió a la condición de catedrático de Lengua y Literatura y se doctoró con una tesis sobre Javier Tomeo.
Con el sustrato de sus abundantes lecturas, comenzó a reflexionar sobre el reflejo de la narrativa en la sociedad y publicólas deducciones sociológicas en Narrativa o consumo literario (1990). Atento siempre a lo que se escribe en Aragón, vería la luz dos años después Los dedos de la mano, donde analiza la obra de cinco aragoneses emergentes: Tomeo, Soledad Puértolas, José María Latorre, Martínez de Pisón y José María Conget. La repercusión de cuatro ensayos literarios aparecidos en la última década de siglo XX proyectan la figura de Ramón Acín fuera de Aragón como un experto en narrativa, lo que le lleva a dictar conferencias y participar en jurados de premios nacionales.
Contaminado por la literatura, sólo era cuestión de tiempo que abordara la creación. En 1989 apareció Manual de héroes, título irónico porque sus “héroes” son personajes fracasados, una de las constantes en su literatura. Su actitud ante la narrativa la sintetiza en estas palabras: “Creo sinceramente que a escribir me impulsan el hecho y la necesidad de conocerme a mí mismo y conocer el entorno que me rodea. Saber del mundo y del tiempo en el que uno vive, en definitiva. Siempre he concebido la escritura como una exigencia de conocimiento y de explicación. Como un arma eficaz que ayuda ante la vida.”A partir de este momento su escritura es torrencial, compaginándola con la docencia y con la participación en múltiples proyectos culturales. Sucesivamente, en la década de los 90, publicó La vida condenada, Los que están al filo y, en el cambio de siglo, Extraños y La marea. En esta primera etapa, con ecos de Kafka y de Tomeo, los protagonistas son seres solitarios, zarandeados por sus obsesiones. Un personaje paradigmático de esta etapa será el hombre-pájaro encaramado a una ventana que protagoniza el relato “Cadáver exquisito en una tarde de lluvia”.
Autor prolífico, dio a la imprenta en 2004 Cinco mujeres en la vida de un hombre, donde su narrativa evoluciona, más luminosa e irónica, y da paso a la obra de madurez. En este breve espacio resultan inabarcables los más de treinta títulos impresos, por eso centramos el foco en una obra señera que condensa el mundo literario de Acín Fanlo: Siempre quedará París, de 2005. En esta novela vigorosa, de aliento épico, aparecen las tres constantes de su literatura: la huella de la guerra civil, el paisaje pirenaico y la dignidad de los derrotados. En forzada síntesis, la novela narra la peripecia vital de Villacampa, a la que se añaden las de sus amigos y familias. Tras la derrota de 1939 el protagonista se exilia a Francia, participa en el maquis francés contra los alemanes y regresa como guerrillero a España, confiando en derrocar a la dictadura, donde sufrirá el quebranto de la segunda derrota.
Decíamos que uno de los ejes de la literatura de Acín es la guerra civil, que partió Aragón en dos, cuyas huellas en trincheras y cunetas cicatrizan el paisaje. El tema supone una fecunda obsesión para el autor: “Creo que la guerra civil es un período clave en nuestra historia, un periodo que debe cerrarse, que es necesario cerrar bien mediante la explicación de lo sucedido y también creo que la literatura, con su aparente distancia, es un buen medio para hacerlo. Por eso, acudo a ese tiempo, a esos espacios y a esos sucesos, porque explican muy bien la condición humana que, en el fondo, es lo único que, de verdad, mueve la vida y la hechura de la literatura. Debemos, por tanto, mantener despierta la memoria, indagando causas y consecuencias de la tragedia bélica, para evitar un nuevo tropiezo.” No solo aborda la contienda en esta novela, la temática reaparece, bien sea como eco de fondo o tema central, en otros libros de relatos, como en Hermanos de sangre.
Ya insinuamos que el paisaje pirenaico, su mudanza, etnografía o problemática, subyace en la narrativa de Ramón Acín, que afirma: “Soy de los que piensan que la tierra y el paisaje marcan tu biografía. La cerrazón o abertura de un paisaje, sin duda para mí, incide en la forma de actuar, de pensar, de comportarse. De ahí el continuo retorno y que no haya valle ni rincón de los altivos Pirineos que no haya venteado.” En la novela que analizamos el paisaje abrupto, durísimo en invierno, parece modelar la reciedumbre del carácter de los protagonistas, que atraviesan la cresta fronteriza varias veces, bien como exiliados o como ingenuos invasores. Por supuesto no es esta la única obra que el paisaje es un protagonista en la sombra: ya le había dedicado un libro íntimo en 1995, Aunque de nada sirva.
El tercer eje, que en Siempre quedará París se manifiesta con pujanza, es un atractivo por los perdedores, que lo emparenta con Juan Marsé. Apenas encontramos triunfadores en la literatura de Acín, lo que no quiere decir que los personajes no tengan atractivo. Villacampa, el guerrillero siempre derrotado, es un individuo íntegro, leal a sus principios y a sus amigos, como Montalé y Montes. Al final sacrifica su vida personal para ayudar a la mujer e hijo de su amigo muerto. Acaso más veraces aun, por su sufrimiento callado, son las mujeres: la abnegación y tenacidad de Luisa y Elvira son irreductibles.
Tan solo un par de apuntes sobre la estructura de esta novela, que se repite en otras del autor. La obra comienza cuando el hijo de Elvira cierra la puerta de la casona, echa una mirada a las tumbas de la familia alineadas bajo el viejo roble y se va definitivamente. A partir de ahí se reconstruye la vida de cada uno de los que yacen enterrados. Esta analepsis se va a reiterar en otras obras, como en Muerde el silencio (de nuevo un valle pirenaico alterado por la construcción de un pantano). En este caso, en el tañido de la campana llamando al entierro de José, hay una resonancia de Sender: Mosén Millán espera para celebrar el funeral de Paco. La misma técnica de flashback se utiliza en Extraños o en Cinco mujeres. Por último, el autor acierta con los comienzos fulgurantes: la novela se inicia cuando el hijo de Elvira, una vez cerrada la casa, le descerraja un tiro al perro de la familia para no dejarlo abandonado. En Muerde el silencio Angelina, apenas adolescente, observa las ropas teñidas de negro: va a vestirse de luto riguroso para el entierro de su abuelo mientras oye el tañido de la campana.
No podemos olvidar la faceta de Acín Fanlo como agitador cultural y difusor de creaciones literarias, opción que compaginó con la docencia sin dejar la escritura, pues también se internó en la literatura juvenil con cuatro volúmenes, dando forma literaria a las historias que les contaba a sus hijos. Autor polifacético e inquieto, estudió y prologó a autores tan diversos como Miguel Mihura, Martínez de Pisón, R.L. Stevenson o Jean Genet, además del conocimiento exhaustivo de la obra de Javier Tomeo.
Un proyecto puntero fue la codirección con Javier Barreiro de la revista El Bosque, necesaria en tiempos democráticos para para dar voz a los movimientos culturales y artísticos que se fraguaban en Aragón, además de reflejar las innovaciones de fuera. Con los dos directores colaboró activamente Fernando Sanmartín y realizó una maquetación sugerente José Luis Acín. Se publicaron doce números entre 1992 y 1996, con la participación de firmas solventes en cada uno de los apartados. La revista llenaba un hueco cultural, recogía la fiebre creativa del momento y estimulaba los movimientos emergentes. Para comprender el soplo de aire fresco y renovador de la revista, así como la ambición del proyecto, basta con citar algunas de las secciones fijas: se trataba la poesía, con ilustraciones de pintores, la narrativa, con entrevistas a autores, el ensayo literario, la música, el cine, la antropología, la investigación… La revista estaba respaldada por el patrocinio público de dos diputaciones, siempre sometidas al vaivén de los resultados electorales, y se cerró en 1996. Queda la estela de los doce números publicados y la búsqueda por parte de los aficionados de sus célebres separatas.
Para comprender la figura de Acín como fermento cultural hay que seguir su labor de crítico. Colaboró en Quimera, El Urogallo, Cuadernos Hispano-americanos, Leer, Diario 16, Revista de Libros, Heraldo de Aragón… Además dirigió la colección “Alba Joven”, de la editorial Alba, “Las tres Sorores” de la editorial Prames y la colección “Crónicas del Alba” del Gobierno de Aragón.
Esta dedicación, que siempre giró en el torbellino de la literatura, le proporcionó a Ramón Acín un conocimiento de primera mano de la narrativa en España que quiso trasmitir a sus alumnos. Ansioso de que la lectura fuera elemento primordial en las clases de lengua, ideó una forma de acercar la obra a los adolescentes: la presencia del autor en el aula podía ser motivadora, generaba expectativas y posibilitaba el contraste de las opiniones del lector con el autor. Esta experiencia didáctica la ensayó Acín en su centró invitando a autores que participaban voluntariamente. Los resultados fueron satisfactorios y la propuesta se extendió a otros institutos. Fue el germen del programa Invitación a la lectura, aparecido a mediados de los ochenta. El potencial de la experiencia se acrecentó con el apoyo de la Dirección Provincial del MEC de Zaragoza, La Dirección General del Libro y finalmente con la asunción de esta iniciativa transformadora por el Gobierno de Aragón. Durante más de veinte años centenares de escritores, a los que se añadirían dramaturgos, cineastas, cantautores y periodistas, recorrerían los rincones de Aragón poniendo en contacto a varias generaciones de adolescentes con lo más granado del mundo literario. Todas las firmas señeras en el panorama nacional y numerosos extranjeros (Pérez Reverte, Javier Marías, Cercas, Llamazares, Saramago, Fernán Gómez, García Montero, David Trueba, José Luis Sampedro, Fernando Savater, Günter Grass, Martínez de Pisón…) participaron en el programa, junto con autores aragoneses, a los que se prestó especial atención. Tal fue el éxito de esta experiencia pionera que fue copiada en varias comunidades. También proyectó una imagen novedosa de Aragón en el resto de España. Además de la organización y logística, la experiencia no hubiera triunfado sin la participación entusiasta de al menos quinientos profesores a lo largo del tiempo. Hoy día se contempla una eclosión literaria en Aragón, tanto de la novela histórica, el ensayo, la novela en general y la literatura infantil y juvenil; no sería aventurado suponer que esta floración se gestó en las décadas anteriores, cuando Invitación a la lectura supuso una efervescencia lectora. Sin motivos aparentes, tampoco económicos, pues muchos autores bajaban su caché por participar en un programa de prestigio, el programa fue suprimido. Preguntado Ramón Acín por la experiencia respondió: “Una locura literaria compartida por medio millar de profesores, otros tantos escritores a la busca y captura de los lectores jóvenes para saber de la vida, conocerse y ser más libres. Una locura de muchos para muchos que alguien, sin más, mandó a la basura desde un despacho.”
Convivir con un escritor fecundo, siempre embarcado en proyectos, no debe ser fácil. Quizá sea difícil convivir con cualquier escritora o escritor, pues están más atentos al mundo de los sueños que a la realidad. Pero, como cantaba Serrat en Tío Alberto: qué suerte que tienes “cochino” de hallar una compañera para andar el camino. Y no sólo el camino, sino una compañera para los viajes. Su último libro trata de lugares que han visitado, Un andar que no cesa(2020), donde reflexiona siguiendo la máxima de Proust: “Viajar no es cambiar de paisaje, es cambiar de mirada.” Tras el prólogo de Llamazares, nos da su visión de Sicilia, Véneto, Bruselas, medita sobre los cementerios de Normandía y regresa a sus lugares de siempre, pueblos abandonados para finalmente patear la ruta de Goya.
Probablemente Ramón Acín os dirá que ahora no está escribiendo. No lo creáis, lleva la literatura en vena, se ha convertido para él en una manera de estar en el mundo. Además, en una entrevista aseguró que: “a escribir me impulsan el hecho y la necesidad de conocerme a mí mismo.” Y uno nunca termina de conocerse. Desde aquí, larga vida.
F. Teira Cubel