TEXTO DE ELENA LASECA

En la generación del 27 hubo mujeres poetas que convivían con Lorca, Cernuda o Alberti con obra de igual o superior nivel que otros autores más conocidos. La diferencia es que ellas son invisibles: no aparecen en los libros de texto ni en manuales ni en los diccionarios de literatura. Así lo afirma Marisa López Soria, coautora de Ellas vuelan, un homenaje a las pioneras del siglo XX en español.

En los años 30 en España, con la Segunda República, encuentran un entorno adecuado, pero la llegada de la guerra civil y más tarde la dictadura truncan sus aspiraciones. Muchas de ellas se exilian y no regresan hasta cuarenta años después. Las que se quedan son pocas y encuentran serias dificultades para publicar. Encerradas en el hogar apenas tienen repercusión.

Durante la Edad de Plata —el período que va desde principios del siglo XX hasta 1936— España vivió una eclosión literaria en la que, además de escritores y poetas famosos, hubo mujeres poetas que lucharon por publicar y fueron reconocidas como autoras. Este es el caso de Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín o Concha Méndez. Al estallar la guerra, estas escritoras se involucraron de manera y en grado diferente en el conflicto, pero, al acabar, tuvieron que marchar al exilio. A ellas se unirían después otras que vivieron la guerra de niñas, como Nuria Parés y Aurora de Albornoz, para quienes el conflicto supuso la pérdida repentina de la infancia, o de la juventud. A todas les marcó el recuerdo de la España que dejaron y el deseo de volver. Con el tiempo, sus nombres cayeron en el olvido.

Las poetas españolas escribieron sobre la guerra civil y sus consecuencias, aunque sus obras fueron ignoradas durante años. Hoy sus nombres están siendo recuperados gracias a los esfuerzos de los expertos, sin embargo, no se ha estudiado aún el verdadero impacto que el conflicto tuvo en sus versos.

En el libro Ellas cuentan la guerra, la primera antología que recupera los versos de 24 poetas sobre la contienda y sus efectos, el exilio y la posguerra, se rescatan sus nombres, así como el de aquellas que permanecieron en España y fueron ignoradas durante la dictadura, como Carmen Conde, Ángela Figuera, Gloria Fuertes o María Beneyto.

La guerra supuso un enorme cambio para la mujer española. Muchas salieron por primera vez del espacio doméstico para trabajar en la esfera pública. Algunas de las poetas trabajaron como enfermeras, editoras de revistas culturales, empleadas en fábricas de material de guerra, organizando bibliotecas y actividades para los soldados u ocupando cargos en la administración. Sin embargo, al acabar el conflicto, las poetas que decidieron permanecer en el país también cayeron en el anonimato. Algunas fueron represaliadas y recurrieron a firmar con seudónimo. Otras, huyendo de la censura, publicaron sus obras más comprometidas fuera de España. Y muchas tardaron años en llevar sus versos a la imprenta debido al clima político del país.

No obstante, las mujeres escribieron sobre la contienda española desde una perspectiva femenina. Según define Elaine Showalter, se trata de recuperar lo que han contado las mujeres, lo que ellas sintieron y experimentaron, escritos que han sido ignorados por las historias literarias. Así, ellas pusieron en papel lo que vivieron, como en estos estremecedores versos de Ángela Figuera en Bombardero:

         En lo mejor del conseguido sueño,

            surgía denso, alucinante, bronco,

            el bélico zumbar de la escuadrilla.

            Bramando, sacudiendo, despeñándose,

            atropellándose los ecos

           iban las explosiones avanzando,

           cada vez más cercanas,

           hasta que, al fin, la muerte en torrentera,

           en avalancha loca, transcurría

           sobre nuestras cabezas sin refugio.

El sociólogo francés Pierre Boudieu realiza un análisis crítico concluyendo que la calidad de las obras de las mujeres de esa generación es igual a la de los hombres y que la no visibilidad tiene que ver con el antropocentrismo cultural, con un sistema simbólico de comunicación y transmisión de valores. En definitiva, que el que defiende su producto ante la sociedad es el hombre.

Un aspecto a destacar es la red de colaboración que se entretejió entre escritoras a ambos lados del Atlántico: españolas y latinoamericanas. Ellas, conscientes de que las dejaban fuera de la literatura montaron su propia red transatlántica de las letras. Hay ejemplos que lo demuestran como las cartas que se intercambian y los prólogos que unas hacen a las obras de las otras.

El descrédito no solo hacia su obra sino también hacia sus personas fue otra constante que tuvieron que sufrir las mujeres poetas, empezando por —remontándonos a la antigüedad— la propia Safo, fundadora de una escuela de arte, música y poesía en Lesbos, admirada por Platón y Plutarco y ninguneada por la historia a partir de Ovidio.

A veces se las llegó a relacionar con un tema de homosexualidad femenina y, en ocasiones, cuestionando su ideología, como le sucedió por ejemplo a Ernestina Champourcín: de ella se coge la parte más negativa, su etapa más espiritual con un toque de catolicismo para tacharla y quitarla de en medio. Se obvia su primera etapa, la de una poesía sensual y franca. Y así muchos más ejemplos.

Si nos damos una vuelta por lo que ocurre en la actualidad a este respecto de la invisibilización de las poetas, nos encontramos todavía con opiniones como la de Jesús García Sánchez de la editorial Visor que afirma lo siguiente: «Lo siento, la poesía femenina en España no está a la altura de la masculina. No hay mujeres poetas comparables a lo que suponen en la novela Ana María Matute o Martín Gaite. Desde la generación del 98 y todo el siglo XX no hay ninguna gran poeta, ninguna. Hay muchas que están bien, como Elena Medel, pero no se la puede considerar, por una Medel hay cinco hombres equivalentes». Actitudes como esta han llevado a que la historia de la literatura invisibilice la creación de autoras cuya obra es de calidad igual o superior a la de muchos autores omnipresentes en libros de texto, reconocimientos y nombres de calles o escuelas.

Poetas hay y son muchas. Para todos los gustos y pelajes, pero la oferta de las grandes editoriales es un erial. Según señala la Asociación Genealogías de Mujeres Poetas, solo el 15% de los libros publicados en español están escritos por mujeres.

Jesús Ruiz Mantilla en un artículo del periódico El País afirma que, si aquella foto del Ateneo de Sevilla en el homenaje a Luis Góngora de 1927 se tuviera que repetir unos 100 años después, en vez de hombres trajeados y rostros masculinos podrían aparecer en su lugar un buen número de mujeres. Si ellos demostraron innegable talento, dotes, voluntad y audacia sobrada para reinventar el camino de la poesía en el pasado siglo, lo mismo ocurre en el presente. Se enfrentan a él con armas similares, iguales vocaciones, distintas herramientas…, pero la misma fe.

Acercarnos al estudio de las mujeres poetas no es tarea fácil porque no abundan las monografías en nuestro país, especialmente en el ámbito de la alta divulgación. Hay, sin embargo, algunos buenos ejemplos como el libro escrito en 2014 por la poeta Cinta Montagut, que lleva el título: Tomar la palabra. Aproximación a la poesía escrita por mujeres. La autora es una poeta comprometida desde muy joven, en un ámbito que sigue sin recibir la atención que se merece en la república de las letras de nuestro país. Y no lo ha recibido por la doble condición de ser una literatura que sigue costando que llegue al público en general, y por una evidente cuestión de género.

La Antología de poetas españolas (Alba) propone una radical revisión del canon —desde el siglo XV hasta la generación del 27— con un gran número de autoras que suelen quedarse fuera, injustificadamente, de los manuales. No es la única iniciativa al respecto. Elena Medel —que ha publicado Todo lo que hay que saber sobre poesía (Ariel)— explica: «Sufren doble marginación, por poeta y por mujer. Cuando de joven iba a la biblioteca, no encontraba mujeres, y no lo entendía, ahora sé que hubo muchas, el canon se está ensanchando». Gracias, por ejemplo, a la colección Genialogías (editorial Tigre de Papel), que se marca como objetivo visibilizar a grandes autoras, con dos títulos al año, un proyecto dirigido por la homónima asociación de poetas.

La poeta, videocreadora y traductora Miriam Reyes reconoce que «cuando empecé a escribir no tenía apenas referentes de mujeres, educada en un ambiente patriarcal, tardé mucho en conocerlas, con la excepción de Sor Juana Inés de la Cruz y Rosalía de Castro».  El propio editor de la antología de Alba, Gonzalo Torné, confiesa que «yo no conocía prácticamente a ninguna de las autoras incluidas —a Santa Teresa y a alguna otra sí, claro—, pese a que creía haber leído mucha poesía. Muchas deberían leerse en los institutos, pero no por mujeres sino por su calidad, como quería Virginia Woolf, que pedía ser juzgada con la misma severidad que un varón».

La década de los ochenta es un excelente momento para la poesía de mujeres: por un lado, se pone en valor la literatura escrita por mujeres en períodos anteriores: se editan poemarios de las Sinsombrero y de poetas nacidas en los cuarenta. Además, se crean revistas literarias dedicadas especialmente a la literatura femenina, se fundan casas editoriales y hay un aumento notable en la producción de poemarios escritos por mujeres. También comienzan a proliferar las antologías de género, en las que se reúnen a jóvenes poetas. Las poetas que comienzan a escribir en este período resaltan por abordar de temas que, hasta el momento, habían estado prácticamente ausentes de la poesía femenina. La mujer abandona el rol de musa de la poesía amorosa y comienza a exponer sus propios sentimientos, lo que lleva a la aparición del erotismo.

Sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer en el ámbito de la poesía femenina. Habrá que trabajar de manera sostenida para que las poetas logren el lugar que merecen, es decir, que consigan una inserción plena en el canon escolar y un sitio en el canon de la poesía española. Aún hoy, algunas voces siguen marcando diferencias entre la poesía producida por mujeres y la escrita por hombres. Nuestro deber será escribir sobre sus obras poéticas y, principalmente, leerlas para que estas diferencias queden ya, de una vez por todas, en el olvido.


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