Rosa M. Valiente Urrea
RETABLO MAYOR DEL PILAR
Corría el año 1512 y Zaragoza era una ciudad muy próspera. Uno de sus barrios más conocidos era el de San Pablo, donde convivían mercaderes, artesanos y ricos comerciantes. Entre estos últimos había varios judeoconversos, que no quisieron huir como muchos de sus familiares y amigos que tuvieron que abandonar casas y patrimonio.
La familia de Judith era judeoconversa sin convicción, de puertas para adentro seguía con sus creencias y rituales hebreos. En la vida cotidiana llevaban una vida cristiana, sabían que estaban vigilados por la Inquisición.
Judith acudía a misa todos los días a las 6 de la mañana a la antigua iglesia del Pilar llamada de Santa María, con la cabeza cubierta por una mantilla de blonda negra típica aragonesa. Como una más, se mezclaba con los fieles y veía cómo rezaban a la Virgen con devoción.
Uno de esos días, Judith fijó su atención en unos artesanos que estaban trabajando en una de las paredes del Pilar, preguntó que hacían y le contestó un joven artesano que no había dejado de mirarla. La joven era morena y hermosa, con ojos almendrados, iba vestida toda de negro y se le adivinaba un cuerpo esbelto.
El joven se apresuró a contarle que estaban construyendo lo que sería el Retablo Mayor del Pilar, con un arquitecto muy famoso llamado Damián Forment y otros maestros artesanos como él. El retablo sería en alabastro policromado y estaría dedicado a La Asunción de la Virgen. De estilo gótico final y las escenas de los cuadros que forman el retablo, renacentistas plenamente. También comentó que sería un retablo más moderno como se conocía ya en Italia: el Renacimiento.
La joven escuchó atentamente las explicaciones y cuando se fue, Germán, el artesano, quedó impresionado por la hermosura de la joven judía.
Todos los días, después de oír misa Judith se pasaba por allí para ver cómo estaba el retablo y al mismo tiempo aprovechaba para ver a Germán. Y al verlo sentía una sensación desconocida en su corazón.
El retablo cobraba vida cada día, poco a poco.
Judith, que estaba un día mirando a la Virgen del Pilar, sintió tal emoción que comenzó a rezar el Ave María. De pronto notó a su lado la presencia de Germán y tomándola de la mano salieron juntos del templo caminando por las calles de Zaragoza. La acompañó en silencio hasta su casa. Al final del camino, Germán le comentó que él ya estaba terminando su trabajo en el retablo y quizás no volvería a verla. Así decidieron formalizar su relación.
Judith comentó en casa que se había enamorado de un artesano. Fue un disgusto para su familia, que ya tenía concertada una boda con un miembro de su misma religión. Ella se negó rotundamente a esa boda, se sabía ya enamorada de Germán.
Con el retablo ya muy adelantado, Germán le iba descubriendo todos los cuadros y lo que representaban: La Asunción de la Virgen en el centro, el Natalicio de la Virgen, a su derecha y la Presentación de María en el templo a su izquierda.
Hasta la anécdota del maestro Damián Forment, que quiso y logró que pusieran dos medallones: uno con su autorretrato y el otro con la efigie de su esposa, bajo la cual había un epígrafe en latín que rezaba así: Esta es la mujer del maestro que hizo esto. Se colocaron uno a cada lado en el sotabanco, junto a unos escudos heráldicos sostenidos por angelotes.
Germán y Judith se hicieron novios pese a la oposición de sus padres, que siendo ricos comerciantes, veían en Germán a un pobre artesano. Vivieron su amor profundamente y Judith, ya pasado un tiempo, se sentía conversa convencida y dando el sí a Germán cuando le pidió que fuera su esposa.
Ella comentó a Germán su ilusión de casarse en el Altar Mayor, y, aún sin estar terminado del todo, lo consiguió. Fue todo un acontecimiento de la época, fueron los primeros novios que se casaban en ese lugar.
Vivieron modestamente y muy felices. Ella siguió oyendo misa y Germán trabajando en otros sitios. Su labor en el retablo había terminado y se había convertido en un gran artesano muy conocido.
Rosa M. Valiente Urrea