Artículo de Ramón Acín,

Escritor y profesor

RECORDANDO A JAVIER TOMEO  (SIETE APUNTES RÁPIDOS)

  1. El ojo-tesis de Tomeo.

   En una de sus muchas entrevistas, Javier Tomeo declaró que “escribir es abrir una ventana para ver el paisaje y contárselo a los que no están contigo” .Visto así, pudiera parecer a quienes no practican profesionalmente la creación que el hecho de ser escritor (diferente de escribir) es tarea fácil. Como siempre, las apariencias engañan. Y nadie para prevenir al profano como el auténtico maestro de la parábola que fue Javier Tomeo. Primero, porque para actuar como escritor hay que tener caletre. Sólo así se puede escoger la ventana (lo que, en la jerga profesional, se denomina “olfato literario”). Segundo: hay que disponer de buen ojo para escrutar, primero, y escriturar, después, lo visto o lo nunca visto –que no es lo mismo-; es decir, para saber lo que posee interés en una historia literaria. Y, por fin, tercero: dominar la palabra, o sea, gozar del bisturí adecuado con el que dar forma y volumen precisos a contenidos de interés.

   Pero aún hay más. Como también dijo Javier Tomeo, al crear todo autor en sus novelas mínimamente “debe decir más de lo que escribe, mucho más de lo que se propuso al pensar, primero, la novela y acabarla, después, y, sobre todo, bastante más de lo que sabe cuando la está  escribiendo”.

Tomeu con los hermanos Acín

  1. Perseverancia o tozudez.

   El universo creado por Javier Tomeo desde finales 1967 todavía hoy habla en más de veinte lenguas, lógicamente tras  haber adquirido sentido en otros tantos países. Sin duda porque el suyo fue (y es) un universo que, aunque a primera vista no lo parezca, siempre deviene en denso y abundante, fragmentado e inquietante, placentero y reflexivo. Para un escritor tozudo en sus cosas, reiterativo en los temas, periférico y al margen de corrientes temáticas o alejado de las tendencias propias de la época en la novela española, lo anterior supone todo un hito. Un hito que, sin embargo, no debiera extrañar a nadie dado el afán y el uso por la rareza que, en materia narrativa, practicó el de Quicena. Un hito, por supuesto, alejado del mundo de los premios -Nacionales o de la Crítica- que jamás apostaron por él, pero sí con el viento a favor de un público lector fiel y, sobre todo, variopinto.

    En la industria del libro de nuestros días, si uno no vive en los medios de comunicación o si a uno no le asisten los lectores –más crudamente, si no vende-, no existe. Javier Tomeo, desde la década de los 80 del siglo XX, logró existir año tras año tras la sorpresa que supuso El castillo de la carta cifrada (Anagrama, 1979) y la confirmación de Amado monstruo (Anagrama, 1985). Logró existir sin decaer, novela a novela, manteniendo un dial semejante en las historias, con el absurdo como argamasa y practicando sin descanso las mismas  técnicas a lomos de la inquietud. Es decir, que Tomeo supo derribar casi todos los muros que le salieron al encuentro, haciéndose hueco en diversos países de adopción y conquistando el corazón de miles de lectores extraños al castellano y a España, tanto en los territorios de la sesuda centro-Europa o la frialdad de los países Nórdicos, como en el Mediterráneo y Sudamérica. Su tozudez narrativa, en disonancia con la necesidad de cambio permanente que tiende a exigir la industria del libro, se impuso. Tomeo confió en su narrativa y se mantuvo impertérrito con un sello  personal e intransferible que casi le convirtió en único, creando novelas con esquemas  semejantes a los que expuso en El cazador, su primera obra (1967). Una tozudez equiparable a la que, con anterioridad,  mostraron otros aragoneses como Goya o Buñuel.

  1. Leer a Tomeo hoy.

   Leer a Tomeo, maestro narrador, con historias repletas de extrañezas y monstruos,  continúa invitando a reflexionar sobre la incomunicación que, como individuos, sufrimos en las aglomeraciones urbanas. Leer a Tomeo advierte del conocimiento que existe tras la diferencia, además de mostrarnos lo perjudicial de la simetría de la raza y lo beneficioso de la mixtura –“un país simétrico y feliz es un país sin historia”-,  avisando, además, de la necesidad del diálogo para salvar las distancias entre los interlocutores. Leer a Tomeo permite jugar al esperpento y a la distorsión de la realidad para ver la auténtica sustancia de la misma, mientras salpica con su humor, fácil y socarrón, para sobrellevar la dureza de lo cotidiano. Leer a Tomeo evidencia las jerarquías hábilmente difuminadas por los poderosos… y todo ello mediante el estallido de anécdotas simples y aparentemente sencillas que construyen historias enjundiosas porque Tomeo las supo llevar a lo universal.

Tomeu en LIBER Madrid

  1. Corrientes subterráneas.

   Pese a la vitola de hombre parco en lecturas que suele acompañar a Javier Tomeo, en sus mejores novelas parecen discurrir jugosas corrientes subterráneas y que no son fruto de la casualidad. Corrientes que, sin duda, otorgan densidad y dotan de enjundia y de rigor a la narrativa del aragonés. Corrientes, tal vez, no observadas a simple vista. Entre ellas, sin duda, asoma la sombra de Valle-Inclán con sus esperpentos, sobre todo en la fuerza deformadora e hipertrofiadora a la hora de abordar la realidad; deformación e hipertrofia que le permiten ahondar en las esencias más oscuras y ocultas del ser humano y su entorno. También se ha hablado de Kafka, de Camus y de Ionesco o, entre otros, de Beckett por el revoloteo de usos parabólicos en y de los personajes que Tomeo traza en muchas de sus historias y que se hacen  visibles en el expresionismo y el hiperrealismo irónico que tanto gusta al oscense. El encierro, la locura, la soledad, el aislamiento, el desamparo, el desarraigo social, los procesos de sumisión (junto a su antónimo de dominación) o la frustración entre otros elementos, enlazan con atmósferas y temáticas de escritores como Tomas Bernhard. Asimismo parece que Luis Buñuel planea socarrón, con su humor corrosivo y clarificador – el de Quicena siempre se ha confesado seguidor del calandino – a lo largo de su narrativa. Sigmund Freud parece estar presente en la constante aparición de fuerzas atávicas, oscuras e irracionales – la presencia del “ello”, el edipismo, lo sádico y psicopatías varias – que anegan el alma de determinados personajes, ya sean víctimas o torturadores. Borges se intuye en la insistente bifurcación de la anécdota que, sobre todo, da pie y consistencia estructural a sus novelas y relatos. El recuerdo de  las arquitecturas y dibujos de G. Battista Piranesi ayudan a comprender y encuadrar los espacios, cerrados y laberínticos, tan peculiares del mundo narrativo de Tomeo. Y hasta la aguda y penetrante mirada de  Alfred Hischcok parece tener un hueco en este universo de agobios, angustias, opresión y obsesiones. Finalmente, tampoco hay que olvidar que, junto a todos estas posibles fuentes universales, provenientes de distintas manifestaciones artísticas, la función preeminente que alcanzan los conocimientos de Criminología que el autor adquirió con sus estudios universitarios. En especial al observar los deformados y atormentados personajes que corretean por sus obras.

  1. Taller.

    La obra de Tomeo descansa sobre la sencillez expresiva, forma perfecta  para mostrar la existencia en un perpetuo ramificarse, donde las convenciones sociales, la incomunicación, la ortodoxia…, siempre son puestas en entredicho. Sencillez expresiva  acompañada de una efectista  brevedad  -sus novelas raramente superan el centenar de páginas, además de ser parcas en personajes y de enroscarse en el desarrollo de una anécdota simple. Una brevedad, un argumento mínimo y una sencillez quintaesenciada tan engañosos como  amenos. Pero detrás de la amabilidad siempre habita el zarpazo de la fiera, cargado de escepticismo y corrosión. Es decir, el uso del contraste como motor de conocimiento. Y la anormalidad, la deformación o el reflejo en el “espejo” – ese mundo animal y vegetal, tan parabólico – como modo de luchar contra la visión única, unívoca y aparente.

   El modo o su forma de exposición puede variar – diálogo, conversación con interlocutor mudo, falso diálogo, monólogo…-, pero la resultante siempre contiene su correspondiente materia explosiva. Ahí habita la dramaticidad, tan propia de Tomeo. Ahí y en la concepción jerárquica en la que se ven obligados a vivir sus escasos personajes, quienes, para mayor tensión, se mueven por espacios cerrados, empujados a una inevitable confrontación, al pugilato hasta el kao. Eso sí, una confrontación rebajada por el uso de la ironía y del humor, atemperados y muy medidos, casi hasta el detalle más nimio e insustancial. Así, en los textos de Javier Tomeo lo intolerable se torna tolerable a lomos de la sonrisa. Y la tragedia se endulza. Pero ello no es óbice para que salte la reflexión – “el humor (…) un sendero que nos conduce a la reflexión” matiza Tomeo – con la que afrontar la terrible realidad de lo cotidiano. Y lo cotidiano se hace comunión.

   Por todo ello, las obras de Tomeo saltan latitudes, idiomas, culturas y géneros literarios. Por ello, sus novelistas y sus textos breves se tornan universales. Y, por ello, también, lo narrativo, dado el soporte expositivo, puede convertirse en teatral. Es la rareza de  Javier Tomeo. Y es, asimismo,  la materia de fondo y la forma de su universo narrativo.

Tomeu en Huesca

  1. La inesperada vía teatral.

    Desde 1988, cuando estrenó en Beziers (Francia) Monstre aimé, Javier Tomeo fue un novelista al que se le reconoció fuera de España sobre todo por la versión teatral de sus narraciones. Directores como Jacques Nichet, Jean Jacques Préau, Jöelle Grass, Yvon Chaix, Felix Prader, entre otros dramáticos de altura, adaptaron y dirigieron las obras del oscense. Basta recordar los éxitos en el Teatro Nacional de la Colline, en la Comédie Française y en el Théâtre Odeon de París, en la Schaubülhne de  Berlín, en el Kolner Schauspielhaus de Colonia y Hamburgo, en el Statsteater de Sttutgart, en el Statsteater de Estocolmo, en el teatro Rifredi de  Florencia, en Milán, Grenoble, Copenhague, Budapest, Buenos Aires, Coimbra, Oporto, La Habana, Madrid, Barcelona, Mérida, Valencia… y, también, cómo no, los estrenos acaecidos en el teatro Principal de Zaragoza (Amado Monstruo,1989; Bestiario, 1999 o La agonía de Proserpina),  su tierra, donde Tomeo saboreó la felicidad de saberse profeta.

   A la vista de lo anterior, no creo que exista en la Literatura española reciente un novelista tan peculiar como Tomeo, capaz de conquistar con sus historias narrativas tantos centros dramáticos (sin duda, los  escenarios más prestigiosos de Europa) llenándolos con la adaptación teatral de algunas de sus novelas. Lo consiguió gracias a un escogido pellizco entre la más de cincuenta publicadas.  Aunque no siempre suceda, es natural que un dramaturgo triunfe en la escena, lo singular es que un novelista aporte tanto argumento dramático -e, incluso, cinematográfico: El crimen del cine Oriente, dirección de Pedro Costa-  a las tablas y que, además, sea acogido con entusiasmo y acabé cubierto con la sonrisa y la aureola del triunfo.

  1. Aragón en las entrañas.

A pesar de las ínfulas que pueden otorgar los reconocimientos universales antes citados, Tomeo jamás dejó de sentirse aragonés y de defender problemas del terruño, hablando y publicitando sus “bondades” allí donde se presentaba la ocasión (véanse sus notas sobre gastronomía, su aireo de paisajes aragoneses, la publicidad de sus vinos…).  Tal vez porque en Quicena, su pueblo natal (lo confesó en entrevistas), soñando bajo la silueta mítica del Castillo de Montearagón o entre los pinos de San Jorge, nació para la literatura. O porque, en los años 60 del siglo XX, siguiendo al equipo de fútbol de Huesca – periódico Nueva España,  hoy Diario del Altoaragón”-, veló armas como escritor. O porque, en Barbastro conoció las mieles del triunfo literario (lo era formar parte de la nómina de la, en aquel tiempo, poderosa Editorial Bruguera) tras obtener, en 1971, el Premio de novela corta “Ciudad de Barbastro”.  O porque en Zaragoza tuvo el grueso de sus amigos y la crítica aragonesa le jaleó siempre pidiendo más rarezas o porque sus paisanos le apoyaron como nadie, leyéndole, publicándolo (Crónicas del Alba, Xordica, Prames), apostando por su trayectoria (Premio Aragón 1999, campaña para el Nobel, Hijo predilecto de Zaragoza…) y reconociendo su universalidad y su aragonesismo.

Las fotos del artículo son del archivo personal del autor.


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